Operación Pandora
Trauma y represión a seis años de la operación Pandora II

El autor, una de las personas represaliadas en aquella operación policial ordenada por la Audiencia Nacional, profundiza en las investigaciones sobre el trauma psicológico y la fuente de información que aportan a la hora de afrontar procesos represivos como el que ha vivido.
Segunda fase de la operación Pandora contra el "terrorismo anarquista"
La operación Pandora II tuvo un dispositivo formado por alrededor de 500 agentes de los Mossos d'Esquadra. Victor Serri
24 nov 2021 11:48

En octubre se cumplieron seis años de la operación Pandora II, en la cual diez personas fuimos detenidas bajo la ley antiterrorista. Seis años pueden parecer poco, pero, a día de hoy, mi vida —así como seguramente la de muchos del resto de encausados— ha cambiado mucho y hay cosas que las miro ya con el regusto de boca de haber quedado atrás. En los últimos años he dedicado mucho de tiempo a entender lo que me ha pasado en relación a diferentes procesos personales, entre ellos la represión. Esta búsqueda me ha llevado a descubrir y entender el trauma y como actúa en diferentes esferas de nuestra vida.

Sin querer entrar mucho y utilizando una descripción poco precisa, cuando hablo aquí de trauma me refiero al estado en que se queda nuestro cuerpo —en concreto partes del cerebro y del sistema nervioso autónomo— al ser expuestos a situaciones que no podemos procesar. Cuando acontece la herida traumática, nuestra psique se fragmenta, aislando la parte en que queda la memoria traumática, manteniéndose los mecanismos de protección ante el peligro en alerta, e impidiéndonos, a pesar de que a menudo de forma inconsciente, volver al estado de reposo inicial. Las consecuencias de esto pueden ser hipervigilancia y reactividad, estados de depresión y ansiedad, revivir eternamente la situación traumática a partir de flashbacks o pesadillas, estados de ánimo alterados, etc.

La historia de lo que hoy en día denominamos trauma, a pesar de tener un largo recorrido, cambia drásticamente a partir de diferentes experiencias de guerra del siglo pasado. Al volver, los soldados (sobre todo norteamericanos) a casa, muchos de ellos llegaban con heridas psíquicas que les impedían retomar sus vidas con normalidad. Esto fue especialmente significativo en la guerra de Vietnam, la cual dejó una elevada tasa de suicidios entre los “veteranos”. Es en este momento cuando diferentes organismos e instituciones norteamericanas empiezan a invertir mucho en investigación. Gracias a esto la neurociencia pudo entender mucho sobre como funcionaba y qué impacto tenía el trauma.

Algo de lo que se dieron cuenta era que las mismas huellas cerebrales y neuronales que observaban en los soldados, quedaban en personas que habían sufrido otras vivencias: maltrato de diferente tipo, supervivientes a catástrofes naturales o de asesinatos, etc. De hecho, la evolución de estas investigaciones nos ha enseñado que el trauma no es algo que pase solo a partir de hechos tan impactantes como una guerra o en situaciones que podemos considerar como altamente dramáticas, sino que también con experiencias que vivimos cotidianamente. La realidad es que la mayoría de personas tenemos en mayor o menor medida nuestra propia huella traumática.

Volviendo al tema que nos ocupa, la represión, estas investigaciones aportan luz sobre factores interesantes a la hora de afrontarla. Cuando, durante las guerras mundiales, aparecieron masivamente casos de trauma, uno de los primeros debates médicos se centró en el carácter moral de los pacientes. Desde la ética marcial de la época, un soldado tenía que ser un guerrero glorioso y no tenía que mostrar ningún tipo de emoción. Por lo tanto, en muchos casos estos pacientes eran vistos como inferiores, o incluso como holgazanes o cobardes. Algunos médicos llegaron a describirlos como inválidos morales. Poco a poco las investigaciones fueron demostrando el contrario: este tipo de daños también se manifestaban en quienes tenían una personalidad moral muy alta. De hecho, salieron a la luz casos de soldados que, a pesar de haber destacado por su valentía en el combate, habían acabado sufriendo lo que entonces denominaron neurosis de guerra. Finalmente, las autoridades médicas acabaron asumiendo la evidencia: cualquier soldado expuesto al peligro durante cierto tiempo podía desarrollar las mismas heridas psíquicas.

