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Música
VVV [Trippin’you] y los espacios perdidos: un homenaje a Vaciador 34
“Todas las ciudades son geológicas, y no se pueden dar tres pasos sin encontrar espectros armados con todo el prestigio de sus leyendas”. Esto escribió Gilles Ivain (pseudónimo de Ivan Chtcheglov) en 1953 para la Internacional Letrista, texto que posteriormente fue publicado en el número 1 de la Internacional Situacionista. Los espectros nos asaltan y nos interpelan en unas ciudades que ya no están hechas para ser habitadas. Es en ellos, en los fantasmas del pasado, donde buscamos puntos de fuga que nos lleven a imaginar nuevos futuros que nos permitan huir del presente desolador.
“Nos aburrimos en la ciudad, ya no hay ningún templo del sol”, comenzaba el texto de Chtcheglov. Es a uno de esos templos que ya no está a los que canta el trío VVV [Trippin’you] en su nuevo disco, Vaciador (Helsinki, 2023). El título del disco es un homenaje directo a Vaciador 34, espacio autogestionado que existió en Madrid desde 2009 hasta 2020, cuando una empresa compró el edificio y desalojó a sus habitantes. Era el sitio donde ensayaba el grupo, donde aprendieron a pinchar música, donde participaron en distintas actividades y forjaron relaciones. Tal y como reza el comunicado publicado con la salida del disco: “Todas las personas que compartimos momentos allí quedamos marcadas para siempre y, cuando la voracidad inmobiliaria demolió Vaciador, nos arrancó una parte de lo que éramos”.
¿Qué fue exactamente Vaciador?
Un grupo de integrantes de Vaciador 34 contesta a las preguntas de El Salto y pone en contexto lo que significó el espacio: “Vaciador 34 fue el nombre que le pusimos al espacio donde vivimos durante 11 años un colectivo. A las personas que estuvimos allí nos apellidaban ‘vaciador’ durante toda esa época, así que se podría decir que fue seña de identidad, casa y laboratorio de vida colectiva con una economía compartida y modos de producción autogestionados, además de un lugar de encuentro donde festejábamos y reflexionábamos”.
El proyecto pasó por varias etapas. En 2009, un grupo de cuatro personas ocupó el espacio para vivir un pequeña utopía. Poco a poco fueron construyendo un espacio polivalente que adquirió otra dimensión tras la acampada de mayo de 2011 en la Puerta del Sol de Madrid. Las integrantes de Vaciador se involucraron de lleno y más gente se sumó al espacio: “A partir de este momento se asentaron nuestros objetivos políticos y la importancia de generar espacios de encuentro fuera de las lógicas capitalistas”.
La tercera etapa estuvo marcada por la llegada del transfeminismo radical: “Los cuidados fueron un tema central. Iniciamos un proceso de crianza colectiva y en paralelo es el destape del #MeToo, la conversación en torno al género desde una perspectiva transfeminista en la calle, etc.; gracias a lo cual nos dimos cuenta de que habíamos normalizado ciertas violencias inadmisibles”. Así comenzaron un nuevo camino “con una práctica transfeminista mucho más consciente”.
Electrónica Radical Mostoleña
Cansados de la etiqueta neobakala que ellos mismos se autoimpusieron para alejarse del pospunk, VVV [Trippin’you] se redefinen como Electrónica Radical Mostoleña en esta nueva fase de su camino. Lo de neobakala, más que por nuevo, era por ser posterior. Buscaban acercar dos mundos y distanciarse de las formas musicales políticas que habían conocido hasta entonces. Ahora le hacen un guiño directo a sus orígenes geográficos y de clase, también en sus letras.
“Más que generacional, diría que lo que hacemos es contemporáneo. Hablamos de circunstancias de la clase trabajadora que vive bajo el capitalismo”, dicen desde VVV [Trippin’you]
Muchas veces les han tachado de banda generacional. “¿A qué se refieren? —se preguntan Adrián, cantante, y Salvi, bajista, en la conversación mantenida con ellos—, todo es generacional y no somos, en ningún caso, la voz de una generación. Más que generacional, diría que lo que hacemos es contemporáneo. Hablamos de circunstancias de la clase trabajadora que vive bajo el capitalismo”. Son conscientes de su origen y sus circunstancias, aunque huyan de lo panfletario, y esto haya que buscarlo en los detalles.
