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Anarquismo
El Badajoz anarquista de 1900 (II): los sucesos de Badajoz
Siguiendo con la serie acerca del Badajoz anarquista de 1900, segunda entrega que nos aproxima a unos sucesos que marcaron el devenir del movimiento libertario y sindical de la capital pacense prácticamente hasta el advenimiento de la Segunda República.
El cuadro La carga (La càrrega), de Ramón Casas i Carbó, ha sido tradicionalmente considerado como un icono de la represión ejercida contra el movimiento obrero a principios del siglo XX. Pintado en 1899, pero retocado posteriormente y presentado por primera vez al público en París en 1903, fue adquirido por Patrimonio Nacional y expuesto en Madrid hasta 1911, cuando las autoridades españolas, movidas por el incómodo carácter de denuncia social que tenía el óleo, junto al daño que le hacía a la imagen de la Guardia Civil, decidieron “exiliarlo” a la periferia, al Museo Biblioteca de Olot, hoy Museu de la Garrotxa, donde aún permanece.
Casas no era un pintor obrerista, sino un retratista de su época. Burgués acomodado, bon vivant, nos dejó un testimonio fidedigno de algunas escenas de la Barcelona de entre siglos, en su paso del XIX al XX. Dada la relación de sus pinturas con sucesos contemporáneos, cuando La carga se presentó en París en 1903 fue relacionada enseguida por el público con la represión que se había ejercido en Barcelona en febrero del año anterior. Ese mes, entre el 17 y el 23, la ciudad catalana estuvo prácticamente paralizada debido a una huelga convocada por la Sociedad de Obreros Metalúrgicos en reivindicación de la jornada de ocho horas para combatir el desempleo. En poco tiempo la huelga, de cariz netamente anarquista, se extendió a otros sectores industriales, sobre todo el textil, así como a otras poblaciones cercanas. Hubo muchos y muy duros enfrentamientos en la calle entre huelguistas y fuerzas del orden, destacando una importante participación de las mujeres.
Aquella fue, tal vez, la segunda gran huelga general de Europa. La primera, aunque no es reconocida así por darse en una capital de provincia de segundo orden, fue la convocada en La Coruña en junio de 1901.
Ambas huelgas, tanto la de La Coruña como la de Barcelona, atrajeron la solidaridad obrera de un pequeño núcleo anarquista recién creado en Badajoz, en la España profunda del latifundio donde el caciquismo y la explotación eran ley de vida: la Germinal Obrera.
La Federación Germinal Obrera, tras el éxito del Congreso Obrero celebrado dos meses antes en Torre de Miguel Sesmero, había planteado, junto a otras sociedades, una nueva huelga en el campo para la época de siega que daba fin a la primavera de 1902.
Desde el 1º de Mayo de 1901, fecha en la que más de mil obreros, abanderados por La Germinal y a cuyo frente iban las mujeres (Nuevo Diario de Badajoz, 2-5-1901) recorrieron las calles de Badajoz en completo silencio tras una bandera blanca con la inscripción “¡Paz Universal! Ocho horas de trabajo. Ocho horas de instrucción y recreo. Ocho horas de descanso. ¡Loor a los Mártires del Trabajo!”, esta sociedad de resistencia había ido aumentando y demostrando su fuerza no sólo en la capital de la provincia, sino también en las poblaciones cercanas, con la creación de sociedades análogas. La huelga liderada en junio de 1901, convocada entre braceros, ganaderos, mozos de labor y mozas de servir, logró importantes avances, como trabajar de sol a sol (y no de luz a luz), evitar los destajos y aumentar los descansos.
La Federación Germinal Obrera, tras el éxito del Congreso Obrero celebrado dos meses antes en Torre de Miguel Sesmero, había planteado, junto a otras sociedades, una nueva huelga en el campo para la época de siega que daba fin a la primavera de 1902. Las reivindicaciones, extendidas al resto de localidades cercanas, seguían siendo la jornada de ocho horas y el trabajo a jornal, no a destajo. Sin embargo, contrariados por los resultados del año anterior, en el que tuvieron que ceder, los propietarios andaban esta vez prevenidos y contrataron braceros de la cercana Portugal, así como a otros de Badajoz que no estaban asociados a La Germinal, que en junio de 1902 contaba con 2.084 afiliados (La Coalición, 6-6-1902).
