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Memoria histórica
La gimnasia revolucionaria de la familia Dorado
A Fernando Fagoaga Arruabarrena le gustaba salir en los periódicos. A principios del año 1933 disfrutaba de su despacho en la Puerta del Sol de Madrid como Jefe de la División de Inspección Social. No le había sido fácil llegar hasta allí. Como policía había ascendido en el escalafón desde la simple condición de agente hasta la de comisario de primera, con destinos de lo más variado, desde Santander hasta Madrid, pasando por Tánger. Un periodista de La Región Cántabra, en la edición del 21 de abril de 1917, le definió como “hombre hercúleo, policía y salvador del Ecce Homo”, porque había sostenido, con la única ayuda de sus brazos, un paso de procesión que estuvo a punto de caer a la entrada de la Iglesia de San Francisco el día anterior, en la Semana Santa de Santander. Aunque acostumbraba a disfrazarse para introducirse en los bajos fondos, le gustaba posar para la prensa vestido de traje y corbata en tonos oscuros, con chaleco y leontina bien visible, oculto bajo el faldón de la chaqueta el bulto de la pistola. La raya al medio sobre su redondeada cara, con rictus serio, le imprimía un porte definitivo de gravedad, elegancia y sangre fría.
A mediados de febrero de 1933 comisionó a tres de sus agentes –Molina Ciudad, Suárez y Borrás Banaclocha- para desplazarse hasta Plasencia e investigar a los grupos anarquistas de la localidad y pueblos cercanos. Un soplo le había informado de un importante depósito de armas y explosivos en la zona. Apenas un mes antes la CNT y la FAI habían protagonizado una insurrección que acabó en enfrentamientos armados en diversos lugares, como Asturias, Madrid y Valencia. El algunos de ellos se izó la bandera rojinegra y se proclamó el comunismo libertario. Tras sofocarlo, las autoridades fueron descubriendo un enorme arsenal repartido por toda la geografía española. Rifles, pistolas, detonadores, bombas fabricadas y distribuidas desde Barcelona perfectamente embaladas en cajas de naranjas.
Apenas un mes antes la CNT y la FAI habían protagonizado una insurrección que acabó en enfrentamientos armados en diversos lugares, como Asturias, Madrid y Valencia. El algunos de ellos se izó la bandera rojinegra y se proclamó el comunismo libertario
El auge del fascismo en Europa, con Mussolini en Italia y Hitler en Alemania, no auguraba nada bueno. Sectores de la CNT y de la FAI ponían en práctica la “gimnasia revolucionaria” que García Oliver, secundado por Aurelio Fernández y Ricardo Sanz, había inspirado apenas nueve años antes. Esta gimnasia consistía en armarse rápido para la ocasión, proclamar espontáneamente el comunismo libertario en un pueblecito o en una comarca y esperar a que el resto del país se uniera a la insurrección (Agustín Guillamón, De los comités de defensa al análisis revolucionario de Los Amigos de Durruti). Tampoco la llegada de la República –que se definía en el artículo uno de su Constitución como “de los trabajadores”- aseguraba la supervivencia de un gobierno democrático.
La intentona golpista de Sanjurjo en agosto de 1932 y el devenir en dictadura militar de la vecina República portuguesa pusieron sobre aviso a buena parte del obrerismo libertario, que no confiaba ni en los políticos ni en el Estado. Pocos días antes había sucedido lo de Casas Viejas. Para anarquistas y anarcosindicalistas la represión seguía siendo la misma. Como escribió Pío Baroja, uno de los cronistas de estos sucesos, “en cuanto a represión y violencia se refiere, en los meses que llevamos de República ha habido más muertos en las calles de nuestras ciudades que en 40 años de monarquía” (Stuart Cristie, Nosotros los anarquistas. Un estudio de la Federación Anarquista Ibérica, Universitat de Valencia).
