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Inteligencia artificial
En tiempos de crisis climática, ¿va a salvarnos la inteligencia artificial?
Jéssica Silva fue asesinada por la Guardia Nacional de México después de manifestarse en contra del desvío de agua a los Estados Unidos. Debido a las largas sequías que sacudieron la región de Chihuahua en 2020, campesinas y agricultoras locales ocuparon la presa de Boquilla para cerrar sus compuertas y retener el agua, mostrando su rabia y descontento. Se manifestaban en contra de la decisión del presidente López Obrador de seguir desviando recursos hídricos a los Estados Unidos, cumpliendo así el tratado firmado en 1944 en el que México debe conceder una cantidad fija de agua cada 5 años. A pesar de las largas sequías que asolan esta región y la emergencia climática, no parece que Estados Unidos vaya a revocar dicho tratado de manera inminente. Al mismo tiempo, gobiernos, empresas privadas e instituciones anuncian a bombo y plantillo proyectos basados en inteligencia artificial (IA) para mitigar los efectos de la crisis climática.
Pero, ¿qué relación tiene la sequía de Chihuahua y la resistencia de su pueblo con la inteligencia artificial?
El auge del nacionalismo de las cadenas de suministro y minerales
Para diseñar un algoritmo basado en IA es necesaria una infraestructura, más o menos sofisticada. Algoritmos de aprendizaje automático (machine learning) o de aprendizaje profundo (deep learning) se pueden programar y procesar en ordenadores portátiles. Si estos algoritmos son entrenados con grandes cantidades de datos, entonces es necesario utilizar servidores con mayor capacidad computacional para almacenar y procesar la información, que a su vez proviene de miles de millones de dispositivos como móviles o redes de sensores. Para construir esta infraestructura a base de chips es necesaria materia prima: hierro, aluminio, cobre, litio, silicio o cobalto y agua, entre otros (ver Figura 1).
Debido a la inestabilidad geopolítica, la crisis en las cadenas de suministro y la emergencia climática, en los últimos meses ha habido una explosión del nacionalismo de los recursos. Los gobiernos han anunciado sus planes de resiliencia para mantener el suministro de estas materias primas y la fabricación de chips.
En febrero de 2022, la Casa Blanca publicó una declaración en la que aseguraba la inversión en las cadenas de suministro para extraer minerales a nivel nacional, acabando así con la dependencia exterior. En julio de 2022, el gobierno británico publicaba una estrategia similar: “maximizar lo que el Reino Unido pueda producir domésticamente”. En el mismo año, el gobierno de España anunciaba la inversión de más de 12 000 M de euros por parte de la Unión Europea para convertirse en referencia mundial de fabricación de chips, y acabar así con la dependencia de otros países de fuera de la Unión. Paralelamente otros gobiernos, de cuyos territorios salen la mayoría de estos recursos y sufren el extractivismo voraz del “Norte Global”, han empezado a nacionalizar la materia prima. Chile ha propuesto la nacionalización de todas las minas de su territorio. México ha aprobado una ley que prohíbe a la industria privada la explotación minera del litio.
Escasez de recursos y crisis energética: ¿cuánta agua y electricidad gasta la IA?
La dependencia que la infraestructura física de la IA tiene de los recursos materiales podría afectar a su desarrollo y mantenimiento dada la actual situación. El futuro de innovación y eficiencia que muchos gobiernos y empresas privadas sueñan puede verse interrumpido por los límites planetarios que estamos alcanzando, como bien denunciaba Aguilar Gil en su ponencia. Pero la IA no solo depende de materia prima durante la construcción de su infraestructura física, también lo hace a lo largo de su ciclo. Por ejemplo, los centros de datos y servidores necesitan grandes cantidades de agua para refrigerarse. Según un estudio publicado en la revista Nature de 2021, Google gastó 15.8 miles de millones de litros de agua mientras que Microsoft declaró el uso de 3.6 miles de millones (ver Figura 2). Pero no sabemos si estas cifras son fidedignas. Microsoft se ha visto involucrada en un escándalo sobre el gasto de agua de sus centros de datos. Mientras que la compañía tecnológica declaraba a las autoridades holandesas el gasto de entre 12 y 20 millones de litros, en realidad estaba gastando 84 millones. En Londres, la compañía de agua Thames Water anunció, en medio del escenario de sequía que asola el país, la revisión del gasto de agua potable que tienen los centros de datos del sudeste del país.
