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Con su tendencia a la exageración, el filósofo Slavoj Zizek calificó Están vivos como una “obra maestra olvidada del Hollywood izquierdista”. Considerarla olvidada puede resultar tanto o más exagerado que calificarla de magistral, pero ciertamente nunca ha sido la película más llamativa de su guionista y director. Al fin y al cabo, se trata de John Carpenter, ese maestro del cine fantástico que, a la manera del escritor H. G. Wells (La guerra de los mundos), encadenó clásico tras clásico en los inicios de su carrera: Halloween, La niebla, La cosa...
La undécima película del realizador estadounidense se filmó en un momento de tensión con los grandes estudios. El fracaso comercial de Golpe en la pequeña China supuso un revés que no tuvo demasiadas vueltas atrás: Carpenter sería encasillado como una figura incómoda y se vio empujado a un retiro parcial muy prematuro.
Están vivos, de presupuesto moderado y espíritu independiente, fue criticada por su esquematismo dramático. Y, aun así, 30 años después de su estreno, sigue generando memes, camisetas y muchas bromas en forma de vínculos irónicos con el presente. Porque las críticas políticas que incluía siguen hablándonos de nuestras vidas y nuestra sociedad. Y nos recuerdan que una película coyuntural no necesariamente se convierte en una película caduca.
La propuesta reelaboraba el esquema clásico de infiltración fijado en La invasión de los ladrones de cuerpos, adaptándolo al paisaje económico de la era Reagan. El clásico de Don Siegel desprendía ambigüedad, hasta el punto que sus mismos responsables discutieron si se trataba de una obra macarthista o antimacarthista.
Carpenter, en cambio, apuntaba de manera evidente a la cultura de los yuppies, a la competitividad caníbal, a la polarización social y el incremento de las oportunidades... para los que ya acumulan capital. Explicaba un fenómeno en proceso: a golpe de crisis y de sacrificios salariales ‘premiados’ con fusiones, liquidaciones y deslocalizaciones, los trabajadores se iban empobreciendo. Los responsables de todo ello eran las élites... ¿humanas?
Los 80 son los nuevos 50
Con su banda sonora ‘americana’ y su protagonista errante caminando junto a las vías del ferrocarril, Están vivos comienza con ecos de western. Un albañil llega al presunto El Dorado californiano, Los Angeles, en búsqueda de trabajo, de una pequeña porción de aquel sueño americano en el que todavía cree. Su nombre, John Nada, evidencia su naturaleza de desposeído. Un compañero afroamericano, que también ha tenido que emigrar en busca de un jornal, le introduce en los espacios de subsistencia de la ciudad de las estrellas. Ambos son alimentados por una iglesia local y duermen en un emplazamiento de chabolas cercano.
A diferencia de la aporafobia habitual en el thriller urbano de la época, cargado de pánico a la inseguridad ciudadana y amante de la brutalidad policial, Carpenter filma desde la simpatía a este grupo de personas que no tienen hogar. Los héroes de su historia serán los excluidos del sistema: albañiles errantes, pastores de barrio, científicos de discurso aparentemente paranoico... Entre ellos, destaca ese John Nada que descubre, por casualidad, una verdad oculta y enloquecedora, visible mediante unas lentes de ciencia ficción: el planeta ha sido parasitado por una especie que nos gobierna a golpe de mensajes subliminales.
“Obedece”, reza la escenografía de un mitin electoral; “este es tu Dios”, dicen los billetes de dólar. Reagan y sus amigos, los yuppies, son un grupo de explotadores extraterrestres y sus colaboradores humanos. No era la primera vez que se planteaba algo parecido, aunque fuese de manera más casual: el inicio de Hidden también nos presentaba a un alienígena bajo disfraz de tiburón de las finanzas amante de la cocaína (o viceversa).
