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Infancia migrante
Día Internacional del niño: nada que celebrar
La Convención de los derechos del niño es hoy día la declaración más ratificada y surgió como un mecanismo para proteger a los menores en cualquier parte de nuestro planeta. A la vista de las propuestas realizadas por partidos como VOX, tal declaración se puede convertir en papel mojado.
Si usted tiene hijos o hijas en minoría de edad, protéjalos, ampárelos, guárdelos de esta nueva horda de bárbaros que pretende asolar, a lomo del caballo de las urnas, la tierra de los derechos universales que creíamos libre de la devastación y el holocausto.
Ya no basta con ser niño o niña en un país como el nuestro para estar a salvo de la explotación infantil, la prostitución, el tráfico de órganos, la pornografía o el maltrato. Vox, un partido político, exige, reclama, alienta el envío de esos niños y niñas al infierno del que un día huyeron o fueron apartados, sin tener en cuenta el estatus del que fueron rescatados por nuestra comunidad, que es, según establece el ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) el de perdido, raptado, en fuga, huérfano, abandonado, acogido, autónomo o reclutado en unidades de combate, todo ello en contra de su voluntad.
La ironía de la Historia quiso que fuera Konrad Lorenz –etólogo, premio Nobel, nazi asignado como psicólogo a una unidad de selección racial de la SS en el hospital de Posen, Polonia- quien definiera el concepto de “kinderschema”, un mecanismo evolutivo que mantiene a las crías de las especies con rasgos de neotenia (persistencia de los caracteres juveniles) con el fin de preservarlas de ataques de adultos en tanto no sean capaces de defenderse de sí mismas: ¿quién le haría daño a un bebé o a un cachorro? A la vista está que hay votantes que aplauden a partidos que sí lo harían.
Ya no basta con ser niño o niña en un país como el nuestro para estar a salvo de la explotación infantil, la prostitución, el tráfico de órganos, la pornografía o el maltrato. Vox, un partido político, exige, reclama, alienta el envío de esos niños y niñas al infierno del que un día huyeron o fueron apartadosLos llaman menas, el acrónimo de Menores No Acompañados. La categoría recuerda a la otorgada en distopías como las de Un mundo feliz de Huxley, con sociedades divididas entre Alfas, Betas, Gammas, Betas, Deltas y Menas. Los Menas serían aquellos seres que, en nuestra arcadia de derechos y oportunidades, no tienen acceso a los mismos, por razón de origen propio o del de sus padres y madres.
Antes que autores de delitos, son víctimas de los mismos. No son sujeto, sino objeto de tratas, explotación, violación o abyectas politiquerías que asemejan las prácticas y discursos anteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando no existía ningún corpus legislativo que, a escala de declaración, protegiera a los menores y obligara a sus firmantes a cumplir lo establecido en cuanto a dicha protección.
En un informe titulado “Unaccompanied Children Care Protection in Wars, Natural Disasters and Refugee Movements”, elaborado por la Oxford University Press de Nueva York, podemos leer, en referencia a los cambios operados en niños menores de cinco años no acompañados:
“Algunos cambios son muy típicos, como regresión en los comportamientos (vuelve a chuparse el dedo, se orina en la cama, se hace más impulsivo y caprichoso), regresión temporal en la capacidad de expresión, crisis violentas de llanto, rechazo a los nuevos padres adoptivos, rechazo a los alimentos, trastornos digestivos, alteraciones de sueño, terrores nocturnos, etc.
En cuanto a los mayores, los que están en edad escolar, el cuadro es de rechazo a los adultos a quienes han sido confiados, depresión, irritabilidad, agitación, falta de concentración, indisciplina en la escuela, negativa a relacionarse con los otros niños, trastornos psicosomáticos, etc.”
Hemos aprendido poco de la Historia cuando consentimos que se aliente a la expulsión de estos niños y niñas. Palabras tan horribles y dañinas como deportación vuelven a retumbar en la plaza pública sin que el viandante apenas vuelva la cabeza para ver quién es el deportado en esta ocasión. Siga usted su camino, como si no pasara (o fuera a pasar) nada. Mejor no mirar, no saber, no actuar.
Conceptos como vulnerabilidad parecen haber desaparecido de nuestro diccionario de los Derechos Humanos. El artículo 25 de la Declaración Universal de 1948, los artículos 7 y 17 de la Carta Social Europea de 1961, el artículo 24 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966, el artículo 10 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966, el artículo 19 de la Convención Americana de 1969, el artículo 18 de la Carta Africana de 1981y el artículo 16 del Protocolo de San Salvador de 1988 garantizan los derechos de la infancia.
Hemos aprendido poco de la Historia cuando consentimos que se aliente a la expulsión de estos niños y niñas. Palabras tan horribles y dañinas como deportación vuelven a retumbar en la plaza pública sin que el viandante apenas vuelva la cabezaPero el principal instrumento para su protección, sean menores acompañados o no, es la Convención de los Derechos del Niño y la Niña, adoptada por el 20 de noviembre de 1989 y vigente desde el 2 de septiembre de 1990. Es el tratado más ratificado de la historia (195 gobiernos lo suscriben) y hay establecidos tres protocolos de actuación para la protección de los menores.
La declaración, que contiene los derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos, de todos los niños (todos), debería estar presente a la puerta del Congreso de los Diputados, donde desde hace poco se sientan quienes hacen de la misma papel mojado y avocan a nuestros hijos e hijas (porque lo son también quienes nos llegan de fuera) a seguir en un futuro tal vez no muy lejano, el camino de la expulsión y del refugio. Lástima de niños y niñas, abandonados a su suerte. Lástima de sociedad en la que vivimos.