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Agricultura
Acompañamiento, el factor clave que la UE olvida en la transición que exige al campo hacia la agroecología
Un suelo estéril tarda entre cuatro y ocho años en recuperarse. La última reforma de la PAC nació para impulsar el mayor cambio agraria de los últimos 50 años: extender la agroecología hasta llegar a un 25% en diez años para ir sustituyendo a la agroindustria. Pero el objetivo nació de una reforma con un presupuesto menguado: con una reducción del 7,5% para el periodo 2023-2027. Al mismo tiempo, la UE se ha lanzando a una carrera para aumentar los tratados internacionales de libre comercio, los cuales suscribe sin cláusulas espejo o de reciprocidad. De una parte, Europa quiere que el campo transite hacia la agroecología. De otra, permite importar cualquier alimento cultivado y criado con formas prohibidas en la UE —con abuso de fitosanitarios, antibióticos y fertilizantes—. En este contexto ha explotado el enfado del sector primario. Un malestar que los expertos reconocen y legitiman, mientras advierten de que, para deshacer este entuerto, el foco debe situarse en el acompañamiento que agricultores y ganaderos necesitan para recorrer esta transición sin perder producción, y evitar abocarles al cierre de las explotaciones, porque, como recuerda la agroecóloga Isa Álvarez: “En el campo no sobra nadie”.
Fernando Fernández es el director general de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural del Govern de las islas Balears. Es una rara avis: ocupó el cargo en la anterior legislatura progresista y, tras la insistencia del sector agrario, el PP y Vox le han mantenido en la administración. Consiguió consensos entre las organizaciones agrarias y el movimiento ecologista. Y esto, asegura, es lo que se necesita Balears, el Estado y, sobre todo, Bruselas.
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En su carrera profesional ha vivido cinco reformas agrarias. La última supone un cambio “ambicioso” e “inevitable”, pero el ritmo y las formas que exige son “inasequibles”. Ni él es capaz de “profundizar” en los decretos que emanan de Bruselas. Mucho menos, las organizaciones agrarias y los agricultores y ganaderos de las pequeñas explotaciones. La UE ha publicado 12 reglamentos y directivas en cuatro años —“es muchísimo”—, cada una lleva aparejada sus propios decretos, que se cuentan a cientos. Y exigen cosas imposibles de cumplir, sin tener en cuenta territorios ni inclemencias: “Al arco mediterráneo se le pide la trituración de la poda hecha antes del 1 de marzo, cuando hay cítricos que aún están en el árbol”, así como “no poder pasar del 20 al 40% de tierras en barbecho en tiempo de sequía”, cuando la cosecha del cereal de otoño se ha echado a perder por falta de agua y no hay nada que sembrar. El Ministerio de Agricultura ha negociado ambas cosas con Europa y ha conseguido una prórroga hasta el 1 de abril y el ok al 40%, a consecuencia de las movilizaciones de esta semana. Pero Fernández sigue frustrado: “El 1 de abril tampoco es suficiente”.
“Como administración, no somos capaces de asumir la burocratización que impone la UE de ciertas obligaciones de información y control en sistemas bastante complejos, como el reglamento de nutrición sostenible de suelos”, expone. Esto está ligado al uso de los fitosanitarios, lo que ha saltado a la prensa como una batalla entre agricultores y ecologistas. “Las reducciones de fitosanitarios te pueden parecer bien a nivel teórico, pero chocan con la realidad porque implican pérdida de producción. No hay sustitutos para los fitosanitarios. El ritmo del cambio de modelo agrario no está bien calculado”, concluye.
El mayor cambio
David González es agroecólogo e impulsa proyectos diversificados utilizando herramientas de la agricultura regenerativa. Señala que muchos suelos de la península ibérica se encuentran con menos del 1% de materia orgánica —están prácticamente muertos—. Cuando planifica un campo, lo hace a largo plazo: “En nuestra experiencia, si se hacen bien las cosas, se necesitan entre 4 y 5 años para obtener valores de fertilidad buenos para niveles altos de cosecha agroecológica, y se requieren hasta ocho años en lugares con poca precipitación”.
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Para recuperar un suelo apuesta por la diversificación: meter ganado en campos que eran monocultivos de cereal y plantar frutales, por ejemplo. Ello no solo mejora la fertilidad del suelo, también permite la diversificación de la economía para que el granjero pueda ir tirando y deje de jugarse el jornal a una cosecha que vende a precio cerrado —el precio que le ordenan— y que recoge un camión de Mercadona o cualquier otro gran distribuidor.
