Renta básica
La vida, no el trabajo, al centro

Contribuimos al conjunto de la sociedad de maneras múltiples e imposibles de cuantificar y creamos el valor día a día, lo que muchas veces luego es capitalizado mercantilmente por otros. Por lo tanto no es justo vincular la redistribución de la riqueza creada colectivamente solo al trabajo mercantil, crianza o cuidado.

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Dos jóvenes en un parque de Madrid David F. Sabadell

La crisis sanitaria gatillada por la pandemia del coronavirus ha destapado con todavía más fuerza la ineficacia del mercado para proveer seguridad a las mayorías. Nos referimos, cabe precisar, a este Mercado con letra mayúscula, porque no apuntamos a los pequeños mercados locales de nuestros pueblos sino al mercado globalizado y depredador, controlado por grandes actores.

Desde el feminismo, la ecología, la nueva izquierda y la nueva-vieja izquierda se han escrito coherentes manifiestos para caminar hacia otro modelo socio-económico; algunos de ellos firmados hasta por sectores cristianos conservadores, y los que se autoidentifican como “liberales”. Hay quien podría pensar que es un avance significativo para la izquierda en ganar la lucha por la hegemonía. Pero ¿de qué izquierda hablamos?

Los debates alrededor de la crisis han destapado con más fuerza también otra cuestión: el conflicto interno que atraviesa a la izquierda desde hace más de 200 años y que creemos vale la pena articular con claridad. En el pasado fue representado, por ejemplo, por los que defendían las mejoras salariales sin cuestionar el productivismo y consumismo y los que defendían la reducción de la jornada laboral, es decir, pedían más tiempo libre, y por lo tanto más vida autónoma. Actualmente, esto se traduce a la división entre las que demandamos la Renta Básica Universal y queremos caminar hacia otra organización social que descentralizaría de nuestras vidas el trabajo asalariado y el trabajo en general, y las que a pesar de todo —desempleo crónico, avances tecnológicos e incluso una pandemia global— insisten en que el trabajo es un bien en sí mismo. El trabajo, dicen, “dignifica”, y por lo tanto el fin de la humanidad debe ser inventar nuevos empleos para mantener a la gente ocupada. Demandan, pues, diferentes versiones del Trabajo Garantizado por el Estado.

Renta básica
Un horizonte feminista: la renta básica
Sí, se ha hablado mucho de renta básica en estos tiempos pero creemos que es necesario sumar una mirada feminista atenta a las realidades materiales de las mujeres.

Las diferencias son significativas. Nosotras pedimos en nuestros manifiestos parar ya la maquinaria de la Economía —así como esta pensada hoy en día— para preservar la vida en este planeta. Para hacerlo, hay que derrumbar las premisas del productivismo que se encuentran detrás del pensamiento económico (sea “de derechas” o “de izquierdas”). Para avanzar en la realización de este gran reto cabe aprovechar la pandemia para disminuir radicalmente el “trabajar para consumir y consumir para trabajar”, una maquinaria perfecta para aumento de las desigualdades sociales y despolitización de las mayorías. Este entramado nos agota mientras nos exige una neurótica y constante actividad para nutrir al Mercado —es decir, a los pocos que lo controlan— mientras reduce nuestro interés en cualquier forma de actividad no valorada mercantilmente.

Detrás de esta maquinaria, si tomamos una perspectiva antropológica más profunda, hay una perversa lógica sacrificial (y que no cambió en los Estados que garantizaban el empleo). Se trata del sacrifico de nuestras propias vidas, nuestra salud y la biodiversidad de nuestros territorios. Es un modelo que extrae tanto recursos naturales como talentos, tiempo y capacidades humanas, actualmente en beneficio de una cada vez más pequeña minoría.

La Economía Política está enfocada en poner en el centro unas actividades y hacer “trabajar” en ellas a la mayoría social con el objetivo de “crear la riqueza de la Nación”, olvidándose —porque sus premisas teóricas se olvidan de ellas y por lo tanto no puede ser de otra forma— de las bases materiales de la existencia. Este mecanismo autodestructivo ha sido ya por décadas denunciado contundentemente por la Economía Ecológica.

