Venezuela
Las derivas de Venezuela: cinco entrevistas sobre el deterioro del proceso bolivariano

Los activistas, escritores y pensadores latinoamericanos Raúl Zibechi y Silvia Adoue presentan en El Salto un dossier sobre la evolución de la Revolución Bolivariana desde el Caracazo de 1989 al Gobierno de Maduro a través de cinco entrevistas.
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Un hombre descansa entre las maletas dejadas por los venezolanos a la espera de sellar su pasaporte. Edu León

El proceso que se abrió en Venezuela a partir del Caracazo llamó la atención de América Latina y despertó el entusiasmo de no pocos militantes del continente. Levantando banderas de unidad latinoamericana y de superación del capitalismo dependiente. Varios fueron los intentos, que pasaron por el enfrentamiento a la propuesta estadounidense del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y por la formación de la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA), uniendo gobiernos que se erigieron con promesas de superación de las políticas neoliberales y movimientos sociales del continente. También propuestas de un mercado común y una moneda común. Propuestas todas que fueron palideciendo al calor de la demanda extractiva de las grandes cadenas de acumulación. Sin embargo, Venezuela permanecía como curadora de esa promesa no cumplida para esos militantes que vieron en la propuesta bolivariana no solo un proyecto de superación del capitalismo dependiente, sino también una concomitante transformación del ejercicio del poder hacia el poder popular, del Estado a las comunas como forma de ejercicio del poder popular. 

Hagamos un poco de historia

El Caracazo, en 1989, inauguró una seguidilla de rebeliones populares contra las transformaciones neoliberales que las demandas de la acumulación capitalista impusieron al mundo. Anunciadas explícitamente por la primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, esas medidas eran coronadas por el mantra TINA (“There is no alternative”, no hay alternativa). Como en las que le siguieron en América Latina, en la rebelión de Caracas predominó la espontaneidad de quien vio sus referencias cotidianas implosionar sin mediación de sospechas previas. Las gentes, hasta entonces conformes, que se levantaban a la mañana y eran sorprendidas por un aumento de las tarifas de transporte y un conjunto de medidas de ajuste que afectaban todos los planes. 

La rebelión sorprendió a todos, inclusive a sus propios participantes, que midieron la fuerza popular contra la represión, que percibieron su falta de organización. Las organizaciones de izquierda y populares no dieron cuenta de prever, cuanto menos organizar, el movimiento, brutalmente reprimido. Pero el protagonismo popular de esas jornadas, guardado en la memoria, permitía que se hiciesen nuevos planes, que exigían tejer redes más amplias y trazar estrategias comunes. Eso demora: supone tiempo, pequeñas luchas en las cuales testear formas organizativas y confianza mutua. Es imposible saltar de una fuerza espontánea a un frente común que pueda armar acciones coordinadas que impongan cambios. 

Pero hubo una organización que, por su régimen interno, el “orden cerrado”, pudo actuar rápidamente. Una corriente interna de las fuerzas armadas, ya organizada desde 1982, el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), urgida por la intención de no ser confundida con la represión al Caracazo, se lanzó a un putch, en 1992. Sin lazos orgánicos con los movimientos populares, el grupo, hasta entonces, desconocido por la gente de a pie, no obtuvo apoyo popular.

El putch fue sofocado. Los líderes, entre ellos el teniente-coronel Hugo Chávez, fueron presos. Sin embargo, y contra las expectativas de las grandes mayorías, no hizo ningún acuerdo. Repitiendo, con otras palabras, el alegato del joven estudiante Fidel Castro, cuando fue preso por el dictador Fulgencio Batista; “La historia me absolverá”. Chávez admitió que habían perdido “por ahora”. Ese pequeño gesto fue leído por esas grandes mayorías como una disposición para continuar peleando, en lugar de la claudicación pronosticada por la desconfianza popular frente a los militares: “Entre bueyes, no hay cornadas”.

Lo que sigue es más conocido: Chávez se presentó a la presidencia de Venezuela en 1998 y ganó con el 56% de los votos; desde el Gobierno, promovió reformas antineoliberales y una nueva Constitución, aun sin romper con la dependencia de las exportaciones de petróleo; en 2002, sufrió un intento de golpe de Estado que fue revertido inmediatamente por una sublevación popular; con más fuerza, promovió reformas más profundas, como la reforma agraria. En 2007, lanzó el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), reuniendo varias organizaciones de apoyo para efectos electorales. 

Chávez proponía una transición socialista basada en la sustitución paulatina del Estado por las Comunas. Ese sería el camino bolivariano en dirección al “Socialismo del Siglo XXI”

El apoyo con el que contaba, sin embargo, rebasaba esta organización partidaria y tenía sus raíces en la confianza que había conquistado frente a las grandes mayorías y en las numerosas organizaciones populares de base territorial que florecieron en torno de las políticas públicas. 

