Asturias
“En Duro Felguera cuestionaron la legitimidad de la violencia patronal y redefenieron lo que es la violencia”

En “No era imposible. Crónica del conflicto laboral en Duro Felguera, 1989-1999”, Alejandro Álvarez rescata la memoria de una victoria de los trabajadores contra la empresa, el gobierno regional y los sindicatos.
Bernardo Felguera - 1
Alejandro Álvarez
11 ene 2025 07:00

“Hay que recordar”, insiste Alejandro Álvarez (Trascastro, 1956), “que este es un conflicto de éxito”. Es fácil olvidarse de ellos a lo largo de las 400 páginas de No era imposible. Crónica del conflicto laboral en Duro Felguera, 1989-1999 (Hoja de Lata,2024), una crónica detallada y exhaustiva de uno de los conflictos laborales más duros y prolongados de los años de la reconversión industrial española. A lo largo de una década de lucha sostenida, los trabajadores reaccionaron a los 232 despidos de la empresa una huelga de hambre de 52 días, numerosos sabotajes y un encierro en la torre de la catedral de Oviedo de 318 días.

“La de los despedidos de Duro Felguera que entre 1993 y 1997 pelearon por sus puestos de trabajo”, escribe el historiador Rubén Vega en el prólogo, “es, sin duda, una peripecia singular. Extraordinaria. Digna de ser recordada. Desafiaron a una gran empresa, dos Gobiernos y un banco. Y por momentos se enfrentaron agriamente incluso a quienes deberían haber sido parte de 'los suyos', a sus propios sindicatos. Lograron sacudir estructuras y poderes firmemente consolidados”.

Al escribir el libro, ¿has tenido la impresión de estar haciendo arqueología, de levantar acta de un mundo y un movimiento que ya no existe?
No hice este libro con afán de investigación arqueológica, sino de bucear en el pasado para sacar lecciones para el presente y para el futuro. Pero es verdad que no es fácil imaginar un conflicto como este, y que haya un colectivo que decida que o nos salvamos todos o no paramos. Eso ahora no es fácil porque hay que tener una conciencia de clase muy arraigada y una conciencia de lucha muy firme, hay que tener claros los objetivos y las estrategias. En este conflicto confluyen todos esos aspectos, y hoy un conflicto tan largo y prolongado no es fácil imaginarlo. Eso no quiere decir que no vuelva a suceder. Me gustaría que este libro sirviera para que los trabajadores vieran que es posible.

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¿Y qué ha pasado en estos treinta años para que algo así sea casi impensable?
Fíjate que empezamos en el año 89, que es un año muy significativo desde una perspectiva histórica. Cae el Muro de Berlín y muy poco tiempo después el capitalismo tiene un triunfo total. Tiene lugar un desarme ideológico de las organizaciones sociales y políticas de la izquierda. El neoliberalismo viene con una tremenda carga ideológica que va calando y es cierto que las organizaciones, incluso las más combativas, aflojan. Yo recuerdo en los años 90 esa sensación. Hoy las contradicciones que dieron lugar al conflicto se dan igual, pero quizás la respuesta no es la misma.

En Duro Felguera se ve ese proceso en el que estaba el mundo empresarial entonces, de segregación y de separación de los trabajadores

Sin embargo, estamos asistiendo a un proceso de precarización y devaluación del trabajo. Hay que reconocer que es un éxito del capitalismo. Otro factor son los nuevos modelos de organización del trabajo a través de la parcelación. En Duro Felguera se ve ese proceso en el que estaba el mundo empresarial entonces, de segregación y de separación de los trabajadores. Pasan de ser trabajadores de Duro Felguera a trabajadores de hasta veintitrés empresas diferentes. Pero es que además está todo ese proceso de subcontratación, en el que la devaluación va hacia abajo, de tal modo que el último es el que sufre las peores condiciones para que los beneficios se mantengan arriba. Las leyes laborales son otro factor, que se han ido modificando desde el año 80 siempre a la baja, y eso generaba miedo entre los trabajadores. En definitiva, se han acumulado una serie de factores negativos en el lado de los trabajadores: temor, precarización, nuevas formas de organización para favorecer la tasa de ganancia del capital, desmantelamiento ideológico…