Proponemos re-construir la variedad de la experiencia humana para asegurar mayor libertad y una reproducción social no extractivista y sostenible

Por eso, proponemos re-construir la variedad de la experiencia humana para asegurar mayor libertad y una reproducción social no extractivista y sostenible; de acuerdo con las tesis de la Ecología Social y consciente de nuestros vínculos con el medioambiente, del que dependemos pero que ahora mismo estamos destruyendo. Esta experiencia humana, que tiene el potencial de ser tan rica como nos lo podemos imaginar fue, como señaló Hannah Arendt, radicalmente disminuida en la modernidad por culpa de la expansión global de la totalizante idea de la “Sociedad de Trabajo” como casi el único modo de vivir. Es totalmente viable caminar juntas hacia otro, radicalmente distinto modelo de organización social, de la mano de una Renta Básica Universal que garantice una mínima seguridad social; habilitando la voz política a todas las que ahora no la tienen.

No obstante, a pesar de que desde todo punto de vista —desde justicia social, salud mental a impactos ecológicos— trabajar menos como sociedad suena no sólo como sensato, sino urgente e inevitable, reciben más atención las propuestas donde encontramos una insistencia, para no decir obsesión, con re-instaurar la misma distopía decimonónica: el Trabajo. Aunque algunas (otras ni siquiera esto) esta vez anteponen el “trabajo reproducitvo” al “productivo”.

Para analizar un ejemplo concreto, el 15 de mayo 2020 The Guardian publicó un artículo titulado “Humans are not resources. Coronavirus shows why we must democratise work”, firmado por más de 3000 académicos, entre ellos Thomas Piketty, Chantal Mouffe y Nancy Fraser. El manifiesto empieza con la frase “working humans are so much more than ‘resources’. This is one of the central lessons of the current crisis” y explica que los trabajos esenciales como es cuidar de alguien, sanarle o proveer alimentos, no pueden ser considerados solo como una mercancía. Para no dejar que estas actividades estén sometidas a la lógica del Mercado, proponen a) democratización en los lugares del trabajo (que los “labor investors”, como los llaman, formen parte del poder ejecutivo de las empresas) y b) un “job guarantee”. Es decir, garantizar un empleo a todas. Esto, según ellos, sería lo mismo que garantizar “the dignity of all citizens while marshalling the collective strength and effort we need to preserve our life together on this planet”. En lo que resta de este artículo queremos desarmar y examinar las premisas subyacentes a estos argumentos, que creemos limitan significativamente nuestro horizonte emancipatorio y la lucha por nuevos derechos.

Pobreza
Mínimo sí, vital ni por asomo

El Gobierno demuestra una enorme soberbia al despreciar la nueva oleada de pobreza que está generando la crisis del coronavirus. La mejor demostración de ello es que para optar al ingreso mínimo vital se tendrán en cuenta los ingresos percibidos en 2019.

Los intelectuales firmantes del texto escriben que los “working humans” no son “human resources” pero —a veces dan por hecho, a veces lo escriben explícitamente— preconizan que el trabajo dignifica al ser humano. Es por lo menos preocupante que esta vieja idea* se repita todavía en el siglo XXI y que se haga esto desde la academia, por personas cuya actividad intelectual, relativamente libre, es radicalmente distinta de lo que está obligado actualmente hacer el resto de la sociedad para poder sobrevivir.

En el mismo artículo se compara, además, la lucha de las mujeres por el derecho al voto con la democratización en las empresas, equiparando la democratización en los lugares de trabajo con la democratización en sí de la sociedad. Es importante señalar que las mujeres que ganaron el derecho al voto podrían votar “no” a una sociedad de Trabajadores y “sí” a una sociedad organizada a través de los bienes comunes, por dar un solo ejemplo, porque luchaban por los derechos como ciudadanas, no como trabajadoras. Su lucha no estaba limitada al conflicto entre el Capital y el Trabajo, que aunque sigue siendo relevante en un mundo donde tantas personas no tienen garantizados ni siquiera estos derechos, si fuera el único marco de referencia para los movimientos sociales, limitaría radicalmente nuestras posibilidades de emancipación y del cambio real del paradigma político.

