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En los últimos meses se está produciendo en Euskal Herria, como en otros muchos lugares, un avance estratégico de las posiciones de la derecha extrema utilizando sus armas favoritas: la xenofobia, el punitivismo, la aporofobia, la exacerbación de la “inseguridad” y el racismo.
Habría que ser muy ingenuo para pensar que es casual la sucesión de actuaciones de este tenor en Donostia, Gasteiz, Pasaia… donde ya ni siquiera se esconde la mano del PP y VOX. Sus responsables acuden a asambleas, reuniones y concentraciones, que incluso no están autorizadas y provocan incidentes violentos.
El guion de estos sucesos, aparentemente espontáneos, comienza con una criminalización mediática de ciertos sectores vulnerables, sobre todo migrantes, y la creación de situaciones de alarma social en determinados barrios, donde previamente la dejación institucional y los intereses especulativos han provocado deterioros urbanísticos y sociales.
Hemos cedido en el marco discursivo del debate, llevándonos a asumir que la migración debe regularse, sin decir cómo se hará si no es con la regulación realmente existente, o que las personas migrantes deben integrarse en nuestras sociedades
Se convocan entonces reuniones o asambleas aparentemente populares o ciudadanas, donde se calienta el ambiente y se convocan concentraciones frente a personas solidarias como en Egia, manifestaciones contra las personas que okupan lonjas ante la falta de alternativas habitacionales como en Gasteiz o incluso patrullas ciudadanas contra la delincuencia como en Trintxerpe con la intención de crear un ambiente social proclive a la aceptación de postulados de extrema derecha y sacar los consiguientes réditos políticos.
La novedad —o no tanto— es, que partidos de derecha convencional como el PNV, o de centro izquierda como el PSOE, lejos de plantar cara a esta estrategia más bien parece que le hacen seguidismo y se suman a la “cacería” electoral. Estamos, por tanto, ante una estrategia perfectamente planificada, mientras que nosotras, y me refiero a quienes nos consideramos antifascistas, antirracistas, o defensoras de los derechos humanos, pues a verlas venir.
Hemos cedido en el marco discursivo del debate, aceptando tragar ruedas de molino que hace no tanto nos parecían inaceptables, cediendo al avance del sentido común reaccionario. Es una cesión sutil, pero no por ello menos real, que nos ha llevado —quién lo iba a decir— a tener que defender, en el caso del barrio de Egia de Donostia, la legitimidad de la “sopa boba”, dicho con todo mi cariño y respeto al colectivo solidario KAS agredido por el ayuntamiento.
Nos ha llevado a asumir que la migración debe regularse, sin decir cómo se hará si no es con la regulación realmente existente, o que las personas migrantes deben integrarse en nuestras sociedades, en el caso vasco teniendo en cuenta que somos una cultura agredida con un idioma minorizado, sin que se explique qué supondría esto exactamente para las personas migrantes, pero contribuyendo a visualizarlos como un peligro para nuestra identidad.
Racismo
OPINIÓN Hartas del abuso policial
En términos de seguridad, hemos dado carta de naturaleza a la versión facha de la inseguridad: pequeños robos, trapicheo, suciedad, peleas… obviando muchas veces las inseguridades estructurales que las provocan.
Ante esto, hace falta un rearme político y ético urgente que tiene que empezar a llamar a las cosas por su nombre y no aceptar la retórica de la derecha como marco del debate. Empezando por la última de las cuestiones citadas, no me resisto a reproducir aquí el grito punk: delincuencia es la vuestra, asquerosos, delincuencia, vosotros haceis la ley… que cantaba la Polla.
Se pone el foco del problema en los niños migrantes sin tutela familiar y no sobre ciertos señoros que son ricos herederos, inversores en fondos vulneradores de DDHH, rentistas especuladores con la vivienda, defraudadores y no pocas veces agresores sexistas
Se pone el foco del problema en los niños y niñas migrantes sin tutela familiar, que son dejados a su albur por las instituciones al cumplir los 18 (pensemos que pasaría si hiciéramos lo mismo con nuestros hijos o hijas). Y nosobre ciertos señoros de mediana edad, ricos herederos, inversores en fondos vulneradores de Derechos Humanos, rentistas especuladores con la vivienda, defraudadores y no pocas veces agresores sexistas que compran su impunidad a golpe de talonario.
Hemos asumido también la necesidad de la policía obviando que es posible pensar una sociedad donde la policía no sea necesaria —o solo excepcionalmente necesaria— y nos han colado de rondón la necesidad de las pistolas taser, el aumento de cámaras y de plantillas policiales, sacando así del debate cualquier argumento fuera del marco securitario, tachándolo de buenista.
