Unión Europea
Jacques Delors, artífice de la Europa del capital

Delors personifica este “europeísmo de izquierdas” que ha edificado un monstruo tecnócrata al servicio de los mercados, gendarme asesino en las fronteras y aliado de Estados que violan sistemáticamente los derechos humanos como EE.UU., Israel o Turquía.
Édouard Balladur, Jacques_Delors y Bruno De thomas, el 10 de junio de 1993.
Édouard Balladur, Jacques_Delors y Bruno De thomas, el 10 de junio de 1993. Wikimedia Commons
Tom Kucharz

@tomkucharz

3 ene 2024 09:08

Todos, o casi todos, han sido elogios para Jacques Delors, socialdemócrata francés y presidente de la Comisión Europea entre 1985 y 1995, tras su muerte el 27 de diciembre, un día después de fallecer el político conservador alemán Wolfgang Schäuble. Ambos fueron adalides de la austeridad fiscal. 

“Hombre de Estado del destino francés. Artesano inagotable de nuestra Europa”. Así le describió Emmanuel Macron. “Sin él, Europa no sería lo que es hoy”, dijo Pedro Sánchez en la red social X. Ursula von der Leyen se refirió a Delors como “visionario que hizo más fuerte a Europa” y “artífice del relanzamiento del proyecto europeo”. “Padre del euro”, según la agencia AFP. “Hombre que hizo desaparecer a todos sus sucesores europeos”, tituló el periódico belga Standaard. “Delors, un revolucionario de cuerpo entero”, anotó José Moisés Martín en Agenda Pública

Un poco vergonzoso el mensaje de la Confederación Sindical Europea: “Hemos perdido al padre fundador de la Europa social”. En la misma tónica de Enrico Letta, presidente del Institute Delors: “La Europa moderna está perdiendo hoy a su padre fundador”.

Una de las frases top 10 la escribió Lluís Bassets en El País: “Si hay una izquierda que haya cambiado Europa es la que representa Jacques Delors”. 

Celebrado a la izquierda y derecha como “gran europeísta”, su agenda incluyó el Acta Única Europea y la creación del Mercado Único, la Unión Económica y Monetaria (UEM) y el euro, el Acuerdo de Schengen o la rápida integración de la antigua República Democrática Alemana en la Comunidad Europea. “Señor Europa” o “Zar de Europa” fueron algunas etiquetas que le asignaron los medios de comunicación hace más de 30 años, según la biógrafa Helen Drake en el libro Jacques Delors - Perspectivas de un líder europeo (2000).

Una de las frases top 10 la escribió Lluís Bassets en El País: “Si hay una izquierda que haya cambiado Europa es la que representa Jacques Delors”

Lo que ocultan la mayoría de obituarios y columnas de opinión es su estrecha relación con la Mesa Redonda de los Industriales y cómo reforzó la influencia de las grandes empresas en el diseño de la UE. En este artículo analizaremos de cómo sus políticas impusieron una versión europea del neoliberalismo bajo el dogma de la competitividad que impidió cualquier alternativa y siguen afectando a las mayorías sociales. 

Su vida personal 

Jacques Lucien Jean Delors nació en París el 20 de julio de 1925 y falleció en la misma ciudad a la edad de 98 años. Su madre, Jeanne Joséphine Rigal, también nacida en París y de una familia de Cantal, y su padre, Louis Delors, ujier y mensajero de la Banque de France y católico practicante de Le Lonzac, en Corrèze, vivían en una calle cercana a la simbólica plaza de la Bastilla. Una parte de sus antepasados eran agricultores en Corrèze, región central de la que han salido numerosos dirigentes políticos franceses. Buena parte de su familia compartía principios socialistas y algunos simpatizaban con el Partido Comunista de Francia (PCF). Su padre, herido durante la Primera Guerra Mundial, era también un pacifista convencido. La elección del gobierno del Front Populaire en 1936 fue un acontecimiento acogido con gran entusiasmo por la familia Delors. 

La juventud de Delors, como la de todos sus conciudadanos, se vio traumatizada por la Segunda Guerra Mundial. Al parecer su afiliación a la organización Jeunesse Ouvrière Chrétienne (Juventud Obrera Cristiana, JOC) le influenció en su filosofía personal. Cuando la familia volvió a París en otoño de 1944, Delors siguió, a regañadientes, el deseo de su padre y entró a trabajar al Banco de Francia como aprendiz mientras estudiaba Ciencias Económicas en el Centro de Estudios Superiores de Banca (CESB) donde se licenció en 1950. Se forjó en el mundo de las finanzas como jefe de departamento y agregado en la oficina del Director General de Valores y Mercado Monetario (1950-1962).