Como medida de presión, los braceros en huelga de La Germinal se habían organizado en piquetes autónomos y recorrían a finales de mayo los cortijos cercanos a Badajoz, invitando a los jornaleros a que abandonasen las faenas y se sumasen a la huelga. Había también piquetes fijos durante todo el día a las entradas de la ciudad pacense, que a principios del siglo XX seguía siendo un recinto amurallado con accesos de entrada. La Puerta del Pilar, al sur de la ciudad, contaba aún con rastrillo y con una casa de carabineros a uno de sus lados.
El 30 de mayo el Gobernador Civil de la provincia, Rafael López Oyarzábal, ordenó que, para evitar las coacciones a los jornaleros (en su mayoría portugueses) que no secundaban la huelga, en cada una de las puertas de la ciudad hubiera “un inspector de policía, una pareja de la Guardia Civil y cuatro agentes de vigilancia”, así como estableció un servicio de varias parejas de la Guardia Civil de caballería para que recorrieran el término municipal y visitaran los cortijos, a fin de que “eviten que se perturbe a los que se ocupan en los trabajos de siega y en otros propios de la estación presente”.
El local de la Germinal Obrera hervía de huelguistas, constituidos en una asamblea permanente. Por El Obrero, el periódico de La Germinal, sabemos que una práctica habitual era apuntar en una pizarra del local los nombres de quienes abandonaban la huelga, para escarnio de sus familias y compañeros.
Una comisión de La Germinal mantuvo una entrevista con el Gobernador Civil ese 30 de mayo, de la que no salió acuerdo alguno. Pocos días antes, el 22 de mayo, otra comisión se había entrevistado en Madrid con José Canalejas, Ministro de Agricultura de Alfonso XIII, sin buenos resultados. La comisión, encabezada por Juan Campolargo, fue recibida a su vuelta en la estación de ferrocarril por un buen número de mujeres y de obreros (NDB 23-05-1902)
El 31 de mayo la Guardia Civil detuvo a los germinalistas Alonso Orellana González y Saturio Barmasillo, por haber “ejercido coacción contra cinco portugueses que trabajaban en el sitio denominado El Tinajero”, con intención de que abandonaran la faena. Ambos fueron puestos a disposición del Juzgado de Instrucción (NDB, 1-6-1901).
El local de la Germinal Obrera hervía de huelguistas, constituidos en una asamblea permanente. Por El Obrero, el periódico de La Germinal, sabemos que una práctica habitual era apuntar en una pizarra del local los nombres de quienes abandonaban la huelga, para escarnio de sus familias y compañeros. Las mujeres también frecuentaban el local y participaban de la toma de decisiones, tal y como queda constancia tras la fundación, en abril de 1901, de la Unión Femenina, germinalista, con domicilio en la calle Doblados de Badajoz. Luciana Rico Bodes era su presidenta.
En la mañana del 1 de junio, antes de que amaneciera, los piquetes ya estaban apostados en las afueras de la ciudad. La noticia de la detención de los dos compañeros dos días antes y el endurecimiento de las medidas policiales habían caldeado los ánimos y sugerido un cambio en la estrategia de “disuasión”, pues peligraba el éxito de la huelga.
En la Puerta del Pilar, más allá del rastrillo y fuera de la vista de los agentes de policía que la custodiaban, un grupo de germinalistas recriminaba a quienes iban con aperos de trabajo para emprender la faena. Según se narra en La Coalición, censurada, “viendo a lo que parece que no obtenían el mejor éxito con su sistema un tanto templado de reconvención a los camaradas, decidieron apelar a la amenaza, y a un hombre anciano, un tal Tanco, que salió por la aludida puerta con intención de dedicarse a las faenas agrícolas propias de su oficio, parece que le amenazaron e intimidaron de tal modo, que el hombre se echó atrás, y volvió a las puertas”.
Al ver los vigilantes apostados en la Puerta del Pilar que el jornalero conocido como Tanco regresaba y desistía de iniciar su jornada, le preguntaron y supieron de las supuestas coacciones realizadas por el piquete situado extramuros. Al punto, el inspector allí presente requirió a una pareja de la Guardia Civil para “que detuvieran y llevaran a la cárcel presos a dos de los que suponían habían ejercido tal coacción”.
