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Procés
Encuentro Sánchez-Torra: jugar a los marcianitos
Mucho de qué hablar. Tan poco por ofrecer. Ni Pedro Sánchez puede ni Quim Torra debe. Ninguno de los dos sabe.
“¿Crees que es una buena opción?” pregunta Hannah. “¿Qué quieres que haga? Me ha descubierto el farol” responde Will. El maquiavélico Frank Underwood recoge el guante del diálogo a su oponente electoral, Will Conway, en la cuarta temporada de House of cards. Le llama frente a todas la cámaras y le convoca a una reunión para tratar el problema del terrorismo. Tal y como el candidato lleva días reclamándole en campaña. No hay escapatoria. Frank y Will posan ante las cámaras, sonríen, encajan sus manos y, una vez dentro de la sala, sin cámaras ni micros, un par de minutos de sarcasmos y puñaladas dialécticas para acabar jugando con el móvil a un juego virtual llamado Agar.io. Los telediarios cubren con entusiasmo una reunión que, técnicamente, no está sucediendo. Nadie ha hablado de terrorismo allí. Están jugando a los marcianitos.
No sabemos si hoy Pedro Sánchez y Quim Torra llegarán con las baterías de su móviles a tope ni si acabarán llamando a Celia Villalobos para que les pase alguna pantalla del Candy Crush. Pero la escena viene que ni pintada.
Mucho de qué hablar. Tan poco por ofrecer.
Ni Sánchez puede ni Torra debe. Ninguno de los dos sabe.
Reunión de alto copete. Tensión, focos, cámaras. “Señor Torra, señor Torra, ¿va usted a bajarse los pantalones?” gritaran los periodistas. “Señor Sánchez, señor Sánchez, ¿va usted a partir España?” rebotarán en las paredes. Y ellos, sonrientes antes los flashes. Impasibles.
Las audiencias discutiendo sobre si uno ha subido los escalones o si el otro los ha bajado. “Claro símbolo de vasallazgo” escucharemos en las tertulias televisivas. García Ferreras, como siempre, hiperventilando la reunión, conectado en directo, mientras unos y otros debaten sobre las eternas líneas rojas bailando al compás de los titulares mediáticos aún a sabiendas que rojas, verdes o amarillas, esas líneas poco importan. Ni uno ni otro tienen ni poder ni fuerza para hacer prácticamente nada.
Ya lo decía Juliana hace unos días. “Abandonad toda esperanza, no hay solución”.
Hoy no sucederá nada.
Prisioneros de la política del postureo, la de hoy será la enésima fotografía del gobierno Sánchez. No es sorprendente que haya llenado más debates el trabajo de Iván Redondo con la imagen del socialista, que la tarea de ningún otro gabinete ministerial. Tampoco es que Torra pueda ir mucho más allá, todavía sin una hoja de ruta clara y con el sambenito encima del yonodeberíaestaraquí. Al pobre no se le saca del tema de los presos.
Poca broma. Les dicen a este par hace año y medio que hoy estarían donde están y lo menos que hacen es reventar a carcajada limpia.
Una foto de dos presidentes dándose la mano. Y ese simple gesto es ya un cambio de ciclo narrativo enorme. Y eso, a la larga, sí puede dar sus frutos
En la primavera de 2017, Pedro Sánchez estaba todavía recorriendo España en un Peugeot 407 para ser secretario general de un partido a la deriva llamado PSOE. Quim Torra no sabemos si iba en triciclo, pero era un simple editor, presidente del Centro de Estudios de temas Contemporáneos de la Generalitat tras su paso por el centro cultural del Born.
Hoy ambos presiden dos gobiernos que ni ciegos de ácido se hubieran imaginado presidir.
Casi nada.
Ni uno ni el otro se acaban de creer el cargo que ostentan. Porque ambos vienen de prestado. Han caído por carambola de pinball en la silla. Y ambos tienen un reloj de arena sobre sus cabezas que solo Sánchez aspira a alargar.
Ambos también se saben impotentes. Prisioneros de la política del postureo. Política 2.0.
Uno, porqué ni tiene tiempo ni se sabe fuerte como para imponer agenda. El otro, porque entre la falta de rumbo y los corsés jurídicos y políticos, no tiene mucho margen. Suficiente trabajo tiene para aclararse qué quieren los suyos más allá del “llibertat presos polítics”.
Y como ambos saben que no pueden, lo pretenden. Lo representan. Y se dejan llevar por lo simbólico. Prisioneros de lo metafórico y el gesto. Lo único que les puede mantener a flote en esta marea.
