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Green European Journal
El valle de Can Masdeu: la agroecología como una cura para el futuro
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Al sonar la campana, cuarenta personas dejan a un lado sus semillas y herramientas para subir la cuesta de tierra hacia un huerto a la sombra. Entre ellos está Marc Rojas Pazos, un estudiante de microbiología que vive en Barcelona. “Hace casi un año que vengo todos los jueves a Can Masdeu. Ahora voy a quedarme quince días, para poner a prueba mi relación con la ciudad y ver si la vida con la naturaleza es para mí“, dice mientras se sirve una generosa ración de sopa de lentejas.
El valle de Can Masdeu, situado dentro del Parque Natural de Collserola y al que se puede acceder desde Barcelona en transporte público, es un lugar de experimentación agroecológica y resiliencia climática desde hace más de veinte años. Se trata de un espacio ocupado desde 2001, cuando una decena de activistas se opusieron a los planes de convertir la antigua leprosería de Sant Pau en pisos de lujo y lo ocuparon. Ese mismo año, los activistas también eligieron el lazareto como sede de una conferencia sobre el cambio climático.
Desde entonces, la ocupación ha dado lugar a un proyecto enraizado en la lucha altermundista. En Can Masdeu, el blitz, la flecha en forma de rayo que simboliza la cultura de la okupación, atraviesa una manzana en lugar del círculo tradicional, indicando las preocupaciones ecológicas de los habitantes del valle. “Éramos miembros del movimiento antiglobalización, ecologistas, activistas internacionales o gente del barrio de Nou Barris”, explica Arnau Montserrat, uno de los primeros ocupantes que aún vive en Can Masdeu.
En abril de 2002, más de cien policías intentaron desalojar a Arnau y al resto de los ocupantes, que durante tres días organizaron actos de resistencia no violenta, incluido encadenarse a partes del edificio. Los propietarios de las instalaciones, el Hospital de Sant Pau, abandonaron finalmente sus intenciones y desistieron de cualquier otra orden de desalojo.
En torno a un centenar de jóvenes, jubilados y familias cuidan de los huertos comunitarios, divididos en 35 parcelas y que producen frutas y hortalizas siguiendo prácticas agroecológicas
“Hace unos años vivían aquí unas 20 personas, incluidas familias con niños. Hoy somos unos diez miembros permanentes, más algunos invitados, como Marc, que se queda con nosotros un par de semanas o incluso unos meses, de forma excepcional”, explica Claudio Cattaneo, profesor de Ecología Política en la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro de esta ecocomunidad desde hace más de veinte años. Tanto quienes viven permanentemente en el espacio ocupado como los huéspedes contribuyen con 100 euros al mes. El resto de los gastos de funcionamiento del local se cubren mediante la organización de fiestas, crowdfunding o servicios de catering ecológico.
No obstante, quienes ocupan el edificio y el terreno circundante, que abarca unas 35 hectáreas, no sólo han dedicado sus esfuerzos desde el principio a construir una ecocomunidad, sino también un centro social y un huerto comunitario a través de los cuales cultivan relaciones con el barrio y el resto de la ciudad. El centro social Punto de Interacción de Collserola organiza todas las semanas talleres de música, manualidades, bricolaje, teatro y danza, y acoge asambleas de otros movimientos sociales y ecológicos como Extinction Rebellion o Ecologistes en Acciò, así como conciertos, espectáculos y proyecciones de películas y documentales.
De acuerdo con sus ocupantes, la combinación de las perspectivas ecológica y feminista entraña volver a priorizar la vida (tanto la humana como la no humana)
En torno a un centenar de jóvenes, jubilados y familias cuidan de los huertos comunitarios, divididos en 35 parcelas y que producen frutas y hortalizas siguiendo prácticas agroecológicas. “Vengo siempre que puedo”, explica David, un jubilado residente en Nou Barris que lleva muchos años cuidando los huertos del Valle. “Al no practicar cultivos intensivos y evitar las limitaciones de la producción industrial, tenemos libertad para experimentar con técnicas agroecológicas y de adaptación al cambio climático, tomándonos el tiempo necesario para hacerlo de forma no extractiva ni perjudicial para la naturaleza”.
