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Yemayá Revista
El feminismo saharaui, una lucha debilitada por el abandono de un pueblo
Azza se despierta siempre pronto, sobre las cinco de la madrugada. Vive con su tía, su madre y su hermana, en Tinduf, aunque nació en el campamento de Esmara. “Una familia de mujeres”, explica. No quiere que toda la carga de las tareas de la casa recaiga sobre su madre, así que cuando se levanta, avanza con las tareas domésticas, deja la comida preparada y limpia la cocina. En los campamentos de personas refugiadas saharauis de Tinduf, en verano, la temperatura puede superar los 50 grados durante el día y los -3ºC por la noche: la gente vive en jaimas, o en casas de adobe y zinc, y escasea la comida y el agua potable. Ella tiene 25 años y, además de ser periodista, es activista y defensora de los derechos humanos. “La mujer saharaui es una mujer fuerte, fuerte en los campamentos y más fuerte aún en los territorios ocupados”,dice.
Después de años de ser la colonia española número 53, tras la muerte de Franco, el 26 de febrero de 1976, el Gobierno español comunicó a la ONU que finalizaba su presencia en el territorio, por lo que se declaraba sin responsabilidad alguna sobre lo que allí sucediera. Frente a esta retirada, Marruecos decidió anexionar todo el territorio saharaui, lo que desencadenó en un largo conflicto armado entre Marruecos y el Frente Popular para la Liberación de Saguía el-Hamra y de Río de Oro (Frente Polisario), movimiento independentista saharaui que, desde su creación en 1973, lucha por el proceso de autodeterminación del Sáhara Occidental.
En general, las mujeres fueron las responsables de la reconstrucción, en un contexto extremadamente desfavorable, de las estructuras sociales saharauis arrasadas por la guerra
A causa de este conflicto, casi la mitad de la población del Sáhara Occidental se refugió en Tinduf, Argelia, huyendo de los bombardeos y la represión marroquí, en unos campamentos de personas refugiadas en los que ahora viven aproximadamente 173.000 personas. En este desplazamiento hacia el desierto, situado en el sudeste argelino, las mujeres fueron las encargadas de organizar la acogida e impulsar las instituciones de esta residencia temporal, ya que la mayoría de los hombres tomaron las armas y se fueron a la guerra. Ellas cavaron los primeros pozos de agua y levantaron las primeras construcciones de adobe. Ellas se convirtieron en operarias de radio, conductoras, enfermeras, maestras… En general, las mujeres fueron las responsables de la reconstrucción, en un contexto extremadamente desfavorable, de las estructuras sociales saharauis arrasadas por la guerra. “Mis abuelas hicieron con sus manos el adobe de nuestras casas”, cuenta Azza.
Una lucha histórica en un contexto de corrupción
En este contexto, en 1974, se fundó la Unión Nacional de Mujeres Saharauis (UNMS), con la intención de defender la unión de su pueblo para luchar por el derecho a la independencia y la autodeterminación y por el rol destacado de las mujeres en esta lucha. “La lucha de las mujeres saharauis empezó antes de la revolución trabajando en células secretas para ayudar al Frente Polisario. Luego, con la revolución, empezaron a ayudar a los combatientes de mil formas distintas, por ejemplo, vendiendo sus joyas para dar dinero al Frente”, explica Mariam, encargada de investigación y gestión de la información de la UNMS. “La escuela del 27 de febrero, por ejemplo”, continúa, “se creó para enseñar a las mujeres a dominar las armas, así como formarlas en los campos de la salud y la educación”.
Las mujeres que forman actualmente la UNMS se inspiran en sus antepasadas, y trabajan diariamente por continuar con su legado y su lucha. Sin embargo, la situación actualmente es distinta. “Una de las mayores dificultades que enfrentamos es la falta de interés de las mujeres jóvenes para trabajar con nosotras en las oficinas regionales”, relata Mariam desde la sala principal de la sede de la UNMS. La segunda dificultad mencionada tiene que ver con que todo el trabajo que realizan es voluntario, lo cual dificulta mucho su subsistencia en los campamentos.
“La Unión de Hombres Saharauis, ¡no de mujeres!, eso es lo que son”. Fatimetu es una joven de 24 años que trabaja en la escuela de arte en la Wilaya de Bojador. Cuando le explico nuestro encuentro con la UNMS se muestra escéptica. “Ellos (Frente Polisario) se quedan todo el dinero, a nosotros, al pueblo, no nos llega nada… las mujeres de la UNMS están allí para representar los intereses del Gobierno, pero no para denunciar el machismo que realmente existe en la realidad saharaui. Te dirán que todo es perfecto, pero ¡cómo va a ser perfecto, vivimos en un campo de refugiados! Y el dinero que recibimos de la comunidad internacional se lo quedan todo ellos. La mayoría de la gente lo sabe, pero nadie dice nada, tienen miedo. Y el machismo cada vez es peor”.
Su melfa de tonos rosas la cubre de pies a cabeza: “Es nuestra prenda tradicional, yo la quise llevar antes de que mi madre me dejara hacerlo porque suponía un orgullo para mí”. Además de una identidad y un signo de resistencia, la melfa también sirve para taparse de las miradas de los hombres cuando estas no son deseadas o para insinuarse a ellos si la mujer lo considera. La crítica de Fatimatu a la UNMS se vincula con las denuncias de corrupción del Gobierno del Frente Polisario. “El problema es que dependemos directamente, alimentariamente, del gobierno. Pero la ayuda que llega de fuera se queda en Raguni, campamento donde se encuentran las sedes administrativas del Gobierno y de organizaciones internacionales. Además, ya no viven aquí, viven todos fuera, en España, en Argelia, en todos lados menos aquí con su pueblo. Quienes creemos de verdad en la liberación del pueblo saharaui somos los que vivimos y sufrimos desde aquí”, añade.