Otra propuesta más visibilizada durante la pandemia, la de un “Care Income” es parte de la misma promesa; la dignificación a través del trabajo como único modo de contribuir en la sociedad y merecer tener la existencia mínima garantizada. Algunos intentan imponernos como alternativa para la RBU, que no aceptan al no estar vinculada al empleo. Un “Care Income” iría a compensar monetariamente los trabajos hasta ahora no monetizados de cuidado. Es decir, las actividades que históricamente y todavía hoy en día realizan mayoritariamente las mujeres, tanto de forma remunerada (muy mal pagada) como no remunerada. No se puede, nos dijo un defensor de la medida, pagar lo mismo a todos, por el mero hecho de ser una ciudadana o un ciudadano; no se puede estar en la izquierda y tener esta visión “no materialista”.

Con el “Care Income” la justicia social se equipara con remunerar lo que no fue remunerado, no con el reparto de este tipo de actividades entre hombres y mujeres y la independencia económica

Bajo esta lógica solo se puede tener una renta si se muestra que se trabaja, si no “productivamente”, pues “reproductivamente”. La justicia social se equipara con remunerar lo que no fue remunerado, no con el reparto de este tipo de actividades entre hombres y mujeres y la independencia económica (una verdadera justicia de género). Es curioso que esta propuesta surja en el momento de la crisis de la reproducción en el sistema capitalista. Ahora que el capitalismo, en su versión neoliberal, ataca su propia existencia; destruyendo la reproducción de los seres humanos que ha convertido en “fuerza de trabajo” y del medio ambiente que ha convertido en “recursos”, un “Care Income” parece ser una perfecta medida de rescate. Sin embargo, nos toca escuchar de quien defiende un Care Income sospechar de la RBU por ser una “herramienta liberal”.

Estas propuestas y otras similares apuntan correctamente a varios problemas, tales como la necesidad de reducir urgentemente el consumo global de energía. Sin embargo, queremos enfatizar que el punto al defender una RBU no es solamente reconocer ciertas actividades hasta ahora marginalizadas, si no más bien recuperar la noción, bastante difundida en sociedades no capitalistas, que la economía debería funcionar como un medio para el tipo de personas que queremos ser y con quienes queremos convivir. El olvido de este horizonte normativo ha sido probablemente la victoria moral más dura y profunda del capitalismo sobre nuestros corazones.Es por esto que insistimos en una RBU y no otras propuestas de Job Guarantee, ni un Care Income. Tenemos frente a ellas una aprehensión no menor: tememos que se transformen en una oportunidad para burocratizar y sujetar al control del estado paternalista y sus agentes inquisidores tales prácticas.

Evidencia de programas de Transferencias Monetarias Condicionadas, sobre todo en Latinoamérica, dan cuenta de que la idea de compensar ciertas prácticas que se consideran beneficiosas —sobretodo relacionadas a la “correcta” crianza de niñas y niños— terminan dando aún más carga de trabajo a las mujeres, y reproduciendo divisiones generizadas de las labores. En el caso de India, por ejemplo, las políticas de garantía de empleo también han generado trampas burocráticas que distan mucho de fortalecer la emancipación de las personas.

Nos preocupa, sin embargo, que las y los defensores de estas políticas no se involucren seriamente con la evidencia y el rico debate generado en torno a estos programas. Tanto en este caso, como en el de un Job Guarantee, se suele olvidar que las preguntas políticas y morales y las preguntas de implementación no pueden abordarse por separado: la implementación de políticas sociales y las relaciones que construye son profundamente políticas.

Las políticas públicas, evidentemente, son herramientas políticas constitutivas de las relaciones de poder. Alguien decide qué, por quién y cómo debería estar hecho. No son las ciudadanas y los ciudadanos a los que se otorga el derecho a decidir sobre ello en esta propuesta.

Siempre habrá tareas que sostienen la vida a realizar. La pandemia ha evidenciado lo que las feministas llevan ya mucho tiempo: la crisis del cuidado en su forma incluso más básica, como es el cuidado de las personas mayores y dependientes. Es imprescindible destinar más dinero público para reforzar sectores como salud, educación, cuidado, y por lo tanto reforzar lo esencial, igual que es importante acabar con la creencia de que “employees cannot be trusted to do their jobs without supervision, that workers require surveillance and external discipline” (como bien señalan las autoras del artículo en The Guardian). Igualmente, deberíamos acabar con la responsabilidad individual de las familias (que en práctica resulta caer en los brazos de las mujeres) por la provisión del cuidado que debería ser una responsabilidad común y un problema público. Pero esto no significa caer en la trampa y perpetuar la lógica productivista diciendo que el cuidado merece ser compensado monetariamente solo porque, “en el fondo”, es trabajo.