En esos mismos años, Fred Dekker (El terror llama a su puerta) o Tobe Hooper (Invasores de Marte) habían resucitado el cine de ciencia ficción de los 50. Recuperaban unas narrativas con tendencia a señalar una especie de otredad monstruosa del socialismo: la consabida despersonalización, la atonía sentimental, el sentimiento grupal hasta lo suicida... Esta recuperación narrativa tenía lógica porque el reaganismo tenía algo de nuevo macartismo, de momento álgido para la derecha más agitada y patriótica.
Si Dekker o Hooper usaron un tono de revival no demasiado incisivo, Carpenter ensayaba una inversión ideológica. En Están vivos, el comunismo no era el enemigo que daba miedo, sino una coartada del establishment: una vía para desacreditar a disidentes como el mismo realizador, hijo de la contracultura pero tan americano como el pastel de manzana.
A tiros contra el capital
La premisa sci-fi de la película se complementaba con unas dosis de acción y humor propias del Hollywood intoxicado de acción y testosterona que dominaban los rostros y músculos de Schwarzenegger, Stallone y compañía. En la ficción, existía un grupo clandestino pero acababa imponiéndose el héroe individual. Esta vez, lo interpretaba un luchador de Wrestlemania con aspecto de currante: Roddy Piper. El estallido de ira violenta del personaje, desquiciado al conocer que vive en un engaño, podía complacer tanto al espectador izquierdista como a un anarcocapitalista frustrado por no recibir su parte del pastel dinerario.
A pesar de su enfoque muy directo, Carpenter incluyó sutilezas que hacían zozobrar algunas identificaciones automáticas. A pesar de la evidente alianza de Reagan con la derecha religiosa, uno de los líderes de la resistencia contra los oligarcas del espacio lleva alzacuellos. Y su héroe proletario mostraba un apego a las armas al estilo del western o de la Asociación Nacional del Rifle, mientras conjuraba la frustración del desplazado mediante tiroteos. El realizador no esquiva el riesgo de oferecer una violencia de cómic, sin sufrimiento, que gratifica al espectador a pesar de remitir a situaciones perturbadoras como los asesinatos en masa en establecimientos públicos.
En 1988, Hollywood y su periferia litigaban sobre la manera como se abordaban las heridas del Vietnam. Mientras los actioners de la Cannon (Desaparecido en combate) o Carolco (Rambo y, especialmente, Rambo II) vestían el discurso revisionista de la ultraderecha con ropajes de entretenimiento patriota, autores como Oliver Stone respondían con Platoon. Carpenter, por su parte, dejaba de lado la historia para hablarnos de presente y de dinero en clave agit-pop. El mismo Stone acababa de firmar Wall Street, un síntoma del creciente hartazgo hacia la cultura de yuppies y brókers que seguía dotando de carisma al tiburón de las finanzas. Están vivos, con sus tensiones y contradicciones, iba más al choque frontal.
El planteamiento de fondo de Carpenter iba en sintonía con las situaciones presentadas. Si el humor se mezcla con la muerte, Están vivos resulta deprimente y, a la vez, complaciente. La Tierra es una colonia explotada por una minoría, adormecida por los mensajes subliminales del lenguaje publicitario; una señal fantástica consigue ocultarnos la realidad de empobrecimiento ocultada bajo las promesas del consumismo. A la vez, la presencia de un enemigo exterior resulta tranquilizadora, pero no deja de ser un disfraz para hacer más cómoda una narración que trata de algo muy parecido a la lucha de clases. Y su inclemente representación de la violencia policial remitía al Hollywood progresista de décadas previas, más que al imperante elogio de la mano dura.