Opinión
Racismo El caso de Silvia: discriminación, racismo y tortura cinco años después
En cuanto a la regulación de la migración, el debate se abre en falso entre migrantes sí o no, cuando debería tratar sobre los derechos de las personas migrantes, es decir si queremos que tengan los mismos derechos que los nativos, o más bien queremos semiesclavas sumisas y mal pagadas que garanticen el crecimiento capitalista neoliberal.
Como explicaban sin tapujos las grandes multinacionales alemanas, la migración es necesaria para suplir una mano de obra nativa en proceso de envejecimiento, así que migrantes habrá sí o sí. Por tanto, lo de la regulación es a menudo un eufemismo de la restricción de derechos, supuestamente en beneficio de los nativos, aunque la represión contra la población extranjera que les fragiliza y condena al trabajo irregular es de facto un mecanismo empresarial de contención del salario que afecta a toda la población, en especial a la población nativa con peores condiciones de trabajo, mientras sus sectores más favorecidos se aprovechan de la irregularidad e indefensión de la población migrante para pagar menos por sus servicios.
¿Por qué deberían “integrarse” las personas migrantes? ¿Acaso los migrantes españoles o vascos deberían renunciar a sus raíces y convertirse en alemanes o estadounidenses?
Cuando hablamos de integración, la primera pregunta que deberíamos hacernos es: ¿Por qué deberían “integrarse” las personas migrantes? ¿Acaso los migrantes españoles o vascos deberían renunciar a sus raíces y convertirse en alemanes o estadounidenses? Puede que ese sea un proceso que se dé gradualmente, pero no se nos ocurriría exigir que sea obligatorio para tener los mismos derechos que los teutones o los gringos con los que conviven.
¿Por qué entonces deberían los musulmanes renunciar a sus costumbres y creencias? Solo desde la islamofobia se puede sugerir algo así. Y si se trata de que deben cumplir las leyes locales, ¿quién lo pone en duda? ¿Dónde está entonces el problema? ¿No será, más bien, un falso debate inducido para dividir a la clase trabajadora en beneficio de las élites?
Tengo dos vecinas, hermanas y jóvenes, musulmanas de origen magrebí, las dos estupendas pero muy diferentes. La primera viste de forma tradicional, con el hiyab, y es muy religiosa, la segunda es la típica adolescente rebelde y viste a lo occidental. La primera, con excelentes calificaciones, está a punto de acabar sus estudios para ser ingeniera de telecomunicaciones, la segunda está por acabar con dificultades el bachillerato, pues sus intereses son otros, más ligados al ocio, la música, las redes sociales... como tantas jóvenes vascas. ¿Quién está más integrada? Cualquier respuesta que diéramos sería absurda y simplificadora, como los es también el debate simplificador sobre la debida integración a nuestra cultura de las personas migrantes.
Otra amiga, migrante y musulmana, es enfermera, se sacó el perfil 2 de euskera por obligación, con mucha dificultad y esfuerzo, mientras trabaja por turnos y cuida de su madre enferma crónica y de su hermana adolescente. Se considera musulmana, pero no lleva el hiyab y sale con chicos cuando puede y quiere, cumple el ramadán y no bebe alcohol. Como la inmensa mayoría de las personas musulmanas, considera el islam como un asunto privado y no político. ¿La consideramos integrada?
En los años que llevo conviviendo con personas migrantes he aprendido a huir de tópicos y simplificaciones, cada persona es un mundo y convivir no es difícil si existen las mínimas condiciones de vida digna para todas. Centrémonos en esto, uniendo esfuerzos de clase, más allá de tonterías interesadas de moros inasimilables y santos cristianos.
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He visto un documental sobre la pobreza en EEUU. En los Apalaches, antigua zona minera, hay una bolsa de pobreza de personas blancas brutal. Viven de ayudas. Y votan a Trump. Quizá creen que, metiendo en la cárcel a todos los negros, expulsando a todos los extranjeros, invadiendo otros países, se convertirán mágicamente en "clase media". Pues están equivocados: los ricos que financian a la ultraderecha, odian a los extranjeros, odian a los negros, y odian a los pobres, y su objetivo es dejarles sin ayudas, ni servicios, ni ningún tipo de oportunidad ni esperanza. Los blancos pobres están en el mismo barco que los negros y los extranjeros, y van al mismo sitio.
Cuando yo tenía 15 años, viví un año en Bruselas. Mis amigos españoles eran hijos de emigrantes. En el metro, cantábamos el "porrompompero", dando palmas, y los belgas nos miraban. Me gustaría ver cómo se "integran" los racistas españoles en otro país (Bélgica, Suecia, Suiza, Marruecos, Tailandia, Japón...).