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Es evidente que siete años otorgan una mirada única, pero no necesariamente más correcta ni más adecuada ni, por supuesto, más nítida. Entre julio de 2010 y septiembre de 2017 viví en el bloque Portuarios, el icónico edificio del barrio marinero del Cabanyal, en València. Todo un guijarro en el centro de cualquier retina que busque el mar. De hecho, es ese tipo de piedra que cuece a los ojos, estorba e incita a cruzarla rápidamente. Nadie se detiene en el bloque. Lo atraviesa, lo supera, lo sobrepasa. Y, después, está la playa. Pues eso, una molestia. Y, por pura repetición, uno acaba por no verlo. Tal es la capacidad del ser humano de borrar lo que le incomoda. Más todavía en tiempos extremos de perfección estilística. Lo que no gusta, no existe. Sin más.
Posiblemente por eso nunca nadie se ha molestado en incluir el edificio en el ordenamiento urbano. Así está desde el inicio, en un limbo urbanístico, dejado caer. Un meteorito que cambia de color según la trayectoria del Sol y la intensidad de la luz. Y que nadie recuerda cómo ni cuándo se precipitó desde el cielo aquel 1954, encima de una fábrica de hielo y dos corrales, por instinto y encargo a un arquitecto valenciano que había hecho carrera en Madrid, Antonio Tatay, quien ya había construido otras obras locales como los hospitales del Cabanyal y el de Porta Coeli. Un arquitecto que recibió el encargo de edificar viviendas sociales para los estibadores del puerto —por eso el nombre— entre las líneas ferroviarias del trenet y la vía cantera de Sagunt, pegadas al barrio de El Clot, un asentamiento irregular con casas humildes de familias pescadoras, marineros sin barca y vendedores ambulantes de tela al corte. Una mezcla pobre y armónica de payos y gitanos, sin diferencias en la mesa, ni en los dolores de espaldas ni en los dramas o las alegrías.
El edificio de Tatay rompió las dimensiones del Cabanyal, con un máximo de dos plantas. El de Portuarios, con seis pisos, desestructuró el horizonte en un momento en que eso no tenía ninguna importancia. Y, a pesar de todo, Tatay fue muy cuidadoso. Para saberlo basta visitar el despacho de su hijo, el heredero Víctor Tatay, también arquitecto, que conserva los planos enrollados dentro de unos tubos, dibujados a mano con tinta negra y roja. Unos pergaminos que detallan cómo el proyecto pasó de 130 viviendas a 120 hasta las definitivas 168. Una obra de la que Tatay se sentía orgulloso: "Ese edificio lo construyó tu padre", decía cuando iban a darse un baño a la playa de Les Arenes. Y es cierto que podría haber sido una mole más del incipiente desarrollismo franquista. Un trozo de granito con materiales de gran caducidad. Pero Tatay inhaló el eclecticismo que dominaba la construcción noble de ese momento y quiso traer al lado del mar los gustos burgueses de la València gris de la dictadura. Una expresión austera, muy monolítica, de baldosa caravista, zócalos de piedra y forjados en forma de rombos en las plantas bajas. A la manera de otros edificios de la época en las calles de Colom, Comèdies o en la Avinguda de l'Oest. Todos protegidos. Todos catalogados. Salvo el de Portuarios, fuera de ordenamiento.
Pero sí, efectivamente mirar no es ver. Miré siete años y sólo vi cinco. Mirar es un movimiento intuitivo, puramente biológico. Ver, en cambio, precisa de actitud, de una navegación frágil por encima de estados de ánimo no siempre exquisitos. Ver es aproximarse en muchos sentidos. Implica querer aprender y asumir la molestia, a veces un intenso dolor, que eso significa. Llegué al Cabanyal porque quería contar desde dentro la resistencia de una parte del vecindario al proyecto urbanístico del Partido Popular y, más concretamente de la exalcaldesa Rita Barberá, de prolongar la avenida de Blasco Ibáñez hasta el mar, destruyendo 1.651 casas de un alto valor patrimonial e histórico. Y quería explicarlo todo habitando una de esas casas y ensayando la experiencia de ser un vecino más que tuviera encima el aliento de la amenaza.
