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Testigo accidental
Aunque vengan años malos
De todas las emociones humanas solo dos se basan en la expectativa de futuro: el miedo y la esperanza. Las dos tienen su función. El miedo previene, la esperanza mueve. La política y la bolsa trabajan con ambas. Pero los estudios con perros y curare nos confirmaron que, si te impiden moverte las veces necesarias, si el castigo es lo suficientemente aleatorio para que no sepas qué lo desencadena, acaban convenciéndote de que no puedes. La indefensión se aprende, la impotencia se adiestra.
Naomi Klein exponía en La doctrina del shock cómo, mediante la represión brutal, los Chicago Boys implantaron las teorías monetarias de Friedman en Chile. Sayak Valencia reflexiona en Capitalismo gore acerca de cómo la violencia política, ambiental y mediática se impone como modo de disciplinamiento de los cuerpos. Pero aquí, en Europa, en España, no hacen falta balaceras en las calles. Aquí, en España, en Europa, las técnicas del miedo se usan de otra forma. El miedo es más lento, subterráneo y omnipresente, pequeño, líquido, adaptable a las necesidades de cada cliente, como los productos de un gran almacén. Nos ofrecen miedos en serie pero de distintos tamaños y colores, como cualquier camisa, que parece creada especialmente para nuestro suelo que vacila, nuestra vida que titubea, nuestra identidad en vaivén, y se sienten, aunque vengan de la misma fábrica, como oscuridades propias e incertidumbres individuales, perdidos en una niebla que nos hace débiles, que nos deja solos.
Del miedo nacen las heroicidades y las cobardías. Sobre todo las cobardías. La cultura del miedo es la cultura de la delación, del esquirolaje, de la sumisión, de la apropiación indebida de bienes y de méritos, de la cabeza baja ante la injusticia y el tú a lo tuyo. En fin, la cultura del miedo es la cultura del servilismo y el abrevadero de los pusilánimes.
Para mantener el orden, a quienes disienten e interrumpen el tráfico y las ventas, y la tala de los árboles, y el expolio del procomún, se les vigila y persigue. Las estrategias son variadas. La más descarada recurre a las fuerzas del orden y de la justicia, los infiltrados y los confidentes, las multas, los juicios y la cárcel. El resto son más sutiles, panfletos disfrazados de medios de comunicación neutrales que ponen a vecinas y estudiantes, conductores de tren y personal sanitario, activistas, huelguistas y resistentes en la picota del escarnio. Hay otra, claro: la laboral, la amenaza de la calle muy fría.
Pero el ser humano es un animal adaptable. En la oscuridad las pupilas se dilatan, los ojos se acostumbran y podemos ver (vernos) en las sombras. Entonces somos conscientes de que, pese a tanta incertidumbre, el plural es la única certeza y, en el número, el miedo se diluye y la esperanza se multiplica.
Se habían pasado ya de tanto palo y tan poca zanahoria. Y entonces se organizaron, ellas, que se eligieron a sí mismas. Ellas, las trabajadoras de Inditex, las limpiadoras del Guggenheim, el sindicato de las Kellys… Al problema colectivo le dieron soluciones colectivas. Y vencieron. Y ahora vienen otras, las de H&M, las de las residencias de Bizkaia, las de Castilla y León… Vendrán más y seguirán ganando. Porque tienen la razón y la decencia. Porque la esperanza es lo que queda cuando se cumplen las amenazas. Porque los años malos, los años ciegos, también nos pueden hacer mejores.