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Medio ambiente
Turismo de sol y playa sin playa: la costa mediterránea se enfrenta a la “nueva normalidad” climática
La costa valenciana vive en un precario equilibrio entre seguir alimentando la locomotora del turismo de sol y playa o tomar medidas drásticas para adaptar un territorio tan vulnerable a la emergencia climática.
La imagen parece sacada de una distopía climática. Un grupo de jóvenes con mascarilla toman el sol y preparan sus tablas de windsurf apoyados en un muro que se sostiene en un ángulo imposible. En la pared, que antes delimitaba el terreno de uno de los chalés de primera línea de playa, ahora una pintada advierte: “Peligro derrumbe”.
La escena se repite en otras decenas de casas a lo largo de la playa de Les Deveses, en Dénia. El temporal Gloria, uno de los más devastadores de las últimas décadas, azotó esta zona a principios de año, llevándose por delante edificios y paseos marítimos y reduciendo muchas playas a su mínima expresión en buena parte del litoral valenciano. Los restos y escombros no se han retirado en todo el verano y ahora aparecen como testigos mudos de los efectos más evidentes de la crisis climática. Los turistas echan sus toallas como pueden entre cascotes, en una playa que antes superaba los 100 metros de ancho, como se puede comprobar en las fotos que muestran los vecinos, y que se ha convertido en una fina línea de arena de apenas un metro o dos.
Con Gloria, son doce los temporales que la comunidad ha sufrido en apenas cinco años. Solo entre 2019 y 2020 ya ha habido tres borrascas catastróficas en el territorio y los vecinos de las zonas afectadas aseguran que viven con “miedo” al otoño y al invierno que ahora se acercan
No solo es Dénia: de norte a sur del País Valencià, y también en gran parte de la costa mediterránea española, aquellos que viven y trabajan en el frente marítimo se están empezando a acostumbrar a una normalidad climática muy alejada de la que se conocía, con tempestades cada vez más frecuentes y devastadoras. Con Gloria, son doce los temporales que la comunidad ha sufrido en apenas cinco años. Solo entre 2019 y 2020 ya ha habido tres borrascas catastróficas en el territorio y los vecinos de las zonas afectadas aseguran que viven con “miedo” al otoño y al invierno que ahora se acercan. En estos últimos días de verano otra tormenta de intensidad media ha vuelto a hacer retroceder las maltrechas playas que aún no se habían recuperado desde enero, como las de Tavernes de la Valldigna o Sueca.
Borrascas como Gloria, que dejó 14 muertos en España, serán más frecuentes con el calentamiento global. “Las cosas que antes pasaban cada 50 años ahora ocurren cada uno o cada dos. Este temporal es una ventana con la que podemos ver cómo será el cambio climático, y lo que tenemos que hacer es saber aprovechar esa oportunidad”, cuenta Andreu Escrivà, licenciado en ciencias ambientales y divulgador climático.
Isabel Moreno, física y meteoróloga, explica qué relación tiene el calentamiento global con este tipo de borrascas: “El mar Mediterráneo alcanza unas temperaturas muy elevadas y eso modula la temperatura de la costa. Tener un Mediterráneo más cálido es un factor importantísimo para que las lluvias puedan ser más torrenciales”. Al aumentar la temperatura, hay un “mayor aporte de energía y de humedad a la atmósfera”. Toda el agua evaporada “tiene que liberarse por un lado o por otro”, explica Escrivà, y esta es la razón detrás de las gotas frías o DANA —depresión aislada en niveles altos— como Gloria.
Una playa de cemento
La repetición de gotas frías y la subida del nivel del mar se une, en la costa valenciana, a un modelo urbanístico que durante décadas ha arrasado con la primera línea de costa. “Aquí hemos construido donde no tocaba y el cambio climático provoca destrozos que, también hay que decirlo, habíamos asumido como normales. Se destruía y se volvía a construir”, continúa Escrivà. El País Valencià es la comunidad de España con más cemento en la costa: un 74,3% de la playa está urbanizado, según un informe de Greenpeace de 2018. El porcentaje crece en municipios como Finestrat, en la Marina Baixa, que ha construido en el 100%.
La repetición de gotas frías y la subida del nivel del mar se unen al modelo urbanístico. El País Valencià es la comunidad con más cemento en la costa: un 74,3% de la playa está urbanizado, según un informe de Greenpeace
Hasta ahora, después de cada tormenta que se llevaba por delante paseos marítimos y decenas de metros de playa, la solución pasaba por reconstruir y rellenar de arena. Tenerlo todo preparado para la llegada de turistas el siguiente verano. Los habituales traslados de arena “son una solución puntual para salvar la temporada turística, pero con el mínimo temporal el mar se la lleva”, critica Àlex Ruiz, alcalde de Bellreguard, en La Safor. En este pueblo, la Demarcación de Costas aportó el 1 de junio 5.000 toneladas de arena para recuperar la playa que había desaparecido tras Gloria, una cantidad que desapareció en una semana tras otro embate del mar.
Ruiz fue el primer político que alzó la voz contra la reconstrucción de estructuras como el paseo marítimo. En este pequeño pueblo al sur de Gandia, la borrasca destrozó gran parte del paseo de hormigón, pero el regidor de Compromís abrió la posibilidad de no restaurarlo. “Quería lanzar la reflexión sobre si tenemos que estar continuamente malgastando dinero en lugar de buscar soluciones definitivas a la regresión de las playas”, explica.