La intentona golpista de Sanjurjo en agosto de 1932 y el devenir en dictadura militar de la vecina República portuguesa pusieron sobre aviso a buena parte del obrerismo libertario, que no confiaba ni en los políticos ni en el Estado
Extremadura tampoco había cambiado con el advenimiento del nuevo régimen. Nada más entrar en la provincia de Cáceres, viniendo por la carretera general de Toledo, los agentes de la Brigada social Molina, Suárez y Borrás advertían en las lindes de los campos unos mojones con una corona de marqués y las iniciales M.C.; eran los estados del Marqués de Comillas, latifundios de pizarrales silúricos donde abundaba la dehesa de arbolado o de pasto, compaginados con terrenos de fondo arcillosos, las amplias llanuras del Tiétar que, con el tiempo, albergarían espléndidos tabacales y pimentales. Por aquel entonces eran tierras baldías, sujetas al capricho y a la usura de Juan Antonio Güell y López, Marqués de Comillas y Conde de Ruiseñada, nieto de esclavistas y del plenipotenciario catalán que protegió a Antoni Gaudí, dueño del muy nobiliario Palacio de las Cabezas de Casatejada. El mayor terrateniente del Campo Arañuelo.
Nada más llegar a Plasencia, el 24 de febrero por la mañana, los agentes comisionados por Fagoaga comenzaron sus pesquisas. Primero acudieron al ayuntamiento, donde se presentaron al alcalde, Julio Durán Pérez, a la sazón alcalde socialista de Plasencia desde diciembre de 1931 y director del periódico del mismo signo El Avance. Este les puso en contacto con Cesáreo Barberán, jefe de policía, quien les informó de los elementos más sospechosos de la ciudad y de los posibles domicilios donde se podría encontrar el arsenal que habían ido a buscar. A pesar de la filiación izquierdista del alcalde, socialistas y anarquistas no se podían ver en aquella ciudad de apenas 14.000 almas bañada por el Jerte. Los primeros acusaban a los segundos de extremistas violentos y estos a aquellos de burgueses vendidos al capital.
A pesar de la filiación izquierdista del alcalde, socialistas y anarquistas no se podían ver en aquella ciudad de apenas 14.000 almas bañada por el Jerte
Uno de los mayores focos anarcosindicalistas se encontraba en Navalmoral de la Mata que, junto a Plasencia, integraba la Federación Comarcal del Sindicato Único de la CNT, cuya sede estaba en la calle Andrés López, número 2, de la ciudad placentina. Ambas localidades encabezaban el movimiento anarquista de la provincia de Cáceres, patente en el sindicato, el Ateneo de Divulgación Social de Navalmoral, los grupos de la FAI y de las Juventudes Libertarias. Plasencia, Oliva de Plasencia, Hervás, Navalmoral de la Mata, Jarandilla de la Vera, Peraleda de la Mata, Millanes, Trujillo, Logrosán, Coria y otras localidades menores se hacían eco de la propaganda anarcosindicalista. Desde la creación de la Federación Extremeña de Grupos Anarquistas de 1913, que aglutinó a cerca de 40 grupos de afinidad, mayoritariamente de la provincia de Badajoz, no se había dado en Extremadura un rebrote tan importante de las ideas ácratas. La adscripción libertaria de los grupos se hizo patente a partir de marzo de 1932, cuando protagonizaron lo que se conoció el “conflicto de labores”. Acuciados por la carencia de jornales y movidos a defender su derecho a vivir, jornaleros, braceros y yunteros invadieron las dehesas del marqués y procedieron a barbecharlas, roturando los majadales y cañadas (El Radical, 08-03-1932).