Te refieres constantemente a la tradición comunitaria y a la memoria de lucha de la Duro Felguera y de toda la comarca, con varias generaciones de obreros conscientes y una conciencia que pasa de padres a hijos. Eso, dices, fue algo que la empresa no tuvo en cuenta a la hora de proponerse despedir a 232 empleados y liquidar la planta.
Esa conciencia tuvo una influencia doble. Ellos vienen de una trayectoria de lucha. En Duro Felguera habían ganado derechos importantes con mucha lucha, incluso con huelgas de meses. Los trabajadores se formaron en un ambiente en el que había unos sindicalistas muy respetados. Además, vienen de una tradición muy participativa. Esa tradición les dice que la lucha renta, que si luchas terminas ganando. Pero después había un medio, que era el de la cuenca minera, que venía de esa tradición. Duro Felguera llegó a tener más de 20.000 trabajadores en los 60, y es difícil que en la población de la cuenca no haya familia que no tenga a nadie trabajando allí, y eso contribuyó a generar solidaridad. Uno de los exdirectivos decía que Ruiz-Ogarrio no conocía la cuenca, y pensó que podía actuar como había actuado en otras empresas porque este hombre viene, por ejemplo, de privatizar y desmantelar Rumasa. Desconocía la cuenca y no lo supo valorar, no tuvo en cuenta ese factor importante que está en relación con una práctica que ellos mamaron y un entorno con ese espíritu combativo. Uno de la directiva decía que el espíritu combativo de Langreo no era conveniente, que yo creo que es uno de los factores que la empresa quería castigar.

“Para la empresa solo somos números”, denuncian en algún momento los trabajadores. Para ellos, era importante su dignidad y que se reconociese su valía y su mérito, no era simplemente una cuestión material.
Eso refleja su armazón ideológico y su conciencia de clase. Ellos tienen plena conciencia del papel que juegan, que es que son instrumentos para la producción y el beneficio, y cuando prescinden de ellos como de un objeto más, se rebelan. Los tratan como cosas, y eso afecta a su dignidad. Están reivindicando una cuestión fundamental, que es su trabajo, que es la base de su existencia, pero al mismo tiempo reivindican su dignidad. Esa conciencia es absolutamente necesaria en los trabajadores, y de hecho una gran baza del capital es desvestirles de conciencia.

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A los trabajadores les molestaban mucho gestos de la empresa que consideraban una humillación, por ejemplo cuando la empresa les paga para que se queden en casa, o que les paguen para desmontar las máquinas de la fábrica, y ellos se niegan.
Lo del desmontaje de las máquinas es muy llamativo, porque no solo los despedidos luchan por su trabajo, sino los que están dentro, en solidaridad con sus compañeros, se niegan al desmontaje, y eso provoca que haya varios expedientes de castigo de varios días sin sueldo. Entonces se convoca una huelga para que no puedan castigar a aquellos que se niegan a desmontar la maquinaria, que es una actitud solidaria que supone un sacrificio personal. Se sacrifican los que no están despedidos por los que sí lo están. Entonces algunos dejan de seguir la huelga, entran a trabajar y se quedan dentro encerrados, apoyados por la UGT, por la empresa y la administración. Ahí se produce esa situación en la que tienen en contra al poder político, que manda comunicados de prensa apoyando a los esquiroles que están encerrados. Fernández Villa va con varios autobuses a darles todo su apoyo. Ese es un momento muy peligroso para los despedidos, porque está a punto de quebrarse su lucha. Por eso se inicia una de las acciones más duras, porque necesitaban equilibrar la balanza, que fue la huelga de hambre. Creo que fue una acción necesaria y peligrosa, porque se prolonga durante 52 días.

La estrategia mediática de la empresa iba dirigida precisamente dividir a los trabajadores, a intentar enfrentar los intereses de diferentes grupos.
Hay que recordar que este es un conflicto de éxito, que es la crónica de una victoria. Entre los factores que contribuyen a esa victoria uno es que plantearon la lucha como un proceso de resistencia sin desmayo, y siendo capaces de mantener unidad en el colectivo de los despedidos incluso por encima de los sindicatos y de una parte importante de los no despedidos. Mantener esa unidad fue posible gracias a la inteligencia estratégica y táctica del grupo que dirige eso. Hacen una buena planificación, sabiendo que tienen que someterse ellos mismos al sacrificio para generar empatía social. De hecho, si a pesar de toda la estrategia mediática de la empresa, del gobierno regional y de los sindicatos en algunos momentos, terminan ganando, es porque captan la empatía de la sociedad; y los líderes están siempre delante, nunca mandan a la la lucha a otros. Y no caen en contradicciones. No dicen vamos a hacer esto, y luego no lo hacen. Al principio se intentó desacreditar la huelga de hambre, diciendo que salían por la noche a comer y tal, pero el tiempo pasa y se va viendo que allí no hay trampa. Hay fotografías icónicas. Empieza a haber temores porque llevan la coherencia hasta el final, y se nos muere uno y tenemos un lío. Eso es muy importante para explicar el éxito en el conflicto.