Comprender, soportar, mirar y ver. Y contarlo. Durante más de un año busqué, sin éxito, una de esas casas sentenciadas hasta que salió la oportunidad de vivir en Portuarios. El bloque también estaba afectado por la prolongación, pero a mi parecer entonces, demasiado lejos del epicentro de la gran batalla, Cabanyal interior, las calles históricas de Sant Pere, Els Àngels, Escalante o Progrés. Toda una contradicción: había venido para vivir en contacto con la degradación, para arrimar el hombro, para ser uno más y, en cambio, habitaba un edificio en casi primera línea de playa con una brisa, una luz y unas vistas inigualables al arco de golf de València. Dormía allí, pero pasaba el tiempo por otros lugares. Miraba, pero no veía. Y entonces llegó Giulia Tamayo.
Los desaHucios de rita
En mayo de 2012, el Partido Socialista —en la oposición— denunció la existencia de 58 viviendas municipales (las había comprado el Ayuntamiento para derribarlas) ocupadas ilegalmente. La Asociación de Vecinos se hizo eco, presionó a través de los medios y el consistorio inició una oleada de desahucios a familias vulnerables, sin otra alternativa de vivienda ni la más mínima intervención de los Servicios Sociales. Pura y dura vulneración de los derechos fundamentales.
Para ese entonces, la periodista y jurista Giulia Tamayo preparaba un dosier para Amnistía Internacional sobre este asunto, centrado en los casos madrileños de Puerta de Hierro, la Cañada Real y El Gallinero, pero con el apoyo de otras experiencias como el barrio de La Mina de Barcelona y el reciente caso del Cabanyal. Tamayo se exilió del Perú de Fujimori después de que en 1998 desveló un plan de esterilización quirúrgica masiva de mujeres indígenas. Desde entonces se había convertido en un referente de los derechos humanos y lo continuó siendo hasta que murió el 9 de abril de 2014. Aquel agosto de 2012 ya tenía el cangrejo dentro y recorrió durante días el Cabanyal. Acompañarla fue una lección magistral de periodismo a la hora de preguntar, empatizar y maniobrar con los silencios. Y, sobre todo, a la hora de mirar. De mirar y ver. Gracias a ella supe que uno de los grandes dramas del barrio habitaba en el mismo edificio donde yo vivía. Allí se habían refugiado muchas de las familias desahuciadas y la policía —que lo sabía— había preparado para esa tarde un operativo para vaciar el bloque de ocupas. La gran noticia estaba en casa y yo no había sabido detectarla hasta que Giulia Tamayo me la mostró.
la resistEncia
El 5 de septiembre se organizó una populosa asamblea en la calle. Las fenomenales abogadas Pilar Serrano, Ángeles Blanco y Begoña Lobo asesoraron al vecindario. Las tres estuvieron siempre que las necesitamos. Y el voluntariado de Cooperación Social Universitaria, del Santiago Apóstol —el colegio donde íbamos y continúan yendo las hijas e hijos de las familias más pobres del Cabanyal— montaron guardias e hicieron acompañamientos. Gracias a todo ese dispositivo el 10 de septiembre se pudo documentar la actuación de agentes que entraron a las casas sin orden judicial y amenazaron a los habitantes en lugar de informarles de la situación, los riesgos y sus posibles alternativas. La denuncia pública de estos hechos disuadió a las autoridades y ninguna familia fue desahuciada. Fue una victoria a medias, débil. El estado de derecho no llegaba a los precarios habitantes del bloque, pero por lo menos nadie dormiría al raso esa tarde. Sencillamente los dejaban en paz y nos permitían ganar tiempo para construir una resistencia un poco más cuidadosa.
Esa experiencia me permitió mirar, ver y poner nombre y nombres a la piedra. Así conocí a Tomás, el nieto de la tía Sorda, de la larga estirpe de habitantes de los barrancos del Clot. Y a Marcos y Pilar, memoria viva de la diáspora gitana desde las costas de Galicia hasta las del Mediterráneo. Y a Gloria, una gitana de una sabiduría secular, a quien el Instituto de València de la Vivienda (IVVSA), que ahora se ha reconvertido en EIGE, todavía quiere desalojar a pesar de que ella nunca se ha negado a abonar un hogar social. Y al Sardina, que hace sonar la guitarra sólo rozándola. Y a María, que pasa el día revolviendo contenedores para ganarse la vida en el mercado de los encantos del domingo, y que una vez recogió del estiércol una guitarra rota, hecha con un tipo de caparazón de tortuga que la policía le requisó después de denunciarla por tráfico de fauna protegida. Y a Enrique y Alegria, a quienes Cabanyal 2010, la empresa mixta que creó el Partido Popular para expoliar al barrio, les alquiló un piso sin condiciones y, después de arreglarlo, se lo arrebataron. Lo mismo que a Carlos, que se gastó 12.000 euros porque el piso estaba en ruinas y después le rescindieron arbitrariamente el contrato de alquiler. Y a Viri, mecánico y cantor. Y Enrique y Costi, con la casa siempre abierta para tomar un café con leche. Y José Luis, pintor y pastor evangelista. Y Basilia, en silla de ruedas y sin ayuda de verano a la residencia porque, teóricamente, está mejor de salud. Y a los hermanos Alfonso, Marcos, Saúl y José, capaces de calcar con el pincel cualquier obra del Equipo Crónica. Y mucha gente más imposible de que quepan en unas pocas líneas.
