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Opinión
Yoav Galant, exministro de Defensa, criminal de guerra y última víctima de la debilidad bibista
El ejercicio es tan antiguo como la política misma. Escoger el momento propicio para que las reacciones a tu decisión sean precisamente las que tú deseas. El hecho en sí no importa, es cuestión de mera adecuación. Si vas a anunciar el asesinato de Nasrallah te preocuparás por conseguir que no se hable de otra cosa más que de tu brazo de hierro; si vas a cesar, en mitad de una guerra y sin razones operativas evidentes, a Yoav Galant, tu ministro de Defensa, habrás de anunciarlo durante la noche electoral más seguida del planeta. De esa manera, con suerte, nadie hablará de la constelación de motivos, cada uno más vergonzante que el anterior, detrás de dicho movimiento.
Los medios internacionales, ocupados con el temido retorno del Señor Oscuro a la Casa Blanca, se limitarán a transmitir los neutrales informes de agencias informativas donde se afirma que la decisión de echar al ministro de Defensa se debe a diferencias en la gestión de la guerra en Gaza. Los críticos nacionales, aunque más duchos en las perversas formas del primer ministro, no serán capaces de transformar la indignación en un movimiento de masas con el potencial de detener tal caciquil maniobra.
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Por mucho que se deba reconocer la maestría en cinismo de Bibi, siempre nos quedará el poder hilar más fino, el atar cabos o el relacionar sucesos dispares, para así sortear, sin mayores penalidades, las piedras de la manipulación informativa puestas en nuestro camino.
No, esta decisión no es fruto exclusivo de desavenencias estratégicas en el campo de batalla o en la mesa de negociaciones (que a nadie escapa también existían). Este cese, inexplicable para muchos israelíes que veían en Galant al último hombre cuerdo que quedaba en el gabinete, la última esperanza para las familias de los prisioneros israelíes o el último enlace legítimo entre la administración estadounidense y este gobierno pleno de fanáticos, es resultado, en primer lugar, de la debilidad de Netanyahu. De su debilidad política, dependiente como nunca (o como siempre) de los partidos ultraortodoxos, verdaderos enemigos declarados del ministerio de Defensa, y de su debilidad moral, capaz de sacrificar a cualquier aliado u objetivo en aras de su propia supervivencia política.
Insuflado por lo que Israel considera éxitos, como el asesinato de Nasrallah o Sinwar, Galant tomó un paso demasiado atrevido en una guerra civil latente: la que enfrenta a laicos y religiosos
Tan solo dos días antes de su despido Galant había formalizado un llamado a filas de más de 7.000 jóvenes ultraortodoxos, obedeciendo tanto las directrices del Tribunal Supremo, que el año pasado declaró ilegal la exención militar, como el sentimiento anti-ortodoxo que atraviesa todo el estamento militar israelí, mucho más tras un año de guerra. Quizás insuflado por lo que el público israelí considera éxitos militares recientes, como la eliminación de Nasrallah o Sinwar, Yoav Galant tomó un paso demasiado atrevido en una de esas tantas guerras civiles latentes que atraviesan el país, la guerra entre laicos y religiosos. El poco devoto Netanyahu, sin embargo, necesitado de los apoyos parlamentarios haredíes para continuar aprobando leyes y, sobre todo, seguir gobernando, no vaciló en echar a un Galant demasiado crecidito. Curiosamente, el ministro de Defensa, ahora abandonado en su lucha contra las acusaciones internacionales de crímenes de guerra, no ha caído a manos de Gaza, Beirut o Teherán, sino de Bnei Brak.
No está muy claro cómo afectará esta decisión a la imagen del primer ministro. Aunque las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) son una de las instituciones mejor valoradas por los israelíes, la campaña de polarización instigada por el clan Netanyahu, identificando el bienestar de Israel con el suyo propio y el caos con la “izquierda israelí”, ha hecho que el trasvase entre bandos se tope con una trinchera infranqueable. Dicho simplemente, la lealtad al bando propio es tan grande que da prácticamente igual lo que haga Netanyahu, seguirá recibiendo muchísimos votos del campo ideológico de la derecha. O al menos de aquellos que no lo vean como demasiado flojo. Estos se irán al Sionismo Religioso.
Análisis
Análisis El servicio militar de los ultraortodoxos tensa la coalición liderada por Netanyahu
Hace unos años algo así habría resultado impensable. Destituir a un ministro de Defensa en mitad de una guerra porque se precisan de los apoyos partidistas de los ultraortodoxos (antisionistas en su mayoría) habría bastado para acabar con cualquier primer ministro, sin importar su color político. Los haredíes siempre han querido y reclamado lo mismo. Eso no es nuevo. Pero nunca habían tenido un líder nacional que luchara tan heroicamente por sus “derechos”. La semana pasada, en la serie infinita del conflicto entre ultraortodoxos y laicos, se iba a debatir en el parlamento una ley promovida por el partido “Judaísmo Bíblico”, que tenía como objetivo que familias con hombres que rehuyen sus obligaciones militares sigan recibiendo subsidios a pesar de la resolución contraria del alto tribunal. Se esperaba que la oposición en bloque votara en contra, pero también participantes de la coalición gubernamental como los sionistas religiosos de los colonos o, incluso, miembros del partido de Netanyahu, que la veían como un insulto a los soldados. Ahora bien, ¿quién está intentando por todos los medios convencer a dichos detractores de la idoneidad de esta medida? Exacto, Bibi, quien finalmente tuvo que posponer la propuesta.
Netanyahu ha echado a Galant porque necesitaba hacerlo para salvar su gobierno. No era lo suficiente dócil, como demuestra su empeño en hacer cumplir la ley de servicio militar obligatorio. Y cuando consideras el estado tu terruño no quieres servidores públicos, quieres siervos, gnomos que te bailen el agua y te dejen ser el cacique corrupto que quieres ser. Ni los miles de muertos inocentes de Gaza o Líbano, cuya sangre mancha por igual las camisetas tanto de Galant como de Netanyahu, ni los cautivos retenidos por Hamás, han tenido nada que ver en esto. Se trata de sobrevivir en política, y en eso es un maestro.
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Además de genocida es un dictador. Tenemos ya unos cuantos dictadores peligrosos en el mundo, Putin, Orbán, Erdogan, Kim jong-um, Trump, Bibi y unos cuantos más. La situación empieza a ser peligrosa.