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Literatura
Antonio Orihuela: “En España existía un sujeto femenino radical y de cambio antes del movimiento sufragista”
Por lo sabido, “las sinsombrero” eran las abanderadas de la lucha de la mujer en España por romper con el espacio y el rol sociales que el patriarcalismo le había asignado; tal parecía que con anterioridad no había existido movimiento feminista alguno vindicador, cuando menos, de la igualdad de derechos con el hombre y de reconocimiento socioprofesional de la mujer.
Y, de repente, ve la luz un nuevo ensayo cuyo título guarda una acusada semejanza con el de “Las sin sombrero”: Las sin amo. Escritoras olvidadas y silenciadas de los años treinta (La oveja roja, Madrid, 2024); semejanza también en la medida en que éstas fueron escritoras y, como indica el subtítulo del ensayo, olvidadas y silenciadas en su tiempo; o, dicho con más rigor, silenciadas desde su tiempo hasta hoy, en que el autor del ensayo, Antonio Orihuela, ha alzado su voz reivindicando el protagonismo que les cupo en la creación de una conciencia de clase total, sinónimo ésta de conciencia de la necesidad de transformar, previa transformación personal, todos y cada uno de los planos de la realidad social en que se desenvuelve la vida, no de la mujer en exclusiva, sino del ser humano. No obstante, las semejanzas nacen y mueren en las que he mencionado, puesto que la tesis de Orihuela transita otras veredas bien distintas a las de “las sinsombrero”.
Considero que Las sin amo representa, respecto a la trilogía de Tània Balló Las sinsombrero y a otros ensayos y antologías que la siguieron, una vuelta de tuerca, un ir más allá, en el estudio del protagonismo de la mujer en la construcción de la realidad femenina en la España de la II República. Si esto es así, me surgen tres interrogantes: 1) ¿Desde qué bases ideológicas actuaron las “Sinsombrero” y las “Sin amo”? 2) ¿Cuáles eran las dedicaciones socioprofesionales de unas y de otras? Y 3) ¿Qué modelo social, conforme a la conceptualización de Adam Schaff en su ensayo sobre las ideologías, latía en el horizonte utópico de ambos grupos? O, dicho más sumariamente: ¿las “sinsombrero” eran reformistas y las “sin amo” revolucionarias? ¿A esto te refieres al abrir tu ensayo con un epígrafe que titulas “Sin sombrero versus sin amo?
Dado que los tres interrogantes que planteas se hallan estrechamente conectados, optaré por dar una respuesta global, no fragmentada. No obstante, diré antes que el apelativo “las sinsombrero” fue en un principio, ni más ni menos, un gancho comercial creado en los despachos de merchandising del Grupo Planeta, propietaria de la editorial Espasa, en la que apareció el primer volumen de la trilogía. Tal expresión fue tan bien acogida en las instancias públicas y mediáticas que comenzaron a fluir recursos económicos, técnicos y publicitarios hacia la investigación y difusión de estudios relacionados con el tema. Más allá del discurso mediático feminista, promocionar a dichas artistas de cabeza descubierta era reiterar el discurso centralista, nacionalista e inocuo que define al canon literario español.
Centrándome ya en tus interrogantes, en “las sinsombrero” la identidad de clase está por encima de la condición de mujeres. Su feminismo era ilustrado de raíz burguesa, con lo que su lógica de clase no tomaba en cuenta a la inmensa mayoría de las mujeres, al no buscar la transformación del todo social, sino la participación de la mujer en los privilegios, el poder y los estamentos jerárquicos que hasta el momento eran exclusivamente masculinos; en las demandas de esa pequeña facción de la burguesía, eran el derecho al sufragio y el acceso a la enseñanza superior las que ocupaban la centralidad. Para la ideología postmoderna ―digamos, recurriendo a la conceptualización de Gianni Vattimo, para el “pensamiento débil”―, las “sinsombrero” encarnarían a todas las mujeres, olvidando las luchas de aquellas otras que, desde mucho antes, venían luchando contra la miseria y contra el clericalismo, haciendo huelgas para la mejora de sus condiciones de trabajo y atacando a la autoridad cuando la injusticia se hacía insoportable. Estas mujeres a las que me refiero eran las mujeres anarquistas, movilizadas contra la carestía de la vida, el precio de los alquileres o el envío de sus maridos y sus hijos a la guerra. Intervenían en una lucha cotidiana por la vida contra la lógica burguesa y, en términos políticos, contra el Estado, el capitalismo y la explotación.
