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Coordinador de la sección de economía
Comenzaba el escrutinio. Los primeros resultados arrojaban más de un 60% de votos al Evet –’sí’– a la campaña lanzada por Erdogan, que ostentó el poder ejecutivo como primer ministro de Turquía de 2002 a 2015, y desde ese año presidente, una figura en teoría neutral. ¿La contienda? Transformar Turquía, una República parlamentaria, en una presidencialista, lo que significaría varias cosas. En primer lugar, la eliminación de la figura del primer ministro, recayendo sobre el presidente el poder ejecutivo y buena parte del legislativo. En segundo lugar, que el presidente nombre a cuatro de los 13 jueces del máximo tribunal, además de a los ministros y altos funcionarios. Por último, que Erdogan podrá estar en el poder hasta 2029.
Hasta 18 cambios. Pero los datos llegaban desde el este de Anatolia, donde el partido al que pertenecía Erdogan, el AKP (Partido por la Justicia y el Desarrollo), partido gobernante, tiene buena parte de sus feudos. El Hayır –’no’– avanzaba posiciones a la par que el escrutinio. Era una carrera contrarreloj. Con el 90% de las papeletas contadas, el Evet tendría un 52% y el Hayır un 48%. Pero entre medias había un millón de votos. Por cada minuto que pasaba, unos confirmaban su alegría, y otros perdían la esperanza.
Al 99%, el ‘sí’ tenía el 51,21% y el ‘no’ el 48,79%. No quedaba más, Erdogan había ganado. Como presidente, aunará la práctica totalidad de los poderes. El CHP (Partido Republicano de Turquía), principal partido de oposición, anunciaba que impugnaría entre un 37% y un 60% de las papeletas, ya que se utilizaron bastantes sin ser selladas por la Junta Electoral. Pero la norma fue cambiada en el mismo día. “¿Eso es legal?”, pregunta un chico. “Que más da”, responden. Erdogan había ganado.
Estambul en metamorfosis
Burda. Burada. Burası. Buraya. El idioma turco tiene varias palabras para indicar la localización y el sujeto. Tal vez fueran útiles en la Guerra de Independencia que creó el Estado nacional turco de las ruinas del Imperio Otomano hace tan sólo 100 años. Había que saber bien quién era el enemigo y quién el amigo. Con ellas, Atatürk, padre de los turcos, fundaba un Estado laico y homogeneizaba, por primera vez, la tierra de Anatolia. Esas mismas palabras, todas, podrían usarse para indicar los enormes carteles con el Evet y la cara de Erdogan. Omnipresentes. Y con los medios de comunicación tomados por el Gobierno, al ‘no’ sólo le quedaba la campaña puerta a puerta.A pesar de ello, Estambul se levantaba para el día clave con el ‘no’ aventajando levemente en las encuestas. Como si quisieran salir de la noche, los colegios electorales a la par que el sol amanecía. El día anterior, la policía turca arrestaba a 49 supuestos miembros del Estado Islámico que planearían atentar en Estambul. Erdogan había llegado al cargo de primer ministro aprovechando la inestabilidad del país y una crisis económica. Quince años después, su arma era la misma. Prometer seguridad y estabilidad. “Acabaremos con el terrorismo”, no paró de repetir Erdogan. Se refería al Estado Islámico pero, sobre todo, al PKK kurdo, con el que libra una interminable guerra en el este del país.
Comenzaban las primeras horas del día. Estambul se levantaba despejado y agradable. Numerosos policías poblaban sus calles, tónica habitual desde que Erdogan declaró el Estado de Emergencia hace diez meses, tras el golpe militar del 15 de julio. Que Kemal Kılıçdaroğlu, líder del CHP opositor, dijera que había sido “un golpe controlado” le había costado varios puntos al ‘no’. Incapaces de hacer frente a la popular figura de Erdogan, en vez de confrontarlo, basaron su campaña en el futuro.
En Taksim, donde en 2013 miles de personas acamparon contra un autoritarismo creciente, ahora se ven los ojos de una mujer con un helado que se hace un selfie. Los ojos, porque es lo único que deja visible el burka negro. El turismo árabe crece a pasos vertiginosos en favor del europeo. Lo que antes había sido un islamismo que, entre otras cosas, impulsaba un proceso de paz con la guerrilla kurda del PKK, ahora era un “las mujeres que no tienen hijos están incompletas”. Palabra del presidente. La religión al servicio del poder.
