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El ascenso de Kasselakis y el declive de Syriza
Pocas personas habrían imaginado que en el otoño de 2023 Syriza ya no estaría liderada por Alexis Tsipras, ni por ningún otro alto cargo del partido, sino por un magnate centrista procedente del mundo empresarial, que ha pasado la mayor parte de su vida adulta en Estados Unidos. Un hombre que no es miembro del Parlamento heleno, que no tiene un historial de activismo progresista (a menos que contemos su trabajo como voluntario en una de las campañas de Joe Biden al Senado) y que ni siquiera estaba involucrado en Syriza, cuando decidió convertirse en su líder.
Sin embargo, esta es la historia de Stefanos Kasselakis, de 35 años, elegido el mes pasado máximo dirigente de Syriza tras un proceso democrático en el que participaron más de 140.000 miembros y simpatizantes del partido. Licenciado por la Wharton School de la Universidad de Pennsylvania, Kasselakis ha trabajado como analista en Goldman Sachs antes de fundar tres exitosas compañías navieras. Kasselakis también ha puesto de relieve que en un país que ha visto tres primeros ministros de la familia Papandreu, dos de la familia Karamanlis y otros dos de la familia Mitsotakis, él no procede de ninguna dinastía política. Esta combinación de “experiencia” y “estatus de outsider” fue suficiente para convencer a los fieles de Syriza.
¿Cómo ha sido esto posible? ¿Por qué un partido supuestamente arraigado en las tradiciones de la izquierda ungió a alguien que es totalmente ajeno a las mismas? Según los sondeos de opinión, los votantes de SYRIZA querían un líder que pudiera hacer frente al gobierno de Nueva Democracia de Kyriakos Mitsotakis, cuya popularidad actual supera a la de la oposición en más de veinte puntos porcentuales. Kasselakis, abiertamente gay, fotogénico y experto en redes sociales, capaz de atacar al gobierno de turno evitando el lenguaje de la izquierda tradicional, era la mejor opción.
Aunque hizo un intento de última hora de presentar la contienda como un enfrentamiento entre el centro y la izquierda, por lo demás protagonizó una campaña moderada y timorata
Sin embargo, ello también se debió a la actuación de su rival, Efi Achtsiouglou, exministra de Trabajo, a la que muchos creían la heredera de Tsipras. Aunque hizo un intento de última hora de presentar la contienda como un enfrentamiento entre el centro y la izquierda, por lo demás protagonizó una campaña moderada y timorata, insistiendo en que la recuperación del poder significaría la renuncia a cualquier pretensión de radicalismo. Si la política de Kasselakis es más o menos equivalente a la de Biden, Achtsiouglou se presentó a sí misma como la Sanna Marin griega, evocando a la exprimera ministra socialdemócrata finlandesa.
Bajo el liderazgo de Kasselakis, Syriza se moverá aún más a la derecha. Contará con la ayuda no sólo de los cuadros que se unieron a su candidatura desde un primer momento, que creen que Syriza necesita mezclar la retórica populista con una orientación estratégica centrista, sino también con la de antiguos aliados de Tsipras, como Nikos Pappas, exministro de Política Digital, Telecomunicaciones y Medios, que han decidido que el partido debe reconstruir lentamente su credibilidad electoral presentando a Kasselakis como el “anti Mitsostakis”. Sin embargo, la ruptura de Syriza con la política de izquierda tiene un linaje mucho más largo. Desde 2015, cuando capituló ante las exigencias de la Troika a pesar del tremendo desafío popular expresado en el referéndum contrario al rescate, el izquierdismo del partido ha sido exclusivamente cultural, más que político o ideológico.
Esta disyuntiva entre “identidad” y praxis fue la marca del gobierno de Syriza. Ministros y diputados insistían en que eran “de izquierda” mientras aplicaban agresivas reformas neoliberales. Euclides Tsakalotos, que fue ministro de Economía entre 2015 y 2019, encarnó esta contradicción con la mayor claridad. Por un lado, ratificó los infames “Memorandos de Entendimiento” impuestos por la UE, el FMI y el BCE, cumpliendo sucesivamente todas y cada una de sus demandas punitivas sin excepción contenidas en los mismos. Por otro, siguió siendo el líder de la facción putativamente izquierdista del Syriza, presentándose como su abanderado en las recientes elecciones a la dirección del mismo. Muchos comentaristas han reprendido a Kasselakis por anteponer la imagen a la ideología; sin embargo, fue el gobierno de Tsipras el que vació sus puntos de referencia ideológicos de su contenido político o de sus posibles consecuencias prácticas.