A estos tres pilares del proyecto (la ecocomunidad, el centro social y los huertos comunitarios) se suman dos nuevas iniciativas: Regenerades y la Casa dels Futurs. De hecho, Can Masdeu abre sus puertas cada jueves a cualquiera que quiera acercarse a la agroecología o simplemente pasar algunas horas en los huertos trabajando la tierra. Así es como muchas personas, como Marc, se han hecho una idea de este lugar y de sus compromisos políticos y ecológicos. “Después de la pandemia, el proyecto Regenerades despegó: cada jueves, cuarenta o cincuenta personas vienen a echarnos una mano”, explica Montserrat. “Estoy de baja por maternidad y me gusta venir aquí con mi hija pequeña para estar al aire libre, en contacto con la naturaleza y en compañía”, dice Marie, una joven francesa que vive en Barcelona desde hace unos años.
Agroecología regenerativa
Uno de los principales puntos de referencia de la comunidad de Can Masdeu siempre ha sido el modelo de decrecimiento, canalizado en este caso a través de la agroecología. Catalunya es una zona fronteriza en cuanto a crisis climática se refiere: en febrero de 2024, el Gobierno de la comunidad autónoma declaró la emergencia por sequía, lo que obligó a los agricultores del valle a replantearse algunas de sus estrategias hortícolas.
La producción autosuficiente mediante huertos comunitarios se opone frontalmente a la agricultura industrial. “Empezamos a producir alimentos, en parte porque teníamos el privilegio de tener un huerto y en parte porque uno de los principales objetivos de las demandas ecológicas a escala mundial es precisamente el sistema agroindustrial”, motor de explotación, deforestación y contaminación.
La práctica agroecológica ha permitido a Can Masdeu experimentar con sistemas de cultivo resilientes e instrumentos de adaptación al cambio climático
La agricultura industrial y la agrozootecnia se encuentran entre los mayores culpables de haber sobrepasado seis de los nueve límites planetarios, incluyendo la pérdida de la biodiversidad, la contaminación química, la extracción excesiva de agua dulce y el cambio climático. “Y luego hay muchas personas del ámbito académico que han difundido la agroecología en Catalunya y que nos han influido también”, añade Montserrat.
La práctica agroecológica ha permitido a Can Masdeu experimentar con sistemas de cultivo resilientes e instrumentos de adaptación al cambio climático. El principio clave es el potencial regenerativo de la tierra, los cuerpos y las relaciones. “Utilizamos lo que yo llamo 'agroecología regenerativa' para sacar lo mejor de cualquier trabajo agroecológico, no sólo dentro del campo, sino también en la relación entre nosotros y el lugar que habitamos”, continúa Montserrat. Entre las prácticas utilizadas están el uso de biomasa local, los circuitos cortos de comercialización y el policultivo. Según Montserrat, no sólo implica adoptar una postura en el sentido puramente ecológico, sino que también tiene un componente social, pues contribuye a aumentar la resiliencia de los agricultores.
Todo esto es posible gracias al desarrollo de las relaciones horizontales con proveedores y con quienes vienen a comprar y consumir los alimentos del antiguo lazareto a precios asequibles (cinco euros por un almuerzo ecológico y vegano). Aunque dentro del recinto ocupado no se produce todo lo necesario para vivir, sí se cultivan relaciones éticas de intercambio con el exterior. “Para el arroz, por ejemplo, recurrimos a cooperativas ecológicas o a proyectos similares con los cuales hacemos trueque e intercambiamos productos”, explica David mientras lleva las herramientas al almacén al acabar su turno.
“La inestabilidad climática también se combate con la biodiversidad, con semillas mejor adaptadas al clima local en vez de semillas de interés comercial, que solo son productivas bajo ciertas condiciones”, dice Montserrat
Al igual que el resto de Catalunya, Can Masdeu está buscando soluciones para adaptarse a los cada vez más frecuentes periodos de sequía. “La inestabilidad climática también se combate con la biodiversidad, con semillas mejor adaptadas al clima local en vez de semillas de interés comercial, que solo son productivas bajo ciertas condiciones”, dice Montserrat. “El otro gran problema es obviamente el agua, hay que regar menos. El modo en el que cultivamos la tierra hace que retenga mucha más agua y nutrientes”.
Cuidados, vida, reproducción
Las prácticas e ideas que se cosechan en Can Masdeu se han extendido más allá de los confines del antiguo lazareto. Muchas de las personas que han formado parte de la comunidad (aunque sólo haya sido por unas semanas) han impulsado posteriormente proyectos agroecológicos en otros lugares. Un ejemplo es Arran de Terra, una de las consultorías agroecológicas más importantes de Catalunya, que además es una cooperativa.