Mientras se estima que el consumo medio anual del sistema de refrigeración de un centro de datos de tamaño pequeño en los Estados Unidos es de 25 500 000 litros, el de una persona en Nigeria es de 12 410 litros — 2 000 veces menos—.
Por otro lado, Amazon, el mayor proveedor de servicios en la nube, no declara sus cifras.
La IA también depende de la energía. Sin electricidad no hay código, ni algoritmo que funcione. A mayor cantidad de datos a analizar, mayor consumo energético Algoritmos más sofisticados, que necesitan un mayor tiempo de computación, también consumen más. Por ejemplo, se estima que entrenar un algoritmo que produce texto automáticamente tiene un consumo de 190 000 kWh, 120 veces más que el consumo medio anual de una unidad familiar en Europa en 2020. Para generar dicha energía se vuelve a necesitar materia prima como materia orgánica, uranio, carbón o agua, entre otras. Aunque algunas de las grandes empresas tecnológicas aseguran que su energía es producida de manera sostenible, los datos muestran otra tendencia. En 2019, Greenpeace publicó un informe sobre el centro de datos de Amazon en Virginia (Estados Unidos), considerado uno de los principales de su infraestructura global. En este se alertaba del inminente crecimiento del consumo de energía en la región debido a este centro de datos.
A pesar de que Amazon prometió invertir en energía “verde” para este centro de datos, la realidad es que su inversión en combustibles fósiles ha aumentado descaradamente.
Se estima que en 2020 los centros de datos consumieron entre el 1-2% de la demanda eléctrica mundial, o lo que es lo mismo, entre 196-400 TWh. Debido al gran consumo de energía que tiene la IA y dada la crisis energética de los últimos meses, los sueños tecno optimistas de empresas y gobiernos podrían verse truncados por el alto precio de la energía.
La continua recolección y análisis de datos, así como la alta disponibilidad y capacidad de adaptación a diferentes cargas de trabajo esperada de los sistemas inteligentes, tienen otro efecto colateral. En la década de los 2010, Microsoft instaló uno de sus centros de datos para dar soporte a su nube en Quincy, estado de Washington. El centro contaba con numerosos generadores diésel que inicialmente sólo se utilizarían para cubrir caídas de la red o tareas de mantenimiento, aunque terminaron sirviendo para cubrir los aumentos de carga de trabajo de las máquinas, llegando a estar encendidos más de un tercio del año. Esto empezó a causar problemas de polución en la localidad, que hasta entonces pensaban que la nube digital y la IA no tenían los problemas de contaminación de otras industrias.
La IA como herramienta para adaptarnos a la emergencia climática
A pesar de la dependencia que la IA tiene de recursos naturales, en los últimos años esta tecnología se ha propuesto como una solución para abordar el cambio climático. En un informe publicado en julio de 2022, se propone la IA como una herramienta esencial de lucha contra el cambio climático. Algunas de las soluciones que se proponen en este documento son: el uso de la IA para reducir y eliminar emisiones de carbono, predecir catástrofes o facilitar la investigación en temas climáticos. Además, también se invita a participar enviando soluciones que se evalúan según diferentes criterios como el impacto positivo en el medioambiente, la diversidad en el equipo o el diseño “responsable”. Pero, ¿puede la IA convertirse en tal herramienta dado el escenario de escasez y olas de calor?
Y es que la infraestructura física de esta tecnología puede que deje de funcionar en un escenario de crisis climática.
Por ejemplo, el episodio de calor extremo que vivió Londres el pasado mes de julio, con temperaturas batiendo récords históricos, dejó fuera de servicio los centros de datos de Google y Oracle por fallos en el sistema de refrigeración. Por otro lado, debido a la escasez de minerales para diseñar chips, la creación de más ordenadores y centros de datos para programar IA está en riesgo. Además, la crisis energética en la que Europa está sumergida, con precios del kWh estratosféricos, harán de la IA una tecnología solo al servicio de los que puedan costear su consumo energético. Eso si se consigue refrigerar los servidores y centros de datos en un escenario de escasez de agua. Todas estas consecuencias nos hacen pensar que esta tecnología no es resiliente a la emergencia climática, ni va a convertirse en una herramienta esencial.
