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PNV
Que lo viejo parezca nuevo
Esta semana han trascendido los planes que el PNV tiene para los fondos europeos “Next Generation”: las grandes multinacionales energéticas y las obras de infraestructuras en marcha copan casi la mitad de los 10.000 millones a los que aspira Euskadi.
La información publicada el pasado 1 de octubre da fe de que ni que los jerifaltes de Iberdrola, ni los apóstatas de la transición energética de Petronor, ni los vendedores de crecepelo del Tren de Alta Velocidad están satisfechos con las ingentes cantidades de dinero público que han recibido en los últimos años. Gracias al sello de calidad de PricewaterhouseCoopers, los proyectos destinados a esta triada que el lehendakari Iñigo Urkullu ha remitido a Pedro Sánchez para que se financien con los fondos de la Unión Europea ocupan casi la mitad de los 10.228 millones de euros que corresponden al País Vasco. Podría deducirse de ello que el PNV trataba de guardar las apariencias de cara a la clase más azotada por la pandemia. ¿Qué opinión pública soporta más autopistas de pago, la conocida como Supersur, cuando falta hasta el pan?
En esta decisión, que es post-política porque entrega la ordenación de las finanzas públicas a las grandes empresas, observamos una reacción, económicamente caótica, derivada de haber agotado la caja de herramientas neoliberales. La retórica sobre la transición ecológica, energética y digital llega cuatro décadas después de haber sangrado los presupuestos públicos hasta la saciedad. Una vez reducida la intervención política a una tensión entre asumir los riegos de incentivar nuevos mercados (especialmente, inmobiliarios y financieros) y abrir fronteras a la acumulación de los capitalistas patrios, Urkullu trata de trasladar que el País Vasco se encuentra en una suerte de revolución 4.0 que devolverá a la industria las tasas de ganancias previas a la crisis.
Nada más lejos de la realidad. Incluso la Comisión Europea ha llamado la atención sobre la necesidad de transformar el tejido productivo de toda la región, reindustrializar y ponerse manos a la obra para atajar la creciente pobreza.
Los fondos europeos empleados en nuestros territorios han funcionado más para configurar un neocaciquismo adicto a las autopistas, que para transformar el modelo productivo
Las partidas solicitadas por Urkullu forman parte del hercúleo proyecto de reconstrucción europea llamado Next Generation Europe, un plan con el que Europa plantea su particular visión del capitalismo de Estado federal comunitario. Los expertos en relaciones públicas habitúan a denominarlo como una transición verde, digital, sostenible... pero no dejar de ser un intento de reconstrucción capitalista. Los intentos por salvar este sistema, cuya crisis nos ha llevado a esta coyuntura, contemplan una inversión de 750.000 millones de euros destinados a reindustrializar Europa, especialmente sus regiones más periféricas. De acuerdo a las intenciones de la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyden, este debe constituir el primer intento serio desde la época Monnet para recuperar posiciones en el mercado global y la —a hasta alturas— disminuida voz en la comunidad internacional.
Como bien sabemos, los fondos europeos empleados en nuestros territorios han funcionado más para configurar un neocaciquismo adicto a las autopistas, que para transformar el modelo productivo. En este sentido, la propuesta gestada en el Buru Baztar guarda más semejanzas con la restauración de viejas élites, que con abrazar la renovación de los de arriba que se propone desde Bruselas con el Next Generation Europe. La propuesta de Urkullu no se distancia un ápice de anteriores presupuestos diseñados a imagen y semejanza de las redes clientelares vascas. Sólo han cambiando los nombres y las siglas bajo las que se solicitan los fondos, primando ahora las etiquetas como “tecnología” y “digital”.
País Vasco
El PNV premia a Iberdrola y Petronor en los fondos europeos para la reconstrucción
Estas contracciones políticas prueban que en Ajuria Enea todas las decisiones tienen lugar para que nada cambie después de la crisis; tratan de cancelar la imaginación pública e imponer la ideología de que el único uso legítimo de la tecnología es asegurar la continuidad de los mercados capitalistas. Ello queda probado con los informes cuasi religiosos que la Secretaría Técnica ha encargado a los teólogos de Idom para la elaboración de la agenda para la transformación digital de Euskadi 2025 y para su seguimiento inicial. Hablamos de 210.000 euros invertidos en un panfleto con el mismo valor que la propuesta para los fondos elaborados por Pricewaterhousecoopers: atraer capital privado.
Los junteros jetzales, habituados a personarse ante las cámaras con la altivez y soberbia que les granjea la mayoría absoluta, osan de infravalorar las revueltas populares que se inaugurarán cuando las masas vascas descifren el trasfondo de las colaboraciones público-privadas del Gobierno vasco. Una enumeración sobria bastará para ilustrar la ideología solucionista de las élites vascas: evitar toda intervención política en el desarrollo tecnológico y confiar en que las empresas privadas distribuyan las ganancias derivadas del aumento de la productividad.