Lo que ocultan la mayoría de obituarios y columnas de opinión es su estrecha relación con la Mesa Redonda de los Industriales y cómo reforzó la influencia de las grandes empresas en el diseño de la UE

Allí conoció a Marie Lephaille, se casaron y tuvieron un hijo, Jean Paul Delors, que murió de leucemia en 1982, y una hija, Martine Aubry, antigua primera secretaria del Partido Socialista, ex ministra de Empleo y Solidaridad en el Gobierno de Lionel Jospin y alcaldesa de Lille desde 2001. 

En numerosas entrevistas Delors dejó claro que nunca fue marxista, sino que prefería las reformas sociales y políticas a cualquier aspiración revolucionaria.

Su poder en Francia: de la Vie Nouvelle a ministro de Mitterrand

En los años 1960, Jacques Delors fue uno de los principales inspiradores de la Segunda Izquierda y se convirtió en un líder del club Citoyens 60, creado por la Vie Nouvelle, una organización católica inspirado en el personalismo a la que se afilió junto a su compañera. También militó en el sindicato católico Confederación Francesa de Trabajadores Cristianos (CFTC), precursor de la actual Confédération Française Démocratique du Travail (CFDT), fundado en 1964, actualmente uno de los mayores sindicatos franceses con unos 800.000 afiliados.

En el plano laboral, de 1959 a 1962, se desempeñó en la Sección de Inversiones y Planificación del Consejo Económico y Social. Posteriormente fue Jefe del Departamento de Asuntos Sociales del Commissariat Général du Plan (1962-1969), institución que existió de 1946 a 2006, encargada de definir la planificación económica del país mediante planes quinquenales. 

En 1969, tras el ciclo de protestas estudiantiles y obreras del Mayo de 68, el Gobierno gaullista se vio forzado a abrirse a las ideas de Delors de negociación y diálogo social. Jacques Chaban-Delmas, primer ministro bajo la presidencia de Georges Pompidou (1969–1972), nombró a Delors consejero encargado de asuntos sociales y secretario general de Formación Continua. Elaboró un sistema de acuerdos contractuales como preparación para cualquier legislación posterior (conocido como politique contractuelle). En esa época se aprobaron leyes de coberturas y ayudas sociales o asistencia jurídica gratuita en línea de lo que más tarde se llegó a llamar el Estado del bienestar. Es probable que Chaban-Delmas pretendió cooptar y desmovilizar a los movimientos sindicales con lo que denominó “una nueva sociedad”. Aun así fue considerado demasiado “progresista” por el ala “conservadora” del movimiento gaullista.

Durante sus tres años en el equipo de Chaban-Delmas, Delors se hizo con una agenda de contactos poderosa entre ministros de otros Estados miembros de la Comunidad Europea y parlamentarios de todos los colores políticos, incluido el socialista François Mitterrand quien le había pedido a que fuera ministro en el gobierno en la sombra que creó tras su derrota frente a De Gaulle en las elecciones de 1965. Buscando una amplia coalición, Mitterrand pretendía contar en su equipo con un destacado representante de la socialdemocracia cristiana. En mayo de 1974, tanto Mitterrand (entre las dos vueltas de las elecciones) como Valéry Giscard d'Estaing se dirigieron a él para pedirle que se uniera a sus proyectos, pero Delors declinó ambas ofertas.

Tras la elección de Giscard d'Estaing como presidente de Francia en 1974, Delors enseñó en la Universidad de París-Dauphine como profesor asociado hasta 1979, y en la Escuela Nacional de Administración (ENA). A la par fue miembro del Consejo General de la Banco de Francia (1973-1979). Tenía el buen olfato político para afiliarse al Partido Socialista (PS) en 1974 lo que engrasó su carrera. Se convirtió en el “experto político” que elaboraba planes económicos.

La victoria de Mitterrand en 1981 aupó a Delors a ministro de Economía y Finanzas. Su “perfil tranquilizador” en el mundo empresarial era un contrapeso a los ministros del PCF

Cuando se acercaron las primeras elecciones directas al Parlamento Europeo, Delors se presentó sin mucho entusiasmo. Ocupó tan solo el puesto 21 en la lista del PS, pero para su propia sorpresa, los socialistas franceses obtuvieron una votación muy alta y fue elegido diputado al Parlamento Europeo en mayo de 1979. El Grupo Socialista le designó la presidencia de la importante Comisión de Asuntos Económicos y Monetarios. Aquella experiencia le sirvió, años más tarde, para utilizar al Parlamento como plataforma para preparar y explicar sus iniciativas políticas controvertidas y como aliado para hacer frente a cualquier objeción de los Estados miembros.

La victoria de François Mitterrand (1916–1996) en las elecciones presidenciales de 1981, aupó a Delors a ministro de Economía y Finanzas. Su “perfil tranquilizador” en el mundo empresarial era un contrapeso a los ministros del PCF. Un puesto, por otra parte, nada apetecible en aquellos tiempos de crisis monetarias, inflación, paro y debilitamiento del franco francés por ataques especulativos del capital financiero que requirió la gestión diaria de emergencias. Su apuesta por el control efectivo de la deuda pública y la inflación amputó las políticas económicas “progresistas” que Mitterrand prometió durante la campaña electoral (transformar el aparato productivo con una política intervencionista, que incluía la nacionalización de las entidades de crédito y de los grupos industriales). 