¿Puede ser que la IA tenga un impacto negativo a pesar de la buena voluntad por utilizar esta herramienta en contra del cambio climático?
La IA también ha contribuido a la crisis climática. Uno de los impactos que se ha analizado recientemente — y más llama la atención — es su huella de carbono. Como ya describimos en un artículo anterior, entrenar el algoritmo que escribe texto de manera automática tiene la misma huella de carbono que un viaje en coche que recorra la distancia de ida y vuelta a la Luna. Existen iniciativas para calcular cuál es la emisión de dióxido de carbono de algoritmos entrenados según el hardware, tiempo de computación, servicio en la nube empleado. En cuanto a los centros de datos, a pesar de la falta de transparencia, se estima que contribuyen a la emisión de 11 millones de toneladas métricas. Conscientes de las críticas que las compañías tecnológicas reciben por su huella de carbono, en los últimos años han desarrollado una estrategia para el ecoblanqueamiento: la compensación de carbono. Esta estrategia consiste en recibir grandes fondos de financiación para, en teoría, reducir los gases de efecto invernadero. Algunos de los proyectos más populares de compensación de carbono consisten en invertir en energías renovables o plantaciones de árboles. Es así como grandes tecnológicas se aseguran la etiqueta de “carbón neutro”. De hecho, en 2019 Google anunciaba que lleva 12 años siendo carbón neutral invirtiendo en más de 40 proyectos para contrarrestar sus emisiones. Pero este tipo de proyectos y su impacto medioambiental deben cuestionarse. Este verano, 14 000 hectáreas fueron quemadas en un incendio en Zaragoza (España) provocado por una empresa holandesa de compensación de carbono. El incendio se originó cuando uno de los operarios de la compañía Land Life — la cuál usa IA y drones para la reforestación — se disponía a plantar árboles en pleno mes de julio para blanquear las emisiones de carbono de alguna empresa. Este caso deja en entredicho las estrategias que el sistema capitalista desarrolla con ayuda de la tecnología para seguir destrozando el planeta. Como decía Peter Kalmus, un investigador climático de la NASA:
“Recuerda, la razón por la cual las compensaciones de carbono son tan populares entre las corporaciones es porque en realidad no funcionan, son solo un lavado verde barato”.
Pero el impacto climático de la industria de la IA va más allá de la huella de carbono. Como narra Eduardo Galeano en su obra “Los hijos de los días”, Miguel López Rocha, de 8 años, murió al caer a un río de Guadalajara (México). Pero no murió ahogado, sino envenenado. El río contenía tóxicos vertidos por varias compañías, entre ellas la tecnológica IBM. Durante la última década se ha hablado del impacto político y social de esta tecnología, así como de la ética de los algoritmos. El análisis del impacto medioambiental ha ido despertando conciencias analizando la emisión de carbono de la IA, pero mientras el análisis se centra en la etapa de programación, poco se sabe del impacto del antes y el después: desde la extracción de minerales para construir la infraestructura física de la IA, hasta los desechos en vertederos electrónicos. Existe la necesidad de ampliar la mirada crítica sobre cómo los algoritmos basados en esta tecnología se usan al servicio de las élites capitalistas, extrayendo recursos y degradando el suelo, ríos y el aire que respiramos. Todo ello reproduciendo violencias patriarcales y colonialistas.