Lo cual es indisociable de los orígenes y las dedicaciones sociolaborales de unas y de otras, es decir de “las sinsombrero” y de “las sin amo”. Las primeras procedían de la clase burguesa ilustrada ―digamos de la izquierda republicana―, de familias generalmente vinculadas a profesiones liberales, entre las que la poesía, la literatura o el arte ocupaban un espacio preeminente en su formación cultural. Por el contrario, “las sin amo” pertenecían generalmente, por orígenes y ocupación laboral, a la clase obrera ―no existe realidad que no esté tocada por la excepción, en este caso la de Federica Montseny, anarquista hija de editores―.
En cuanto al horizonte utópico de “las sinsombrero” y al de “las sin amo”, es evidente que, en el primero de los casos, dicho horizonte se concretaba en obtener el derecho al voto y en acceder a la enseñanza universitaria, mientras que el de las segundas apuntaba [...] hacia la abolición de las jerarquías y de las relaciones de dominación
Y en cuanto al horizonte utópico de “las sinsombrero” y al de “las sin amo”, es evidente que, en el primero de los casos, dicho horizonte se concretaba en obtener el derecho al voto y en acceder a la enseñanza universitaria, mientras que el de las segundas apuntaba, conforme preconizaba el humanismo integral de Léopold Lacour (1897), hacia la abolición de las jerarquías y de las relaciones de dominación, a la vez que abogaba por la subversión de la identidades, símbolos y roles de género tradicionales, así como por la transformación de las estructuras socioeconómicas y culturales que habrían de dar paso a una sociedad basada en la libertad, la igualdad, la solidaridad y la reciprocidad. Por tanto, reformismo en “las sinsombrero” y revolución en “las sin amo”. También por tanto, antes de que en nuestro país existiera el movimiento sufragista ya existía un sujeto femenino de cambio radical y revolucionario.
¿No existe una cierta contradicción entre, por un lado, la afirmación de Marx de que la liberación de la mujer se haría realidad al incorporarse al mercado de trabajo del capitalismo industrial, y, por otro, que este trabajo habría de ser la causa de una nueva esclavitud y de lo que Ludwig Feuerbach, como uno de los grandes aportadores de la moral social al marxismo, denominó “alienación”?
Efectivamente que esa contradicción, o, mejor dicho, esa paradoja es incuestionable; la incorporación de las mujeres al mercado laboral va a significar para ellas, en lo material, nuevas formas de sumisión y de explotación, pero también, en lo intelectual, formación profesional, cultura y conciencia política, apoyos de la fragua del ideal de su emancipación. La explotación se desvanecería una vez quedara abolida la separación entre el capital y el trabajo, cuando la jerarquización fuera sustituida por la cooperación y el individualismo egoísta derrotado por el amor a la humanidad.
¿De qué fuentes te has servido para alcanzar el objetivo de tu ensayo?
Tu pregunta me lleva, previamente, a explicitar más que el objetivo nuclear de mi ensayo ha sido conocer la participación de la mujer libertaria en el conjunto de proyectos editoriales orientados a promover y difundir la literatura y el pensamiento social y revolucionario de los años veinte y treinta en España. Tómese en cuenta que, para el anarquismo, el libro era una de las herramientas más queridas en su proyecto de conseguir un campo cultural autónomo frente a la concepción capitalista de la cultura como propiedad privada y como objeto de consumo pasivo, desproblematizado y feliz.
