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Cine
‘Blanquita’, una ficción incierta para cuando ya no sabes qué es verdad
En el año 2003, el empresario chileno Claudio Jaime Spiniak fue acusado de pertenecer a una red de pederastia, prostitución y abuso de menores. En semanas posteriores, el escándalo fue a más: la diputada Pía Guzmán afirmó que tres representantes políticos habían mantenido vínculos con la red de Spiniak. Entre informaciones contradictorias sobre esta ramificación del caso, la chica que aportaba testimonio contra dos políticos, Gemita Bueno, acabaría declarando que había mentido. Posteriormente, sería condenada por falso testimonio.
“Siempre me quedó la sensación de que había un revés del caso que la verdad judicial y el establishment, por decirlo de alguna manera, no lograron capturar”, recuerda Fernando Guzzoni
El realizador Fernando Guzzoni (Jesús) explica que estuvo muy atento a este proceso judicial en sus momentos de máxima cobertura mediática. A lo largo de los años, dirigió dos ficciones y un documental, pero la trama de pederastia volvía a su mente de manera habitual. “Siempre me quedó la sensación de que había un revés del caso que la verdad judicial y el establishment, por decirlo de alguna manera, no lograron capturar”, explica el realizador. En una de estas vueltas a pensar el caso, volvió a mirarlo y sintió “que había una película”.
El proyecto podía haberse abordado desde diferentes puntos de vista. Blanquita podría haber sido abordado como un drama social, un drama judicial, un thriller judicial, un thriller político y mil y una hibridaciones y recombinaciones. Para su autor, el resultado es un thriller que no es químicamente puro. “No solo es un ejercicio de género, porque trae aparejadas unas preguntas con dimensiones políticas y humanas sobre el rol de las instituciones, sobre las asimetrías del poder, sobre cómo nuestra sociedad construye ciudadanías de segunda que no tienen acceso a los derechos humanos”, afirma.
El realizador emplea una fotografía oscura que remite a la estilización del thriller. En cambio, rehuye la inflación sensacionalista propia de la vertiente más espectacular de ese género. La manera contenida cómo filma un asalto automovílistico es un ejemplo de ello: el ataque sucede, pero no se resalta a través de un dispositivo visual agresivo. El autor también optó por “dejar fuera de las imágenes mucha de la violencia que estaba representada oralmente en la película para que no hubiese banalización ni morbo, ni se generase una revictimización”.
Guzzoni emplea las formas de un cine sobrio, sin morbo sexual ni violencia recreativa, que no deja de ser apto para un público razonablemente amplio
Guzzoni emplea las formas de un cine sobrio, sin morbo sexual ni violencia recreativa, que no deja de ser apto para un público razonablemente amplio. Considera que el thriller era el dialecto fílmico idóneo para “construir un puente con la audiencia”. A la pregunta de si le generaba dudas o veía tensiones en usar dispositivos y logísticas del cine comercial para retratar a personajes socialmente excluidos, responde que “hay operaciones formales que a veces son necesarias para instalar temáticas en el debate público. El tema de los abusos a menores era muy espinoso, y me parecía idóneo construir un anclaje de género para poder llegar a cierta audiencia, para plantear una discusión y una reflexión incómoda y a contrapelo de lo oficial”.
El asunto resbaladizo de definir qué es verdad
La protagonista de Blanquita falsea su posición. Es una niña realmente abandonada y excluida, pero que miente para defender una verdad que no puede defender su compañero. Es él quien ha sido víctima de abusos sexuales, pero se le considera un testigo no fiable por su pasado y por un cierto deterioro cognitivo. Guzzoni escenifica “un traspaso oral del dolor de un personaje de un niño a esta niña que pasa a ser la voz de los sin voz, aunque sea con una doble moral”. Al realizador le fascinó la idea que una joven “sin poder, sin posición social, pone en tensión a todas las instituciones e interpela a poderosos”.