En su camino hacia la cárcel, la voz de alarma subió como reguero de pólvora calles arriba, hasta llegar a la Plaza de San Juan y desparramarse por el enramado de callejuelas que iban a dar a la Plaza Alta, junto a la de San José, donde estaba la cárcel.
Los de la benemérita obedecieron y apresaron a dos de los germinalistas, si bien posteriormente, en la calificación de los hechos, se hablaría de un único obrero detenido (NDB 28-7-1903).
Sea como fuere, la pareja de la Guardia civil se dispuso a llevar, a pie, a sus detenidos a la antigua Cárcel Real, en la parte más alta de la ciudad, una vieja cárcel provincial en pésimas condiciones. En su camino hacia la cárcel, la voz de alarma subió como reguero de pólvora calles arriba, hasta llegar a la Plaza de San Juan y desparramarse por el enramado de callejuelas que iban a dar a la Plaza Alta, junto a la de San José, donde estaba la cárcel.
Eran éstas –la Plaza Alta, la de San José y calles cercanas- lugar donde vivía el elemento más pobre de Badajoz. Conocido hoy como el barrio histórico, el chabolismo abundaba junto a La Alcazaba y las viviendas carecían de retrete, con lo que las inmundicias se vertían directamente a la calle. Los periódicos de la época hablan del lugar como de un “muladar” y “un pudridero”. Allí se hacinaban, en precarias viviendas, las familias de los obreros y los jornaleros, y allí había también un elevado foco de prostitución. Las calles estaban sin pavimentar y apenas existía infraestructura urbana, salvo el reciente mercado construido en la Plaza Alta. A unos escasos metros de la Cárcel Real, al oeste, estaba la calle Chapín, sede de La Germinal Obrera, y hacia el este, más allá de la Plaza de San Andrés (hoy de Cervantes), la calle Doblados, la sede de la Unión Femenina.
La voz que subía desde la Puerta del Pilar avisando de que llevaban presos a dos de La Germinal tuvo éxito, y al pasar los dos civiles por la calle de San Juan, por encima de la Catedral, en su esquina con la calle Zapatería (hoy Moreno Zancudo), un estrecho callejón, numerosas mujeres salieron al paso y les acorralaron, exigiéndoles que pusieran en libertad a los huelguistas, a lo que la pareja se negó. Alertados por los gritos de las mujeres, acudieron un gran número de hombres, y entre unas y otros cercaron a los dos guripas, incapaces de evitar que las mismas mujeres les arrebataran a los detenidos. Estos se escabulleron entre la muchedumbre y desaparecieron.
Según la calificación de los hechos, “los obreros se resistían a abandonar su actitud levantisca” y se concentraron en la Plaza Alta, imprecando a los civiles, que lanzaron nuevas cargas sable en mano hasta despejar la plaza.
Los dos guardias fueron a dar aviso de lo sucedido a la comandancia. Mientras tanto, otro huelguista había sido también detenido de nuevo en la Puerta del Pilar y era conducido por el mismo camino por otra pareja de la Guardia Civil.
En lo que parecía ser una estrategia planificada, al llegar al mismo lugar que los anteriores, cerca de la esquina del Rastro, de nuevo fueron rodeados por las mujeres y los obreros, impidiéndoles la salida y exigiéndoles que liberaran al preso. “Pero entonces la pareja, que llevaba órdenes severísimas, mandó echar al suelo boca abajo al preso, preparando las armas inmediatamente en actitud de hacer fuego” (calificación de los hechos).
En ese momento surgió desde las bocacalles aledañas una sección de caballería de la Guardia Civil, al mando del capitán Mendoza y del teniente Carrillo, que a todo galope cargó contra las mujeres y los hombres concentrados en la calle Zapatería, dando de plano con el sable y cintarazos, hasta que despejaron la calle y lograron que la pareja antes en apuros lograra continuar su camino con el preso custodiado hasta la cárcel.
Según la calificación de los hechos, “los obreros se resistían a abandonar su actitud levantisca” y se concentraron en la Plaza Alta, imprecando a los civiles, que lanzaron nuevas cargas sable en mano hasta despejar la plaza.