Las gaviotas volaban como si nada estuviera pasando, y los pescadores pescaban en las contaminadas aguas del Bósforo, que separan lo que se considera artificalmente como Europa y como Asia. Pero en el sur, en la provincia de Muğla, había un pequeño terremoto. Algo pasaba. En el extranjero ya habían votado, con un resultado abrumador hacia el Evet. “Quiero una Turquía fuerte”, dice Sami. La contienda con Europa, especialmente con Alemania y Holanda, le daba otros puntos a Erdogan, en clave nacionalista. Un yo dentro frente a un otro fuera. Lo mismo ocurría con la extrema derecha islamófoba holandesa.
“Dormí apenas dos horas, me encuentro mal, ¡pero estoy lleno de esperanza!”, dice un joven opositor. “Esta vez sí podemos ganar a Erdogan”, dice otro. “Eso decimos siempre”. Y es que Turquía es un país conservador, a pesar de la hegemonía que tenían los laicos, progresistas y liberales. Y desde que llegaron al poder eran intratables. El rural y el interior de Anatolia se sintió siempre olvidado frente al Egeo que miraba con orgullo hacia Europa.
Quedan dos horas para el cierre de los colegios electorales. La agencia Anadolu, estatal y controlada, era la única con facultades para ofrecer datos. Se lanzó un intento en Twitter, con el hastag #HappySunday, de mediar entre ambos bandos. Pero en los momentos decisorios hay que tomar partido. En Diyarbakır, capital oficiosa del Kurdistán turco –y cuyo centro ha sido destruido por la guerra– una discusión acababa en un tiroteo que dejaba dos muertos. Entre ambos bandos compartían familia.
Comenzaba el atardecer, que traía una calma muy tensa. Durante la campaña, el ‘sí’ y el ‘no’ mezclaban espacios. Ahora había silencio. El mismo por el cual mucha gente pide que no aparezcan sus nombres. El HDP (Partido Democrático de los Pueblos), partido de izquierdas nacido en el Kurdistán, denunciaba irregularidades. “Hasta un 3-4% de los votos”, dirían después. Además, poca campaña habían podido hacer, con 174 militantes en huelga de hambre en las cárceles turcas. En ellas se encontraban, también, sus líderes, Selahattin Demirtas y Figen Yüksekdağ.
Comenzaba la cuenta atrás. Los minutos decidían, posiblemente, los siguientes años en Anatolia. Llegaba la siguiente noche, el resto ya era historia. El silencio se convertía en ruido, las banderas turcas flameaban en los coches que celebraba el resultado. Incluso alguna bandera de Atatürk, lo cual eliminaba la contraposición del Atatürk laico al Erdogan islamista. Lo superaba. Hasta que hubo un último, o penúltimo, grito. Binali Yıldırım, el primer ministro que más contento se queda por quedarse sin trabajo, confirmaba la victoria del ‘sí’, y con el pucherazo ondeando, se empezaron a formar pequeñas manifiestaciones en los barrios izquierdistas.
En Şişli, Cihangir y Sarıyer empezaba a resonar “esto no ha terminado. La lucha continúa”. Pero, sobre todo, en Kadikoy y Besiktas donde varios grupos de manifestantes recorren las calles cacerolas en mano mostrando su desacuerdo con el resultado al grito de “Erdogan dictador”. Aunque predomina la gente joven, varias personas mayores también golpean cacerolas e incluso se puede ver una mujer con la cabeza tapada que tira del brazo de un niño que corea los mismos cánticos que escucha.
La improvisada asamblea en uno de los parques del barrio decide cortar la calle y que la protesta continúe por la carretera. Muchos de los coches y taxis, lejos de enfadarse por el atasco, se unen a la protesta tocando de manera continua sus bocinas. “No nos aceptan y no nos quieren ver. El resultado del referéndum es un duro golpe para nuestro colectivo y nuestros derechos”, explica con rabia un chico que ondea la bandera LGTBI, otro de los colectivos representados en la protesta.
El grupo se para de golpe en una esquina, una muralla de antidisturbios con cascos y máscaras de gas sella la calle por la que la protesta pretendía avanzar. La juventud turca demuestra serenidad y que su protesta es pacífica. “Claro que tenemos miedo a la policía”, dice uno de los chicos, “pero es nuestro deber estar aquí”. El grupo sigue con sus cánticos frente a la policía, pero entraba la noche, y no había fuerzas para llevar la contienda más allá. Las protestas se disolvían con la promesa de encontrarse al día siguiente. Erdogan había ganado. “Miles dejarán el país. ¿Qué nos va a quedar?”, susurra otro opositor.