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Análisis
El franquismo y la “limpieza de las ciudades” de españoles y españolas de provincias
![Rostros vallecas](/uploads/fotos/r2000/d20cf54a/rostrosvallecas.jpg?v=63906148805)
Hace unas semanas, el guionista Eduard Sola elogió el poder transformador de las migraciones en la gala de los premios Gaudí. Revindicó sus orígenes charnegos, denominación utilizada para hacer referencia a los emigrantes que llegaron a Barcelona desde diferentes puntos de España (sobre todo Andalucía) durante la dictadura. Estas declaraciones y su eco mediático abren una ventana de oportunidad para repensar las migraciones desde nuevas perspectivas. Estas visiones, además de desmentir las lecturas de los movimientos poblacionales como uno de los grandes problemas del continente europeo, sirven para comprender mejor la realidad social y económica de nuestro país.
Durante gran parte del siglo XX, España fue un país de emigrantes. Todavía hoy en día, la ciudadanía española seguramente tenga algún amigo, familiar o conocido que, durante la década de los sesenta o setenta, se marchó a Francia, Alemania o Suiza. El principal motivo de esas migraciones fue el económico. El retraso español (pese a la modernización) obligó a muchos españoles y españoles a marcharse de sus localidades natales tratando de huir de la miseria. La importancia de esas migraciones también ha dejado huella en el cine. Los films ¡Vente a Alemania, Pepe! y Un franco, 14 pesetas se acercaron a estas experiencias españolas. En ambos casos, los protagonistas marcharon a Europa en busca de unas oportunidades económicas y laborales que no tenían en España. Como decía uno de los protagonistas de Un franco, 14 pesetas: “Te tiras unos añitos allí y vuelves hecho un señor”. Una vez allí, descubrían que no todo era tan fácil.
El cambio de residencia y de provincia otorgaba el anonimato, lo que impedía, entre otras cuestiones, ser acusado por un vecino o conocido por haber participado en el bando republicano en la guerra
Las dos películas, de manera indirecta, acaban reforzando una idea bastante extendida sobre la relación del régimen franquista con los movimientos migratorios: la dictadura “facilitó” la emigración a Europa para aliviar los problemas de desempleo dentro del país, sobre todo en el mundo agrario. Esa cara más amable y permisiva de la dictadura con los procesos migratorios desde los sesenta no siempre fue así. Desde finales de la Guerra Civil (1939) hasta el inicio de la apertura del régimen (1957), el franquismo diseñó diversas estrategias a diferentes niveles para impedir la movilidad de la sociedad. Se vertebró un rígido control de los movimientos de la población dentro del propio país con el objetivo de impedir que se produjeran desplazamientos internos, ya que en aquellos momentos todavía no se había retomado el contacto con Europa. El reciente libro de Miguel Díaz Sánchez, Fronteras de papel. Franquismo y migración interna en la posguerra española (1939-1957) (PUV Universitat de Valencia, 2024), es una excelente manera de aproximarse a este ángulo ciego de la historiografía sobre la dictadura.
Cine
Crítica > ‘La trinchera infinita’
Se pueden destacar dos motivos, entre los muchos que existen, por los que vertebraron una política contra los movimientos de población fuera de sus provincias. En primer lugar, permitir las migraciones suponía perder el control político y social de la ciudadanía. El cambio de residencia y de provincia otorgaba el anonimato a cualquier español o española, lo que impedía, entre otras cuestiones, ser acusado por un vecino o conocido por haber participado en el bando republicano en la guerra.
En segundo lugar, aceptar los cambios de residencia del campo a la ciudad conllevaba, de manera indirecta, reconocer el fracaso del proyecto político de la propia dictadura. La política agrarista no estaba funcionando y ese era el principal motivo por el que la sociedad estaba comenzando a abandonar el campo. El alcalde de Espejo (Córdoba) se quejaba al gobernador civil de que “el pueblo se va desmembrando poco a poco y sus hijos huyen aterrados ante el pavoroso problema del hambre que ha invadido sus hogares”. Además, las migraciones ponían al descubierto algunas de las miserias de la dictadura.
Los vecinos de estos barrios de Madrid y Barcelona no eran extranjeros, sino españoles y españolas provenientes de toda la geografía del país, sobre todo del sur
Desde la postguerra, Barcelona y Madrid recibieron a miles de emigrantes de toda España que, ante la falta de recursos, fueron asentándose en barrios periféricos donde autoconstruyeron chabolas y barracas. El Plan de Urgencia Social de Madrid de 1957 muestra desde un punto de vista gráfico las impactantes imágenes de las cuevas, chabolas y barracas de la capital. Y un informe fechado en octubre de 1960, reconocía la existencia de 72.241 chabolas en Madrid en las que se alojaban, sobre todo, emigrantes venidos de toda España. Estos barrios demostraban la incapacidad de la dictadura para organizar una respuesta urbanística y de vivienda que revertiera la situación. Y, ante tal problemática, la respuesta fue reforzar la política antimigratoria para evitar que continuaran creciendo el extrarradio de las grandes ciudades.