En consecuencia, las fuentes que he manejado proceden de uno de esos proyectos editoriales, concretamente de la colección “La Novela Ideal”, promovida por la editorial anarquista La Revista Blanca, con sede en Barcelona. Sus creadores, padres de la citada Federica Montseny, la pusieron en marcha gracias a suscripciones particulares y al apoyo financiero que recibió del mundo libertario. La colección, de carácter semanal, comenzó a publicarse en 1925 y se mantuvo activa hasta 1938, llegando a editarse 594 novelas de escritores, en su mayor parte autodidactas y hasta entonces anónimos y noveles, obreros fabriles y campesinos, fundamentalmente de ideología libertaria o de planteamientos sociales avanzados. De esas casi 600 novelas, 113 (19,0%), y esto es ya de por sí un hallazgo, fueron escritas por mujeres, las que he denominado “sin amo”, en respuesta a “las sinsombrero”. Aunque tal vez sea ocioso precisarlo, he de decir que el número de novelas escritas es inferior al de escritoras, que he calculado en torno a veinte. Existe, eso sí, un acusado contraste en cuanto a la producción novelística de cada una; las más prolíficas fueron Federica Montseny ―43 títulos y, probablemente, 3 más bajo seudónimo―, Ángela Graupera ―40 títulos― y, ya más distanciada, Regina Opisso ―14 títulos―; las restantes autoras se mueven entre 6 títulos y 1. Desde el punto de vista sociolaboral, contrasta con la homogeneidad de “las sinsombrero” la diversidad de “las sin amo”: obreras, maestras, enfermeras, estudiantes y, de forma incidental, periodistas, cronistas o reporteras de la variada prensa anarquista o de izquierdas de la España republicana.
¿Qué editoriales podían interesarse en publicar, como objeto de negocio, las novelas de “las sin amo”, tomando en consideración que en la España de hacia 1930 el nivel de analfabetismo alcanzaba al 40% de la población y, en ciertas regiones, caso por ejemplo de Extremadura, al 60%?
Aceptando esta realidad, hay que establecer algunas matizaciones. En primer lugar, que de la colección “La Novela Ideal”, territorio de “las sin amo”, se realizaban tiradas habitualmente de 10.000 ejemplares, llegando a alcanzar en algunos casos los 50.000, lo cual se traducía en un favorable impacto económico desde el punto de vista empresarial. En segundo lugar, dichas novelas eran cortas, de apenas 32 páginas. En tercer lugar, eran asequibles para el proletariado, dados el abaratamiento de las ediciones gracias a las nuevas técnicas de impresión y a que la editorial no buscaba el beneficio en el sentido capitalista, sino para poder reinvertir en nuevas ediciones y en pagar dignamente a los autores de las novelas. Y, en cuarto lugar, y esto es de lo más reseñable, la progresiva alfabetización de las masas favorecía el auge de las novelas entre el proletariado.
Las novelas de “La Novela Ideal” eran vendidas por militantes anarquistas y llamadas a cumplir un papel primordial en la educación del proletariado. Es evidente que tales novelas rompían con el estereotipo de la novela popular de signo burgués y “bien pensante”, que respondía al género “rosa”
Agréguense a estos cuatro factores positivos las posibilidades que, para la difusión de ideales políticos, representaban, además de los libros, los periódicos, las revistas, los fascículos y los folletos. Buena prueba de esto son los más de catorce mil títulos que recoge el Registro de la Propiedad Intelectual entre 1901 y 1936. Las novelas de “La Novela Ideal” eran vendidas por militantes anarquistas y llamadas a cumplir un papel primordial en la educación del proletariado. Es evidente que tales novelas rompían con el estereotipo de la novela popular de signo burgués y “bien pensante”, que respondía al género “rosa”. En un entorno social ciertamente definido por el analfabetismo, la difusión de los contenidos de novelas de la colección “La Novela Ideal” contó también con la práctica habitual de ser leídas en los ateneos populares, las bibliotecas y otros espacios de sociabilidad obrera; los receptores de la lectura no sabían leer, pero sí comprender los contenidos de unos textos escritos en un lenguaje sencillo, de lo más explícito.