En esta nueva fase, las vivencias han cambiado pero la rabia sigue estando ahí, aunque a veces sea un disparo en el pie: “Somos más agresivos entre nosotros que contra los que deberíamos ser. Cuando tú te enfadas, desde mi clase social, cuando lo haces contra cosas abstractas como el sistema, no puedes tener un desahogo porque no puedes herir. Es más fácil herir a tus semejantes. Tendemos a eso porque sabemos que funciona, es un grito de auxilio”, afirma rotundamente Salvi. “Abogamos por no sentirnos especiales, por una huida del individualismo. Nos iría mejor si fuésemos un conjunto y no buscásemos destacar entre iguales”, reflexiona Adrián.
Estas pueden ser algunas de las enseñanzas aprendidas en Vaciador 34, un espacio que era muy consciente del afuera y no tenía miedo a interactuar con ello. Tal y como nos cuentan quienes habitaron el espacio: “Muches de nosotres estábamos involucrades en distintas asambleas de nuestro barrio y coordinábamos eventos con otros espacios. Además, el precio libre tenía como objetivo que Vaciador fuera un lugar accesible y en el que la gente se involucrara”.
Los espacios perdidos
“Ahora somos otras personas. Ni mejores ni peores, pero lo que es seguro es que nos aburrimos más, lloramos peor y besamos distinto”, siguen VVV [Trippin’you] en su comunicado. La pandemia nos atravesó a todos. Lo que creíamos iba a ser una liberación personal y colectiva tras el fin del confinamiento acabó siendo algo distinto. Entre lo que habíamos perdido y lo que el capitalismo nos había robado quedaba un inventario de cosas muy extenso. También el ocio, la noche y los bailes nos fueron arrebatados; nada volvió a ser los mismo.
“Tras la pandemia había una especie de optimismo, había ilusión —afirma Salvi—, pero la vida no volvió donde la habíamos dejado. Eso se refleja en la fiesta, en la vida nocturna. Vamos con ansiedad. Hay otras cosas en la mente y todo ha cambiado. El ocio no nos llena”.
La pista de baile era el sitio en el que podías ser quien tú querías ser, donde la euforia se construía de manera colectiva, donde no importaba quién hacía música, solo importaba bailar. También era el sitio en el que patear toda la rabia contra la alienación que producía el mundo laboral, estuvieras trabajando o en el paro. Hoy en día, tras la vuelta a casa cansado y vacío, todas esas historias de transgresión y colectividad parecen un constructo artificial que hemos asumido sin llegar realmente a experimentarlo. “La noche era una forma de encontrar esperanza. Mi momento favorito era volver a casa, cuando la fiesta ya había terminado. Subirme al autobús nocturno, ponerme música y procesar todo lo vivido”, afirma Salvi.
Quizás morir y matar
El beneficio económico y el hedonismo más individualista han conquistado las pistas de baile de todo el mundo. También las han convertido en un trabajo cualquiera, un oficio más, lo que supone la precarización de gran parte de quienes trabajan y se mueven en esta escena, desde quienes llenan la pista con su música hasta los que limpian los restos de nuestros excesos. La falta de alternativas es lo que nos lastra. La desaparición de espacios como Vaciador 34 es la que borra casi todo lo que queda fuera de ese monstruo que es la industria musical. “Muchas influencias de VVV fueron descubiertas por ese tipo de ecosistemas, músicas minoritarias que no tienen lugar en la industria porque no son rentables”, afirma Adrián.
VVV es una banda que no escapa de las lógicas y dinámicas del mercado. Su discurso, en cambio, va por otro lado y los miembros de la banda son conscientes de este conflicto: “Empecé a hacer música por diversión y acabé tocando en festivales y en el circuito de salas. No me siento personalmente cómodo y es algo que, como banda, nos hemos encargado de transmitir a nuestros seguidores. Es un mundo que me tiene muy quemado, muy desencantado”, comenta Adrián. Para Salvi, asumir estas dinámicas tampoco les ata: “A nivel creativo hacemos lo que nos da la gana. Participamos de ello porque es lo que nos da de comer. No es lo idóneo, ni es el sitio en el que querríamos estar”.