Entre las prioridades de la política económica de Delors estaba el restablecimiento de la rentabilidad de las empresas lo que provocó desempleo, desigualdades y un cambio en la distribución de la riqueza en detrimento del salario real de la clase trabajadora. Con razón fue criticado por el ala izquierda del PS por sus políticas de austeridad fiscal y por abrazar el modelo económico alemán del Gobierno de Helmut Kohl (CDU). Ya era notable su apuesta por la competitividad a escala mundial. 

Su poder en Bruselas 

En enero de 1985, Jacques Delors se convirtió en el octavo presidente de la Comisión Europea de las entonces Comunidades Europeas (Comunidad Europea del Carbón y del Acero, la Comunidad Económica Europea y la Comunidad Europea de la Energía Atómica). Lo hacía 30 años después de que Jean Monnet, primer Presidente de la Alta Autoridad de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) —antecesora de la actual Unión Europea (UE)— dimitiera de su cargo. Si Monnet fue uno de los actores determinantes del nacimiento de la UE, Delors sería uno de los creadores claves de la estructura, la gobernanza y el carácter de la Unión actual forjadas al servicio del poder económico y financiero.

Haber conseguido un giro a la derecha de Mitterrand en sus políticas económicas, una apuesta de las élites francesas por la globalización económica en forma de mercado interior europeo —frente al sector del PS que abogó por salirse del sistema monetario europeo y desacoplarse del poderío de Alemania— así como logros en las negociaciones con el Reino Unido de Margaret Thatcher, le han valido a Delors la confianza del Gobierno conservador de Kohl. Delors también tuvo su papel en la famosa cumbre del Consejo Europeo en el castillo de Fontainebleau en 1984 que resolvió (temporalmente) el contencioso sobre el presupuesto comunitario y dio luz verde al ingreso de España y Portugal a las Comunidades Europeas. Asimismo cimentó la vía para ampliar los poderes de la Comisión Europea y crear un Mercado Único y una Moneda Única.

Delors sería uno de los creadores claves de la estructura, la gobernanza y el carácter de la Unión actual forjadas al servicio del poder económico y financiero

La elaboración del Acta Única Europea se considera el “primer éxito” como presidente de la Comisión en lo que respecta al cambio institucional. Para lograrlo, Delors fraguó una alianza con la Mesa Redonda Europea de Industriales (European Round Table of Industrialists, ERT por sus siglas en inglés). Aunque desconocida para el gran público, la Mesa ha sido una de las principales fuerzas políticas de la escena europea. Su acceso sin trabas a los políticos de alto nivel, tanto a escala europea como nacional, ha sido clave para su asombroso éxito a la hora de fijar la agenda política de la UE, como detalló el libro Europa S.A. del colectivo Corporate Europe Observatory en 2002. 

El poder corporativo escribió el guión para la Europa S.A.

Desde 1977, Etienne Davignon, un diplomático belga que ha sido Comisario de Industria de las Comunidades Europeas hasta 1985, impulsó el debate sobre la integración económica a través de la liberalización y conservó estrechas relaciones con grupos empresariales. Al hilo de estos encuentros, en 1980, Pehr Gyllenhammar, entonces director ejecutivo del fabricante de vehículos Volvo, inició una campaña a favor de un régimen para estimular el crecimiento económico así como de construir más industrias e infraestructuras en Europa. Inspirado en el influyente US Business Roundtable y en estrecha cooperación con Davignon así como el apoyo de Umberto Agnelli, presidente de la compañía de automoción Fiat (Italia), y Wisse Dekker, presidente de la multinacional de electrónica Philips (Países Bajos), Gyllenhammar juntó un grupo intersectorial de 17 directivos europeos con el objetivo de “relanzar Europa”.

La élite del órgano industrial europeo se juntó por primera vez en abril de 1983 y allí estaban también los Comisarios Davignon y François-Xavier Ortoli (Finanzas). Años más tarde, Davignon ejerció de presidente de la Société Générale de Bélgica y del think tank Friends of Europe así como se convertiría en lobbista empresarial y una de las figuras empresariales mejor conectadas de Bruselas. 

Ya en la cumbre de Fontainebleau —y con Delors como ministro—, Mitterrand propuso avanzar hacía un mercado interior mediante libertad de circulación de personas, bienes y servicios. En otoño de 1984, la Comisión había presentado un paquete de propuestas para eliminar las barreras comerciales dentro de las Comunidades Europeas. Pero algunos Estados miembros, preocupados por la posible pérdida de soberanía, no se mostraron demasiado entusiastas. 