En 2010, Hugo Chávez propuso la Ley Orgánica de Comunas, una forma de organización de “participación y protagonismo” popular que formaba parte de lo que se llamó “la nueva geometría del poder”. Chávez proponía una transición socialista basada en la sustitución paulatina del Estado por las Comunas. Ese sería el camino bolivariano en dirección al “Socialismo del Siglo XXI”. Mientras tanto, esas organizaciones de base serían alimentadas con políticas públicas de transferencia de renta que fortaleciesen la autonomía productiva, para, así, acabar con la dependencia de las exportaciones de petróleo y las prácticas de “rentismo” que se habían consolidado a lo largo de la historia venezolana, con el abandono de la producción agrícola. 

La soberanía alimentaria era base fundamental para librarse de la dependencia. Por otro lado, ese proceso se veía lento y, en la práctica, las políticas de apoyo a las organizaciones eran absorbidas por los automatismos del “rentismo” (dependencia del flujo de recursos públicos procedentes de las exportaciones petroleras). Es decir, más que una estrategia para salir del círculo cerrado de la dependencia de las exportaciones, esas políticas tenían un efecto de distribución de renta. 

Resultante de una iniciativa de arriba y con control del Estado sobre el flujo de recursos, las comunas no daban muestras de autonomía política y, cuando las daban, chocaban con la burocracia de un Estado pesado y lleno de vericuetos, cuando no de un rápido “disciplinamiento”. Más allá de que las amparase la razón o no, autonomía es también autonomía para equivocarse. Las primeras alcanzadas por tal “disciplinamiento” eran justamente las comunas formadas dentro de la industria, con la fuerza que supone la producción en escala. Lo que se esperaba que fuera la tendencia a ser afirmada, la autonomía de las comunas, terminó siendo excepcional.

Resultante de una iniciativa de arriba y con control del Estado sobre el flujo de recursos, las comunas no daban muestras de autonomía política y, cuando las daban, chocaban con la burocracia de un Estado pesado

Por otro lado, las importaciones de alimentos y productos manufacturados no podían parar. El Gobierno promovió acuerdos con empresas de procedencia china y con el propio Estado chino, para fomentar un desarrollo interno, como alternativa a la dependencia de la venta de petróleo en un mercado dominado por las transnacionales de procedencia estadounidense. También promovió un empresariado que llevase adelante las importaciones e industrializase, con la esperanza de mantener la economía en funcionamiento. En la práctica, esa burguesía fomentada por políticas de Estado, lejos de estar dispuesta a cumplir un papel “transitorio”, profundizaba el “rentismo” al hacer sus negocios, y generaba relaciones de dependencia permanente. 

Esa transferencia de renta para alimentar un sector privado con intereses de lucro y en un país que ralentizó cualquier proyecto industrializante desde el descubrimiento de los ricos yacimientos de petróleo, estaba lejos de fomentar el desarrollo de una burguesía industrial. Más bien nutrió una camada un tanto “pirata” con intereses privados y corruptora de funcionarios de la burocracia estatal, con la cual se acertaba para rapiñar los recursos públicos. La corrupción, sin embargo, argamasa predominante en los “consensos” del capitalismo dependiente, no era tratada como estructural, sino como simple desvío moral.

Ya en su lecho de muerte, y percibiendo la encrucijada en la que el proceso iniciado por él se encontraba, Chávez quiso dejar una consigna que no admitiese ambigüedades: “¡Comuna o nada!”. Era fácil decirlo. ¿Quiénes asumirían tal tarea?

¿Proceso “congelado”?

Para la mayoría de los militantes de América Latina que vieron con buenos ojos el proceso bolivariano, la historia de Venezuela parece congelada en aquel momento, más como una esperanza en el papel que como una realidad efectiva y concreta. Ya pasaron 11 años desde la muerte de Hugo Chávez. Mucha agua pasó bajo el puente. 

La soberanía alimentaria no se concretó, y, a través de los vínculos con el mercado mundial, imposiciones externas tienen efectos deletéreos en la economía interna, inclusive en la economía monetaria. El salario mínimo ha caído a niveles impensados y la escasez de productos de primera necesidad llevaron a un número altísimo de trabajadores a migrar. Se calcula en más de siete millones los que se han desplazado. Muchos de esos migrantes son trabajadores calificados que, sin embargo, aceptan empleos de baja remuneración en otros países. 

Ya en su lecho de muerte, y percibiendo la encrucijada en la que el proceso iniciado por él se encontraba, Chávez quiso dejar una consigna que no admitiese ambigüedades: “¡Comuna o nada!”. Era fácil decirlo. ¿Quiénes asumirían tal tarea?