mejoremos el cabanyal
Muchas de estas personas fueron partícipes de la creación, en septiembre de 2013, de la asociación Millorem el Cabanyal —Mejoremos el Cabanyal— a través de la cual se han canalizado denuncias y demandas y se ha podido visibilizar la realidad humana del bloque más allá del puro hecho mineral. Y también interlocutar con unas autoridades que todavía no saben qué hacer con el edificio: dejarlo como está, rehabilitarlo, derribarlo... Y poco importa el color político. Urbanismo es una concejalía del Partido Socialista y aspiran a un barrio moderno, sin gente pobre, porque ya se sabe que la pobreza es algo muy antiguo. Y Servicios Sociales es de Compromís, que ha sido incapaz de mejorar las condiciones de vida de las familias sin recursos del bloque, y también de la parte del Cabanyal todavía herida por el legado del Partido Popular. Y Patrimonio es de Podemos, que continua dejando morir centenares de casas vacías en el barrio a pesar de las amenazas de nuevos desalojos y de un encarecimiento progresivo del suelo que provoca la expulsión del vecindario más vulnerable.
Es sabido que los despachos no suelen contar con ventanas que permiten mirar tan lejos. Y que, en todo caso, mirar tampoco implica ver. Lástima el tiempo perdido y la legislatura casi agotada. El bloque, mientras tanto, sigue siendo molesto para muchas retinas y ocupando una parte del paisaje que se contempla como negocio. Mirar y después ver es un gesto poco inocente, nada involuntario, pero muy necesario. Se trata incluso de una imposición legítima si es que todavía queda alguien fabulando con el paso lento y poco sutil de las excavadoras.
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Eso es una pura mentira de que ahí ay gente que venda DROGA eso son voces racistas que quieren echar mierda ala gente que vive ahi
Esto era un barrio de gente sencilla y trabajadora.Que se ha ido degradando cuando a entrado la parte política.
Con promesas de expropiación por plan Cabañal, que de hecho muchas familias recibieron el pago de compra por el Ayuntamiento y otros se quedaron en trámite por falta de dinero de las autoridades.
Se promovió la ocupación de casas a golpe de entran( okupas) y encima de tener tu casa haberte invitado a irte con promesas, hoy para risa y VERGÜENZA nos quieren hacer ver que lo quieren hacer para uso de vivienda social.
Yo invito a algunos de los que dicen ésto se pongan en las carnes de personas de bien que ajenas a esto tienen su casa donde nacieron o vivieron sus padres.
Señor político conforme está por dejadez política de años pregunto:
Se ponen ustedes a vivir ahí o mejor en el centro o de chaletito.
De risa señores, pero hacen ver otra milonga.
Sacais solo una parte muy sesgada aquí. Lo cierto es que gran parte de los ocupantes de ese edificio se dedican a delinquir y al trapicheo. Yo vivo relativamente cerca y puedo asegurar que son los dueños de la calle y pobre del que se acerque. Son personas incívicas e incapaces de vivir en sociedad su gran mayoría.
Todo lo que as dicho es una pura mentira porque tu no conoces ala gente que vive ahí yo vivo en el bloque pero ya se te an visto tus ideas eres un racista de cuidao
Un gran
Un relato magnífico de la realidad de la bloque. Muy bien documentado y mejor escrito.
Poesía barata.
Yo si que viví allí en los 70.
Quien pudo mejorar se fue y los pisos se quedaron vacíos todo lo que hay allí son okupas no se podían vender.
Lastima que la exalcaldesa Rita Barberá, q.e.p.d., no terminara con la prolongación hasta el mar de Blasco Ibáñez.
El Cabañal en su zona más próxima al mar no posee valor arquitectónico alguno y sigue siendo un nido de suciedad, drogas y criminalidad, en donde caminar es un riesgo, en especial en horas nocturnas.
Esta degradado por dejadez desde que entró el PP con su proyecto , sin final como todo, pues por lo visto no les era comercial a ellos
Una visio que no tenia. Gracies, en la diana com sempre Sergi