Desde la creación de la Federación Extremeña de Grupos Anarquistas de 1913, que aglutinó a cerca de 40 grupos de afinidad, mayoritariamente de la provincia de Badajoz, no se había dado en Extremadura un rebrote tan importante de las ideas ácratas
El conflicto laboral se mantuvo durante todo 1932. Por su cercanía con Béjar, Toledo y Madrid, la CNT de estos pueblos pertenecía a la Confederación Regional del Trabajo de Centro, mientras que la provincia de Badajoz pertenecía a la Regional de Andalucía y Extremadura. En octubre esta Regional Centro intervino en defensa de la acción anarcosindicalista del norte de Cáceres con la siguiente nota de prensa:
“Se tiene noticia de que los ministros de Gobernación y Marina, señores Casares Quiroga y Giral, en combinación con el ex conde de Güell y los terratenientes de Navalmoral de la Mata (Cáceres) se disponen a emprender una represión contra los obreros de dicho pueblo, comenzando su campaña de provocación para tomar represalias, negándose los terratenientes al abono de los jornales que a los trabajadores corresponden. (…) En caso de que se lleven a cabo los proyectos de los ministros de Gobernación y de Marina y del millonario ex conde de Güell, sería muy posible que se registraran jornadas sangrientas en Navalmoral de la Mata” (Tierra y Libertad, Barcelona, 28-10-1932, p. 4).
La llegada de los policías secretas de la Brigada de Inspección Social estuvo precedida por otro reguero de ocupaciones de tierras. Se invadieron fincas en los términos de Santiago del Carbajo, Navalmoral, Arroyo del Puerco (hoy Arroyo de la Luz), Majada, Arroyo Molinos (aquí entraron 345 yunteros), Peraleda de la Mata (300 yunteros), Villalba, Pozuelo de Zarzón, Madrilejo… En muchos lugares hubo enfrentamientos con la Guardia Civil, que expulsó a quienes ya habían comenzado a roturar y a sembrar, prometiendo mucho de ellos volver en cuanto la Benemérita se descuidara (Tierra y Libertad, 10-02-1933, p. 1).
Para no llamar la atención, Molina, Suárez y Borrás se separaron y recorrieron Plasencia siguiendo las indicaciones del alcalde y del jefe de la policía municipal. Indagaron en los arrabales de la cuesta de San Francisco, camino de la Isla, en el barrio obrero de La Batalla y en la plaza, donde se solían juntar los obreros a esperar que algún amo o patrón contratara sus servicios. Recalaron en el céntrico bar El Tupi, en la calle Alejandro Matías (hoy Sol), número 3, donde se solía reunir el círculo libertario de la ciudad y donde hacía sus asambleas y celebraciones el Ateneo de Divulgación Social, a falta de sede propia. Allí había estado la Posada de las tres puertas, un antro a vista de los elementos pudientes y derechistas de la sociedad placentina, donde por la noche se oía en una gramola el coro de los segadores de la Rosa de Azafrán. Los detectives sabían que apenas un año antes otros dos policías secretas de Cáceres habían estado haciendo las mismas indagaciones, que a punto estuvieron de dejar a medias porque el Gobierno Civil no les pagaba las dietas de manutención en la ciudad, un coste que asumió finalmente el Ayuntamiento placentino. En aquella ocasión la investigación resultó infructuosa, seguramente debido a lo que el comisario Fagoaga consideraba un trabajo de aficionados. Ahora el asunto estaba en manos de auténticos sabuesos de su brigada.
Se invadieron fincas en los términos de Santiago del Carbajo, Navalmoral, Arroyo del Puerco (hoy Arroyo de la Luz), Majada, Arroyo Molinos (aquí entraron 345 yunteros), Peraleda de la Mata (300 yunteros), Villalba, Pozuelo de Zarzón, Madrilejo…
Estos sabían ya a quiénes tenían que buscar. El jefe de policía local y el alcalde les habían puesto al día sobre algunos de los más significados anarquistas, quienes guardaban una clara relación con la conexión morala. Durante las 48 horas siguientes a su llegada, pusieron bajo vigilancia sus domicilios. Uno de ellos era el de Juan Iglesias González, detenido el 24 de abril del año anterior en compañía de Antonio González Úbeda, alias El Chato, cuando dos serenos les sorprendieron a la una de la madrugada haciendo pintadas de propaganda anarquista en las calles de Plasencia. Entre muchas otras, en la fachada de la Administración de Correos pusieron “¡Viva la F.A.I.!”, y en la calle del Marqués de Mirabel, “¡Abajo las deportaciones!”, en alusión a la deportación de 104 confederales a la Guinea Ecuatorial tras la insurrección del Alt Llobregat (Diario de la Provincia de Cáceres, 26-04-1932). El Chato había sido unos de los más activos anarcosindicalistas en la huelga que se dio el 18 de enero de 1932, cuando según información facilitada por el alcalde Julio Durán, “se significó extraordinariamente arengando a las masas, invitando al cierre del Comercio y otras barbaridades por cuyo motivo el juzgado de Instrucción le incoó sumario” (Fernando Flores del Manzano, La Segunda República en Plasencia y su entorno. Entre la esperanza y la frustración, Ayuntamiento de Plasencia).