Es tan abrumadora como fascinante la nómina de literatos, poetas, dramaturgos, filósofos y científicos del mundo occidental de los que das cuenta que trenzaron la cultura de las “Sin amo”; una nómina que he contabilizado en torno a un centenar y medio de autores que vivieron desde varios siglos a.C., caso, por ejemplo, de Homero, Sócrates o Platón, hasta contemporáneos y relativamente próximos en el tiempo a las “Sin amo”, como eran los grandes teóricos del anarquismo Bakunin, Kropotkin o Malatesta; una nómina, a la vez, caracterizada por el gran espectro ideológico de sus integrantes. En este sentido, sorprende que entre los autores no figuren nombres tan emblemáticos de la izquierda hegeliana y de la lucha de clases como Feuerbach, Marx, Engels o Rosa Luxemburgo; ¿”las sin amo” no los consideraban merecedores de ser tomados en cuenta?
Esta cuestión tiene una respuesta tan breve como incontrovertible: que las obras de los autores que mencionas, y más concretamente las de Marx, fueron recibidas en España prácticamente dos décadas después de las de los dos grandes pensadores anarquistas Bakunin y Kropotkin. Dicho en términos de lucha obrera y de revolución, cuando en la década de 1880 comienza a difundirse el marxismo en España, hacía ya una docena de años que Giuseppe Fanelli, delegado de Bakunin, había venido a nuestro país a tomar contacto con dirigentes obreros; fueron éstos quienes primero hicieron suyo el planteamiento de que la emancipación del proletariado era del todo incompatible con la existencia del Estado o de cualquier otra instancia de dominación y de organización ajena a la horizontalidad reguladora de las relaciones entre los individuos.
¿En qué medida la proclamación de la Segunda República impulsó la publicación de literatura libertaria?
Esta literatura venía editándose ya, cuando menos, desde la década de 1920, aunque, como no podía ser de otra manera, el tiempo de la República favorecerá la producción de “La Novela Ideal”. A partir de 1931 se generó un contexto de lo más favorable para que las mujeres incrementaran su presencia, aunque ciertamente no masiva, en la vida pública. Ideológicamente fueron adquiriendo conciencia y participando en la vida política y laboral a través de campañas electorales, mítines, manifestaciones y huelgas; fueron participando también en la prensa, en la radio, en la Universidad y, a veces, como presas políticas, en la cárcel. Esto para nada significa que se llegara a superar el orden patriarcal; la presencia y participación de la mujer en la vida pública fue un mero reajuste de los roles de género compatibles con los deberes domésticos y familiares que dicho orden les tenía asignados. Hecha esta salvedad, lo indiscutible era que los acontecimientos políticos habían liberado una dinámica de cambio modernizadora que iba más allá de las metas limitadas del republicanismo.
Esto para nada significa que se llegara a superar el orden patriarcal; la presencia y participación de la mujer en la vida pública fue un mero reajuste de los roles de género compatibles con los deberes domésticos y familiares que dicho orden les tenía asignados
Durante la guerra, las organizaciones de izquierda llegarían a desafiar, aunque fuera de manera vacilante, la estructuras de facto patriarcales; semejante contexto proporcionaba cualitativamente un ambiente mucho más propicio para que las mujeres adquiriesen conciencia política y comenzasen a cuestionar la ideología patriarcal, los papeles de género, la cultura de la belleza, la preocupación por la pareja y la reproducción, rompiendo de esta manera moldes y creando nuevos espacios para la acción directa y la iniciativa femeninas.