Cine
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Con todo, Carpenter rehuyó el simple relato de un nosotros (humanos) contra un ellos (extraterrestres). Hay colaboracionistas dispuestos a vender a su especie por una módica suma. Como explicó el cineasta, todo trata de dinero, como en el mismo diseño antisocial (recordemos las palabras de Thatcher: la sociedad no existe, solo los individuos y sus familias) del reaganismo. Y eso inquietaba a unos productores que querían a unos alienígenas con otra motivación: que fuesen caníbales, o cualquier otra cosa, en lugar de meros capitalistas que explotaban los individuos y territorios que encontraban a su paso. En plenos ‘ajustes presupuestarios’ que esquilmaban la soberanía de los países latinoamericanos, el autor de Halloween trazaba una linea de identificación con esas otras ciudadanías. “Nosotros somos su tercer mundo”, intuían los protagonistas cuando vislumbraban el funcionamiento interno de la conspiración.
¿La verdad nos hará libres?
Están vivos parece muy alejada de la estética tenebrista del ciberpunk. No incluye noches lluviosas ambientadas en futuros tremendistas. La trama transcurre mayoritariamente bajo la luz solar, por mucho que el trabajo de Carpenter (príncipe de las tinieblas, señor de la oscuridad en la pantalla cinematográfica) y su equipo brille especialmente en un par de escenas nocturnas de razia policial y enfrentamiento armado. Aunque la historia tenga una ambientación contemporánea y no incluya humanos-máquina ni ruinas de tecnología electrónica obsoleta, sí que incorpora algunos rasgos de las narrativas de William Gibson (Neuromante) y compañía.
¿Qué hay del ciberpunk en esta historia de conspiraciones y acción directísima? La insistencia en una intensa dualización social identificada como efecto del auge neoliberal, por ejemplo. Y la importancia otorgada a la batalla comunicativa. Entre un cierto pesimismo, entre las dificultades logísticas de unos resistentes enfrentados a un poder que les trasciende, abre la posibilidad de agitar consciencias a través de la intervención mediática. Es el hackeo libertador, sea a través del sabotaje de la señal que se combate o de su alteración para difundir mensajes propios.
La comunicación clandestina, en clave mucho más fantástica, también aparecía en la inmediatamente anterior El príncipe de las tinieblas, que nos hablaba de un apocalipsis mucho más explícito, oscuro y religioso.
Conscientemente o no, Carpenter facturó una película que servía para recordarnos que lo distópico puede ser también cotidiano y luminoso como una Apple Store. Que la explotación extrema no tiene porque interrumpir el flujo de triunfales imágenes de consumo y promesa de bienestar. Y puede despertar la adhesión de la población, siempre que haya la posibilidad de ser el agraciado con un premio improbable en el casino del sueño americano. Al fin y al cabo, el país acababa de votar en masa a Ronald Reagan y repetiría con el nada carismático y más bien oscuro George H. W. Bush, antiguo mandamás de la CIA.
El lema del protagonista de Wall Street, la avaricia es buena, sería defendido por el ‘democrat’ Bill Clinton, que impulsaría algunas de las más profundas desregulaciones de la economía estadounidense, favoreciendo la financiarización de la economía y un Matrix de bienestar fundamentado en la deuda y el crédito barato. Los yuppies consiguieron ganar aunque una cierta hostilidad social, proyectada en ficciones como la misma Están vivos o Robocop, les hizo cambiar de apariencia y uniforme.
En la película de Carpenter, el grupo de resistentes tienen todas las de perder. Varios personajes se alinean con el bando de los explotadores a causa de ese fatalismo. El desenlace de la ficción integra estas tensiones entre el pesimismo y las matizaciones complacientes, entre la masacre y el humor socarrón. Un final agridulce alterna el drama con la distensión humorística y la confianza en la propagación de un mensaje crítico. La verdad deja de ser un secreto compartido entre un grupo de excluídos partisanos y tú, el espectador. Y aun así, ganó Bush. Tú libraste la batalla pero nosotros perdimos la guerra, John Nada.
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Me ha gustado mucho este articulo, porque no hace mucho vi esta pelicula que me encantó. ¿Este articulo será publicado en papel?
Gran parte de la alucinante obra gráfica del artista Hal Hefner está directamente inspirada en la pelicula "They Live" de Carpenter. No os la perdáis:
http://www.consumepopculture.com/