Les sorprendió también la juventud de Jesús López Vicente, Chuli, aún en la adolescencia, otro significado cenetista. Según obraba en la información de los policías, Jesús López había participado en el congreso fundacional de la FIJL (Federación Ibérica de las Juventudes Libertarias) en Madrid en junio de 1932. Más tarde representaría a Navalmoral en un pleno de regionales de la CNT. El comisario jefe de la Brigada de Inspección Social, Fernando Fagoaga, seguía con interés la prensa ácrata. En una nota de prensa publicada en el Tierra y Libertad del 22 de julio de 1932, “Acción anarquista: nuevos grupos”, se anunciaba la creación de un nuevo grupo de afinidad: “Los Sin Tierra”.
“En Navalmoral de la Mata se ha constituido un grupo anarquista que llamamos Los Sin Tierra, el cual está dispuesto a luchar por la revolución como único medio de instaurar el comunismo libertario, por comprender que será el régimen cuyos únicos postulados de amor, libertad y justicia hagan la felicidad humana. Este grupo desea adherirse a nuestra querida F.A.I., y al mismo tiempo quiere relacionarse con los afines que existen constituidos. Las señas obran en poder de Tierra y Libertad. Por el grupo, el secretario. Se desea la reproducción de esta nota en la prensa ácrata”.
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Entre los anarquistas más peculiares de Plasencia estaba la familia Dorado. Los padres, Miguel Dorado y Victoria García Castañeda, eran originarios de Urda, provincia de Toledo. Después de vivir un tiempo en Navalmoral de la Mata junto a sus cuatro hijos –Bernardo, Alfonso, Eusebia y Ramón Miguel Dorado García- se afincaron en Plasencia, pasando a residir en la calle Ramón y Cajal (Fernando Flores, obra citada). Tanto padres como hijos eran muy conocidos por su defensa y propaganda de los ideales confederales y su pertenencia tanto al sindicato único, en el que ocuparon cargos, como a La Específica (la FAI). La hija, Eusebia, era conocida en Plasencia como La Libertaria. El hijo más pequeño, Ramón Miguel, de apenas 21 años en 1933, fue secretario de las Juventudes Libertarias, según informe elaborado por la policía placentina a expensas del último alcalde republicano de la ciudad, Miguel Cermeño, con intención de informar a la superioridad en abril de 1936.
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Después de sus indagaciones, que les llevaron dos días, los secretas madrileños acudieron al juez de instrucción para que dictara una orden de registro de los domicilios de la familia Dorado y de Juan Iglesias. En el primero vivían el matrimonio Miguel y Victoriana, en compañía de su hijo Bernardo y de su hija Eusebia. Acudieron el día 26 en compañía de varios agentes de la policía municipal, y al no encontrar a nadie en ambos domicilios, entraron para efectuar el registro. Sin embargo, no hallaron lo que estaban buscando. Allí no había ningún arsenal.
Acudieron el día 26 en compañía de varios agentes de la policía municipal, y al no encontrar a nadie en ambos domicilios, entraron para efectuar el registro. Sin embargo, no hallaron lo que estaban buscando. Allí no había ningún arsenal
No obstante, no se fueron de vacío. El registro, siempre según el testimonio de los policías que lo efectuaron, les permitió acceder a unos documentos que implicaban en el alijo de armas a los hermanos Blas y Mateo Moreno Gómez. Este último era el dueño del bar El Tupi y secretario en 1933 de la Federación Comarcal del Sindicato Único. Su mujer, instruida, solía dar clases de forma gratuita a los hijos de los obreros en el mismo bar. Su hermano, Blas Moreno, albañil residente en Navalmoral, fue presidente del Ateneo de Divulgación Social.