Los principios e ideas que cimentan la comunidad también han evolucionado desde los inicios de los 2000. “La comunidad ecológica, a día de hoy, deja mucho que desear. Han surgido muchos otros proyectos, pero casi ninguno ha conseguido tener un impacto significativo ni contagiar al resto de la comunidad y la sociedad. Sigue siendo necesario un cambio en la mentalidad”, explica el profesor Cattaneo mientras en la cocina del segundo piso de Can Masdeu se prepara el almuerzo colectivo tras la labor en la huerta. “Ahora existen alternativas todavía más eficientes en términos de consumo como, por ejemplo, el coliving urbano abastecido por energías renovables. Pero en la monocultura capitalista en la que vivimos, nada de eso altera de forma radical el estilo de vida de la gente”.
“Creo que el feminismo tiene el potencial interseccional de unir las luchas, es algo que también veo en mis estudiantes”, cuenta Cattaneo
El decrecimiento y el “crecimiento verde” (o ecomodernismo, es decir, la búsqueda de estrategias de adaptación mediante la implementación de nuevas tecnologías) son dos de las vías alternativas sugeridas por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) en su informe de 2022. Esa fue la primera vez en la que el término “decrecimiento” apareció citado de forma explícita desde 1990, cuando se publicó el primer informe del panel intergubernamental.
Según Cattaneo, siempre existe el riesgo de que el “crecimiento verde” esconda una suerte de ecofascismo: una adaptación a la crisis climática que implique la adopción de tecnologías eficientes por parte del Norte Global mediante la creación de “zonas de sacrificio” en el Sur Global. Algunos ejemplos comunes son las explotaciones mineras para la extracción de metales y minerales raros indispensables para las nuevas tecnologías, los vertederos globales, el cierre de fronteras y el bloqueo de las rutas de migración allá donde más se padecen los efectos del cambio climático.
En oposición a este modelo de prosperidad basado en la explotación y la exclusión, el decrecimiento propone un enfoque interseccional basado en el feminismo, la reflexión queer y el pensamiento decolonial. “Creo que el feminismo tiene el potencial interseccional de unir las luchas, es algo que también veo en mis estudiantes”, cuenta Cattaneo. Durante mucho tiempo, la tradición feminista ha quedado relegada a los márgenes del pensamiento ecológico dominante en Occidente, pero la necesidad de una perspectiva feminista en los asuntos medioambientales es cada vez mayor, especialmente en los círculos decrecentistas. Algunos de los términos clave En Decrecimiento: vocabulario para una nueva era (2015), editado por Giacomo D’Alisa, Federico Demaria y Giorgos Kallis (todos académicos de la Universidad Autónoma de Barcelona), son “cuidados” y “economía feminista”.
En el valle de Can Masdeu se está intentando aplicar este enfoque interseccional. “Hace ya un año que estamos reorganizando algunas cosas y avanzando en una dirección más feminista. Por ejemplo, hemos formalizado el trabajo de cuidados”, dice Maria Madeleine Pérez Jiménez, una activista venezolana que vive en Can Masdeu. El trabajo de cuidados abarca todas aquellas actividades que contribuyen a la reproducción social, o, dicho de otro modo, todas aquellas actividades que cubren las necesidades de la vida diaria y sustentan el trabajo productivo y las relaciones sociales. El trabajo de cuidados comprende las labores domésticas y la atención familiar, pero también empleos tales como el apoyo a la autonomía o la enseñanza.
“Estar aquí nos permite desalarizar y desmercantilizar nuestras vidas. Además, hay pocas cosas más feministas que proteger la tierra”, concluye Pérez Jiménez.
El reconocimiento de los cuidados como una forma de trabajo real ha sido una de las reivindicaciones primordiales del feminismo desde los años 70, cuando se lanzó la campaña internacional Wages for Housework, que reclamaba un salario para el trabajo doméstico. Tal y como nos explica Pérez Jiménez, toda persona que reside en régimen permanente en Can Masdeu debe dedicar 14 horas cada semana al proyecto comunitario, lo que incluye el trabajo de cuidados.
“Consideramos que cultivar una perspectiva feminista también significa prestar especial atención a la gestión y resolución de conflictos. Después de atravesar una crisis interpersonal hace algún tiempo, decidimos designar un grupo para que lidiase de manera específica con estos problemas”, prosigue Pérez Jiménez. De acuerdo con sus ocupantes, la combinación de la perspectiva ecológica y la feminista entraña volver a priorizar la vida (tanto la humana como la no humana). “Estar aquí nos permite desalarizar y desmercantilizar nuestras vidas. Además, hay pocas cosas más feministas que proteger la tierra”, concluye Pérez Jiménez.
En un hospital donde ya no quedan pacientes, se desarrolla una cura para el futuro.