¿Es realmente necesario que empresas multinacionales energéticas implicadas en graves casos de corrupción o capitalistas del tres al cuarto se hagan cargo de organizar este futuro industrial nuestro en la línea de la explotación capitalista?
Pensemos en el Centro de Inteligencia Artificial, para el que se han presupuestado 40 millones. No cabe duda de que es imprescindible invertir en bienes de equipo del siglo XXI y en inteligencia técnica que supervise la coordinación social y la planificación socialista de la economía derivados de los avances en herramientas como el machine learning. No obstante, ¿es realmente necesario que empresas multinacionales energéticas implicadas en graves casos de corrupción o capitalistas del tres al cuarto se hagan cargo de organizar este futuro industrial nuestro en la línea de la explotación capitalista?
¿De verdad creen las élites vascas que la transición energética vendrá de la mano de empresas como Mercedes, Gestamp o Enagás, para las que junto a otras corporaciones, se solicitan 1.120 millones de Euros a fin de construir una factoría de baterías de litio? La salida de un modelo basado en los combustibles fósiles, apunta en el nuevo orden verde un heterodoxo como Pedro Fresco, ha llegado tarde a los oídos de los ciudadanos. El motivo es sencillo de comprender: la tecnocracia vasca no busca únicamente que la ciudadanía pague la factura de la primera crisis económica con sus ahorros, sino también la emergencia sanitaria actual con la prestación pública de los servicios?
Recuerden que la compañía vizcaína de Inteligencia artificial Sherpa.ai ha desarrollado una herramienta en colaboración con Osakidetza para predecir las necesidad sanitarias de Unidades de Cuidados Intensivos. En este contexto de externalización de la gestión de la salud pública a una empresa privada comprenderán los 18,77 millones destinados a salud y envejecimiento que el PNV ha exigido para la creación del Nagusi Intelligence Center, el Health Intelligence Center y Osasuntest. Este último, “creado como solución para el diagnóstico rápido y masivo de la COVID-19 y futuras pandemias”, desembocará en la vigilancia sanitaria de los pobres mediante la adjudicación de contratos a empresas de microsensores. Los dos centros propuestos por la burguesía vasca, lejos de seguir la tradición que exigen las hordas de pensionistas que llenan las calles, buscan innovar para que las clases adineradas vascas y turistas europeos de elevada edad aumenten el tiempo de vida. Esta suerte de transhumanismo vasco es tan totalitaria como futurista.
La única estrategia peneuvista en esta crisis histórica es profundamente reaccionaria: que lo viejo parezca nuevo.
¿Por qué pensar en el futuro?, ¿dónde diantres queda la emancipación de los hijos de los trabajadores? La respuesta puede encontrarse en las reivindicaciones hacia la responsabilidad individual y la sociedad del riesgo. Al fin y al cabo, Ulrick Beck y Anthony Giddens, profetas del neoliberalismo simpático, mal llamado tercera vía, siguen siendo las figuras referentes de la intelligentsia vasca. ¿O cómo se explica la creación de un Centro Internacional de Emprendimiento sino como la continuación del plan ideado para dotar de 40 millones a la Torre BBVA, ubicada en el mismo centro bilbaíno? En este caso, no se trata -nunca se ha tratado- de crear una masa laboral autóctona y necesitada de salidas laborales que haga frente a los cambios en los procesos productivos, ni tan siquiera de impulsar a golpe de licitaciones públicas una industrialización seria y competitiva que permita a esta periférica región de Europa competir en los cada vez más inalcanzables y competitivos mercados globales. La única estrategia peneuvista en esta crisis histórica es profundamente reaccionaria: que lo viejo parezca nuevo.
Emprendimiento significa terminar con los procesos de desindustrialización, perpetuar la precariedad del empleo y disparar la desigualdad de ingresos mediante la ampliación de la economía de servicios. Smart Food Country, 23 millones para promocionar a una minoría de chefs, esa adjudicación significa toda su concepción de referencia gastronómica. Nos referimos también a pirotecnia pseudo-industrial como la ampliación del Museo Guggenheim a Gernika a fin de incentivar una suerte de turismo inteligente hacia la zona de la costa. Instrumentalizar las lógicas culturales del capitalismo digital, a saber, el tirón de Juego de Tronos en HBO para después llamarlo transición medio-ambiental. No es otro el fin de los 250 millones presupuestados como “soluciones de movilidad sostenible para acceder al biotopo de San Juan de Gaztelugatze”.
De un lado, todos estos movimientos tratan de fortalecer, estrechar y enriquecer los viejos carteles con la entrada de las grandes corporaciones que dominan el mercado mundial. De otro, refuerzan la ideología de que atraer a start-ups y talentos extranjeros a golpe de exención fiscal para situarse en los primeros rankings de las consultoras Big Four es la única política de innovación posible. El gobierno de Euskadi abandera el capitalismo caciquil, por mucho que en las ferias lo invoque como innovador, digital y ecosustentable.