Sin perder tiempo los agentes registraron el domicilio de Mateo Moreno. Por fin encontraron algo que justificara sus pesquisas: pistolas, municiones y algunas escopetas.
A pesar de este hallazgo, que permitía detener a Mateo Moreno, el escaso volumen del botín encontrado no se correspondía con la información facilitada al comisario Fagoaga. Cuando pensaban que no hallarían el arsenal que habían ido a buscar, la suerte les sonrió mediante una delación. Jerónima Macarro era vecina de la familia Dorado. Vivía en la calle Toro, en las traseras de la calle Ramón y Cajal, a donde daba una puerta falsa de la vivienda de los Dorado. Jerónima, tras el alboroto provocado por los registros en la casa de su vecina en la mañana del 26 y enterada del hallazgo de las pistolas y las escopetas, fue a la plaza de Plasencia a eso de las seis de la tarde en busca de algún policía municipal. En el Ayuntamiento encontró a Fermín Porra, guardia de puerta, a quien le contó que dos días antes del registro, la madre de los Dorado, Victoriana García Castañeda, sintiendo vigilada su casa, salió por la puerta falsa y fue a casa de Jerónima, en cuyo portal dejó un saco de grandes dimensiones diciéndole que eran botes de tomate en conserva que a la noche irían a recoger sus hijos.
Sin perder tiempo los agentes registraron el domicilio de Mateo Moreno. Por fin encontraron algo que justificara sus pesquisas: pistolas, municiones y algunas escopetas. A pesar de este hallazgo, que permitía detener a Mateo Moreno, el escaso volumen del botín encontrado no se correspondía con la información facilitada al comisario Fagoaga
Enterado Fermín Porra, buscó a Martín Guzmán, también guardia municipal que se hallaba en ese momento de servicio en la Plaza Mayor, y ambos acompañaron a Jerónima a su domicilio, donde se dispusieron a abrir el sospechoso saco. Para que no hubiera duda de que ellos no habían colocado allí las pruebas, lo abrieron en presencia del celador de consumos Cayetano Calle, quien certificó su contenido y les acompañó para llevarlo a las dependencias de la policía (El Faro de Extremadura. Órgano oficial del Partido Regional Agrario, Plasencia, 06-03-1933, p. 4).
En el saco se encontraron veintiuna bombas (nueve de tamaño de botes de conserva grandes y doce más pequeños), todas ellas cargadas y construidas con la mayor perfección. Se encontraron también veintiocho cartuchos de dinamita, diez metros de mecha negra, treinta y cuatro detonadores fulminantes y tres cargadores de fusil con catorce cápsulas (La Voz de Cantabria, 24-03-33).
En el saco se encontraron veintiuna bombas (nueve de tamaño de botes de conserva grandes y doce más pequeños), todas ellas cargadas y construidas con la mayor perfección
Informada la policía, en pocas horas detuvieron a Juan Iglesias, al matrimonio de Miguel Dorado y Victoriana García y a la hija de ambos, Eusebia, La libertaria. Bernardo no pudo ser localizado. A la mañana siguiente la policía realizó un registro más concienzudo de la casa del matrimonio Dorado, hallando en la cámara de la casa un rifle, una carabina, dos cargadores de balas de fusil, tres revólveres, una pistola, más de cien balas para arma corta y casi un kilo de metralla.
A resultas se hicieron también registros en las casas de la soplona, Jerónima Macarro, y del otro hijo de los Dorado, Alfonso, sin que se pudiera hallar nada que les incriminara. El otro hijo de los Dorado García, Ramón Miguel, vivía accidentalmente en Navalmoral de la Mata. Allí se desplazaron los agentes. Con el concurso de la Guardia Civil registraron su casa en su ausencia, sin resultado alguno. No obstante, a la mañana siguiente, sabiendo que le estaban buscando, el mismo Miguel Dorado García se personó en el cuartel de la Guardia Civil y se entregó.
