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Las decisiones tomadas por la dirigente de Adelante Andalucía, Teresa Rodríguez (dejar su escaño en el parlamento andaluz y volver a su trabajo como profesora de secundaria) y José María González, Kichi (no presentarse a la reelección como alcalde Cádiz) son dos buenas noticias, lanzan el mensaje correcto.
Cuando el 15M tomó las calles y plazas del Estado español y surgió de ese movimiento el primer Podemos, una de las críticas más contundentes que se hacían al establishment era denunciar a una clase política que parasitaba las instituciones, a unos políticos que, cuando llegaban a las mismas, se aferraban al puesto con uñas y dientes para defender su privilegiada posición.
Tenían razón los que, en aquellos tiempos, hablaban de “casta”; en la definición que proporciona el diccionario de la Real Academia de Lengua; en una de las acepciones que da a este término, señala que casta es “un grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer separado de los demás por su raza, religión, etc”. Me quedo con núcleo cerrado, fuertemente endogámico, que se perpetúa y autorreproduce.
El término, tantas veces proclamado en aquellos tiempos, de “estamos de paso en la política institucional” constituía una gran esperanza de renovación
El término, tantas veces proclamado en aquellos tiempos, de “estamos de paso en la política institucional” constituía una gran esperanza de renovación. Daba en la diana al apuntar a una práctica común en la política (diría que con carácter general). Suponía abrir ventanas y puertas de los nichos políticos e institucionales para que entrara aire fresco, y sustituyera la atmósfera contaminada que impregnaba los espacios donde habitaban plácidamente los políticos profesionales.
El mensaje era todo un desafío, pues suponía un cuestionamiento tanto de las elites políticas como de las prácticas elitistas; la cultura de “conozco las reglas del juego, soy necesario, soy importante, no hay recambio para mi”. El resultado, bien conocido, de esa cultura es “aquí me quedo, el partido me necesita”. No son frases hechas ni están escritas en ningún documento, pero constituyen toda una declaración de principios que todo lo contamina y que impregna el ejercicio de la política que realmente se practica.
Ser consecuente con lo que se decía, ¡hay que acudir a las hemerotecas!, hubiera significado que la permanencia en las instituciones y también en la cúpula de los partidos tenía fecha de caducidad. ¡Una verdadera revolución! Muy difícil de realizar a la vista de los resultados. Con diferentes argumentos, la rotación no se ha producido y la mayor parte de los que estaban todavía están... ¡se sienten imprescindibles!
Estoy seguro de que es difícil escapar de un engranaje tan auto complaciente. Pero ese era uno de los grandes desafíos de la nueva política, ¿no?
Si no existe una verdadera rotación en los cargos, ¿cómo accederán otras personas a esas responsabilidades? ¿cómo se producirá el proceso de aprendizaje necesario para desempeñar esas tareas? Ya lo sabemos, o deberíamos saberlo, estar en la política institucional proporciona una satisfacción en quien detenta esos cargos, no necesariamente monetaria (no estoy hablando de los sueldos de los políticos ni tampoco de corrupción). Me refiero más bien a un intangible que tiene que ver con el reconocimiento personal y profesional, con la satisfacción que proporciona ocupar responsabilidades en las que continuamente se toman decisiones, que despiertan admiración y/o vasallaje. Estoy seguro de que es difícil escapar de un engranaje tan auto complaciente. Pero ese era uno de los grandes desafíos de la nueva política, ¿no?
Salir de la maquinaria de la política oficial lanzaba un mensaje fuerte a la ciudadanía: no me agarro como un desesperado o desesperada al cargo, tengo vida y hay vida fuera de la política. Y un mensaje que acaso sea todavía más importante: fuera de las instituciones se puede y se debe hacer POLÍTICA, así, con mayúsculas. Y esto nace del convencimiento, que no es retórico, de que formamos parte de la ciudadanía activa y comprometida, cuya movilización es imprescindible para avanzar hacia una sociedad más equitativa.
Lo verdaderamente trascendente es que con esas decisiones conectan con la juventud sublevada que tomó, sin permiso, calles y plazas en el olvidado, pero no superado, 15M
Por todo ello, para mí tienen importancia, y merecen un reconocimiento, las decisiones tomadas por Teresa Rodríguez y Kichi. No estoy valorando sus planteamientos políticos -sobre los cuales, por supuesto, tengo mi opinión- ni tampoco si tenían posibilidades de continuar en sus desempeños actuales. Lo verdaderamente trascendente es que con esas decisiones conectan con la juventud sublevada que tomó, sin permiso, calles y plazas en el olvidado, pero no superado, 15M y con un Podemos que aseguraba que la política no era una profesión y que prometía la caducidad de los cargos institucionales.
Algunos pensaran al leer estas líneas que sueño con un imposible y que la practica de la política nada tiene que ver con este tipo de ensoñaciones. Estoy convencido, sin embargo, que, para vencer el escepticismo sobre el ejercicio de la política (combustible que devora ilusiones y alimenta a las derechas) y empezar a construir una fuerza verdaderamente transformadora, es imprescindible que se abra camino otra manera de hacer política.
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Estoy de acuerdo que hay mucha dignidad en lo que están haciendo tanto Teresa cómo Kichi. Necesitamos líderes consecuentes con lo que predican. Pero no puedo evitar pensar que como en el caso de Kichi, la izquierda se impone una reglas que ni se plantean en otros espacios políticos. Vivo muy lejos de Cádiz y no tengo idea de cómo quedan las cosas después de su salida pero me preocupa que se pierda todo lo conseguido en estos años.
Por otra parte veo el ejemplo de Iglesias y me da la impresión que está consiguiendo hacer más política desde los medios que durante su tiempo en el gobierno. Les deseo lo mejor a ambos y les pediría que no dejen de hacer política, aunque no tengan un cargo público.