Todo lo contrario, diseñar una planificación automatizada de la economía, contemplaría la propuesta del nacionalismo vasco para la construcción de un centro de datos en Euskadi. Ahora bien, ¿qué sentido tiene dejarlo en manos de una empresa cercana a los círculos de Sabino que un día ofrece servicios de higiene y limpieza y al otro te construye una incineradora? ¿Por qué invertir 40 millones de manera tan poco eficiente en la centralización, y no 400 en 10 o 20 centros capaces de cobijar los datos de nuestras administraciones? ¿No se debiera de evitar externalizar los servicios de clouding a empresas como Amazon o Microsoft y apoyar que jóvenes desarrolladores vascos encuentren empleo en tejidos sociales? Ello en todas las esferas vascas, desde las iniciativas para desplazar los servicios de correo electrónico de las Universidades hacia la nube de Microsoft, hasta los proyectos en colaboración con esta empresa para la optimización de las turbinas aéreas flotantes (MarIA), y conocer mejor las enfermedades de los pinares de esta comunidad autónoma (AlonForest).
¿No se debiera de evitar externalizar los servicios de clouding a empresas como Amazon o Microsoft y apoyar que jóvenes desarrolladores vascos encuentren empleo en tejidos sociales?
Estas instituciones debieran constituir un ecosistema con start-up públicas capaces de asegurar la demanda de dichas capacidades computacionales. Un tejido empresarial guiado por el bien común y que permita sacar de las esferas de la especulación servicios que se han convertido en utilidades básicas de nuestra cotidianidad, como el agua, como la electricidad. Un tejido empresarial orientado no a generar dividendos a los accionistas, sino a cumplir con los intereses tanto de la comunidad como de sus trabajadores. Desde luego, la inteligencia artificial podría adquirir un diseño más justo permitiendo a pequeñas empresas vascas sacar ventaja de todo su potencial, no vendiendo bidegorris inteligentes en una ciudad donde apenas existe una infraestructura ciclista al tiempo que reproduce las cadenas de valor globales mediante proyectos como el Green Deal I-DE de digitalización de redes eléctricas. Estas iniciativas, u otras como el despliegue de infraestructuras en 5G en los pueblos rurales, tendrá las mismas implicaciones para el avance social y la diversidad que plantar una autopista en medio del embalse del regato: encajonar los recursos comunes en las lógicas del mercado y el intercambio.
En relación a este hecho, ¿nadie ha aprendido de la enorme estafa de Hiriko? Ninguna tecnócrata exige una infraestructura de movilidad pública, sino coches eléctricos diseñados con el software de Google. Ninguno de esos hombres de traje tratan de colectivizar los beneficios derivados de los avances tecnológicos. Más bien, tratan de acumularlos en una pequeña vanguardia insular, como Euskaltel, Masmovil o la propia Kutxabank, encargadas de crear la infraestructura de datos e interoperabilidad en territorio vasco, así como la digitalización del Gobierno Vasco, y donde en algún momento se abrirán las puertas giratorias.
Ninguno de esos tecnócratas jeltzales encargados de garantizar la libertad del mercado subirá a la tribuna del Congreso para defender este desorden.
Ninguno de esos tecnócratas jeltzales encargados de garantizar la libertad del mercado subirá a la tribuna del Congreso para defender este desorden. No obstante, de la mera opacidad de sus operaciones se desprende que el País Vasco necesita un plan para garantizar la soberanía tecnológica. Mejor dicho, no tiene alternativa a trascender a todo atisbo de nacionalismo radical para converger en los movimientos que exigen la planificación automatizada de los procesos de producción. Lo contrario le dejará a los pies del consenso de Washington, donde los fondos destinados a la reconstrucción triplican a los de la Unión Europea.
Estados Unidos, epicentro del capitalismo global, está asumiendo un grave tono nativista al calor de la crisis. De hecho, algunas de las empresas tecnológicas más poderosas del mundo, como Facebook, Palantir, Microsoft, Google, Tesla o Amazon, están asumiendo tareas y responsabilidades del gobierno en sectores como defensa, educación, seguridad o sanidad. Tal es el devenir de los países que niegan el derecho a transformar las relaciones sociales de producción en este momento de enormes crisis.
No hay administración en el mundo que esté dejando a las fuerzas del mercado maniobrar la recuperación, como indica desde Bruselas la creación en un tiempo minúsculo de un fondo federal destinado a reindustrializar Europa. El neoliberalismo, como Hayek reconocía, no puede existir sin que el Estado intervenga para corregir las tendencias hacia la crisis. Lo conocen en Pekín, lo saben en Washington, e incluso se mantiene esta fe ciega en Bruselas, pero en el Gasteiz de la restauración y del caciquismo peneuvista aún se tiende a creer que continuar por la senda capitalista puede asegurar la estabilidad de esta autonomía. No existe otra alternativa que utilizar este momento de excepción para replantear el sistema en líneas socialistas.
Greenwashing
El “greenwashing” del PNV al descubierto
El árbol que los jeltzales plantaron en Foronda, símbolo de su compromiso contra el cambio climático, ha desaparecido para no blanquear las políticas antiecológicas del partido nacionalista.