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Vox
De Tamames
Podríamos zanjar la reaparición de Ramón Tamames del brazo de la ultraderecha fascistoide española con aquello de que “el fugitivo de su clase acaba por volver a ella”, o esta, más pedestre, de que “la edad lima el izquierdismo hasta convertirlo en conservadurismo creciente”. Pero, no: a Tamames hay que tratarlo con el cuidado que merece su persona, con la atención política debida y con el análisis ideológico del caso, que es seguramente lo más interesante. Y dejar de lado el caso que ha acabado recordándonos, de esos jóvenes burgueses, cultos e idealistas que, asqueados de la dictadura cutre y su estética atroz, abrazaron el comunismo como respuesta redentora de sí mismos.
A Tamames hay que tratarlo con el cuidado que merece su persona, con la atención política debida y con el análisis ideológico del caso, que es seguramente lo más interesante
En Tamames tenemos a un tipo de cualidades singulares, no solo científico-económicas, sino también políticas y, en mi opinión, también humanas. Lo de menos, en este trance que ha decidido vivir protagonizando la moción de censura que el partido ultra Vox presenta, son sus debilidades, como todo el mundo. Y como había quedado arrumbado por la historia, cualquier información que alumbre e ilustre al personaje creo que resulta oportuna, sobre todo si queremos que las generaciones jóvenes tengan idea de quienes han sido parte activa de la historia reciente de España.
La semana política
Que se ponga Tamames
Antes de conocerlo personalmente, yo disponía de su extraordinaria Estructura Económica de España, aparecida en 1960 (y que va por su 26ª edición, la de 2022) y que, como estudiante de Políticas, había devorado. Nos encontramos cuando ambos andábamos presentando nuestros libros por Aragón en el verano de 1976: él, creo recordar que Historia de Elío, contando su experiencia reciente en la cárcel franquista, y yo Nuclearizar España, resumiendo las primeras luchas antinucleares en el país. Hemos tenido siempre buena química, así que colaboré con él en algunos de los numerosos proyectos de consultoría que le encargaban. Como los Anuarios, de Planeta o, mucho más importante, el magno estudio sobre Contaminación en las ciudades que su departamento en Económicas, conjuntamente con el del inolvidable Fernando González Bernáldez, en Ecología, ambos de la Universidad Autónoma de Madrid, desarrollamos en 1979-1981. Ramón nos vinculó a Mario Gaviria y a mí, como ecologistas ya curtidos, en esa tarea. En esos años, por cierto, Gaviria y yo escuchamos desde las tribunas del Congreso de los Diputados la (probablemente) única vez que nuestros nombres sonaron en tan majestuoso espacio, cuando el diputado Tamames criticaba el Plan Energético de UCD y pedía a los expertos del Ministerio de Industria que “consultaran a Mario Gaviria y Pedro Costa”...
Nos encontramos cuando ambos andábamos presentando nuestros libros por Aragón en el verano de 1976: él, creo recordar que Historia de Elío, contando su experiencia reciente en la cárcel franquista, y yo Nuclearizar España, resumiendo las primeras luchas antinucleares en el país
De aquel estudio -al que aporté, por cierto, mi primer análisis sobre las radiaciones no ionizantes (es decir, electromagnéticas), como descanso del empacho que había acumulado con las ionizantes (o sea, las nucleares)- recuerdo la buena amistad que hice con estupendos profesores del departamento de Ramón, como Donato F. Navarrete, Rafael Esteve, Félix Lobo, Santos Ruesga… Y también recuerdo que, ya en confianza, cuando preguntaba a alguno de estos profesores si era verdad que el propio Tamames escribía los (numerosos) libros que cada año aparecían con su nombre, así me lo confirmaban, haciéndome saber que Ramón era un gran madrugador y que a las 5 de la mañana ya estaba trabajando en casa.