Para acelerar el proceso, en noviembre de 1984, el presidente de la ERT, Wisse Dekker, presentó el plan “Europa 1990 - Un Programa de Acción” en el Centre for European Policy Studies de Bruselas. El objetivo de su proyecto era eliminar las barreras al comercio, armonizar regulaciones y las reformas del IVA, suprimir las fronteras fiscales e impulsar la contratación pública, especialmente en telecomunicaciones, y todo ello en un periodo de cinco años. Estos preceptos fueron rápidamente incluidos en el documento Cambio de escalas (Changing scales) del ERT que se envió a los Jefes de Estado y de Gobierno europeos y a numerosos otros altos funcionarios.

Esta presión de los jefes industriales en favor de la unificación de los mercados europeos era precisamente el impulso hacia una mayor liberalización que buscaba la Comisión Europea. Solo dos meses después, el recién nombrado presidente de la Comisión, Delors, pronunció un discurso en el Parlamento Europeo en el que incorporó las propuestas de Dekker y anunció el año 1992 como plazo para completar el mercado común europeo. 

El Ejecutivo de Delors propuso 300 medidas legislativas para eliminar obstáculos al movimiento de capitales y mercancías entre los Estados miembros, cada una de ellas con calendarios detallados para su implementación

Posteriormente, la Comisión publicó el llamado Libro Blanco “Realizar el Mercado Interior”, un informe redactado por el Gabinete del comisario de Mercado Interior Lord Cockfield, ministro conservador del Gobierno de Thatcher, y que integró las apuestas de Dekker y que acabó sirviendo de base al Acta Única, el gran paquete de normas que constituyeron la columna vertebral del Mercado Único. El Ejecutivo de Delors propuso 300 medidas legislativas para eliminar obstáculos al movimiento de capitales y mercancías entre los Estados miembros, cada una de ellas con calendarios detallados para su implementación. 

El compromiso con un calendario era un objetivo clave de la industria que impulsó una intensa campaña en la que los miembros de la Mesa Redonda Europea de los Industriales presionaron enérgicamente a los dirigentes indecisos de los gobiernos nacionales. Contrariamente a las interpretaciones intergubernamentalistas, el ERT fijó la agenda para el mercado único. En una entrevista televisiva de 1993, Delors reconoció la “continua presión” de la ERT, afirmando que era "una de las principales fuerzas motrices del mercado único”. Al fin, el Consejo Europeo de Milán (1985) aplaudió la propuesta. El texto legal fue firmado y adoptado en 1986 y entró en vigor el 1 de julio de 1987.

Entrevistado en El País sobre las discrepancias entre los Estados miembros en relación a sus planes de integración, Delors mencionó la “buena aceptación” de España y Portugal que “han aceptado someterse al choque que supone para sus economías” entrar en el mercado interno. A la pregunta si puedan resistir el impacto, contestó que la liberalización del movimiento de capitales podría “plantearse con especial agudeza en España" como luego ocurrió. 

Cuando hoy nos preguntamos por qué la UE es tan desigual, por qué se desindustrializó buena parte de España, cómo pudo pasar el golpe contra el pueblo griego es relevante releer el Acta Única que promovió Delors

Cuando hoy nos preguntamos por qué la UE es tan desigual, por qué se desindustrializó buena parte de España, cómo pudo pasar el golpe contra el pueblo griego, por qué la UE intenta impedir regulaciones municipales ante la especulación inmobiliaria y los alojamientos turísticos o por qué el Estado adquiere acciones de Telefónica 28 años después de venderlas, es relevante releer el Acta Única porque fue fundamental en la profundización de la economía de mercado en Europa. Introdujo modificaciones en los Tratados constitutivos de las Comunidades Europeas, como el Tratado de Roma de 1957, y constitucionalizó así el objetivo de establecer un mercado común. Asimismo facilitó la adopción política de medidas relevantes al introducir el voto por mayoría cualificada en el Consejo (órgano similar al Consejo de Ministros español) a nuevos ámbitos políticos.  

En su afán por cumplir la agenda de la industria, el Ejecutivo de Delors ignoró otras voces, incluidos los informes críticos de sus propias filas. En 1989, por ejemplo, la Comisión ordenó un examen de las repercusiones del Mercado Único sobre el medio ambiente. El informe enumeraba un ominoso inventario de posibles efectos negativos, como el transporte de residuos a gran escala, la aceptación obligatoria de productos sometidos a controles menos estrictos, la disminución de las posibilidades de aplicar impuestos medioambientales a escala nacional y el aumento del tráfico por carretera y de las emisiones resultantes. Aunque muchas de estas advertencias se hicieron realidad en los años sucesivos, el informe cayó en saco roto. 

