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Vivienda colaborativa
Un nuevo proyecto de vivienda colaborativa intergeneracional aterriza en Bustarviejo
Diego, Charo y Armando llevan los últimos años pensando juntos cómo quieren vivir. El cómo desborda la cuestión de la vivienda y habla de todo un sistema de relaciones humanas, relaciones con el entorno y principios compartidos. En pocos meses, después de mucho batallar, sus debates, decisiones, y consensos se concretarán por fin en el proyecto de cohousing en el que están embarcados. Estará ubicado en el pueblo madrileño de Bustarviejo y lo presentan como el primer cohousing rural, intergeneracional y ecosostenible de la Comunidad de Madrid.
La chispa prendió durante los tiempos de Ahora Madrid en el ayuntamiento, cuando en el marco del programa Mares, relata Charo, la más veterana integrante del proyecto de las presentes, se propició el encuentro con otras personas y colectivos que querían apostar por este tipo de vivienda cooperativa en cesión de uso. En aquel momento, la mirada estaba puesta en Trabensol, pues en un principio se trataban de personas mayores que querían sumarse a este modelo. Por aquel entonces, tampoco Bustarviejo estaba en las quinielas, sino que vieron otros terrenos sin éxito. Pero la voluntad de vivir juntos de otra manera seguía allí y se armó un grupo. “Entonces apareció el terreno de Bustarviejo, que al ser zona urbanizable era más seguro poder hacer algo. A partir de ahí es cuando ya el grupo, que éramos nueve entonces, decidió que se compraba el terreno”. Ya estaban curtidos en complicaciones urbanísticas y no lo dejaron pasar.
Vejez
Vivienda Cohousing senior, un envejecimiento hiperactivo
“También tuvisteis el valor de comprar un terreno mucho más grande de lo que necesitabáis nueve personas, sin tener aún la seguridad de que el grupo iba a seguir creciendo. Esto ha permitido que quienes hemos llegado después, nos hayamos encontrado masticadas muchas cosas que en realidad son complejas”, apunta Diego, el más joven de los presentes y el último en sumarse, quien ocupará una de las 17 viviendas proyectadas con su pareja y su hija de un año.
El terreno fue lo que permitió aterrizar la idea y poner las cosas en marcha. Aunque justo les cayó —como a todo el mundo— la disrupción de la pandemia. “Justo el 18 de marzo de 2020, hace tres años, se firmaron las escrituras”, cuenta Armando. Un año antes, apunta Diego, se había constituido la cooperativa. El paso del tiempo, incluido el retraso por la espera de la licencia que necesitaban por parte de la Confederación hidrográfica, que se demoró 17 meses —cuando no debía haber superado los cuatro— dejó a algunas de las personas que estaban al inicio del proyecto fuera, pues el modelo ya no cuadraba con las necesidades que iban surgiendo con la edad. La iniciativa dejaba así su idea inicial de ser un espacio para encarar la vejez y los cuidados en común, a incluir a personas más jóvenes. “A partir de la compra pensamos en que el proyecto podría ser intergeneracional”, apunta Armando, “la vida nos ha ido cambiando desde la entrada de la primera pareja joven”.
“Cuando se entra en este tipo de proyecto la mayor parte de los esfuerzos van a estar dirigidos a un grupo, a escuchar, a cuidarlo, a generar mayor unión”
Cuando Diego y su novia, Verónica, aún embarazada, se sumaron, les costó un poco aterrizar: “Fue algo complejo porque yo me encontraba en un grupo de unas 12 personas todos por encima de los 50. Tenían ya el interés de que nos volviéramos intergeneracionales, pero yo pensaba ‘a ver cómo se desarrolla todo este proceso’”. Y así, con calma y mucho debate se fue constituyendo un grupo en el que entró más gente joven y criaturas.
