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Centros sociales
No sé por qué dan tanto miedo nuestras okupas
Al ritmo de Rigoberta Bandini cantábamos en la calle versionando la letra, ya acordonadas y aisladas del resto de compañeras desde hace varias horas, festejando y protegiendo la recuperación del edificio de calle Hortaleza 88. El espacio, patrimonio sindical de UGT desde 1987, será dentro de poco un hotel más en el centro de Madrid gracias a un cambio de uso de suelo aprobado este febrero por el Ayuntamiento de Almeida. Más allá de los errores de este “sindicato de clase”, quería ahondar en la cuestión que canturreábamos: “No sé por qué dan tanto miedo nuestras okupas”.
Los centros sociales (okupados y/o autogestionados) forman parte de nuestro entramado social urbano desde hace años y las ocupaciones (simbólicas y no tan simbólicas) son parte de los repertorios de lucha desde hace muchos más. Sindicatos, jóvenes, movimientos muy diversos (ecologistas, vivienda, LGTBIQ) han usado esta práctica para recuperar fábricas en las que trabajar, campos que cultivar, edificios en los que vivir, salas en las que bailar. También para señalar una vulneración de derechos o proteger un bien común. Cuando okupamos no solo recuperamos algo para su uso social, se cuestiona y dinamita uno de los pilares principales del sistema económico actual, la propiedad privada. Y arrancar al poder un espacio es una práctica codiciada y contagiosa.
Cuando okupamos no solo recuperamos algo para su uso social, se cuestiona y dinamita uno de los pilares principales del sistema económico actual, la propiedad privada
En nuestra cultura la propiedad privada está absolutamente sacralizada y se ha instalado la idea de que alguien puede ser propietario por encima de todo, incluso por encima de los derechos del resto. No siempre fue así, primero fue la propiedad común y luego la propiedad privada. Este concepto se establece con la instauración del sistema capitalista y su desarrollo cultural, político y social en la Edad Moderna. El “desarrollo” de este tipo de sociedad desde el siglo XVI y las ideas de sus intelectuales, la mayoría hombres, establecieron una teoría social y económica asociada a la competitividad y el beneficio monetario. Acompañada de una definición del derecho basada en el individuo, no la colectividad, aislándolo y generando la fantasía de que no somos interdependientes (nos necesitamos unas a otras para sobrevivir) ni ecodependientes (vivimos gracias a los recursos naturales finitos), tal y como explican los ecofeminismos.
Y en el desarrollo de este sistema, saltándome historia para ir al meollo, pasan cosas perversas como que normalizamos que la propiedad privada está por encima de otros derechos (vivienda, servicios básicos o directamente el derecho la vida digna) y que por el beneficio económico se justifica todo: la explotación de las mujeres para mantener aseados-comidos a sus hombres y niños/as/es, el expolio de los recursos del sur para mantener el nivel de vida en el norte, las fronteras que dejan pasar bienes pero no personas, la falta de acceso a servicios básicos para todas... Y así la economía, lo que debería ser simplemente un sistema eficiente al servicio de la sociedad, se come a la sociedad. Sus normas y valores reestablecen las prioridades. Hemos normalizado en este mundo que haya empresas a las que les pedimos que, por favor y sin enfadarse, cambien sus prácticas porque sesgar vidas está feo y el planeta es finito.
La okupación es un sartenazo político y molesta, no sólo porque “va en contra de nuestra legalidad", sino que molesta porque la cuestiona
La okupación es un sartenazo político y molesta, no sólo porque “va en contra de nuestra legalidad” (ups, ¿os habéis enterado de que el Tribunal Supremo ha dado la razón a la Ingobernable?, ¿cuántos casos de corrupción se les ha pillado a ciertos defensores de la legalidad?), sino que molesta porque la cuestiona. Por ejemplo, si hablamos de vivienda: hay 3,4 millones viviendas vacías en nuestro territorio (según datos del INE 2020, desde entonces dejó de dar este dato) y a la vez no dejan de aumentar los desahucios. 11.947 en 2021, cifra récord desde 2016 y que supone un incremento del 57,4% respecto a 2020, su mayor repunte anual desde el inicio de la serie en 2014. En la Comunidad de Madrid en concreto, tal y como denuncia el Sindicato de Inquilinas, hay 263.000 viviendas vacías, pero los precios están por las nubes. Si organizas, relacionas y denuncias estos datos, o haces algo al respecto, eres una radical.