“Las comunidades locales continuaron perdiendo el control de sus recursos y sus capacidades de autoorganización económica y social. El proceso de urbanización de la población avanzó hasta límites prácticamente excluyentes. Las actividades agrarias a pequeña escala y otras muchas actividades locales y tradicionales fueron barridas por las sucesivas olas de modernización tecnológica, racionalización comercial y reconversión industrial. Millones de hombres y mujeres vieron como sus capacidades y sus cualificaciones laborales pasaban a ser consideradas obsoletas e inútiles, y ellos mismo pasaban a estar de sobra”, reprendió la campaña “Contra la Europa del Capital” con ocasión de la presidencia española del Consejo de la UE en 1995.

La Europa de Maastricht

Otro hito de la era Dolors fue el Tratado de Maastricht de 1992 que se planeó en un momento de una crisis multidimensional afectando a la mayoría de Estados europeos con economías de mercado y doctrina keynesiana. Al tiempo que se derrumbaba el Muro de Berlín, se reunificó Alemania y se descompuso económico y políticamente el Este de Europa, se estancó la economía occidental debido a la sobreproducción y la caída de los beneficios y la inversión de las empresas, dispararon el desempleo y las desigualdades así como la deuda pública. 

Desde el punto de vista de los principales dueños de capital, la crisis económica de los años 1970 y 1980 se debió en gran medida a un modelo económico “obsoleto” que asignaba al Estado un papel central en la economía, a menudo, pero no necesariamente, asociado al Estado del bienestar, donde la acumulación de capital tenía lugar sobre todo en un mercado nacional.

Otro hito de la era Dolors fue el Tratado de Maastricht de 1992 que se planeó en un momento de una crisis multidimensional afectando a la mayoría de Estados europeos con economías de mercado y doctrina keynesiana

En respuesta a las “limitaciones” de este modelo, los agentes económicos europeos buscaban lograr mejores condiciones mediante la creación de un mercado más amplio y ganar en competitividad con Estados Unidos y Japón, operar a la nueva escala territorial y económica sin trabas administrativas, así como a proyectarse hacia el exterior con la ganancia de potencia que se deriva de la ampliación de su base de mercado doméstica. Ello implicaba que hubiese normas supraestatales para la producción y el consumo. 


Como ya ocurrió con el Acta Única y las posteriores medidas legislativas que crearon el mercado interior, la alianza entre la Comisión Europea y la Mesa Redonda Europea de Industriales (ERT) también desempeñó un papel determinante en la redacción y aprobación del Tratado de Maastricht con su Unión Económica y Monetaria (UEM) que desembocó, más tarde, en la creación del euro. 

La ERT fue muy activa durante la negociación del Tratado de Maastricht en la Conferencia Intergubernamental de 1990-1991, reuniéndose regularmente con la Comisión Europea y políticos nacionales. Uno de los resultados más tangibles de su labor fue la Unión Monetaria Europea (UEM) que el órgano industrial había defendido desde 1985. En su informe Reshaping Europe (1991), la Mesa Redonda propuso un calendario para la implantación de la UEM que guarda una notable similitud con el incorporado al Tratado de Maastricht unos meses más tarde. Keith Richardson, director general de la ERT (1988-1998) decía: “Escribimos una carta formal a todos los jefes de Gobierno en la que les decíamos: 'Cuando se reúnan en la Cumbre de Madrid, por favor, decidan de una vez por todas que la Unión Monetaria comenzará el día acordado en Maastricht y con los criterios acordados en Maastricht'. Les escribimos, les pedimos que lo hicieran. Y lo hicieron. Hicieron un anuncio en Madrid y dijeron exactamente eso: 'Lo haremos'”.

Quizá el ejemplo más notable de colaboración entre Delors y la Mesa Redonda Europea de Industriales sea el Libro Blanco sobre “Crecimiento, Competitividad y Empleo”, aprobado por los jefes de Estado y de Gobierno en el Consejo de la UE celebrado en Bruselas a finales de 1993. Durante ese año, la ERT preparó su informe Vencer la crisis (Beating the Crisis), y los borradores de este texto y del Libro Blanco cambiaron de manos con regularidad, según cuenta el Corporate Europe Observatory en Europa S.A.. En la presentación del Libro Blanco a los medios de comunicación, Delors agradeció a la ERT por su apoyo. Apenas una semana antes, había participado en la rueda a la prensa de la ERT para lanzar su Carta sobre el futuro industrial de Europa. No era de extrañar que ambos documentos guardaron una similitud en las soluciones recomendadas: desregulación, mercados laborales flexibles, inversiones en infraestructuras de transporte y competitividad internacional.

Tanto la ERT como la Comisión Delors advirtieron contra el proteccionismo, que sería “suicida para la Unión Europea, primera potencia comercial del mundo”

Entre las similitudes de los dos documentos destacó el papel de la UE en la globalización y el comercio mundial. Tanto la ERT como la Comisión Delors advirtieron contra el proteccionismo, que sería “suicida para la Unión Europea, primera potencia comercial del mundo”, ya que “iría totalmente en contra de los objetivos declarados” de la UE. Un mantra que se ha repetido hasta la fecha tanto por la socialdemocracia como por los conservadores y se ha traducido en la firma de decenas de acuerdos comerciales que han producido pobreza, destrucción ambiental y violencia.