“La verdad judicial estableció que ese político era inocente, pero somos muchos los que creemos que lo que verdaderamente ocurrió se parece más a lo que explica la película que a la verdad judicial”, asegura el director
El realizador optó por tomarse algunas licencias que evidenciasen que no firmaba una reconstrucción histórica, sino que “tomaba elementos del caso donde la ficción se colaba con libertad”. Los nombres están cambiados, pero los referentes reales son fácilmente identificables para cualquier conocedor del caso. Blanquita está inspirada en la mencionada Bueno, y el cura que la acompaña remite a José Luis Artiagoitía, condenado por inducción a falso testimonio. En la ficción, el exministro al que acusan es un pederasta al que no se puede acusar mediante la verdad. El cineasta considera que “la verdad judicial estableció que ese político era inocente, pero somos muchos los que creemos que lo que verdaderamente ocurrió se parece más a lo que explica la película que a la verdad judicial”.
Los protagonistas se retratan como héroes imperfectos que usan la mentira como un desvío para acceder a la reparación, como una herramienta necesaria para quebrar “esa impunidad que forma parte de la lógica de la justicia en un país como Chile”, explica Guzzoni
En todo caso, los protagonistas de Blanquita se retratan como héroes imperfectos que usan la mentira como un desvío para acceder a la reparación, como una herramienta necesaria para quebrar “esa impunidad que forma parte de la lógica de la justicia en un país como Chile”, explica Guzzoni. Según el realizador, Blanquita “acciona una respuesta a la impunidad de unos poderes que históricamente han disciplinado, han racializado, han oprimido a los mismos cuerpos de siempre, pero no lo hace desde el lugar que el mundo conservador ha reservado a lo femenino. No es un personaje puro, higienizado, santificado, y eso me parecía subversivo”.
El filme es sólido como artefacto híbrido de géneros y, a la vez, parece vaporoso y esquivo en su relación con lo real. Solo al final se indica que hay un vínculo con acontecimientos verídicos. Y el verbo escogido para explicarlo resulta relevante: la obra está “inspirada”, que no “basada”, en unos genéricos “hechos reales” que no se explicitan. El relato se basa en los testimonios, en la oralidad. Y esta oralidad se asume como problemática y no del todo confiable, como origen de incertidumbres, sobreentendidos, imprecisiones y sospechas. El resultado es una película resbaladiza para un caso resbaladizo.
Si Guzzoni habla de “cómo los relatos construyen una realidad”, su obra muestra un camino incierto que resulta interesante e inquietante a la vez. Y que genera un efecto bastante diferente al que hubiese producido un relato de denuncia sobre los hechos probados del caso Spiniak. “Siento mucho respeto por un cine con un carácter más de denuncia, especialmente en el ámbito del documental, pero en el ámbito de la ficción me parece más interesante tensionar la realidad, problematizarla, que posicionarme de una manera muy activista o muy proselitista”, declara Guzzoni.
Mírame, mírame
Blanquita se estrenó en Chile el pasado 27 de abril con el aval de un premio al mejor guion en la sección Orizzonti del Festival de Cine de Venecia. La película incluye unos cuantos dardos: los partidos políticos reaccionan de manera defensiva, protegen a los acusados para protegerse a sí mismos, y la Iglesia también parece bastante interesada en contribuir a enterrar el caso. Guzzoni considera que la amplia cobertura mediática que, a su parecer, ha recabado el filme sugiere que más personas comparten su sensación “de que la verdad jurídica no logró capturar toda la complejidad de este caso”.
Algunos acusados fueron absueltos, y esa “verdad judicial” de la que habla Guzzoni fijó que habían sido señalados de manera conscientemente falsa. Pero más allá de esa ramificación del caso relacionada con representantes parlamentarios en ejercicio, se probó una red de pederastia y abuso sexual de menores que depredaba a los más vulnerables entre los más vulnerables: niños de la calle y huérfanos de las clases populares. La película, a su manera, también pone un espejo a través del que mostrar un problema estructural de fondo: “Las instituciones destinadas a la atención a la infancia siguen fallando”, afirma el realizador.
En este aspecto, hay una responsabilidad colectiva que depurar. El filme acaba con un plano contundente realzado por un bello juego de luz, oscuridad y sombras. La protagonista está con una mirada perdida que termina redirigiendo hacia la cámara, no de frente sino en diagonal, en un gesto que puede parecer acusatorio hacia una sociedad indiferente. Guzzoni explica que su intención era doble. Por una parte, estas imágenes implican una cierta ruptura de la cuarta pared que recuerda a la audiencia que la protagonista era “un personaje del interior de una película”, pero también suponen una interpelación a la audiencia: “Es como si Blanquita te dijese ‘mírame, mírame y piensa cuál es tu posición sobre lo que acabas de ver’”.