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Feminismos
El efectismo del Consejo de Ministras
El ciclo feminista abierto los últimos años y la nueva generación pujante abren nuevas posibilidades para no asumir la política del mal menor, sino para dar cuerpo a esa radicalidad expresada con la huelga del 8M de ir a la raíz de los conflictos
Una de las grandes victorias, y a la vez, de los grandes riesgos del pasado 8 de marzo fue que la palabra «feminismo» ocupara los principales programas televisivos, portadas de periódico, estaciones de tren, salas de espera y ascensores de oficinas. Ya no hace falta dar explicaciones para poder anunciarte feminista y los ataques han perdido gran parte de su legitimidad. Sin duda un gran avance, en un país en el que no hace tanto solo las más convencidas nos atrevíamos a presentarnos como feministas.
Pero un gran riesgo, también, la cooptación cultural. Queremos llegar a más gente, queremos sociedades, países, Estados feministas. Pero no nos vale con que se apropien de la palabra y se olviden del resto, adaptándola a sus pretensiones y, en el peor de los casos, utilizando la palabra –y todas las asambleas, movilizaciones y trabajo de base que la han construido– para maquillar y legitimar su política. En esos debates y dilemas nos encontrábamos cuando ha irrumpido el nuevo gobierno del PSOE.
El efectismo del ejecutivo de Sánchez, también el efectismo de su alta feminización, esconde un Gobierno incoherente, también en el feminismo. Por un lado, la nueva ministra de Igualdad, Carmen Calvo, ya ha anunciado medidas como levantar el veto a la ley de igualdad salarial presentada por el PSOE o desplegar el pacto de Estado y dentro de éste, la formación en género a jueces. Medidas que podrán ser un avance pero que son bastante limitadas y que en ningún caso convierten la acción del ejecutivo en una estrategia feminista transversal a toda la acción política. Pese a que sabemos que toda acción política (justicia, exterior, interior, sanidad, educación...) impacta en la vida de las mujeres.
Solo la elección de las personas que encabezan el nuevo gobierno ya es una declaración de intenciones. Con personas como Grande-Marlaska, quien acarrea un currículum de encubrimiento de vulneraciones de derechos humanos, por no investigar las denuncias de tortura, incluidas agresiones sexuales, a presas bajo su custodia. O Nadia Calviño nueva ministra de economía, ex-secretaria general de presupuestos de la UE, que hace pensar en un renovado compromiso del PSOE con la estabilidad presupuestaria y el pago de la deuda. Más que en un compromiso real con políticas feministas emancipadoras, que entre otras cosas requerirían dedicar los recursos necesarios para la dependencia, los servicios públicos, ampliar los permisos de maternidad y paternidad, garantizar pensiones dignas para las mujeres, etc.
Nombramientos incoherentes y que plantean serias dudas sobre la capacidad de otros ministerios con nombramientos efectistas, como el de Teresa Ribera para el ministerio de Transición Energética y Medio Ambiente, para llevar a cabo los objetivos planteados. Así, vemos como, el nuevo gobierno ha sabido subirse a la corriente feminista y ecologista, situando en la agenda propuestas planteadas desde el movimiento, pero está por ver hasta qué punto serán medidas coherentes y que avancen en las exigencias de fondo, y no solo medidas superficiales en busca de grandes titulares.
Un ejemplo de ello es la brecha salarial, frente a la que el nuevo gobierno ya ha anunciado que tomará medidas. Sin embargo, demasiadas veces se ha focalizado la atención en el famoso romper “el techo de cristal” en vez de ver que el grueso de mujeres están barriendo “el suelo pegajoso”. Quizás la solución pase menos en ir poniendo mujeres en directivas y consejos de administración, y más en poner en cuestión esas formas de organizar el poder y las responsabilidades (también en lo laboral). Estamos lejos de esto y más sabiendo que ni siquiera van a derogarse las dos reformas laborales. Lejos también de una demanda que para plantear una reorganización de las tareas reproductivas es fundamental: la reducción de la jornada laboral que permitiera liberar tiempo para un reparto de los trabajos más justo.
Otro ejemplo de esta política de grandes titulares es el recibimiento de la flota Aquarius, que ya de por sí nos ha dejado con una satisfacción a medias, cuando hemos sabido que el futuro de estas 629 personas rescatadas será marcado, después de un mes de prórroga, por la Ley de Extranjería. Pero que además, plantea la pregunta sobre si la decisión del nuevo gobierno significará un giro en la política migratoria, o no es más que una muestra de buena voluntad para marcar distancias frente a la extrema derecha europea. Olvidando que la misma semana han seguido llegando centenares de personas arriesgando la vida para cruzar el estrecho.
Un giro en las políticas migratorias con perspectiva feminista supondría garantizar vías seguras a las mujeres que intentan cruzar la frontera sur, garantizar la sanidad universal pero también poner fin a las devoluciones en caliente, abolir la ley de extranjería que convierte a las personas en ilegales, acabar con los CIEs e investigar las vulneraciones de derechos humanos que se cometen en su interior. Además de garantizar condiciones dignas de trabajo, poniendo todos los recursos necesarios para combatir la explotación laboral y sexual de las trabajadoras migrantes. Porque aunque no llenen tantas portadas, si la buena voluntad expresada con el Aquarius es real, no pueden seguir mirando hacia otro lado frente a la explotación de las porteadoras de Ceuta, las trabajadoras de la fresa en Huelva y las trabajadoras domésticas; así como frente a todas aquellas invisibilizadas a las que las políticas migratorias dejan en una situación de vulnerabilidad.
Una política feminista que respondiera a las reivindicaciones de la huelga del 8 de marzo, debería asumir la consigna “poner en el centro la sostenibilidad de la vida” y garantizar sus condiciones de posibilidad. Eso hoy pasa por que derechos que son básicos para esa sostenibilidad dejen de suponer un sinvivir: la vivienda y la energía. Éstos deberían ser bienes públicos bajo criterios sociales y siguen siendo nichos de especulación con la vida. Por tanto, bienvenidas las feministas, pero si de verdad se comprometen con la emancipación de las mujeres y no solo nos utilizan para dar una buena imagen al nuevo gobierno. Por qué, para llevar a cabo políticas feministas, no basta con poner mujeres en el gobierno, ni siquiera con un ministerio con muy buena voluntad.
Para una política feminista que aborde las desigualdades que sufrimos las mujeres dos cuestiones son fundamentales: transformaciones estructurales y la propia autoorganización de las mujeres. Este año se cumplirán cuarenta años de la constitución del 78 que para algunas abrió una senda de institucionalización de la lucha por la igualdad de las mujeres. Para otras, un camino más adverso de seguir construyendo un movimiento feminista autónomo y de base frente a una constitución que excluía las grandes demandas de las mujeres. El ciclo feminista abierto los últimos años y la nueva generación pujante abren nuevas posibilidades para no asumir la política del mal menor, sino para dar cuerpo a esa radicalidad expresada con la huelga del 8M de ir a la raíz de los conflictos.