Tras un breve interrogatorio, según informó la policía, Miguel manifestó ser el propietario de todo el arsenal encontrado en Plasencia, en casa de sus padres. Dijo que las bombas, de gran precisión, las había fabricado él mismo en la carbonera de dicho domicilio el pasado agosto, empleando en su elaboración clorato, azufre, azúcar y gran cantidad de metralla. En cuanto a los rifles y la munición, dijo que se los había facilitado Antonio González Úbeda, El Chato, el mismo que había sido detenido en abril haciendo pintadas en las fachadas de Plasencia. Mediante una historia difícil de creer, Miguel dijo que el Chato le dio las armas tras matar con ellas a su propio padre el pasado octubre, dándose después a la fuga. En la prensa de la época no consta ningún parricidio de estas características.
Mediante una historia difícil de creer, Miguel dijo que el Chato le dio las armas tras matar con ellas a su propio padre el pasado octubre, dándose después a la fuga. En la prensa de la época no consta ningún parricidio de estas características
Las detenciones se extendieron por algunos otros pueblos, como Cuacos, donde se detuvo a Antonio Vidarte Gómez, al que se le tenía por pistolero. En Plasencia también fueron detenidos los sindicalistas Bienvenido Izquierdo y Juan Macías Jiménez. Del clan de los Dorado ya quedaba solo por capturar a Bernardo, que continuaba huido.
La noticia de estos hallazgos y detenciones no saltó al grueso de la prensa regional y nacional hasta casi un mes después, a partir del 23 de marzo, cuando se da a conocer con detalles la operación y el arsenal encontrado. Aunque todos los méritos se le atribuían a los policías de la Brigada de Inspección Social, el hallazgo de las bombas y resto de armamento fue hecho por la policía municipal de Plasencia, gracias al soplo de Jerónima Macarro.
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El 22 de marzo por la mañana, la Guardia Civil de Navalmoral recibió un telegrama del Gobernador de la provincia ordenando la detención de 17 anarcosindicalistas y clausurar los locales del Ateneo de Divulgación Social y del Sindicato Único. La Guardia Civil cumplió la orden, si bien a las siete de la tarde de ese mismo día se presentó en Navalmoral un delegado del Gobernador disponiendo que los sindicalistas fueran puestos en libertad y abiertos de nuevo los locales, como así se hizo (Solidaridad Obrera, 23-03-1933, p. 5).
El 22 de marzo por la mañana, la Guardia Civil de Navalmoral recibió un telegrama del Gobernador de la provincia ordenando la detención de 17 anarcosindicalistas y clausurar los locales del Ateneo de Divulgación Social y del Sindicato Único
El 24 de marzo el juez accidental del Juzgado de Plasencia, Don Lorenzo Espada Berrocoso, publicó orden de busca y captura de Bernardo Dorado (Boletín Oficial de la Provincia de Cáceres, 28-03-1933). Dos días más tarde, el domingo 26, Bernardo es detenido en Madrid, a la salida del Frontón Central, al acabar un mitin sindicalista organizado por la CNT y la FAI. Es detenido por el comisario Galán, también de la Brigada de Inspección Social. Bernardo llevaba documentación falsa, consistente en una cartilla militar a nombre de Justo Alonso. Cuando le interrogaron sobre dicha documentación, dijo habérsela encontrado en la calle de Blasco Ibáñez. Sobre su presencia en Madrid, dijo “que había ido a presenciar los carnavales”. Fue puesto a disposición del juzgado de guardia (La Libertad, 28-03-1933, p. 7; La Voz de Aragón, 28-03-1933, p. 4).
Con la detención de Bernardo el comisario Fagoaga se dio por satisfecho. Habían sido detenidos también su hermano Ramón Miguel, su hermana Eusebia, sus padres Miguel y Victoriana y los compañeros del sindicato Juan Iglesias, Mateo Moreno, Bienvenido Izquierdo, Juan Macías y Antonio Vidarte. Caso cerrado.