En 2023 la suerte del partido se hundió aún más, recogiendo sólo el 20% de los votos en las elecciones del 21 de mayo y el 18% en la repetición electoral
Todo ello se reflejó en el declive de la popularidad de Syriza y en su eventual derrota en las urnas. En 2019, tras cuatro años de brutal austeridad, obtuvo el 31,5% de los votos frente al 40% cosechado por Nueva Democracia, y el partido fue debidamente expulsado del poder. En 2023 la suerte del partido se hundió aún más, recogiendo sólo el 20% de los votos en las elecciones del 21 de mayo y el 18% en la repetición electoral del 25 de junio convocada al no haberse conformado ninguna mayoría clara en la primera convocatoria. Aunque al principio no pudo formar una mayoría, Nueva Democracia triunfó finalmente sobre Syriza con un margen de casi el 23%, la mayor diferencia entre el primer y el segundo partido registrado en la historia griega reciente. Este margen fue especialmente amplio en circunscripciones predominantemente obreras.
Estos resultados son aún más duros, si tenemos en cuenta las muchas razones potenciales de descontento con el gobierno de Mitsotakis. Debido a su sistema de sanidad pública, falto de personal y de fondos, que fue desangrado durante el periodo de los Memorandos, Grecia tuvo una tasa de mortalidad derivada de la Covid-19 mucho más elevada que las registradas en la mayoría de los países europeos, incluido el Reino Unido, a pesar de la imposición de cierres y restricciones muy severos en todo el país. En marzo pasado, el mortal accidente ferroviario acaecido el 28 de febrero, fruto del largo retraso en la aplicación de medidas de seguridad adecuadas, provocó una oleada de protestas en todo el país.
Los disturbios se vieron alimentados por la imposición de medidas autoritarias, como el despliegue de la llamada “policía universitaria” en los campus. Mientras tanto, estalló una crisis provocada por la carestía de la vida en la que los hogares de clase trabajadora gastaban una parte inasumible de sus ingresos en el supermercado. Tras las elecciones de 2023, la incapacidad del gobierno para enfrentarse al cambio climático se hizo patente con las inundaciones de Tesalia, lo que propicio la consideración de Grecia como un Estado fallido.
Incapaz de cohesionar algo parecido a un “sentido común” de izquierda, Syriza se ha comportado como un vehículo parlamentario carente de vínculos
En cada una de estas coyunturas, Syriza no ha hecho nada para capitalizar la frustración popular, lo cual se ha debido en parte a que el partido no ha desarrollado conexiones “orgánicas” con la mayoría de las clases subalternas, porque no ha logrado ni establecer una presencia significativa en los sindicatos, ni desempeñar un papel destacado en el movimiento estudiantil ni incrustarse en las estructuras democráticas locales. El partido tenía un electorado, pero nunca tuvo una base. Por consiguiente, no ejercía una función hegemónica, ni siquiera pedagógica, para los estratos de menor renta y riqueza, lo cual ha propiciado que sus relaciones de representación fueran débiles y sus votantes inconstantes y dados a desvincularse del partido. Incapaz de cohesionar algo parecido a un “sentido común” de izquierda, Syriza se ha comportado como un vehículo parlamentario carente de vínculos, asociado a la traición de 2015 y a la austeridad que provocó. Su rechazo a emprender una autocrítica lúcida de su trayectoria solo ha empeorado las cosas.
En consecuencia, amplios sectores de las clases subalternas se han dejado influir por la retórica del gobierno o, peor aún, por la retórica de la extrema derecha, cuyos partidos obtuvieron el 13% de los votos en las últimas elecciones. Una vez en el poder, Nueva Democracia se posicionó como la voz de la “estabilidad”, empeñada en que las cosas «volvieran a la normalidad» tras el trauma del periodo de los Memorandos y de la pandemia. Su gobierno se benefició del hecho de que algunos indicadores económicos mejoraron desde el momento en que Syriza estaba en el poder. La tasa de desempleo está ahora en el 10,9%, mientras que en el verano de 2019 superaba el 17%, y los salarios han aumentado algo a pesar de la creciente inflación.