Para Armando, el punto de inflexión sucede concretamente cuando entran Diego y su familia, que hicieron “efecto llamada”. “Ahora mismo pues hay tres o cuatro familias con niños”. Diego repasa entre sus apuntes: “lo tengo aquí: somos 22 adultos con edades comprendidas entre los 30 y los 74 y seis niños con edades comprendidas entre uno y ocho años”, muestra una foto en la que posan todos juntos.
Y es juntos, como corresponde al modelo de convivencia que han elegido, que deciden todo: “La toma de decisiones no solemos hacerlas por votación, sino por consenso. Esto es mucho más complejo porque sí requiere de mucho más tiempo. El cambio a un modelo intergeneracional tampoco es simple: se necesita mucha escucha activa, mucho cuidado y mucho entendimiento,saber ceder también uno”, explica Diego de un proceso lento y arduo, pero que ha permitido que el grupo se sienta bien con las decisiones tomadas y que estas puedan sostenerse.
“Estamos aprendiendo y somos todo el mundo conscientes del aprendizaje de volver a ser grupo, pues venimos de nuestras individualidades”, desarrolla Charo. Investigar en la sociocracia, profundizar en la comunicación no violenta, apostar por la facilitación para abordar posibles conflictos, todo esto ha ido fundamentando una serie de métodos para decidir en común, alcanzar acuerdos e ir conformando el reglamento de la cooperativa.
Derecho a la vivienda
Derecho a la vivienda Entrepatios: retrato de una vida en comunidad
Diego interpela a sus compañeros “no sé si estaréis de acuerdo en que en general, en los cohousing, lo más complejo es el grupo, crear el grupo y mantenerlo. Es más importante que el dinero o que la vivienda. Cuando se entra en este tipo de proyecto la mayor parte de los esfuerzos van a estar dirigidos a un grupo, a escuchar, a cuidarlo, a generar mayor unión”. Una unión, que defiende, permite compartir mucho más que el espacio donde se vive: “se va generando también una relación casi familiar. Yo a cualquiera de las personas del cohousing le dejaría a mi hija sin pensarlo dos veces. Se pueden generar muchas más interacciones de las meramente habitacionales”. Interacciones que abordan aprendiendo de otras experiencias como Entrepatios, sobre todo en lo referente al lugar de la infancia.
La financiación es otro de los desafíos que han tenido que enfrentar. “Al ser una cooperativa es muy difícil recibir financiación porque se rompe el concepto de la propiedad individual”, explica Diego. Como consecuencia se imponía tener todo o casi todo el dinero necesario para la construcción, algo que se complicó con el encarecimiento de los materiales en los últimos años. Esta dificultad planean salvarla con el apoyo de Fiare, que los ha incluido entre los cohousing que esta banca ética financia. Así, en septiembre, esperan por fin comenzar la urbanización y la construcción. “Contamos con el visto bueno del Ayuntamiento también. Algunos compañeros hablaron con el equipo municipal y parece que la respuesta fue totalmente positiva”, explica Armando.
Una apuesta por la cohabitabilidad
El apoyo municipal hasta ahora es solo moral. Diego explica qué razones hay para que el municipio valore positivamente la propuesta, pues desde el cohousing planean transformar parte del terreno comprado en una senda fluvial que pertenecerá al municipio y de la que podrán disfrutar el resto de los vecinos y vecinas. “El terreno está en la zona central del pueblo, que es muy grande y natural, nosotros no estamos sólo construyendo para nosotros”. Armando le invita a exponer el proyecto de cohabitabilidad, una propuesta que vertebra toda la idea del cohousing.
Viviendas bioclimáticas que reduzcan gasto energético, construidas con materiales ecológicos, una casa común, y al lado, la zona del arroyo renaturalizada, componen ese espacio de convivencia que esperan poder materializar en septiembre
El más joven del grupo muestra planos y documentos, en el plano está el arroyo, las 17 casas distribuidas por el terreno, el edificio común. Viviendas bioclimáticas que reduzcan gasto energético, construidas con materiales ecológicos, y al lado, la zona del arroyo, ahora seco, renaturalizada, componen ese espacio de convivencia que esperan poder materializar con cierta rapidez, a ritmo de tres casas por mes desde el inicio del otoño.