Disueltos los grupos, el Gobernador Civil dio orden de que parejas a caballo patrullaran por la ciudad. Las mujeres y los obreros, excitados por las detenciones y las cargas, se reagruparon en la calle Chapín, donde estaba el domicilio de La Germinal. Cerca de 300 personas se agrupaban en la calle cuando vieron bajar por la calle Céspedes, a una pareja a caballo de la Guardia Civil que les ordenó disolverse. Sin mediar palabra alguna, una lluvia de piedras comenzó a caer sobre los guardias civiles, que se vieron obligados a volver grupas y refugiarse en el Convento de San Agustín, a la sazón entonces cuartel del regimiento de Gravelinas, al principio de la misma calle Chapín.
La guardia del cuartel salió en auxilio de los guripas y formó ante “los revoltosos”, disponiéndose a disparar, pero en ese momento apareció de nuevo la caballería de los civiles, procedente desde la calle Arias Montano y ahora comandada por el teniente coronel Morgado.
A pesar del ímpetu de la carga dada, los caballos refrenaron el galope y retrocedieron por la pedrea que les caía, lo que permitió que hombres y mujeres se pudieran replegar hasta el domicilio de La Germinal Obrera, donde cerraron las puertas y se acantonaron.
Tanto desde este edificio como desde una terraza de una de las viviendas de la calle Céspedes que daba al cuartel de Gravelinas, los obreros siguieron arrojando piedras, dispuestos a aguantar el sitio que soldados de infantería y guardias civiles habían levantado. Desde sus posiciones, entre las que destacaba una azotea del convento de San Agustín, disparaban con sus mausers a los balcones y ventanas de La Germinal y de las casas contiguas. También se respondió con disparos desde las ventanas del edificio de La Germinal, aunque según las noticias dadas en la prensa, se trataba de “una mano que asomaba y, apuntando unas veces a la tierra y otras al cielo, daba al percutor”.
La situación duró unas dos horas, hasta que la Guardia Civil, tras lograr una orden judicial, pudo entrar en el domicilio de La Germinal Obrera y en las viviendas contiguas, echando la puerta abajo. Muchos de los obreros y de las mujeres habían logrado escapar por los patios vecinos, si bien en ese primer momento fueron detenidos 34 obreros en el edificio de La Germinal y 76 en las otras casas, todos hombres, entre los que se encontraban dos heridos: Justo Ardila, por tiro de bala en la cabeza, y José Naranjo, por herida de bala en una pierna, a la altura del muslo.
La noche del 1 de junio, bajo la ley marcial, comenzó una caza indiscriminada de obreros, buscando sobre todo a germinalistas. La Junta Directiva de esta sociedad fue detenida en pleno antes del amanecer y llevada a la cárcel del Palacio de Godoy.
Inmediatamente se organizó una cuerda de presos conducida a la prisión nueva, en el Palacio de Godoy. Los heridos, entre quienes se encontraban algunos por sablazos en la cabeza, fueron llevados al Hospital civil.
Entre las autoridades, resultaron “con heridas o contusiones inferidas por piedras”, dos guardias civiles, y el caballo del teniente Sr. González y Fernández de la Puente, que “recibió asimismo una fuerte pedrada”.
A la tarde el Gobernador Civil mandó publicar una proclama que se fijó en las esquinas de toda la ciudad por la que “anunciaba que había resignado el mando en la autoridad militar”. Al caer la noche se anunció, “a golpe de tambores y toques de cornetas que atronaban los aires”, la ley marcial, en medio del silencio de una ciudad tomada militarmente. Se había declarado el Estado de Guerra en la ciudad de Badajoz.
Esa misma noche, se dispuso la suspensión de la Sociedad La Germinal Obrera, “incautándose de los libros y papeles de la misma y de dos banderas que había en el local”. Igual medida se aplicó a la Unión Femenina, que tenía su sede en la calle Doblados. La prensa anunciaría, días después, que en el domicilio de La Germinal fueron encontrados “numerosos papeles anarquistas”. La fachada del edificio y sus ventanas estaban agujereadas y destrozadas por tiros de bala. Las farolas del cuartel de San Agustín, destrozadas por las pedradas.