Voces de Extremadura
Entrevista a Antonio Orihuela
Una de las características que subrayas dentro de la literatura de las “Sin amo” es su diversidad de contenidos, hasta el punto de que has identificado catorce temas; es más, yo diría que nada escapó a su atenta y crítica mirada, teniendo en cuenta, por ejemplo, que reflexionaron sobre cuestiones que, frente al núcleo duro de lo socioeconómico y lo político, pudieran parecer tangenciales, caso, por ejemplo, del arte o de la naturaleza. Ahora bien, ¿existe alguno o algunos de esos temas por los que las “Sin amo” sintieran una especial predilección?
Pregunta problemática como también lo es la respuesta, dado que la temática abordada por las escritoras anarquistas es una de las cuestiones centrales de mi ensayo. Precisar con rigor qué temas preocupaban más a esas escritoras exigiría realizar un ejercicio de cuantificación, inviable metodológicamente. Puedo, en todo caso, apuntar tendencias o recurrencias, dentro de las cuales las más subrayables serían el anticlericalismo, entendiendo por tal la Iglesia como estructura de poder, el clero, la moral religiosa y el conjunto de instituciones eclesiásticas canalizadoras de la doctrina social católica, caso de colegios, asilos, hospitales, orfanatos, etcétera. En la nómina de temas subrayables habría que incluir también la familia y la sexualidad, una y otra epicentros de universos complejos: constitución de la familia, elección del cónyuge, relaciones y vínculos de la pareja, violencia de género, divorcio, eugenesia, aborto u homosexualidad; tema medular al respecto en las reflexiones de las novelistas es el del amor libre. Otros temas abordados serán los que tú has mencionado del arte y la Naturaleza, la educación, las relaciones campo/ciudad, la guerra social, los atentados, el colonialismo y sus implicaciones bélicas, con especial referencia a Marruecos, y la huelga revolucionaria. Un tema que mereció una particular atención fue el de las expectativas de revolución social que se abrían en España en 1936 tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero.
En el capítulo “La construcción de la identidad femenina” dedicas un apartado a “Anarcofeminismo versus feminismo humanista”, lo cual me da a pie a preguntarte por los contenidos de uno y de otro feminismo y si eran irreductiblemente antagonistas.
Por otro lado, me ha sorprendido un tanto, sirviéndome de las denuncias de Federica Montseny y de otras mujeres anarquistas, la persistencia del patriarcalismo o “machismo”, precisamente entre sus camaradas libertarios; por ejemplo, en el campo de la sexualidad, perpetúan el papel tradicional de la mujer como sujeto pasivo que se sirve del arma de la coquetería para atraer al hombre.
Por constituir el anarcofeminismo una respuesta al feminismo humanista, me referiré en primer lugar a este último.
Situándonos en el contexto de la Segunda República, en un principio, la misoginia y la cosificación que la ideología patriarcal manifestaba hacia la mujer fueron enemigos a derribar por quienes se adscribían al feminismo interclasista burgués. Este feminismo humanista, digamos el reivindicado por “las sinsombrero”, superaba, ciertamente, el otro arquetipo imperante de mujer como ángel del hogar, tan común en las sociedades cristianas y musulmanas.
Por lo que respecta al anarcofeminismo, emergió éste durante el período republicano, en los albores de la Guerra Civil, expresando tanto una conciencia feminista como una respuesta colectiva y organizada a la histórica subordinación de la mujer. Más concretamente, emergió en un contexto de lucha de clases, integrando dos emancipaciones: la del proletariado y la de la mujer.
Por lo que respecta al anarcofeminismo, emergió [...] expresando tanto una conciencia feminista como una respuesta colectiva y organizada a la histórica subordinación de la mujer [...] en un contexto de lucha de clases, integrando dos emancipaciones: la del proletariado y la de la mujer
Ateniéndome exclusivamente al criterio de cantidad, he observado la preponderancia de la mujer urbanita como protagonista en las novelas de las “las sin amo”. ¿Significa esto que la mujer campesina tuvo un papel puramente tangencial en la novelística anarquista? Y si fuera así, ¿no sería en cierto modo perpetuar la imagen un tanto despectiva que Marx tenía del campesino, dado que para él no existía genuinamente más proletariado que el industrial?