Las comunidades del desierto de Thacker Pass en Nevada (Estados Unidos) están resistiendo las embestidas de la industria tecnológica que quiere extraer el litio de la región. Con el beneplácito del gobierno estadounidense y su estrategia de invertir en las cadenas de suministro nacionales de minerales, esta zona está en peligro a pesar de su riqueza natural y cultural. Esta lucha por el litio también se da en España. Extremadura también se está viendo amenazada por compañías europeas extractivistas que ven en la zona una oportunidad para explotar su riqueza minera, a pesar de la oposición de gran parte de la población local. La municipalidad de Cerrillos (Chile) también ha resistido a la incursión de Google en su región. El proyecto de un centro de datos que conllevaba la explotación de un acuífero de la zona y el consumo de 14 millones de litros diarios de agua se ha visto afectado gracias a la lucha y organización comunitaria de la región. Lo que nos recuerda a la lucha de la comunidad de Chihuahua por el derecho al agua que le pertenece. Mike Anane, periodista y activista climático, lleva años denunciando el impacto de los vertederos electrónicos ilegales. Cuando la infraestructura de la IA ya no es útil, parte se recupera, pero la otra parte que no puede reutilizarse es enviada ilegalmente a vertederos como el de Accra (Ghana). En el documental “E-Waste Hell”, Mike Anane explica el impacto que estos desechos tienen sobre los cuerpos y el territorio: ríos contaminados cuando hace 20 años el agua bajaba limpia, así como problemas de salud en la población local como consecuencia de los tóxicos que se respiran al quemar pantallas, cables y ordenadores. A pesar de que Europa tiene un marco legislativo que prohíbe el envío de estos residuos a otros países, la realidad es que estos envíos ilegales son una práctica común.
Todos estos ejemplos muestran cómo la infraestructura e industria de todo el ciclo de la IA tiene un impacto negativo más allá de las emisiones de carbono.
No hay algoritmo que pueda traer el agua de nuevo a la región de Chihuahua, apagar los incendios que abrumarán Europa la próxima década, o que consiga cero emisiones netas. Por otro lado, el contrapoder de lo común y la resistencia a nivel local nos enseñan que son más prácticos que cualquier línea de código o función objetivo de proyectos ambiciosos para adaptarnos a la emergencia climática. Por mucho que las élites económicas se empeñen en promocionar proyectos de IA para mitigar los efectos del cambio climático o invertir en proyectos de compensación de carbono, la realidad nos muestra otro camino. Muchos de estos proyectos quedan en papel mojado, malgastando ingentes cantidades de dinero público para realizar un ecoblanqueamiento del capitalismo en general, y de la IA en particular, y distrayendo el foco de atención sobre cuestiones estructurales. Es necesario establecer estrategias de auditoría que analicen el balance entre implementar un algoritmo que combata el cambio climático y el impacto que ya de por sí tiene en el cambio climático dicho algoritmo — y su infraestructura —. Pero la organización y la lucha de las comunidades por proteger lo que les pertenece permanece. Repensar la distribución de recursos: ¿agua potable para un centro de datos o para la vida? El pueblo de Chihuahua nos da una lección de lo importante que es cuidar a nuestra comunidad y organizarnos para proteger el derecho a la vida y al agua, entre otros. También nos muestra que el poder va a reprimir y utilizar su violencia, llevándose la vida de personas como la de Jéssica Silva, y tantas otras defensoras de los derechos fundamentales. Las élites económicas van a seguir con su estrategia de extractivismo voraz para no dejar caer este sistema capitalista que no da más de sí. La única forma que tenemos de adaptarnos a las consecuencias devastadoras de la crisis climática y evitar que, como dice la activista política Sofía Castillo, los recursos para la vida dejen de ser “viles mercancías” y “botines políticos”, es la de seguir juntas en el camino hacia el bien común.
La tecnología, y más concretamente la IA, también pueden ponerse al servicio del bien común. Yásnaya Elena Aguilar Gil explicaba en su ponencia el concepto de la tequiología, no como una manera de poner la tecnología al servicio del mercado, la competencia y lo privado; sino al servicio de lo común y la cooperación. Compartir datos, hacer el código accesible, diseñar infraestructuras digitales públicas. Empezar a utilizar la tecnología desde lo pequeño y local inspirada en la resistencia histórica de los pueblos oprimidos: “organizados en comunidades pequeñas crearon redes entre ellas para resistirse a pagar tributos u organizar rebeliones contra los abusos cometidos por la Corona española”. En este sentido, la IA en proyectos menos ambiciosos y locales puede ponerse al servicio del bien público, organizando rebeliones contra los abusos que se cometen, como tratados de agua injustos o extracción de recursos naturales. Reapropiarnos de la IA para ponerla al servicio de la gente y del bien común. En palabras de la lingüista ayuujk:
“Si el mundo tan solo adoptara esta visión tequiológica, entonces tal vez podríamos rescatar el trabajo creativo de la nueva tecnología de las garras de un sistema digestivo que fagocita y pone en riesgo la vida humana.”