El derecho al cuidado profesional financiado desde el presupuesto público es importante en la sociedad en la que vivimos, pero el cuidado es también crear vínculos humanos que valen la pena

Creemos que el valor del cuidado va mucho más allá. Reside, precisamente, en crear espacio para dedicarnos a aquello que encontramos valioso en sí mismo: el juego, el disfrute, la creatividad, la deliberación, el afecto. Todas dimensiones fundamentales de lo que significa ser humano. El derecho al cuidado profesional financiado desde el presupuesto público es importante en la sociedad en la que vivimos, pero el cuidado es también crear vínculos humanos que valen la pena; vínculos de calidad, voluntarios y no instrumentales, lo que se hace cada vez más difícil en la sociedad en la que casi todo: desde el derecho a la existencia hasta la identidad personal, gira alrededor del trabajo.

Sin este espacio para conectarnos, no solo no podemos explorar lo que significa ser humano, ni siquiera podemos mantenernos sanas y sanos mentalmente. Necesitamos cuidar porque queremos y porque podemos (tenemos tiempo para ello), no solo porque “es nuestro trabajo”. El cuidado, dicen tanto las cuidadoras profesionales de las personas mayores y dependientes, como los principios de la Ecología del Cuidado, es también ayudar a un otro a ser libre. Más puestos de trabajo de cuidado no son suficiente para pasar a una sociedad de cuidado. Y trabajar (con o sin remuneración) no siempre significa contribuir a la sociedad de la mejor manera (es mejor no trabajar que construir barcos de guerra o sustancias tóxicas).

Contribuimos al conjunto de la sociedad de formas múltiples e imposibles de cuantificar (si quisiéramos tenerlas todas en cuenta, no solo los “trabajos reproductivos”, tendríamos que extender el concepto del trabajo a tantas actividades que dejaría de tener cualquier sentido) y creamos el valor día a día, lo que muchas veces luego es capitalizado mercantilmente por otros, y por lo tanto no es justo vincular la redistribución de la riqueza creada colectivamente solo al trabajo mercantil, crianza o cuidado.

Dejar esta mentalidad obsesionada con el trabajo significa cambiar nuestro vocabulario político; también dejar de defender medidas como la RBU apurándonos siempre en decir “pero no se preocupen, no hará que las personas trabajen menos”. ¡Como si trabajar menos disminuyera la dignidad de una persona! ¡Como si criticar la centralidad del trabajo fuera tocar algo sagrado!

Abandonar esta mentalidad obsesionada con el trabajo significa dejar de defender medidas como la RBU apurándonos siempre en decir “pero no se preocupen, no hará que las personas trabajen menos”

En efecto: gran parte del imaginario colectivo (de izquierdas o derechas) está capturado por este principio. Es por eso porque manifiestos a favor de diferentes formas del Trabajo Garantizado firman hoy hasta los conservadores católicos y los autollamados “liberales”. También por eso ahora, cuando se abre una única ventana de oportunidad para las políticas económicas redistributivas y una nueva ola política para ganar nuestro tiempo libre, la derecha y la extrema derecha en diferentes países (en España y Chile, por ejemplo), para imposibilitarlas, explotan la idea de que el “trabajo dignifica”, de una “patria de trabajadores” y evocan la idea bíblica que “quién no trabaja no come”, repetida por Stalin cuando se estableció “el derecho a trabajar” (no a la existencia mínima) y cuando por no trabajar se iba a la cárcel.

Un mundo tan increíblemente desigual solo se puede mantener con recursos extraeconómicos, morales y religiosos, haciendo creer a las más vulnerables que es mejor trabajar que “vivir del Estado”, porque es una actividad digna, y por lo tanto mejor hacerla que no, aunque sea por un salario de mierda y en condiciones de subordinación y abuso, sin el derecho a la voz política para decidir dónde poner nuestros esfuerzos como sociedad.

En cierta medida, como señala David Graeber, es precisamente esta dimensión moral del trabajo lo único que separa a nuestra sociedad ultracapitalistas del desmoronamiento total. La extrema derecha explota esta idea como antaño en la otra gran crisis lo hicieron los fascistas. Pero la creencia de que el trabajo es algo bueno en sí mismo tiene nefastas consecuencias sociales. Borra de la ecuación la ética (eran los “men who seek a job”, decía Arendt, los de la “banalidad del mal”) y cualquier reflexión sobre lo que merece o no ser hecho.