Existe un tipo de pacto de silencio que nos impide hablar públicamente de ciertas cosas, como si nos volviera débiles o se generalizara un estado de miedo, y no nos damos cuenta de que es precisamente esto lo que nos debilita

Si extrapolamos esto a nuestro mundo, podemos observar analogías muy claras: todos y todas podemos salir heridos de experiencias traumáticas como la represión. De hecho, a veces también insistimos al mantener la imagen moral del guerrero revolucionario, el cual no tiene miedo y se enfrenta a la lucha con la verdad como espada y la conciencia social como escudo; pero lo cierto es que este guerrero, si existe, también es susceptible de ser herido cuando se expone a una situación traumática. Somos vulnerables y, cuanto antes lo aceptamos, antes lo podremos integrar. Esto es algo importante de nombrar, ya que existe un tipo de pacto de silencio que nos impide hablar públicamente de ciertas cosas, como si nos volviera débiles o se generalizara un estado de miedo, y no nos damos cuenta de que es precisamente esto lo que nos debilita. Muchas personas que afrontan la represión con fortaleza y dignidad, detrás de los comunicados políticos y de las declaraciones judiciales, sienten el peso emocional de la experiencia que están pasando y lo viven en silencio. Esto solo sirve para aislarnos y,  consecuentemente, es un factor que tiende a debilitar nuestras comunidades.

Enlazado con esto, otra cosa que descubrieron es que lo más efectivo a la hora de afrontar y superar la herida traumática no era ni la moral marcial, ni el patriotismo, ni el odio al enemigo; era nada más y nada menos que el amor que sentían los soldados entre ellos. Los lazos interpersonales les ayudaban a superar la situación. Esta es, sin duda, una información de mucha relevancia: a la hora de afrontar la represión, nuestra mejor salvaguardia son los vínculos comunitarios que establecemos. Si las relaciones interpersonales que tenemos están dañadas, somos más susceptibles de no poder afrontar ciertos procesos. Esto es más importante todavía cuando estalla la represión, momento en que la tensión y el miedo acostumbran a suponer que nuestras diferencias crezcan. Nos guste o no, la represión es capaz de romper incluso los grupos que aparentemente están más unidos. Es por ello que es vital que esta unión sea más efectiva —y afectiva— que aparente.

Una de las mayores derrotas políticas que podemos vivir es la ruptura y disgregación de nuestras comunidades

A día de hoy diría que los vínculos humanos lo son todo en un movimiento revolucionario: la base, la estructura y la finalidad. Una de las mayores derrotas políticas que podemos vivir es la ruptura y disgregación de nuestras comunidades, cosa que muchas hemos podido experimentar y de lo que a menudo nos damos cuenta cuando ya es tarde.

Aun así, la lógica del trauma puede llevar implícita una tendencia al aislamiento. El daño en las relaciones no es algo secundario, sino que los acontecimientos traumáticos tienen un efecto directo en el sistema de vinculación que une el individuo con el grupo. Además, el trauma empuja a las personas a rehuir las relaciones íntimas y, al mismo tiempo, a buscarlas desesperadamente. La ruptura en la confianza básica, los posibles sentimientos de vergüenza e inferioridad y la necesidad de evitar situaciones que recuerdan al trauma llevan a las personas a rehuir las relaciones próximas. A la vez, el miedo intensifica la necesidad de protección. Es por ello que la persona traumatizada puede tender a aislarse y aferrarse de forma ansiosa e incoherente. Si entendemos que, además, las situaciones traumáticas muchas veces afectan todo un grupo, podemos imaginar las dificultades que atravesará este para poder afrontarlas.

Es importante que aprendamos a dejar de escondernos en los discursos y análisis sociológicos, hay otros factores importantes a atender a la hora de afrontar procesos colectivos. Se trata de poner nuestros propios cuerpos en el centro de lo que denominamos política o, en todo caso, entender que cuando vivimos ciertas situaciones es difícilmente eludible. Para finalizar quiero aclarar que no todo lo que tiene que ver con la represión nos habla de fragilidad, ni mucho menos, también lo hace de fuerza, coraje y determinación. Tendemos a pensar que una cosa y una otra son excluyentes, pero de lo que realmente se trata es de aprender a integrar la relación entre ambas.

La Directa
Este artículo ha sido publicado originalmente en catalán en La Directa.

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