Duro Felguera ejemplifica muy bien esa transición y esas estrategias para desvalorizar el trabajo y aumentar la tasa de ganancia

¿Es el conflicto de Duro un ejemplo del tránsito entre la economía productiva e industrial y otra especulativa y financiera?
La propia empresa está precisamente en ese momento de transición. Duro Felguera es un ejemplo muy claro de ese proceso de los años noventa que supone una desvalorización del trabajo. Se está modificando la organización del trabajo para recomponer la tasa de ganancia. Uno, la deslocalización. La propia Duro en ese momento está en México, Marruecos y Venezuela, que le sale mucho más barato. Segundo, la desmembración: las grandes empresas se dividen en docenas de pequeñas empresas, porque eso tiene un doble efecto. Por un lado, los trabajadores pierden mucha fuerza al ser pequeños grupos; y porque en esa desmembración hay una estrategia de desprenderse de aquellas partes del proceso que no generen beneficios para llevarlas a México o Marruecos, donde es mucho más barato. Duro Felguera ejemplifica muy bien esa transición y esas estrategias para desvalorizar el trabajo y aumentar la tasa de ganancia.

¿Dirías que en este conflicto, y en otros de la reconversión industrial asturiana, los trabajadores tienen una postura conservadora, frente a los revolucionarios neoliberales, que impugnan el pacto social con sus políticas? Al final, los trabajadores defendían su comunidad, su comarca, sus familias, sus empleos…
La palabra revolución tiene implicaciones muy fuertes, y está ligada conceptualmente a progreso o mejora. El neoliberalismo es la contrarrevolución del capital, porque se trataba de dar pasos hacia atrás para favorecer los intereses del capital. Aunque es verdad que la empresa hablaba de cambios y de progreso, esos cambios estaban ligados a sus intereses a costa de los intereses de los trabajadores. Era una revolución tecnológica para aumentar los beneficios empresariales a costa de la base social. En el fondo, era una contrarrevolución para privar de derechos conquistados a los trabajadores.

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A lo largo de todo el conflicto, hubo una pugna permanente entre la jerga tecnocrática y experta de la empresa, que no cesaba de presentar datos y estadísticas, en algunos casos falseadas, para justificar los despidos; que los trabajadores contestaban con propuestas muy realistas y trabajadas.
Hay una deshumanización de los trabajadores, porque se habla de la empresa prescindiendo de ellos, como si fuesen un elemento más de producción. Es una muestra de esa visión tecnocrática en la que la empresa es una unidad de producción para dar beneficios, y todo lo que se oponga a la maximización de beneficios está justificado cortarlo. Es curioso que hay libros sobre Duro Felguera en los que ni siquiera se cita a los trabajadores. Se suele hablar de las empresas como si los que toman las decisiones estuvieran siempre en posesión de la verdad, y a veces hay fallos tremendos de gestión de los que nunca se habla. Y aquí, frente a esa visión de que la empresa decide lo que es lo conveniente, los trabajadores presentan alternativas muy elaboradas. Es algo sorprendente: son capaces de presentar informes de 40 páginas con una alternativa para el taller de Barros, por ejemplo. Y no se conforman con negar lo que dice la empresa, sino que presentan una propuesta. Se sienten parte de Duro Felguera, y saben que su capacidad de mantener a sus familias es su trabajo, entonces quieren que la empresa siga.

Ellos dicen que es mucho más violento dejar sin trabajo a 232 familias, y que esa violencia no se cuestiona

Quería preguntarte por el uso de la violencia y del sabotaje a lo largo del conflicto. Se mantuvo siempre en un equilibrio frágil en el que, casi de milagro, no llegó a haber nunca daños personales, pero sí se generaron tensiones entre los propios trabajadores y entre ellos y la sociedad, ¿cómo se gestionó todo esto?
Creo que tuvieron la valentía de cuestionar quién tiene la legitimidad de la violencia. Ellos nunca dicen “esto lo hemos hecho nosotros”, excepto en algunos casos, como cuando queman unas grúas en Guadarrama con el logo de Duro porque no se hacían en Duro, porque querían denunciar que lo que tenía que hacerse en Duro se estaba fabricando en otras partes. Cuestionan la legitimidad de la violencia patronal y redefinen lo que es la violencia. Ellos dicen que es mucho más violento dejar sin trabajo a 232 familias, y que esa violencia no se cuestiona. Creo que han sido inteligentes en ese cuestionamiento, porque elaboran los mensajes de un modo que la sociedad los entienda. La sociedad entiende su legitimidad para responder a una violencia.