Desafortunadamente también fácilmente cae en ella la “clase obrera” que, a diferencia de los que tienen el capital y por lo tanto pueden vivir de las rentas, se ve obligada a mostrar que “merecen vivir” a través del trabajo, exponiéndose a más explotación, porque no tiene el poder de negociación. Las derechas tienen muy claro, a diferencia con algunos sectores de la izquierda, que el trabajo no es solo un medio para proveer los recursos de una manera más organizada, disciplinada y por lo tanto “productiva”, sino la herramienta del control social más ingeniosa en la historia.

No vamos a cuidar mejor ni salvar el planeta extendiendo el Reino del Trabajo a más actividades humanas. Una categoría que, tal y como la entendemos hoy en día, fue inventada por los padres de la Economía Política en el nombre de la creencia moderna en el Progreso, arbitrariamente medido por el invento llamado Producto Interno Bruto. El objetivo de este dispositivo ha sido bloquear la pluralidad de las formas de provisión social, aniquilando, por ejemplo, sus formas más autónomas (no controladas ni por el Estado ni Mercado), para la mayor dependencia y control de la ciudadanía.

Lo que necesitamos hacer es democratizar la reproducción social en general (entendida como la reproducción de la sociedad en su totalidad, no como la condición de existencia del “sector productivo”), apostar por el pluralismo de la provisión de recursos, por la mayor autonomía de las personas; pero también por la seguridad y resiliencia de nuestras comunidades que ahora mismo están desarraigadas de sus territorios y dependen de un mercado global y por eso se muestran tan vulnerables ante contingencias como la pandemia.

Lo que necesitamos hacer es democratizar la reproducción social en general, apostar por el pluralismo de la provisión de recursos, por la mayor autonomía de las personas; pero también por la seguridad y resiliencia de nuestras comunidades

Esto implica democratizar la práctica política. Pensar cómo queremos vivir también toma tiempo, lo que el paradigma productivista con su constante imperativo de tener efectos tangibles e inmediatos rechaza. Pero es allí, en las organizaciones sociales, culturales y políticas, y no en los lugares del trabajo asalariado (que por cierto, ahora más que nunca será “desde casa”), donde queremos “socializarnos”, porque, como decían algunas feministas “la casa encierra”.

Habrá quienes querrán llamarlo “trabajo político” pero preferimos el término “acción política” siguiendo la tradición republicana, ya que creemos que corresponde más pensarlo como un ejercicio de nuestra libertad y como parte de un proceso de construcción colectiva de libertad comunitaria. A nuestro modo de ver, es precisamente este planteamiento de lo político como “trabajo” lo que hace a muchas y muchos sentirse exhaustas ante la idea real de una revolución transformadora de nuestra sociedad.

Renta básica
Una Renta Básica para salir juntas de esto

Son muchas de nuestras vecinas y vecinos con las que compartimos aplausos a las 8 de la tarde, personas que nunca pensaron verse en una situación así porque siempre han “ido tirando” y normalizando la precariedad.

Hacernos cargo de nuestras propias vidas y dejar de descansar en autoritarismos tecnocráticos suena como un nuevo yugo. Pero confiamos —inspiradas por nuestras compañeras mujeres liderando procesos revolucionarios en todo el mundo— en que una política liberada de estos límites no sólo no es una carga, sino que nos nutre en lo más profundo de nuestra humanidad. Los cimientos que robustecen la convivencia democrática incluyen el encuentro lúdico, afectivo, creativo, y normativo, todas partes de un entramado que no puede ser disuelto y opacado bajo la categoría de trabajo. Y son tales formas de convivencia las que harán posible la tan deseada transición social-ecológica. Esto no quiere decir que la revolución se haga a punta de baile. Pero el baile definitivamente tendrá un lugar importante en ella.

La RBU puede ser una medida palanca que acerque este horizonte. Más que un simple programa que permita un nuevo reacomodo del capitalismo y aminore los efectos de la automatización (un argumento popular pero limitado) vemos en la RBU un potencial transformador de nuestros pactos de convivencia, de los significados del dinero y del Estado mismo. Un derecho que cree el espacio existencial necesario para poner verdaderamente los cuidados y la vida al centro; no al servicio de una añeja agenda productivista. Vemos en la RBU una herramienta que garantice a todas su existencia y libere nuestro tiempo para que podamos dedicar nuestra vida —no solo “fuerza laboral”— a la política, para, entre otras cosas, reforzar lo público: Sanidad, Educación, Cuidados, igual que hacer lo que nos dé la gana, lo que decidamos juntas, como sociedad, como vecinas y como personas autónomas.