González asesora, planifica y acompaña. “Cuando acabó la II Guerra Mundial, se invirtió una ingente cantidad de dinero público para impulsar la agricultura industrial”, recuerda. Paquetes de semillas controlados por oligopolios, fitosanitarios, maquinaria pesada, sistemas de regadío. “Ingenieros agrónomos acompañaban a esa transición impuesta por la agroindustria”, agrega. Nacieron las Cámaras Agrarias, las cuales recomendaron este modelo como el adecuado. En el campo hicieron lo que les mandaron. Y el círculo se cerró a gusto de la industria.
Mirar al cielo
Los agricultores y pastores eran los encargados antaño de predecir el tiempo. En Euskal Herria usaban las témporas del calendario lunar para adivinar cómo sería cada estación. Y despertaban la tierra en Santa Águeda, el 5 de febrero, con canciones que cantaban mientras golpeaban el suelo con un bastón. Ahora la tierra ya está despierta desde hace semanas y el cambio climático ha alterado los ciclos de producción. Los agricultores son los primeros en notar sus consecuencias y negar la emergencia climática no está en su agenda política, eso es cosa de Vox.
La extrema derecha se ha colado en el campo dando voz a los intereses de la agricultura industrial, instrumentalizando la frustración de agricultores y ganaderos. Hay organizaciones agrarias que han reaccionado tarde a los vítores contra la Agenda 2030 —una proclama negacionista— y han tardado en sumarse a pedir la moratoria de los tratados de libre comercio, la simplificación de la burocracia y vender cubriendo costes, como reivindican los sindicatos que defienden la agroecología, como EHNE Bizkaia, y otras no tan ancladas en la soberanía alimentaria, como Uaga, Unión de Uniones, UPA, etc. Mientras, la sociedad no sabe si aplaudir o dar la espalda a los tractoristas que han tomado calles y carreteras.
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La mayoría son hombres, blancos y con suficiente aval para pedir un crédito al banco para comprar maquinaria agraria que usan para arar unas tierras en propiedad. Resulta sencillo empatizar con un pequeño agricultor que se desvive por mantener el caserío familiar y entristecerse con el pequeño ganadero que tuvo que sacrificar 80 vacas porque la industria tumbó el precio de la leche. Pero, ¿qué ocurre con las explotaciones medianas y por qué se piensa en el agricultor como figura sola?
Isa Álvarez insiste en que en el campo no sobra gente. “Lo que nos sobran son las corporaciones como Monsanto y Bayern, pero no las personas. Tenemos que tener cuidado con los campos medianos para que se puedan generar transiciones hacia modelos que se sostengan sin dependencias externas”, insiste. Asegura que, por ejemplo en Almería, es común la explotación de producción de monocultivo en la que trabaja una familia entera, algo que les expone con mayor frecuencia a una plaga, la cual no pueden subvertir sin el uso actual de agrotóxicos. Para que la familia pase del monocultivo a la diversidad deben prescindir del camión de Mercadona y disponer de cadenas de distribución cortas, “un boom que experimentó Bizkaia entre 2010 y 2012 con los grupos de consumo, y permitió reconvertir explotaciones”.
Solamente el 1% de lo que se come en Gasteiz es de origen alavés, añade David González. Desde su cooperativa están impulsando con fondos europeos crear un “anillo marrón” en la ciudad de Gasteiz para elevar ese porcentaje. Volver a unir productor con consumidor. Y reconstruir socialmente el concepto urbe y rural.
“Cuando alguien decide mudarse al campo se le pregunta si está seguro, si no lo está romantizando, pero nadie cuestiona el viaje contrario, a pesar de los precios disparados de la vivienda en la ciudad”, razona Isa Álvarez. “El siglo XX fue el siglo de la urbanización y somos hijas de los años 70, de una generación migrante que se fue del campo y nos educó pensando que en lo rural no hay futuro, bajo una premisa desarrollista”. Por ello Álvarez pide que se deje toda esa mirada atrás, “ni lo urbano es central ni lo rural es periférico”. “Miremos al territorio en su conjunto”, sugiere. Tal y como lo hace el informe de Amigos de la Tierra que cita González, que promueve una reconversión del campo hacia la agroecología por comarcas hidrográficas, con el que se conseguiría que el Estado español solo tuviera que importar el 1% de productos alimentarios. Lo que produce la tierra, que vaya al plato, sin viajar ni contaminar. Hay unos poco agricultores y ganaderos que ya lo practican, otros tienen claro que ese camino es inevitable, pero se sienten solos, y para el resto, “la clave es el diálogo, la participación y estructurar espacios de trabajo y consenso, aunque signifique modular las propuestas iniciales", expresa Fernando Fernández.