De un lado, explica, la apuesta ecológica pasa por compostar los propios residuos, tener un huerto comunitario, compartir coches, o recoger agua de lluvia. Tejados verdes y placas solares, son otros elementos para hacer de la apuesta, un sistema sostenible. De otro lado, “pensamos también que no solo tenemos que vivir nosotros en este lugar, sino que tenemos que pensar en las especies que viven en el propio terreno o en la zona”, desarrolla Diego. De la mano de una cooperativa especilizada en ambientología, que les he presentado un completo estudio sobre cómo cohabitar con las especies vegetales y animales que pueblan la zona, pueden diseñar los espacios y diversos sectores para acoger y proteger las especies que allí viven, algunas en peligro de extinción.
Un bosque comestible en la linde del terreno, hierba mediterránea en lugar de césped, limitar lo que se siega, colocar cajas que faciliten la instalación de las distintas aves, o construir una charca para los anfibios, son algunas de las propuestas. Un modelo opuesto a “la típica construcción de pueblo de gente que tiene dinero, que se hace su chalet, lo cierra con una urbanización, se pone su piscina, y llena todo eso de cemento y listo”, concluye.
Los cuidados en el centro
Aunque Bustarviejo apareció de manera casual en los planes, reunía una serie de características interesantes para todas las partes implicadas en este grupo intergeneracional que partía de una premisa, explica Charo, todos querían irse de la ciudad. Pero al mismo tiempo, no podían alejarse demasiado porque las personas jóvenes tendrían que desplazarse allí cada tanto por razones laborales. Un consultorio, colegios, la posibilidad para las personas mayores de acudir a sus médicos especialistas en Madrid en caso de ser necesario. Una serie de facilidades que se ven además reforzadas cuando se afrontan los cuidados en comunidad: “Si todas las personas tienen 70 y pico años, quizás es más complejo coger un coche de noche e ir deprisa a un hospital si es necesario. En nuestro caso hay gente joven que tiene la energía o las capacidades para hacerlo. O al contrario, si necesito ir a una reunión de trabajo, le puedo pedir por ejemplo a Charo que se quede con la niña o la recoja en el colegio”, apunta Diego. “Eso es lo que pretendemos, ese tipo de intercambio: recuperar un modelo de cuidarnos mutuamente”, apoya su compañera.
Dentro de esta mirada de cuidados, en la casa común, explican, han proyectado dos estudios que podrán ser ocupados por personas contratadas para cuidar. “Así cuando empiece a haber personas que necesitan estos cuidados en una cierta edad avanzada, podrán seguir viviendo en sus casas. Esto es una máxima nuestra, nadie se tiene que ir de su casa por el hecho de hacerse mayor, pero esas personas que les cuidan tienen que tener también un espacio propio y digno”. Diego explica que en el cohousing se socializarían los costos de este tipo de cuidados.
Asumir de manera interna algunos cuidados, recuerdan, no implica dejar de luchar porque las administraciones garanticen el derecho a la sanidad o a los cuidados. “No queremos renunciar a la parte que la Seguridad Social o la administración nos pueda proporcionar. Pero también es verdad que internamente la idea es hacer un fondo para podernos apoyar económicamente para cubrir las necesidades que podamos tener”, concluye Charo.
Apuesta política y límites
Para la integrante más antigua de este proyecto, en la apuesta del cohousing hay una vocación de transformación, desde el proyecto de cohabitabilidad, hasta la forma de pensar los cuidados. “A nivel particular, para mí es muy satisfactorio poder retomar un modelo que se está abandonando. Colaborar con el campo, con lo rural, con el Ayuntamiento, con el sitio donde vives, con tu vecindario”.