Por eso la derecha vincula okupación con vandalismo e inseguridad. Y parte de la izquierda a veces lo compra. “Acabar con los okupas de La Ingobernable” fue la campaña de Almeida. Pero no solo, si escucháis la televisión o la radio no habréis oído pocos anuncios de empresas de alarmas y aseguradoras proyectando el miedo de cierto cuento okupa de “a una pobre señora se le metieron en casa cuando iba hacer la compra”. Aunque hay diferentes datos, en los más tendenciosos se admite que del monto total de okupaciones en nuestro país, que suelen ser a bancos y fondos de inversión, un porcentaje menor del 20% implica a particulares, de los cuales en ninguna denuncia era su vivienda principal. No es estratégico entrar en un sitio en uso y por eso no se hace. Podríamos entonces pensar por qué se alerta así de un “problema social” que en la realidad es insignificante. Generando miedo y criminalizando a diferentes personas. Paremos un segundo aquí, porque quiero recalcar que sea un centro social o una casa, se okupa para dar valor de uso a un bien (inmueble), que nos es lo mismo que el valor de mercado, que es el que estamos pagando y que está muy por encima normalmente de las posibilidades reales que nos permiten nuestros salarios.
Quizá antes de subirnos a la ola del odio y el miedo (“¡Ay, como me okupen a mí!”), deberíamos pensar en respetar ese famoso contrato del estado del bienestar capitalista en el que se suponía que todo el mundo debería tener acceso a una vivienda. No lo digo yo, lo dice la Constitución del 78. En resumen, la vivienda debería ser un bien básico al alcance de todas, hay suficientes edificios vacíos para que así sea (sí, quizá reventando el negocio a unos fondos de inversión, ¿por qué no?) y además podemos afirmar que existe un dispositivo comunicativo y político que genera una fantasía de inseguridad y competitividad.
Lamentablemente tenemos integrado, casi tatuado, que la propiedad privada está únicamente al servicio de su propietario, sin importar si el uso que se le vaya a dar tiene un impacto negativo para la sociedad
La recuperación de espacios genera al menos dos problemas. El primero, más inmediato e individual, es una cuestión de coste de oportunidad para el mercado y la propiedad. Voy a citar un comunicado de esta semana “UGT y su dirección, tiene la potestad de decidir la gestión de su patrimonio como considere oportuno, con el fin de obtener el máximo rendimiento para poder destinarlo a la lucha”. Lamentablemente tenemos integrado, casi tatuado, que la propiedad privada está únicamente al servicio de su propietario, sin importar si el uso que se le vaya a dar tiene un impacto negativo para la sociedad. En este caso, perder parte de nuestro patrimonio sindical para especular y hacer un hotel más en Madrid. El segundo problema es para la gente a la que no le va nada mal en este sistema. Si empezamos a revertir la idea de que el hecho de “poseer” no tiene que estar por encima del “ser”, la ganancia individual (o de unos pocos) por encima del bienestar general, quizá la cosa derive poco a poco en algo que no les interesa lo más mínimo.
Así la acción de abrir un espacio no sólo cuestionala especulación, propone una respuesta. Porque podemos hacer algo ante esto. No queremos normalizar que una serie de empresas y personas puedan acumular sin límite y en contra del interés general. En el caso concreto de la vivienda, han absorbido una gran parte del mercado inmobiliario, generando y beneficiándose de una necesidad social. En el caso de los comunes rurales (montes, pastos, aprovechamientos forestales) impiden el acceso y su explotación a toda la comunidad que solía usarlos y cuidarlos. Devaluando así sus capacidades para sobrevivir.
UGT debería pensarse, por respeto a su historia y a todas aquellas que fueron reprimidas hace bien poco simplemente por ser de este sindicato, qué favor le está haciendo a la sociedad, la lucha sindical y a su sindicato
UGT debería pensarse, por respeto a su historia y a todas aquellas que fueron reprimidas hace bien poco simplemente por ser de este sindicato, qué favor le está haciendo a la sociedad, la lucha sindical y a su sindicato. Primero especulando, luego desalojando sin diálogo y criminalizando. Fridays For Future, Extinction Rebellion, La Ingobernable, La Ferroviaria, La Eko... son grupos de jóvenes que han sostenido este proceso y a los que han manifestado su apoyo en el pasado. La recuperación de espacios es una estrategia, ¿la única? Por supuesto que no, se pueden montar manis, plataformas, podcast, escraches, partidos, sindicatos... Pero es un error no tener una estrategia combinada entre calle (donde pasan las cosas) – institución (donde se decide sobre nuestras vidas) e intentar reorientar los devenires de este sistema. Porque como bien dice el movimiento ecologista o feminista, nos va la vida en ello.