Es innegable, en efecto, que el escenario preferente en el que se desarrolla la acción de las novelas de las escritoras anarquistas ―todas ellas urbanitas― es la fábrica, mucho más que el cortijo. La relación de “las sin amo” con el campo y los ambientes rurales fue siempre conflictiva; cabría decir, incluso, ambivalente, como fue también la concepción marxiana del campesinado. En realidad, las protagonistas de las novelas de “las sin amo” no podían ser otra cosa que mujeres de la ciudad, en la medida en que a la mujer campesina la veían como perpetuadora de la moral tradicional, del clericalismo, del fanatismo, de la superstición, del analfabetismo y de las convenciones sociales, precisamente el patrimonio de la tradición que el anarquismo buscaba liquidar.
Pero, por otro lado, esas escritoras se hallaban condicionadas por la concepción ácrata y del todo rousseauniana de la Naturaleza y, por tanto, del campo, la antítesis del degradado paisaje urbano capitalista, territorio del hacinamiento, de la insalubridad y de la especulación de todo tipo; un territorio en el que el valor de uso había sido derrotado por el valor de cambio. Semejante conflicto o contradicción la resolvían las escritoras anarquistas argumentando que la misión de los hombres y de las mujeres de la ciudad comprometidos con la ideología libertaria era realizar pedagogía en los pueblos, ilustrando al campesino, haciéndole culto y enseñándole a amar los libros y la higiene. En este sentido, una novela de Ada Martí que publica en 1936 bien pudiera servir de ejemplo: un anarquista urbanita es desterrado a una remota aldea del Pirineo, en donde entabla relación con un jornalero; el desterrado dedicará todas sus energías a instruir a los habitantes de la aldea, fundando, entre el entusiasmo general y la férrea oposición del cura, un Ateneo Libertario con biblioteca, grupo teatral, colegio para niños y mayores, etcétera. Cultivando el intelecto y practicando el ocio creativo, los campesinos acceden a las ideas emancipadoras y transforman su manera de mirar el mundo y de relacionarse entre ellos, al tiempo que aprenden a contestar al poder, sea éste del Estado, de la Iglesia o del Capital.
Con este patrimonio, el campesinado podrá enfrentarse a las fuerzas que el capitalismo elevó a la categoría de mitos: la divinización de la Ciencia, el productivismo, el consumismo, la competitividad, la espectacularización de la vida, etcétera. En definitiva, éste será el camino más corto para acceder al gran santuario del que formamos parte y que llamamos Naturaleza, a base de superar todo dualismo, descentrar el ego y experimentar una profunda compenetración con los demás seres vivos.
¿Indicarías, dentro de las integrantes del grupo de las “Sin amo”, alguna o algunas que por sus propuestas pudieran situarse a la cabeza del grupo?
Sin duda alguna, tanto por la producción novelística como por la radicalidad de los planteamientos, Federica Montseny ocuparía ese lugar. Como ya avancé, su rigorismo moral y sus severas exigencias la llevan, incluso, a criticar a las mujeres pertenecientes a la organización anarquista Mujeres Libres, a las que ve incapaces de rebelarse individualmente ante el patrón y ante el varón, sin necesidad de tener que agruparse institucionalmente. Montseny hace una defensa de la mujer desde posiciones de un individualismo contundente que choca con la orientación colectivista y comunalista de las escritoras vinculadas a dicha organización; para éstas, el autodesarrollo de cada miembro de la sociedad, sea mujer u hombre, no es una cuestión personal, sino que va unido a un desarrollo al unísono de todos.
Algunos de los últimos libros publicados por Antonio Orihuela son El arte de no hacer arte. Una deriva desde el dadaísmo al artivismo (La Vorágine, 2022); El refugio más breve. Contracultura y cultura de masas en España (1962-1982) (Piedra, papel Ed, 2020), Camino de Olduvai (Ed. Irrecuperables, 2023) y Las sin amo. Escritoras olvidadas y silenciadas de los años treinta (La oveja roja, 2024)