Las detenciones no acabaron con el activismo. En poco tiempo fueron puestos en libertad y volvieron a su gimnasia revolucionaria. Apenas unos meses después, se implicarían de lleno en la insurrección de diciembre de 1933, de resultas de la cual volverían a ser detenidos, junto a muchos otros sindicalistas, hombres y mujeres, de otros pueblos, como Oliva de Plasencia, donde Alfonso Dorado lideró el movimiento revolucionario e izó en el ayuntamiento del pueblo la bandera rojinegra, proclamando el comunismo libertario. Estos episodios han sido narrados muy detalladamente por Fernando Flores del Manzano y por Domingo Quijada González en varias publicaciones. Tras ser encarcelados, se beneficiaron de la amnistía general dada con el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936.
Las detenciones no acabaron con el activismo. En poco tiempo fueron puestos en libertad y volvieron a su gimnasia revolucionaria
El inspector Fernando Fagoaga continuó haciendo méritos, a la caza de obreros sindicalistas. Los primeros meses de la Guerra Civil le pillaron en Madrid al pie de su cargo y en agosto de 1936 fue cesado por el Gobierno legítimo por “desafecto al régimen”, según consta en su ficha de los archivos Pares (Portal de Archivos Españoles). Supo sobrevivir a la guerra en Madrid, muy posiblemente como miembro de la quinta columna con la que Mola pensaba tomar la capital, y en mayo de 1943, en premio a sus servicios al Estado fascista, se le nombró Jefe superior de la policía gubernativa de Valencia (BOE 29-05-1943).
Tanto anarcosindicalistas como socialistas incursos en esta gimnasia revolucionaria sufrirían los embates de la guerra. Bernardo Dorado García y Juan Iglesias González fueron asesinados en la cárcel de Cáceres el 25 de mayo de 1937; Ramón Miguel Dorado García acabaría en Madrid, participando en atracos organizados por grupos incontrolados de la FAI (Las Provincias, 13-07-1934, p. 8); Alfonso Dorado formó parte del octavo batallón de “Pintores” de las milicias confederales CNT-AIT, en el que se encontraba en enero de 1937 (ficha en archivo Pares); Jesús López Vicente, El Chuli, que participó en mayo de 1936 junto a Cipriano Mera como delegado de la Regional Centro en el Congreso de la CNT de Zaragoza y combatió en las milicias confederales, fue asesinado en la prisión de Carabanchel en junio de 1944, después de cinco años preso.
Por último, Julio Durán Pérez, quien fuera alcalde socialista y que también participó en la insurrección de diciembre de 1933 intentando quemar la iglesia de San Martín, fue asesinado nada más entrar los fascistas en Plasencia en la finca El Almendral, término de Oliva de Plasencia.
La República no fue un camino de rosas para los anarquistas. Nada más tomar Alfonso XIII las de Villadiego, la CNT decidió en un pleno de regionales (25 de abril de 1931) crear los Comités de Defensa, que complementaban la labor de los ateneos y de los sindicatos. En cierto modo se retomaban los años del pistolerismo catalán, cuando hubo que hacer frente a la impunidad de los ataques del Sindicato Libre creando el Sindicato Único y apelando a la defensa armada de los confederales. Como dijo Oswaldo Bayer en Los anarquistas expropiadores, “el anarquismo delictivo existió en aquella época porque estaban las condiciones dadas para ello. Violencia contra violencia, justicia indiscriminada por la propia mano ante la injusticia social reinante. ¿Justificar a los anarquistas expropiadores? ¡No! Sólo exponer sus hechos”. Los mismo cabría aplicarse a quienes, a pesar de los acuerdos adoptados en diversos plenos de CNT-FAI, optaron por ejercer la gimnasia revolucionaria a golpe de pólvora y metralla.
No cabe duda de que el manejo del armamento y el ejercicio en las tácticas insurreccionales contribuyeron enormemente a frenar el brutal golpe militar de mediados de julio de 1936. Fueron los anarquistas, preparados en estas tácticas, quienes casi a pecho descubierto se echaron a la calle en las capitales de provincia y se enfrentaron a los militares sublevados, logrando abortar la asonada. En su recuerdo, no en su reivindicación, sirvan estas líneas para que sus nombres no los olvide la historia.
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