Durante dos siglos los sectores más libertarios de la izquierda han “trabajado” para las causas de la izquierda trabajocéntrica porque ante las amenazas de los sectores conservadores o fascismos, lo han considerado un mal menor. Ojalá esta vez por fin pudiéramos luchar juntas, de mano de la RBU que lo haría factible, por el bien mayor. Por el horizonte político verdaderamente anticlasista, antipatriarcal y ecológico, que permitiría a todas — no solo a los rentistas y a una cada vez más reducida minoría de trabajadores con “buenos trabajos” — proyectos de vidas que merezcan ser vividas.

*La idea de que el esfuerzo y sacrificio dignifican tiene una larga historia y su origen en el cristianismo. Sin embargo, el trabajo como lo entendemos hoy en día, es una categoría moderna del capitalismo. Penetró algunos sectores de la izquierda a través de Marx y Engels que asumieron este concepto de la filosofía y economía política de los tiempos en los que vivieron. Como explica el marxista autonomista Harry Cleaver, los dos cometieron un error metodológico proyectando retrospectivamente una categoría capitalista del trabajo a todas las sociedades humanas, como si fuera ahistórica. Sin cuestionar el concepto en sí, crearon divisiones entre labor y work, un trabajo alientante y un trabajo que no sería alienante. A partir de este error, Marx desarrolla una falsa antropología en el Capital (t. I, c. V) donde afirma que el ser humano se hace “a través del trabajo”, que es el trabajo que lo distingue del resto de los animales. Siguiendo las tesis de Cleaver, ante el imperativo del capital de imponer cada vez más trabajo (renumerado o no), la lucha histórica de las clases dominadas, y por una sociedad ecológica, debe poner en el centro la reducción del trabajo y para hacerlo, tenemos que aprender hablar sobre las actividades humanas de otras maneras que superen la categoría del “trabajo”.

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#66493
31/7/2020 11:34

Realmente el rechazo al trabajo fue el cuerpo central de las luchas obreras desde principios de los 60 a ultimos de los 70. La presión salarial sobre la patronal y la reducción de tiempo de trabajo. Ganar más , trabajar menos fue una constante de la pelea en la fábrica durante todos estos años. Con la consiguiente reestructuración capitalista que fue trayendo deslocalización, automatización, profunda división de la producción entre el centro imperialista y la periferia colonial (una division que se reproduce también en el centro con todos los procesos de gentrificacion), la lucha obrera de fábrica se hizo defensiva, mediada por los sindicatos (órganos de control y productores de la lógica del Capital ) y el rechazo al trabajo fue transmutado en una estéril "defensa de los puestos de trabajo". La sociedad capitalista no se basa en la producción de riqueza sino de la producción de valor. Creo que debíamos partir de este análisis tan básico para analizar cualquier aspecto de la sociedad. Es imposible cambiar cualquier aspecto de la sociedad actual sin una crítica radical a éste fundamento. La Renta Básica ahora, debido a la automatización creciente y las necesidades del sistema de emplear cada vez menos fuerza de trabajo para producir beneficio es ya una necesidad inexcusable para la reproducción del sistema capitalista también. Una contradicción capitalista además porque choca con su necesidad tradicional de aumentar la fuerza de trabajo. Creo que las propuestas socialdemocrátas de reformar una vez más las relaciones capitalistas son ya imposibles y no afectan al cuerpo central del mismo sino que sirven para ayudarlo solventar sus contradicciones cada vez más crecientes. Hace falta una crítica más profunda en este sentido que una todos los aspectos que ponen en cuestión la subsistencia misma del capitalismo como sistema ( ya objetivamente inviable) para construir una alternativa. Una alternativa que tiene que ser radical, autónoma, de clase y también de combate. Son muchas las luchas que a nivel mundial ponen sobre la mesa la necesidad de ésto. Las soluciones creo que deben pasar por el rechazo separado de la lógica del Capital. Lo que siempre fue el principio del hilo rojo histórico que nos trajo hasta aquí.

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