Temporeros
Asentamientos chabolistas 25 años de asentamientos chabolistas de migrantes en las zonas freseras de Huelva
Una de las cuestiones más delicadas de la lucha contra la emigración fue la organización de un discurso (lo que hoy en día se denominaría relato) que justificara su visión contraria a los desplazamientos fuera de las provincias. Los vecinos de estos barrios de Madrid y Barcelona no eran extranjeros, sino españoles y españolas provenientes de toda la geografía del país, sobre todo del sur. Esta característica singular de estos movimientos poblacionales impedía que la dictadura basase el discurso contra las migraciones en ideas xenófobas relacionadas con la nacionalidad, con los rasgos físicos o incluso exclusivamente con la ideología. La solución que dieron a esta problemática desde las élites dictatoriales del gobierno central y de las dos grandes ciudades fue vertebrar un discurso en el que se identificaba a los emigrantes provincianos con una condición social y económica baja y en muchos casos, con la mendicidad. De esta manera, estos españoles y españolas no eran definidos como ciudadanos, si no como “masas rencorosas”, “desgraciados que no pueden pagar habitación [y] se refugian en sus edificios destruidos” entre los que “generalmente hay maleantes”.
Entre 1952 y 1957 solo en Barcelona se deportaron 17.331 personas, la mayoría definidas como “vulgares maleantes y delincuentes contra la propiedad”
La dictadura utilizó parte de sus instrumentos de poder, coacción, represión y control para evitar los desplazamientos hacia las ciudades. Como muestra el libro de Miguel Díaz, el régimen de Franco tenía miedo de que la emigración ayudase a desestabilizar el orden público e incrementara la mendicidad en un contexto de falta de empleo, vivienda y alimentos. Por todo ello, la dictadura apostó por utilizar cuatro armas para evitar las migraciones: identificación (salvoconductos y documentos de identidad), abastecimiento (cartas de racionamiento y Auxilio Social), vivienda y trabajo (obligatoriedad de la cartilla profesional) para cercenar los movimientos migratorios. Y, lo más llamativo de todo, para la emigración ilegal que había sorteado todo ese férreo control, puso en marcha un sistema de deportación desde Madrid y Barcelona que trasladaba a los emigrantes a sus localidades de origen.
En Barcelona existían varios edificios dedicados exclusivamente a la clasificación y reclusión de los migrantes hasta que fueran devueltos a sus provincias. El desplazamiento se realizaba en tren. Normalmente eran escoltados con “cuatro guardias de la policía armada y un cabo”. Entre 1952 y 1957 solo en Barcelona se deportaron 17.331 personas, la mayoría definidas como “vulgares maleantes y delincuentes contra la propiedad y dedicándose a la vida inmoral en todos los sentidos […] se ha limpiado la ciudad”.
A pesar de todas estas medidas, el régimen fracasó en el intento de evitar la emigración interior. Miles de españoles y españolas se asentaron en las grandes ciudades en busca de mayores posibilidades económicas y sociales. Las redes de apoyo que se tejieron entre emigrantes permitieron sortear la rigidez de la dictadura. Un número significativo de habitantes del mundo rural asumía el riesgo a ser detenido a cambio de salir de la miseria del agro español. En Cataluña, por ejemplo, se calcula que tres cuartas partes del crecimiento demográfico de estos años procedía de la inmigración.
El protagonismo de estos emigrantes no terminó con su asentamiento cerca de los grandes núcleos industriales del país. La película El 47 muestra un buen ejemplo de todo ello. Las malas condiciones de vida y la escasez de servicios públicos más de veinte años después de llegar a los núcleos industriales abrió una ventana de oportunidades para la concienciación social y política. Una parte relevante de estos emigrantes se vincularon a movimientos vecinales para exigir la mejora de sus barrios.
Este proceso migratorio interior, muchas veces olvidado, debe tenerse en cuenta a la hora de analizar la historia más reciente de nuestro país. No solo para comprobar una vez más las estrategias represivas de la dictadura, sino también para comprender la evolución de las propias dinámicas rurales y urbanas de España y vislumbrar el origen de algunas de las resistencias que contribuyeron a acabar con la dictadura y a vertebrar el sistema democrático en el que vivimos.