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Opinión
El movimiento antivacunas: entre el privilegio y la desinformación
Las vacunas representan uno de los mayores logros de la humanidad en materia de salud pública. Desde su invención, han transformado radicalmente la lucha contra las enfermedades infecciosas, salvando millones de vidas y mejorando los niveles de salud de comunidades enteras en todo el mundo. A través de la inmunización, enfermedades como la poliomielitis, el sarampión y la viruela han sido controladas o erradicadas en muchas regiones. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la vacunación sistemática ha contribuido a disminuir la mortalidad infantil global en más del 50% durante las últimas tres décadas.
La ciencia detrás de las vacunas es sencilla pero poderosa: estimulan al sistema inmunológico para que sea capaz de reconocer y combatir agentes patógenos sin causar la enfermedad, proporcionando inmunidad sin los riesgos de la infección natural.
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Las vacunas son esenciales en diversas situaciones clínicas habituales, como la prevención de enfermedades graves en niños pequeños a través de calendarios de vacunación, la inmunización de mujeres embarazadas para proteger tanto a la madre como al bebé, para preservar la salud de personas inmunocomprometidas, o aquellos con condiciones médicas que les exponen a mayores riesgos frente a infecciones. De este modo, las vacunas no solo son un bien de salud pública, sino que representan un ahorro económico importante al reducir la necesidad de tratamientos costosos y hospitalizaciones prolongadas.
La inmunidad de rebaño, o colectiva, es un concepto crucial para comprender cómo las vacunas protegen a las comunidades: cuando un porcentaje suficientemente alto de la población está vacunado, se reduce la circulación del virus, protegiendo indirectamente a aquellos que no pueden vacunarse por razones médicas o aquellos cuya respuesta inmunitaria es insuficiente. Esta protección masiva ha sido fundamental en la erradicación de enfermedades y en la mitigación de la propagación de nuevos virus.
Grupos negacionistas, amplificados por personajes públicos, políticos de ultraderecha y redes sociales, utilizaron el miedo de la gente para promover la idea de que las vacunas eran peligrosas o parte de un plan de control mundial
Un ejemplo contundente de este logro es la erradicación de la viruela en 1980, tras una campaña global de vacunación coordinada por la OMS. Este hito de la salud pública no solo subraya el potencial de las vacunas en la prevención de enfermedades, sino que demuestra lo que puede lograrse cuando existe un compromiso firme de cooperación internacional y voluntad para implementar políticas equitativas.
La pandemia del covid-19 puso a prueba nuestra capacidad para responder a una crisis de alcance global. En tiempo récord, las vacunas fueron desarrolladas gracias a una acción multilateral sin precedentes y a décadas de investigación previa. El desarrollo de las vacunas ARNmensajero, que ya venía en marcha desde los años 90, fue fundamental para diseñar vacunas eficaces en cuestión de semanas. Además, la financiación masiva y la realización de ensayos clínicos en paralelo permitieron acortar los plazos habituales sin comprometer la seguridad ni la eficacia .
Sin embargo, este logro científico fue percibido con temor y recelo por ciertos sectores de la sociedad. El rápido desarrollo de las vacunas alimentó la gestación de teorías conspirativas, especialmente entre aquellos que desconocían los antecedentes científicos que lo hicieron posible. Grupos negacionistas, amplificados por personajes públicos, políticos de ultraderecha y redes sociales, utilizaron el miedo de la gente para promover la idea de que las vacunas eran peligrosas o parte de un plan de control mundial.
Es cierto que, en el caso de algunas vacunas, como la de AstraZeneca, se detectaron efectos secundarios infrecuentes, como la trombosis venosa profunda, aunque se ha identificado que este efecto se da con mayor frecuencia en individuos que tenían antecedentes de trombofilia. A pesar de ello, el balance global sigue siendo enormemente positivo. Más de 13.000 millones de dosis de vacunas eficaces y seguras estuvieron disponibles y distribuidas a nivel mundial. Este esfuerzo evitó hospitalizaciones y muertes a gran escala, como refleja un estudio publicado en The Lancet, que estima que en su primer año de implementación las vacunas contra el covid-19 salvaron más de 20 millones de vidas.
El rechazo irracional a la vacunación en entornos con acceso garantizado refleja un privilegio, además de una carencia de responsabilidad social. En países desarrollados, aquellos que eligen no vacunarse se benefician indirectamente de la inmunidad de rebaño generada por quienes sí lo hacen. El movimiento antivacunas es un comportamiento que se manifiesta en los países más ricos, y contrasta cruelmente con la realidad en el sur global, donde las desigualdades estructurales limitan el acceso a las vacunas y donde la falta de inmunización tiene consecuencias devastadoras.
Miembros de la monarquía española viajaron a Emiratos Árabes Unidos, donde las campañas de vacunación avanzaban más rápido, para obtener su inmunización, cuando la mayoría de la población aún esperaba su turno
Para poner en perspectiva la magnitud del privilegio de los países ricos recordemos que durante la crisis del coronavirus éstos lograron tasas de vacunación superiores al 70%, mientras que regiones como África apenas alcanzaron un 25% a finales de 2022. Recordemos también como miembros de la monarquía española viajaron a Emiratos Árabes Unidos, donde las campañas de vacunación avanzaban más rápido, para obtener su inmunización, cuando la mayoría de la población aún esperaba su turno. Este tipo de comportamientos se repitió en otras figuras de élite, desde políticos hasta empresarios, que aprovecharon sus conexiones internacionales para acceder a las vacunas a través de vías preferenciales.
Pero, ¿por qué cuajan las teorías conspirativas en los contextos de crisis? En tiempos de gran incertidumbre, las personas tienden a buscar explicaciones simples, incluso si carecen de fundamento. El miedo al cambio, el desconocimiento y la sensación de descontrol facilitan que se alimenten narrativas que prometen respuestas definitivas, aunque sean falaces. Así lo explicaba el sociólogo Erich Fromm, en su obra El miedo a la libertad, donde señalaba que, en momentos de inseguridad, las personas se sienten atraídas por estas explicaciones porque proporcionan una falsa sensación de control y comprensión que, aunque engañosa, resulta psicológicamente reconfortante.
Este mismo patrón psicológico, que propició el auge del nazismo en los albores de la Segunda Guerra Mundial, fue explotado por la extrema derecha contemporánea para tratar de fortalecer su posición política aprovechando el terreno fértil que ofreció la pandemia del covid-19.
La duda razonable es parte del proceso científico y democrático. Las personas tienen derecho a cuestionar, investigar y tomar decisiones informadas sobre su salud. Sin embargo, el negacionismo manipulado, que rechaza de manera sistemática y sin fundamento las bases de la evidencia, alimentado por bulos y teorías conspirativas inverosímiles, no sólo pone en riesgo la salud individual y colectiva, sino que fractura el tejido social, socavando la confianza en la ciencia y en las instituciones democráticas.