La noche del 1 de junio, bajo la ley marcial, comenzó una caza indiscriminada de obreros, buscando sobre todo a germinalistas. La Junta Directiva de esta sociedad fue detenida en pleno antes del amanecer y llevada a la cárcel del Palacio de Godoy. Más tarde también lo serían las juntas de los gremios de ganaderos y agricultores. En los días siguientes se continuó con las detenciones por los cortijos y poblaciones cercanas, llegándose incluso a detener a obreros que pertenecían a otras sociedades. La arbitrariedad de tales detenciones se evidencia con la de Enrique Pérez, miembro de la Junta Directiva de La Germinal que se encontraba en Málaga el día de los enfrentamientos y que fue detenido a su regreso a Badajoz el 10 de junio. A fecha de 14 de junio, los detenidos eran ya 130.
La intención estaba clara: acabar con la huelga del campo y debilitar o suprimir a una sociedad de resistencia de carácter anarquista como era La Germinal Obrera y la Unión Femenina. Dos días después de los sucesos todos los periódicos, tanto regionales como nacionales, anunciaban que en muchos lugares del campo volvía la normalidad y que los jornaleros retomaban las faenas. Sin embargo, sabemos que la huelga continuaba, ahora más que nunca, si bien quienes trabajaban eran los jornaleros portugueses traídos por los propietarios, los esquiroles del campo, “gente forastera a la que se remunera bien, y vense los del pueblo sin trabajo por la tenacidad en mantener sus proposiciones los unos y los otros” (Revista de Extremadura, junio de 1902).
El día 6 de junio se ofició el entierro, religioso, de Justo Ardila, herido de bala en la cabeza en el asalto de la Guardia Civil. Asistieron más de 300 obreros que, según la prensa, continuaban sin ir a trabajar. Como causa de su muerte constó “meningoencefalitis, consecutiva a herida de arma de fuego”.
Finalmente, el Consejo de Guerra contra los 23 procesados se celebró el martes 28 de julio de 1903 en la Sala de la Audiencia de la cárcel, calificando el fiscal militar los hechos “de insulto de obra a fuerza armada” para algunos de los procesados y para otros “de haber ejercido actos con tendencia a ofender de obra”.
La solidaridad no se hizo esperar. Los conocidos como “Los sucesos de Badajoz” recabaron suscripciones tanto dentro como fuera de la provincia para ayudar a las familias de los presos. El periódico Tierra y Libertad recaudó 1.440 pesetas (TL, 12-7-1902), a repartir entre 43 presos, 27 liberados y las familias del herido y del difunto Justo Ardila. En un intento por dar una imagen caritativa, Gobierno Civil, Ayuntamiento e Iglesia abrieron también una suscripción en este sentido, si bien nunca se supo qué paso con el dinero recaudado, como se revela de la lectura de un breve aparecido en el diario La Coalición del 1 de julio de 1902, en la que se pregunta al cardenal Sancha, Primado de España, a las autoridades y propietarios, qué se hizo del dinero recaudado, sin que se llegara a saber jamás la respuesta. El dinero voló.
En Badajoz se organizaron incluso novilladas por parte de los obreros para ayudar a las familias de los presos, que fueron siendo liberados poco a poco y sobre los que se dieron mítines de denuncia y se hicieron campañas de apoyo. Mientras tanto, la prensa dejaba de hacerse eco de la huelga y de los sucesos y comenzaba a dar noticia del Crimen de Don Benito, cometido el 19 de junio de 1902, un crimen como tantos en la Extremadura del caciquismo rural que pronto recabó la atención en los hogares y fue tema de conversación principal, desplazando al de los sucesos de la huelga.
A fecha del 1 de mayo de 1903, quedaban en la cárcel 23 obreros acusados de haber instigado y participado en los enfrentamientos, pendientes de un Consejo de Guerra. La Federación de las Sociedades Obreras de Extremadura, convocante de las manifestaciones del 1º de Mayo de ese año en la región, envió una circular a las sociedades federadas pidiendo que durante las mismas los manifestantes llevaran corbata negra y brazalete negro, en apoyo a los presos, instando a que se hicieran escritos solicitando su liberación. La manifestación, que partió en Badajoz del Casino Republicano, iba encabezada por una pancarta en la que se pedía la libertad de los presos que estaban en Godoy.