Fatimatu piensa que esta falta de transparencia afecta al machismo porque las mujeres se vinculan menos políticamente: “Cada vez hay más mujeres que se quedan en casa porque sus hombres no quieren que trabajen, esto es lo que sucede”. Además de maestra, está escribiendo un libro sobre los centros de mujeres en los que encierran a aquellas que han tenido hijos fuera del matrimonio. “Quiero hablar de que esto no es ni será nunca un pecado, como les hacen creer”, explica.
La corrupción se suma a una crisis humanitaria creciente
Las personas que viven en los campamentos de Tinduf llevan ahora 50 años de exilio y durante estas cinco décadas, el abandono de la comunidad internacional ha ido exponencialmente en aumento. En noviembre de 2024, el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (PMA) anunció que reducía un 30% la canasta de productos básicos que distribuye entre los refugiados saharauis en territorio argelino. Debido a las condiciones climáticas extremas, a la tierra infértil del desierto de la Hamada y a la falta de empleo e infraestructuras, este pueblo depende casi exclusivamente de la ayuda internacional para subsistir. Según el Plan de Respuesta (2024-2025) consensuado por un consorcio de 28 entidades de la ONU y ONG que trabajan en el lugar, de las 173.600 personas saharauis en los campamentos de Tinduf, casi el 90% padece inseguridad alimentaria o está en riesgo de caer en ella. Por ello, además de las arduas y precarias condiciones a las que la población saharaui desplazada lleva enfrentándose durante tantos años, ahora, el hambre se convierte en una nueva amenaza.
“Aquí, otro problema grande es el de la educación”, recuerda Azza, mientras prepara el “té amargo como la vida, suave como el amor y dulce como la muerte”, según narra la tradición. Desde el principio, la República Saharaui puso su empeño en la educación, especialmente en beneficio de las mujeres para luchar contra el analfabetismo, bajo la premisa de que quien educa a una mujer educa a una generación entera. Durante los primeros años del éxodo, se llevaron a cabo campañas de alfabetización y se crearon escuelas, todas mixtas. “Ahora la educación sigue siendo mixta, pero hay muchos profesores que se están yendo, cobran más si trabajan en Argelia y muchos jóvenes están cansados. Piensan, ¿para qué voy a estudiar si me quedaré aquí en este desierto sin futuro? Esto afecta mucho al machismo y a los derechos de las mujeres porque cada vez los hombres son más cerrados y dicen cosas como que las mujeres nos tenemos que quedar en casa y no trabajar”, explica Azza. “Todo, al final, tiene que ver con la educación, un pueblo libre tiene un buen sistema educativo”.
50 años en el limbo
Azza y Fatimetu representan una juventud saharaui cansada. Una juventud a quiénes han insertado la lucha por su tierra en el ADN, y que quiere seguir con esta lucha, pero comienza a lidiar con el desespero. “Cincuenta años son muchos”, es una frase que suena estos días en los campamentos, y la opción de irse fuera a estudiar y trabajar resuena tímida, pero recurrente. Azza se encuentra en esta contradicción, se le iluminan los ojos cuando piensa en irse: “Por otro lado, tampoco podemos pensar así, solo en nosotros mismos. Vivimos en un mundo que se mueve por el dinero y nosotros formamos parte de este mundo, pero nuestro orgullo está aquí, en la lucha colectiva. Yo lo que quiero es que liberemos nuestra tierra y vivir en ella”.
“Las mujeres en los campamentos estamos perdiendo derechos, pero nuestras compañeras de los territorios ocupados son atacadas solamente por existir, sean o no activistas”, sentencia Fatimetu
El pueblo saharaui lleva 50 años en un limbo, a la espera de una solución política que permita un referéndum de autodeterminación, derecho reconocido por las Naciones Unidas. Pero en cinco décadas la solución no ha llegado, y más bien se ha disuelto bajo la presión de Rabat para que el Sáhara Occidental pase a ser una autonomía dentro de Marruecos. Ante esta perspectiva desoladora, en 2020 se reabrió el conflicto armado entre el Frente Polisario y el ejército de Marruecos, ahora éste último, financiado con tecnología punta y drones provenientes de Israel.
Un doloroso proceso de estancamiento cada vez más sustentado por la comunidad internacional. En concreto, a finales de marzo de 2022, España —en línea con otras potencias como Estados Unidos, Alemania o Francia— cambió su postura al respaldar el plan marroquí de autonomía como la base más ‘realista’ para la resolución del conflicto. Un cambio de posicionamiento que olvida del todo la deuda histórica que tiene España con el pueblo saharaui y que está generando una situación cada día más precaria y desesperante, tanto en los campamentos de Tinduf como en los territorios ocupados del Sáhara Occidental.
“Las mujeres en los campamentos estamos perdiendo derechos, pero nuestras compañeras de los territorios ocupados son atacadas solamente por existir, sean o no activistas. Nuestros derechos pasan por la liberación de nuestra tierra, no hay más”, sentencia Fatimetu, con los ojos encendidos, resumiendo décadas de opresión a múltiples niveles, pero concentrada en un proceso nunca resuelto de colonización.