Existe un debate académico si la comunidad empresarial influyó en el “proyecto europeo” para que siguiera una estrategia de mercado interior o si se constituyó como grupo de interés político por la acción de la propia Comisión Europea. En cualquier caso, Delors reconoció, en relación con el proceso de 1992, que “los actores empresariales fueron importantes; hicieron que ocurrieran muchas cosas”.

“El Tratado de Maastricht sentó las bases para una formación más completa del Estado. Supuso una transferencia masiva de competencias formales al ámbito de la UE que facilitó la construcción de un nuevo modelo económico y político, que se iría implantando pieza a pieza en los años siguientes”, explica Kenneth Haar en su libro “Kapitalens Europe” (2022).

Cada paso —desde el Tratado de Ámsterdam (1997) al de Lisboa (2009)— consistía en ampliar las decisiones de la UE. En concreto, cualquier cuestión económica pasaría lenta pero inexorablemente a estar bajo los auspicios de las instituciones comunitarias. Allí podrían estar mejor influenciadas y controladas por el ejercito de más de 25.000 lobbistas corporativos que constituyen hoy una fuerte potencia en la política cotidiana de Bruselas y las capitales. 

Asusta observar cómo muchas de las tareas identificadas durante el período tras la entrada en vigor del Tratado de Maastricht (1993) han desempeñado desde entonces un papel destacado en el desarrollo de la UE: la continúa expansión del Mercado Único a más países y sectores, la liberalización de los mercados de capitales que condujo a la crisis financiera de 2007-2008, el ahogo de cualquier política social por la hegemonía de la estabilidad macroeconómica, la competitividad en el comercio mundial, la creación de las mejores condiciones de crecimiento para las grandes empresas de alta tecnología, el apoyo a la militarización e industria armamentística, el acceso “ilimitado” a mano de obra flexible, explotada y “sin derechos” así como la mercantilización y el condicionamiento de las políticas climáticas a la competitividad global de la industria europea.

Los impactos de Maastricht fueron terribles y cargados sobre las espaldas de las clases trabajadoras. Promovió, entre otros, la precarización laboral, la privatización de los servicios públicos

Los impactos del Tratado de Maastricht fueron terribles y cargados sobre las espaldas de las clases trabajadoras y particularmente las mujeres. Promovió, entre otros, la precarización laboral, la privatización de los servicios públicos, el cambio climático y la depredación de recursos naturales —sobre todo en el Sur global—. Como secuela crecieron el desempleo y la desigualdad social, el despilfarro energético y la degradación ambiental. 

En estos días, el diputado francés François Ruffin recordó que Delors apostó por el “pensamiento único”, el “franco fuerte y luego euro fuerte, los criterios de Maastricht, libre comercio y competitividad” que originaron deslocalizaciones de las empresas hacia el Este de Europa, Asia y “una Europa más brutal que social”.

Delors también secundó las recomendaciones de las instituciones que impulsaron la globalización económica tales como desmontar el Estado del Bienestar, recortar los llamados gastos “improductivos” —gastos sociales, prestaciones por desempleo, sanidad, educación o dependencia— y centrar el gasto público en lo “productivo” —infraestructuras de transporte y energía— tal como indicaron Ramón Fernández Durán y Pilar Vega en 1994. 

Como hemos experimentado con los “hombres de negro” de la troika (BCE, FMI, Comisión Europea), la magnitud y la importancia de esa transferencia de competencias del Tratado de Maastricht no se harían evidentes hasta muchos años después. Así por ejemplo, la política económica de España, Grecia, Irlanda, Italia o Portugal, incluida la política fiscal y laboral, se ha sometida a una disciplina despiadada en relación con la introducción la Moneda Única y los “criterios convergencia económica”, pero hasta después de la crisis de la zona euro (2009-2016) no se harían patentes sus repercusiones en las políticas sociales y los mercados de trabajo. 

Su influencia en el destino de millones sin ser elegido

Delors formó parte de esta generación de líderes políticos que anunciaron una Europa social, que nunca llegó, pero por la vía de los hechos construyeron una Europa del mercado y a través del mercado, favorable al capital.

Durante los dos periodos clave de su carrera, como ministro de Mitterrand (1981-1984) y presidente de la Comisión Europea (1985-1995) “se convirtió en el símbolo del matrimonio ideológico entre democracia cristiana y socialdemocracia, y de su ruptura por el software neoliberal”, señala Fabien Escalona. “Con ello ha contribuido a las opciones económicas y a la arquitectura institucional que han perjudicado permanentemente a la izquierda francesa y europea en su búsqueda de una alternativa a la ley del mercado, aunque esté garantizada por el apoyo de los poderes públicos”, reflexiona el periodista y politólogo en Mediapart.