Finalmente, el Consejo de Guerra contra los 23 procesados se celebró el martes 28 de julio de 1903 en la Sala de la Audiencia de la cárcel, calificando el fiscal militar los hechos “de insulto de obra a fuerza armada” para algunos de los procesados y para otros “de haber ejercido actos con tendencia a ofender de obra”, con lo cual se pedía para el grupo más comprometido dos años, cuatro meses y cinco días, y para los demás, penas menores. Todos los encausados habían sido señalados en ruedas de reconocimiento por la Guardia Civil como autores de los hechos.
Tanto en la ciudad de Badajoz, como en el resto de la provincia y de la región, se fue labrando un vacío en el espíritu de la contestación obrera, que no se recuperaría hasta la llegada de La República y más allá.
Al día siguiente se dictó la sentencia, resultando uno de los acusados absuelto, otros 14 liberados (dado que por el tiempo pasado en prisión tenían extinguidas sus condenas) y 8 quedaban presos hasta cumplir la pena máxima que pedía el fiscal. Entre los que permanecieron en la cárcel estaban: Agustín Gutiérrez Navas, Antonio Solano de la Cruz, Francisco Félix López, Jerónimo Grandioso Nogales, Juan Chorizo Torres, José Arqués Bejarano, Manuel Lara Palo y Pantaleón Moriano Díaz. Los liberados, después de pasar un año de prisión, fueron Andrés Chaparro Díaz, Calixto Cosme Peña, Juan Amador Bolaños, Juan Vera Silva, Juan Martínez Lozano, Manuel Caballero Iglesias, Manuel Antúnez Domínguez, Pedro Macías Gómez, Ramón Fernández Mohedano, Rafael Corchado Miño, Ramón Romero García, Zoilo Basilio Caro, Pablo Delgado Fuentes, Francisco Jiménez Arias y Narciso Sánchez Escobar. Este último tenía menos de 16 años cuando fue detenido.
Dos meses después, en septiembre, el Gobierno dictaría un indulto que aún tardaría en cumplirse, dadas las protestas hechas por los republicanos y obreros de Badajoz en diversos mítines y escritos elevados a las autoridades civiles y militares.
El 26 de marzo de 1903 el diario La Región Extremeña había dado la noticia de que José Castro Villanueva, presidente la Germinal Obrera, en su día detenido y después liberado, había obtenido, por orden del Sr. Juez militar que instruía los sucesos del 1 de junio, una certificación del edicto dictado por la Capitanía General de Castilla la Nueva, dejando sin efecto la suspensión acordada por el Gobernador Civil de Badajoz de la Sociedad La Germinal y de la Unión Femenina. Dicha suspensión había sido injusta e ilegal, contraria a la Ley de Asociaciones de 1887.
Sin embargo, ni la Germinal ni la Unión Femenina lograrían recuperar la fuerza de negociación colectiva que tuvieron antes de los sucesos de junio de 1902. Tanto en la ciudad de Badajoz, como en el resto de la provincia y de la región, se fue labrando un vacío en el espíritu de la contestación obrera, que no se recuperaría hasta la llegada de La República y más allá, cuando las ocupaciones de fincas de 1936. Ese mismo vacío central, y no el obrero pisoteado a los pies de los caballos de la Guardia Civil, es el verdadero protagonista del cuadro de Ramón Casas con el que dio inicio este artículo.
Anarquismo
El Badajoz anarquista de 1900 (I): La Unión Femenina
La historiografía del movimiento obrero, hecha (y prestigiada) en su mayoría por hombres, ha ocultado o no ha prestado la suficiente atención al papel de la mujer en los avatares y desarrollo de la cuestión social, remitiéndola a un segundo plano en lo referente a las luchas y revoluciones acaecidas. Primera entrega de la serie del autor montijano sobre el anarquismo pacense de principios del siglo XX.
Anarquismo
El Badajoz anarquista de 1900 (III): Los Internacionalistas
Tomando una licencia en esta serie, nos remontamos a la última etapa del siglo XIX para encontrar, pasando por Madrid, en una densa investigación fotográfica e histórica, las raíces del internacionalismo pacense.
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