El éxito de Nueva Democracia fue también el resultado del abandono de toda orientación estratégica por parte de Syriza
Pero el éxito de Nueva Democracia fue también el resultado del abandono de toda orientación estratégica por parte de Syriza. Su “identidad de izquierda” nunca se tradujo en un plan de gobierno coherente, ni siquiera de carácter reformista. En la recta final de su mandato, Syriza se negó a trazar un nuevo rumbo tras la conclusión nominal de los Memorandos impuestos por la Troika y aunque hizo referencias generales a la superación de la austeridad, al mantenimiento de cierto control público sobre determinados servicios públicos y a la reinstauración de bloques de la legislación laboral que habían sido suspendidas, nada de esto equivalía a una programa político dotado de visión de futuro.
Mitsotakis se apropió fácilmente de la retórica de la “transición verde” de Syriza y de este modo Nueva Democracia pudo presentarse como el único partido creíble, mientras que aquella, al no haber presentado un programa alternativo durante sus años de gobierno, no logró convencer a la ciudadanía de que ello era posible.
En un partido que ha creado una audiencia antes que una base, que ha repudiado la organización desde abajo y que carece de un programa legislativo claro, el papel del líder se transforma dejando ser la expresión de una voluntad política colectiva para convertirse, por el contrario, en una imagen o en un avatar. Su principal objetivo es utilizar su personalidad (o 'marca»') para detener el proceso de declive electoral.
Este es el cambio que representa Kasselakis. Ya ha sugerido su alejamiento de políticas cruciales como la oposición a las universidades privadas, esto es, la cuestión que encendió el movimiento estudiantil en 2006 y permitió a Syriza establecer un contacto inicial con toda una generación de jóvenes activistas. Dirigiéndose a la asamblea anual de la Asociación Helénica de Empresas, Kasselakis tronó diciendo que “la palabra 'capital' no debe ser demonizada”. Su especial atención a las redes sociales en detrimento de la concesión de entrevistas o la pronunciación de discursos públicos, así como el hecho de que no sea diputado, le permiten enmascarar su inexperiencia política. También impide que se le relacione con políticas concretas, creando una ambigüedad deliberada sobre el programa de Syriza, que facilita su deriva hacia la derecha.
¿Podría el ascenso de Kasselakis provocar una escisión en Syriza susceptible de liberar sus fuerzas de izquierda? Muchos miembros sugirieron de hecho la posibilidad de abandonar el partido tras la elección a la dirección del mismo. El exdiputado Nikos Filis, que en su día dirigió el periódico del partido, ha censurado al nuevo líder como un demagogo “pospolítico”, que recuerda a Beppe Grillo o a Donald Trump. Por el momento, los opositores a Kasselakis esperan que el próximo Congreso del partido les permita recuperarlo. Pero de no ser así no hay que descartar la posibilidad de que surja en un futuro próximo una nueva formación de izquierda en el mejor de los casos con el tiempo suficiente para concurrir a las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2024.
Cada día que pasa, el gobierno griego se hunde más en su pantano de autoritarismo e incompetencia. En el extremo opuesto del espectro político, el que una vez fue el experimento más prometedor de Europa en materia de gobernanza de izquierda se ha convertido en el campo de pruebas de un “progresismo” vacuo encabezado por un exbanquero. Mientras tanto, las clases subalternas griegas siguen fragmentadas y disgregadas, caracterizadas por fuertes bolsas de resistencia, pero también por la existencia de grandes sectores de las mismas alejados de la política colectiva. El ciclo que se abrió con los Memorandos y el movimiento contra ellos se cierra ahora. No está claro qué formas de oposición surgirán tras él, pero una cosa es cierta: Syriza ya no puede ser su catalizador.
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El fracaso de Syriza, marcó el fracaso de todos los partidos de izquierda europeos en el ciclo post crisis 2008. Tan solo hay que ver el lenguaje y las políticas de Podemos antes y después de la capitulación griega. El golpe de la troika tiene muchas analogías con el golpe de Pinochet en Chile.