Transformador es también el cambio de modelo de propiedad a través de la cesión en uso, recuerda Diego, “eso le explota la cabeza a mucha gente. Dicen: ¿cómo si yo voy a poner aquí 175.000€ la casa no es mía y no puedo hacer lo que quiero? Desde mi punto de vista es algo revolucionario”. Revolucionario, explica, en cuanto se apuesta por el modelo de cooperativa contribuyendo a que este se extienda en el estado: “Lo que estamos mostrando es la posibilidad real de hacer esto no solo en la ciudad, sino también en el campo, está la posibilidad real de hacer esto no solo entre mayores, sino también entre personas de distintas generaciones”. Además esta opción contesta a inercias especulativas: “Estamos bloqueando vivienda de calidad y a bajo precio para las generaciones futuras. Porque si yo me voy del cohousing dentro de diez años mi casa va a valer lo mismo, simplemente con la actualización del IPC. No podré hacer, como si tengo una vivienda privada, decir bueno, el mercado es el mercado, amigos”.
El cambio político forma parte de un panorama más amplio en el que entran otros cohousing, otras entidades, integradas en REAS o en el Mercado Social, que comparten principios y horizontes. “La idea es, además de ser autosuficientes, poder ayudar porque nos han ayudado a nosotras. Hay grupos que nos han ayudado un montón”, reconocen.
“Creo que proliferan más los cohousing Senior porque de alguna manera hemos acumulado un patrimonio. Muchas de las personas mayores que estábamos en el grupo vamos a poder pagar esto porque vendemos nuestras antiguas casas”
Lo que se echa en falta, es el apoyo de las administraciones, con cesión de suelo y otras ayudas, en especial en la Comunidad de Madrid, donde solo el Ayuntamiento de Rivas, recuerda Armando, favorece este tipo de proyectos. Sin embargo, esperan que los ayuntamientos reaccionen a medida que crecen en número los cohousing. “Es algo que depende”, advierte Armando, “del punto de vista del ayuntamiento de turno. Eso es político”. Diego solo ve ventajas: ceder terrenos municipales para este tipo de proyectos, piensa, permitiría a los ayuntamientos afianzar población, mejorar la zona, generar más interacciones vecinales. El joven es optimista, piensa que quizás esta primera experiencia en Bustarviejo podría empujar al ayuntamiento a apoyar este tipo de experiencias. Personas candidatas no faltarían, son muchas las que han intentado sumarse y han quedado fuera.
Derecho a la vivienda
Vivienda: derecho a uso contra la especulación
Y luego, como defensoras y defensores del modelo, son conscientes de sus límites. “Oigo últimamente que esto del cohousing es una cosa de privilegiados”, apunta Diego, admitiendo que la falta de terreno cedido y la necesidad de contar con gran parte del dinero por anticipado, excluyen a mucha gente de esta posibilidad, “pero ese dinero que tienen las personas que participan del cohousing son rentas producidas por el trabajo asalariado, no por la especulación. Se trata del ahorro de un trabajador asalariado para poder al final tener una vivienda que no va a ser ni en propiedad. Se trata de vivir dignamente”. Algo que considera, no es un privilegio, sino un derecho, un derecho al que desafortunadamente no pueden acceder muchas personas jóvenes por sus peores condiciones laborales, o su falta de ahorro.
Y es que la dimensión intergeneracional también tiene que ver con esto: “creo que funcionan o proliferan mucho más los cohousing Senior porque de alguna manera hemos acumulado un patrimonio. Muchas de las personas que estábamos en el grupo, que estamos cerca de los 70 años, vamos a poder pagar esto porque vendemos nuestras antiguas casas”, aclara Charo. Justamente la intergeneracionalidad permite que quienes no han tenido el tiempo o los salarios para ahorrar, ni reúnen las condiciones para pedir una hipoteca, se junten con aquellas personas que sí tienen solvencia.
Algunas de estas personas que vendieron su casa para poder entrar en el proyecto, llevan tiempo en alquiler esperando a que finalmente puedan instalarse en este espacio que vienen discutiendo, soñando y diseñando tanto tiempo. Parece que es cuestión de meses y que el otoño que viene Bustarviejo contará con nuevas y nuevos vecinos que traen consigo una nueva forma de vecindad.