Delors formó parte de esta generación de líderes que anunciaron una Europa social, que nunca llegó, pero por la vía de los hechos construyeron una Europa del mercado, favorable al capital

En los años 1980y 1990 y bajo el auspicio de la Comisión Delors, el sistema de gobernanza económica de la UE ha experimentado su transformación más profunda desde el final de la Segunda Guerra Mundial, dando lugar a una política económica incompatible con la vida y la democracia.

Delors y la “izquierda europeísta” tomaron una elección ideológica para que el orden constitucional de la UE sea ante todo de naturaleza económica. Así contribuyeren a que los Tratados consagraron el objetivo central de establecer una economía de mercado neoliberal integrada (el mercado interior) y determinaron detalladamente la arquitectura necesaria para facilitar dicho objetivo. La mayor parte de la maquinaria de la UE —organización institucional, competencias, procedimientos, derechos individuales— se moviliza para blindar este orden económico y con él los intereses del gran capital.

Los cambios legislativos durante su regencia ampliaron sustancialmente el mandato que tiene actualmente la UE. Muchas facultades atribuidas a los Estados son ámbitos en los que la UE —y particularmente la Comisión Europea o el Banco Central Europeo en el caso de la Zona Euro— empeña un papel preponderante.

Podemos concluir que el legado de Delors se caracterizó por un profundo ajuste de las instituciones, políticas y la toma de decisiones de la UE creando un especie de “Estado competitivo europeo”, como lo ha calificado Kenneth Haar, que debe ofrecer ante todo las mejores condiciones posibles para la competitividad del gran capital con el fin de lograr los máximos beneficios posibles. Este objetivo ha impregnado casi todas las políticas de la UE mientras otros ámbitos, como lo social, ambiental y cultural, están subordinados al paradigma de la competitividad económica. 

Además, durante la presidencia del “padre del euro”, las relaciones entre los lideres industriales y el ejecutivo comunitario se estrecharon como nunca antes. “Una revolución interna ha tenido lugar bajo Delors. Ahora es menos burocrática. Escucha más”, decía Caroline Walcot, secretario general adjunta de la ERT, en 1993. 

El catedrático de economía, Pierre Defraigne, reconoció que la Mesa Redonda Europea de Industriales ha tenido el estatus de “visitante nocturno” en tiempos de Davignon y Delors. “Se ha convertido en una máquina, ahora desbancada por el pulpo de los lobbies mixtos estadounidenses y europeos. Por supuesto que está dentro, pero ya no es el actor dominante”, aclaró el ex director general adjunto de la Dirección General de Comercio de la Comisión Europea. 

Como hemos examinado en otro obituario de El Salto, Peter Sutherland es un fiel patrón de esta “máquina”. Ha sido Comisario Europeo de Competitividad bajo la presidencia de Delors, se incorporó al ERT en 1997, y permaneció como miembro hasta 2009, al tiempo que ejercía de Presidente de British Petroleum y Goldman Sachs International. También fue, por cierto, miembro del Comité Directivo del Instituto Jacques Delors.


A partir de 1995, el acceso informal de la ERT a las estructuras decisorias de la UE se institucionalizó mediante la creación del Grupo Consultivo sobre Competitividad, que asesoró a la Comisión y los Estados miembros.

Pero los grupos de presión empresariales llegaron a tener ese nivel de influencia básicamente porque su visión de los objetivos a largo plazo de la UE coincidió con la de la élite política y la mayoría de los funcionarios tanto de los estados nacionales así como el entramado comunitario.

La estrecha cooperación entre la Comisión Europea y los grupos de presión empresariales han seguido hasta la actualidad, no sólo sobre tratados y leyes concretos, sino sobre el diseño de la UE, incluida la forma en que se toman las decisiones.

La arquitectura económica, financiera e institucional de los Tratados europeos ha impedido esencialmente una política de justicia social y la aparición de políticas económicas alternativas

Como hemos visto en incontables ocasiones —cuando se pretende regular el sector financiero o de tabaco, prohibir el glifosato, denunciar las violaciones de derechos humanos de Marruecos o Quatar o limitar el negocio de AirBnB— los representantes del poder económico y financiero desempeñan un papel como asesores de funcionarios y cargos públicos. Actualmente existen cerca de 800 “grupos de expertos” que asesoran la Comisión Europea y donde los intereses empresariales rara vez coinciden con los de la sociedad.

Kenneth Haar apunta otro problema: “Durante dos décadas, la Comisión ha adoptado principios generales en materia legislativa para hacer más hincapié en los intereses de las empresas y la competitividad. Como consecuencia, la maquinaria reguladora de la UE se ha guiado por la necesidad de aliviar la carga de las empresas”. Todo ello ha creado “un sesgo en la legislación de la Comisión en general”, subraya.