Formar parte de esta industria tampoco les asegura una estabilidad. Para ellos, sus vidas siguen siendo precarias: “La gente ve que tu grupo tiene números, pero eso no quiere decir nada. Hay muchos más factores. Lo que hacemos tampoco nos permite tener una comodidad económica. Seguimos pluriempleados, no podemos pagar el alquiler solo con el grupo”, se lamenta Adrián. El pastel de la industria es grande, pero se reparte entre muy pocos. Para Salvi, “estamos en un punto del grupo en el que nos movemos bien, pero al mismo tiempo no hemos ido más allá del underground. Estamos en una tierra de nadie. No existe la clase media en la música”.
Culturas
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Una banda que expresa mejor que nadie este conflicto son sus adorados KLF, a los que dedican un tema del nuevo disco. La pareja compuesta por Jimmy Cauty y Bill Drummond alcanzó varios números unos sampleando canciones que habían hecho otros y fueron parte de la banda sonora del movimiento rave en Inglaterra. Cuando las contradicciones internas entre su discurso y algunas de sus prácticas les superaron, decidieron abandonar la industria discográfica por la puerta grande: dispararon balas de fogueo contra el público de los British Music Awards en 1992 y enterraron el trofeo en Stonehenge. Poco tiempo después, buscando exorcizar sus demonios, quemaron un millón de libras en una isla abandonada en Escocia. Esa ambivalencia de KLF es lo que atrae a la banda: “Es un homenaje a su trayectoria más allá de la música, que también es la hostia”, dice Adrián.
Prender la llama
Madrid es una ciudad colonizada, pertenece al enemigo. Es cada vez más un páramo donde parece imposible funcionar fuera de las lógicas del sistema. Un sitio cada vez más hostil para quienes aún no han sido expulsados de sus calles y barrios. Cada vez quedan menos espacios seguros, lugares donde desarrollar ecosistemas culturales sanos. Ahora solo quedan actividades simuladas y nada surge de manera espontánea.
Vaciador 34 ya no existe como espacio físico. Ha mutado y ahora se encuentra en cada una de las personas que pasó por ahí. “Para nosotres, Vaciador ha significado muchísimo, han sido muchos años de nuestra vida, muchos aprendizajes y pruebas de realidad, pero también muchos dolores y pérdidas, así que a veces el tono que tienen nuestros recuerdos es triste”, nos responden su antiguos ocupantes.
Es por ello que VVV ha querido homenajear el espacio: para recordar, reivindicar y, quizás, prender la llama. “Este álbum es un homenaje a todas las personas que conformaron la historia de Vaciador. Y es un grito a cada persona que quiera escucharlo para que conformen su propio Vaciador en su barrio, con sus vecines, amigas, hermanos. Y después nos inviten. Larga vida a Vaciador”, concluye su comunicado.
“Vaciador no está en riesgo de ser comercializado, o quizás no entendemos la pregunta, porque si se pudiera vender un chute de apoyo mutuo, amor, anticapitalismo, transfeminismo, belleza y ternura, no nos importaría que se hiciera”, comentan participantes en el espacio
Esto ha generado un debate sobre la fetichización del espacio y su posible aprovechamiento económico. Para Adrián, “el homenaje a Vaciador es complejo y puedo llegar a comprender que alguien del entorno pueda llegar a pensar que queramos aprovecharnos de ese sentimiento y buscar rendimiento económico. Nada más lejos de la realidad. Pero me parece un debate sano. Quizás estamos resignificando lo que fue Vaciador”.
Desde el espacio también se comunican en términos parecidos: “El grupo tiene su propio recuerdo sobre Vaciador y es perfectamente comprensible que hayan hecho un homenaje a esa memoria y a esas experiencias vividas. Vaciador no está en riesgo de ser comercializado, o quizás no entendemos la pregunta, porque si se pudiera vender un chute de apoyo mutuo, amor, anticapitalismo, transfeminismo, belleza y ternura, no nos importaría que se hiciera”.