Lejos de romper con la dependencia de las exportaciones de petróleo, hay una diversificación de las exportaciones que viene creciendo con la extracción mineral en el Arco del Orinoco. En 2018, el presidente Nicolás Maduro, que sucedió a Chávez, promulgó un decreto que atribuye a las Fuerzas Armadas Bolivarianas el comercio de los minerales del Arco del Orinoco. Es decir, además del presupuesto del Estado, las fuerzas armadas cuentan con recursos propios provenientes del extractivismo minero. Eso consolida vínculos con intereses económicos bien concretos que fortalecen la matriz exportadora de commodities, y militariza la defensa de esa matriz. Esto redunda no solo en más represión contra los pueblos que defienden los territorios de la destrucción, sino en represión a todo lo que amenace las políticas de ajuste neoliberal que vienen siendo tomadas para “reequilibrar” la economía.

La ruptura con la dependencia de las exportaciones y el extractivismo parece cada vez más distante y difícil. En términos existenciales, se vive una “fatiga” social, y decepción frente a los años de promesas incumplidas. El “¡Comuna o nada!” resulta una ironía cruel para muchos que apostaron en esa estrategia que, en la práctica, no salió del papel. Los funcionarios del Gobierno ya no pueden repetirla sin sonrojarse, prefieren otras consignas que les retiren responsabilidades. 

Para la mayoría de los militantes de América Latina que vieron con buenos ojos el proceso bolivariano, la historia de Venezuela parece congelada en la muerte de Chávez

Después de varios intentos de la vieja burguesía tradicional aliada a Estados Unidos de retomar el gobierno, sea por golpe de Estado o por elecciones, incluyendo la formación de un supuesto “gobierno alternativo” reconocido por potencias alineadas con los yanquis, asistimos recientemente a nuevas elecciones. Esta vez, la alianza opositora desplegó un desempeño electoral mucho más eficiente. No son sus cualidades las que permitieron ese resultado: la alianza catalizó la fatiga y el descontento que no encontró alternativas de recuperación de lo que se pensó en algún momento como estrategia bolivariana. La Unión Comunera, fundada como movimiento político en 2019, más allá del PSUV, con militantes de las comunas, terminó prestando su principal dirigente, Angel Prado, para fortalecer el gobierno de Nicolás Maduro como ministro de las Comunas, alejando toda posibilidad de presentarse ante los venezolanos como alternativa al estancamiento. 

Cabe, para los militantes latinoamericanos, abandonar la imagen congelada de una Venezuela que ya no existe y derivó en un laberinto del cual “sólo se puede salir por arriba”. Es a ellos que está dirigido este trabajo: un conjunto de entrevistas que iremos publicando el El Salto a venezolanos críticos, hombres y mujeres que en algún momento apostaron en la posibilidad de transformaciones estructurales de corto plazo. 

Presentamos un conjunto de cinco entrevistas a militantes de Venezuela que, esperamos, nos ayuden a entender la naturaleza del proceso bolivariano y sus derivas. La primera de ellas es al sociólogo Emiliano Terán Mantovani, miembro y fundador del Observatorio de Ecología Política de Venezuela, dedicado a la investigación de la defensa de los territorios frente al avance del extractivismo y de las economías criminales que lo acompañan, oponiendo a ello las prácticas comunales y los derechos de la naturaleza.

Venezuela
Terán Mantovani: “Venezuela ha vivido uno de los colapsos societales más profundos de la historia reciente”
Terán Mantovani es investigador de la Universidad Central de Venezuela. Con esta entrega, iniciamos una serie de entrevistas sobre la realidad política y social de este país con una perspectiva crítica desde la izquierda y los movimientos de base.
Los autores
Raúl Zibechi. Durante los primeros años 70, militó en Uruguay en el movimiento estudiantil vinculado al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Se exilió a Argentina y España, donde se vinculó al Movimiento Comunista. De vuelta a Uruguay fue editor de Internacional en el semanario Brecha. En su larga trayectoria, desarrolló una prolífica actividad como investigador de los movimientos sociales latinoamericanos, un trabajo que le ha permitido conocer de primera mano y acompañar multitud de iniciativas, desarrollando una mirada especialmente sensible hacia la vida cotidiana y las realidades diferenciadas que construyen los movimientos alternativos.

Silvia Adoue. Nació en Buenos Aires. Fue obrera del vidrio, metalúrgica, gráfica, costurera, maestra. En 1982 se mudó a Brasil. Se graduó en Matemática en la Universidad de San Pablo. Fue docente en escuelas primarias y secundarias en Brasil. Realizó la maestría en integración de América Latina, en Cine y Educación, Doctorada en Letras en la Unesp. Es educadora de la Escuela Nacional Florestán Fernandes del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST). Participa del Colectivo “Rodolfo Walsh” de enseñanza de Lengua y Literatura de la Escuela del MST. Es profesora de Literatura Hispanoamericana en la Unesp de Araraquara, en el Estado de San Pablo.
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