Lecciones para la izquierda

La arquitectura económica, financiera e institucional de los Tratados europeos ha impedido esencialmente una política de justicia social y la aparición de políticas económicas alternativas. Peor aún: justificó las peores políticas posibles de austericidio y deudocracia en Grecia o España. 

De hecho, los paquetes de gobernanza económica aprobados al calor de la crisis en Grecia y del euro desenmascaró descaradamente el carácter antisocial y antidemocrático de la UE. Medidas como los requisitos presupuestarios del Pacto Fiscal, el proceso de reforma económica del Semestre Europeo y el fondo de rescate del Mecanismo Europeo de Estabilidad han obligado a España a recortar prestaciones sociales, salarios y derechos laborales.

Por supuesto, todo esto no es responsabilidad exclusiva de Jacques Delors. Pero leyendo la loa propagada estos días en los más diversos medios de comunicación, se torna difícil un mínimo de reflexión crítica sobre la apuesta política que ha llevado a varias generaciones de la socialdemocracia y toda una parte de la izquierda europeas (en el caso de España PCE, IU —con grandes excepciones como Julio Anguita—, Podemos, Sumar, etc.) a un callejón sin salida. 

Un paso importante para las fuerzas progresistas —pensando en las elecciones europeas de junio de 2024— sería romper con su identificación ideológica con la UE

Un paso importante para las fuerzas progresistas —pensando en las elecciones europeas de junio de 2024— sería romper con su identificación ideológica con la UE. Por desgracia, se ha jugado demasiado con la dicotomía entre “proeuropeos” y “antieuropeos”. En lugar de movilizar contra la casta neoliberal, los partidos de izquierda se han alineado demasiadas veces con el bando “proeuropeo” (como pasó con los fondos europeos Next Generation EU). De este modo, han reforzado a la extrema derecha otorgándole el monopolio de las críticas fundamentales al statu quo. Mientras ésta avanza electoralmente y domina la agenda europea —muy evidente en el reciente Pacto sobre Migración y Asilo—. La creciente derechización o el voto protesta son expresiones del deseo de cambio que se ha apoderado de muchas personas que han visto afectada desde la crisis financiera y económica de 2008. Cada vez tienen menos fe en la promesa de que las políticas económicas neoliberales traerán más prosperidad.

Aun así, la izquierda cae repetitivamente en la tentación de alabar la UE a pesar de lo que está cayendo: belicismo, ejército europeo y aumento del gasto militar;  régimen de seguridad y represión de movimientos ecologistas; muertes en las rutas migratorias, deportaciones a zonas de guerra, detenciones arbitrarias, Frontex, condiciones de vida inhumanas y degradantes y violaciones de la Convención sobre los Refugiados; retardismo climático y control corporativo de las políticas energéticas; acuerdos comerciales para incrementar el acceso a materias primas; aumento del tipo de interés del BCE que hunde los ahorros de las familias. 

“Hemos avanzado hacia una Europa más social, verde, feminista y democrática”, dijo Yolanda Díaz sobre la presidencia española del Consejo de la UE. Ione Belarra, cuando aun era ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, manifestó que el semestre europeo era un “un broche de oro” a lo que consideraba “una legislatura de claro avance en derechos” en España. Con el mismo calificativo, Nadia Calviño, ahora Presidenta del Banco Europeo de Inversiones, celebró el acuerdo alcanzado por los titulares de Finanzas de la UE para retocar las reglas fiscales. Un acuerdo que augura más recetas odiosas de austeridad fiscal

En términos más generales, el período Delors restringió el abanico de posibles políticas alternativas que tanta falta harían en la actual crisis social y ambiental global: relocalización, desglobalización, economías decrecentistas, ecológicas y feministas. La pandemia del coronavirus llevó a cuestionar tímidamente una serie de dogmas neoliberales nacidos con el Acta Única y el Tratado de Maastricht, mostrando que los tratados de la UE podían reinterpretarse en tiempos de crisis.

Uno de los grandes desafíos de los movimientos sociales sería impulsar soluciones emancipadoras  a los grandes retos de nuestro tiempo y procesos de organización que podrían impulsar estrategias a nivel municipal, regional o incluso estatal para desplegar la desobediencia a los tratados, eludiendo y rompiendo las normas injustas de la UE en lugar de cumplirlas a regañadientes; o desarrollar nuevas formas de cooperación internacional —como ocurrió con la solidaridad #RefugeesWelcome y el rechazo la política migratoria de la UE, las tentativas de regular la economía de plataformas así como el impulso de municipalizar servicios privatizados o crear nuevas empresas públicas—.

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leandro.gagojuarez
5/1/2024 22:01

Soy de izquierda y me parece que la unión existe por gente como él , de forma muy imperfecta y hasta deshumanizada por causa de las derechas que la han desvirtuado , pero su impulso abrió una puerta que la gente común debemos asegurar y quitando el mando a los del dinero hacer una europa real y de las humanidades .

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