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También era un experto montañero, de sensibilidad ecologista demostrada. Fue estupenda la acampada que organizó, con un centenar de seguidores, en las Paredes Negras de Gredos, hacia 1980, como protesta por los planes de urbanización de la montaña que se atrevían con ese mágico mundo. Él me invitaba a actos y proyectos y yo le correspondía, aunque en mucha menor medida, claro, hasta poder hacerlo en varias ocasiones cuando dirigía las actividades culturales de mi Escuela de Telecomunicación. Recuerdo una sesión en la Fundación Díaz Caneja, de Palencia, sobre medio ambiente, que me dio ocasión ya de ver cómo Ramón se dejaba querer por la élite castellano-leonesa del PP. Sensación corroborada cuando, preparando un trabajo sobre los regantes de los Llanos de Carchuna, en la costa granadina, comprobé su implicación en el mundo económico del PP. O cuando, más recientemente, me invitó al Instituto de España (entidad de eminentes carcamales procedentes de las diez Reales Academias del país), a debatir sobre energía nuclear en presencia de la reina Sofía (que me demostró gran interés e incluso conocimiento sobre ese tema).
Recuerdo una sesión en la Fundación Díaz Caneja, de Palencia, sobre medio ambiente, que me dio ocasión ya de ver cómo Ramón se dejaba querer por la élite castellano-leonesa del PP
Pero al conocer su revival, tan vistoso, pretencioso y como de asunto pendiente, he recordado que, en aquellos años de la transición, en la que creíamos que cabían todas las posibilidades en la sucesión política de la dictadura, y hablándose mucho de la república, corrían “tres candidatos”, en los cenáculos alterados del periodismo politizado: una era la de Tierno Galván, con su toque azañista y su inmenso ego sublunar; otra, la de García Trevijano, famoso constitucionalista aunque ideológicamente inclasificable; y la de Tamames, brillante estrella del PCE, al que le adornaban méritos antifranquistas como para merecer la banda de presidente presidencialista, con su culturón universalista y su tirón antifranquista.
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De resultas de las primeras elecciones municipales de 1979, desde el Ayuntamiento de Madrid, que ganaron socialistas y comunistas, se convirtió en activísimo número 2, con Tierno Galván de (vistoso, literario y algo decimonónico) alcalde, emprendiéndola, con su capacidad e inteligencia, contra la caspa acumulada en la capital durante 40 años.
Pero —como se preveía— el gran Ramón pronto acabó dándose de cabeza con el muro carrillista, con grave pérdida de su pundonor, e iniciando un periplo degradante que todos sus conocidos considerábamos impropio, inoportuno y algo más que un punto indecente, por lo que lo mismo ha venido guardando en su corazón una especie de revancha hacia aquellos años singulares y aquellas turbulencias que dieron en su ninguneo (cosa que consideraría que ni él ni España merecían), dándonos el espectáculo, tras un reintento de coalición con la nueva Izquierda Unida, de acudir a las filas, y los brazos, del vituperado Suárez, antesala del inevitable -ya puestos- deslizamiento hacia los inconfesables dominios del PP.
Pero -como se preveía- el gran Ramón pronto acabó dándose de cabeza con el muro carrillista, con grave pérdida de su pundonor, e iniciando un periplo degradante que todos sus conocidos considerábamos impropio, inoportuno y algo más que un punto indecente
He aquí, pues, a una estrella que no llegó a brillar como ella misma esperaba o pretendía, dejando siempre pendiente su regreso como -según dicen los hechos- una obsesión irreprimible, que se salta principios políticos a los que cualquier intelectual curtido en la historia de España no debe renunciar, y mucho menos si es por soberbia. Pero este es un soberbio con cualidades, y eso hay que tenerlo en cuenta y puede respaldar cierta legitimidad en un exhibicionismo político que en la historia reciente de España no tiene precedentes (y que, por eso mismo, puede que mueva a nuestro catedrático a la búsqueda de los años perdidos). El Gobierno de Pedro Sánchez hará bien en prestar la atención debida a la presencia, las palabras y el conocimiento amplio, no sólo económico, que de España tiene Ramón Tamames, y hacer caso omiso de las (indeseables) compañías que ha acabado frecuentando y que pretenden utilizarlo.
Para quedar en la historia con la impronta final que Tamames debiera desear, su regreso a la tribuna del Congreso habrá de ser notable, puede que excepcional, sin que haya de asimilarse en todo a las posiciones de Vox. Él sabe muy bien el alto riesgo que corre de que su lugar definitivo en la historia resulte más innecesario que ejemplar.
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