Otro aspecto es que ellos gestionan muy bien esa violencia para que nunca produzca daños personales. Materiales, sí, y reconocen que lo pretenden. Y lo miden muy bien. Intentan criminalizarlos, pero salen muy bien de ahí diciendo “nosotros no somos violentos, sino que sufrimos la violencia”. Por ejemplo, los sabotajes, los cortes de carretera y demás, los gestionan de forma que la sociedad los comprenda. Cuando cortan carreteras ellos se quedan allí gestionando el paso, para dejar pasar ambulancias y así, no lo montan y se piran. Eso hacía que la gente comprendiese y empatizase con ellos, hasta el punto de que a nivel político se tuvo temor por esa simpatía. Y hay ahí un movimiento que me parece muy interesante del conflicto, y es cómo sus acciones van generando una onda que va obligando a moverse a los de alrededor. La simpatía que producen tiene un efecto político. En las elecciones europeas del 94 o 95 el PSOE pierde por 4000 votos frente  a IU en Langreo, y eso indica que están ganando la batalla de la opinión pública. Cuestionan que la violencia que se ejerce con ellos sea legítima y la que ellos ejercen no lo sea. Una parte importante de la sociedad piensa que tienen razón.

¿Cuál fue el papel de los medios en el conflicto? Los trabajadores son muy hábiles con los mensajes que transmiten en prensa, y la empresa también se esfuerza para que prevalezca su relato.
Los medios de comunicación se convierten en un territorio de lucha y juegan un papel importante. Ahí Terán es un líder. Me llama la atención cómo ellos no pierden la batalla en los medios, aunque intenten dividirlos, demonizarlos y poner a la sociedad contra ellos. Y sin embargo, tienen una presencia continua en los medios y salen con mensajes adecuados. Hay momentos en los que hay una confluencia entre empresa, gobierno regional y UGT. Por ejemplo, en septiembre del 93, cuando los trabajadores no aceptan la propuesta de mantener los despidos, pero mejorando las condiciones. En ese momento, parece que los mensajes de la empresa, de UGT y del gobierno regional están escritos por el mismo gabinete de prensa. Ese territorio de lucha, que a priori no les es favorable, consiguen no perderlo.

Cuando los sindicatos actúan jerárquicamente y toman decisiones sin la participación de los trabajadores, aunque sean buenas para ellos, se produce un divorcio entre las estructuras sindicales y los trabajadores

¿Y sobre el papel de la Iglesia?
Hay tres momentos en los que interviene. Primero, el 8 de septiembre del 93, Día de Asturias, cuando los trabajadores se encadenan a la verja que da acceso a la gruta de Covadonga. La reacción del arzobispo Díaz Merchán es de comprensión. Si fuera el arzobispo actual, aparecía con un trabuco y se los carga allí mismo. Segundo, la huelga de hambre. El cura de Barros es un hombre con una clara sensibilidad por los trabajadores, y otros muchos curas obreros, se ponen de su lado. Díaz Merchán reacciona de una forma muy inteligente políticamente desde la perspectiva de la Iglesia. En la huelga de hambre él interviene como intermediario en una situación puntual, pero se deja tomar la foto con el gomeru, que es muy icónica. Su intervención ahí fue muy parca. Es mucho más el valor simbólico que el valor real. Y tercero, que es para valorar, porque están 318 días encerrados en la torre de la catedral, y el arzobispo nunca da permiso para que la policía entre a desalojarlos, y aguanta presiones muy fuertes de dentro del propio cabildo. Díaz Merchán calla y les asegura a los trabajadores que no va a dar permiso para que entren. Creo que es una inteligente posición, porque no olvidemos que Asturias entonces era una región todavía de trabajadores, con una clara conciencia de ser trabajadora.

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Dices que escribiste el libro para recoger las lecciones del conflicto de cara al presente: ¿cuáles son esas lecciones?
Es verdad que las formas de organización del trabajo dificultan ciertas luchas sindicales, pero hay algunos aspectos que son clave. Uno, es que hay que ligar a los trabajadores en la toma de decisiones sobre los asuntos que les afectan. Cuando los sindicatos actúan jerárquicamente y toman decisiones sin la participación de los trabajadores, aunque sean buenas para ellos, se produce un divorcio entre las estructuras sindicales y los trabajadores. Segundo, creo que hay que retomar un aspecto que es muy importante, que es la conciencia de lo que es ser trabajador, y eso hay que ligarlo también con el orgullo de tener una profesión y ligarte a los tuyos. Han convencido a los trabajadores de que todos somos clase media. Los trabajadores tienen menos conciencia de la fuerza que les da la unidad, y ese es otro factor que quiero subrayar. La unidad es esencial para las victorias. Hay aspectos en esto que son victorias de los capitalistas, pero también hay fallos de los sindicatos, y una de ellas es la institucionalización, que los trabajadores vean a los sindicatos como parte del sistema, cuando los sindicatos nunca debieran ser parte del sistema.

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