No es solo el tema catalán. Es todo. Pero si hablamos de la cuestión territorial, es blanco y en botella. Detrás de la foto, nada. O casi.
Pero en política los gestos cuentan. Y mucho. Ya nos lo dejaba claro nuestro colega Sato el otro día. Y es ahí donde nos volvemos a dar cuenta de la gravedad del asunto. Cuando hemos normalizado y naturalizado aquello totalmente anormal. Una foto de dos presidentes dándose la mano. Y ese simple gesto es ya un cambio de ciclo narrativo enorme. Y eso, a la larga, sí puede dar sus frutos. A los que se hacen la foto por lo menos. Aunque, tristemente, eso no solucione EL problema.
Y como los gestos cuentan, y el rollo de la hegemonía se las trae, los podemitas también corrieron a por la foto. El 25 de junio, pocos días después de saber que Sanchez y Torra se verían hoy, Pablo Iglesias corría a Barcelona a hacerse un selfi con el president de la Generalitat. No podía ser él menos. ¡Que me pasan la mano por la cara los sociatas! ¡Por Laclau! Y ya esta semana pasada ídem de ídem con Alberto Garzón, en Barcelona, hablando de república federal ante el president Torra.
A por el gesto. A por la foto.
Torra irá a Moncloa una semana después del acercamiento de los presos a las cárceles catalanas. Y, una vez más, de un tema aparentemente burocrático le hemos vuelto a dar todo el valor simbólico. Que si sí, que si no. Confirmando, en definitiva, su carácter de presos políticos. Es curioso que en Madrid, quien más haya clamado al cielo por ese traslado sea el que más se niega a reconocer el valor político de la causa. Y quien decía que ese era un tema de los tribunales ahora pida explicaciones a los responsables políticos. Una vez más, gestos. Postureos.
La Generalitat ha decidido seguir desobedeciendo. Esta vez a su propio Parlament. Y se ha pasado por el arco del triunfo la moción que en 2016 les instaba a reducir las tasas universitarias
Y otra vez marchas amarillas. Y lazos amarillos. Y discursos amarillos. Esta vez a las puertas de los centros penitenciarios. Lo surreal es que, por querer tenerlos cerca, ahora resulta que están bajo la responsabilidad y tutela de un conseller de su partidos. Y toma república del primero de octubre. Un espíritu del primero de octubre, cuyo poso sigue instalado en el fondo de la población, está teniendo muchos problemas para salir a flote. Y sacar la cabecilla. Prácticamente descapitalizado, otra vez adormecido por una clase política a la deriva, y reivindicado solo por el paseo de vídeos de esos días por las redes.
Y construyendo República, la Generalitat ha decidido seguir desobedeciendo. Esta vez a su propio Parlament. Y se ha pasado por el arco del triunfo la moción que en 2016 les instaba a reducir las tasas universitarias. Y ahí siguen. Congeladas. Triplicando las que se pagan en Galicia, por ejemplo, o un 50% más de lo que se pagan en Madrid. Que ya sabemos que nos roba y tal. Como el espectáculo, esta semana de la subasta de 46 inmuebles sin heredero que la Generalitat ha decidido devolver al mercado privado contra la opinión de los movimientos sociales. Y los Mossos (la nostra policia) repartiendo dosis de república a los que osaron intentar pararlo. Cuando se sale de lo simbólico, de la foto y el gesto, eso de hacer república parece que se nos atraganta un poco.
Construyendo república, decíamos. Quizás sea por eso que las CUP forzaron esta semana pasada un retorno a al dinámica pre 1-O. Los anticapitalistas forzaron volver a votar una moción para reivindicar la resolución del 9 de noviembre de 2015, que iniciaba el camino a la independencia y que dio lugar al referéndum del primero de octubre. Ningún partido indepe se atreve a bajar del burro. Se vota, con ajetreo del gallinero unionista, rifirrafe en el hemiciclo y la advertencia del consejo de garantías. Y llega el viernes y, oh sorpresa, un nuevo consejo de ministros anuncia que lo impugnará ante el Constitucional.
Otro más. Un déjà vu total. Aunque ahora ya es algo distinto. Algunos diputados indepes subrayan, desde el mismo púlpito parlamentario, que eso que se aprueba es puro simbolismo. Ahora ya ni se esconde que se trate de eso.
Puro postureo.
Y mientras, en Moncloa, un par de presidentes jugando a los marcianitos.