Medio ambiente
Improvisar el litoral a golpe de temporal
La borrasca Gloria ha generado destrozos a su paso que serán reparados con inversiones millonarias condenadas a desaparecer. A pesar de todo, se presenta como una oportunidad para repensar el territorio adaptándolo al nuevo escenario de cambio climático.
“¿A qué vendráN a Benidorm cuando no exista la playa?”
Además de a la mala ordenación urbanística y al impacto de las borrascas, la costa valenciana se enfrenta a los efectos del aumento del nivel del mar, que amenaza a una economía fuertemente dependiente del turismo de sol y playa. Según un informe de la Red Mediterránea de Expertos en Cambio Climático (MedECC), el mar podría subir en el Mediterráneo alrededor de un metro en 2100, lo que pondría en peligro muchas de las playas valencianas, que podrían retroceder entre 1,5 y 2 metros en 2040, como recoge un estudio de la Generalitat y la Universidad de Alicante.
“El agua tiene tanta inercia que incluso si dejásemos de emitir CO2 ahora, seguiríamos viendo subir el nivel del mar de aquí a finales de siglo. Esto pone de manifiesto la maquinaria que estamos moviendo y la necesidad que tenemos de adaptarnos inmediatamente a lo que puede venir”, aclara Moreno. “Tenemos un nivel de riesgo muy alto a nivel de infraestructuras, pero también socieconómico, porque gran parte de nuestro PIB es el turismo. Un turismo cuyo recurso principal es una franja estrecha de playa. Somos muy vulnerables si a esa franja le pasa algo”, advierte el Escrivà, que resume el problema en una frase: “¿A qué vendrá un turista a Benidorm cuando no exista la playa?”.
Inesperadamente, la pandemia y el cierre de fronteras ha ofrecido una imagen de lo que supondría un desplome del turismo, que aporta casi el 15 % del PIB de la comunidad. En el País Valencià muchos puntos de la costa han comprobado con inquietud qué pasaría si dejaran de venir veraneantes, con una caída del 70 % en julio respecto al mismo mes del año pasado, según la patronal hotelera HOSBEC.
Bellguard ha tenido que cerrar sus playas casi a diario porque la estrechez de la franja de arena, que se ha reducido a la mitad tras el último temporal, se une a las medidas de distanciamiento social y aforo: “Si basamos nuestra economía en el turismo nos queda poco futuro”
En la playa de Dénia, ocupada en su mayor parte por segundas residencias, “la gente está muy asustada, con miedo de otro temporal a final de verano. Los vecinos piensan que las casas se van a ir”, reconoce Rosa María Marín, que desde la Asociación de Vecinos Les Deveses lucha para que el Gobierno ejecute el plan de regeneración de la playa que lleva redactado desde 2018. Para el regidor de Bellreguard, entre turismo, cambio climático y pandemia hay “una transversalidad brutal”. El pueblo ha tenido que cerrar sus playas casi a diario porque la estrechez de la franja de arena, que se ha reducido a la mitad tras el último temporal, se une a las medidas de distanciamiento social y aforo. “Si basamos nuestra economía en el turismo nos queda poco futuro. O empezamos a pensar ya en una posible reconversión del sector o a medio plazo tendremos problemas graves”, subraya.
“El cambio climático nos puede afectar muchísimo. Nuestro principal activo turístico es el sol y playa”, apunta el alcalde de Dénia, el socialista Vicent Grimalt. Asegura que su ayuntamiento lleva tiempo buscando la desestacionalización del turismo, pero admite que es “complicado” si las vacaciones de la mayoría de visitantes son en julio y agosto: “Sustituir esto por otro modelo turístico lo veo difícil”.
Okupación
Hogar disponible hasta el 1 de junio
Quince viviendas de la urbanización Monte Pedrera, en Dénia (Alicante), han sido desalojadas en los últimos meses. Las construcción de nuevos inmuebles, la escasez de alquileres anuales, el elevado precio de la vivienda y este ejemplo de ocupación son parte de un mismo fenómeno: un mercado lucrativo que olvida a la mayoría de la población.
Deconstruir la primera línea para no perder todo
Los responsables de la situación de la costa valenciana son muchos. Mientras que los ecologistas señalan la destrucción provocada por un urbanismo descontrolado, los alcaldes de los pueblos afectados y muchos vecinos prefieren apuntar hacia los puertos. La ampliación del de Valencia, uno de los más grandes de España, el de Gandia o el de Oliva son, según Grimalt y Ruiz, los principales culpables de la regresión de las playas. Denuncian que los espigones actúan como barreras que frenan las corrientes de sedimentos e impiden la regeneración natural de la arena. Eso sí, todos coinciden en señalar al cambio climático y la mayor cantidad de fenómenos extremos que este provoca.
¿Qué futuro tiene entonces un litoral atacado desde tantos frentes? El alcalde de Bellreguard apuesta directamente por dar un paso atrás en la urbanización de la costa. “La deconstrucción es necesaria en algunos casos para evitar males mayores, tenemos que ir a la raíz del problema. ¿Pero quién se plantea deconstruir una infraestructura tan potente como un puerto?”, asegura.
“La deconstrucción es necesaria en algunos casos para evitar males mayores, tenemos que ir a la raíz del problema. ¿Pero quién se plantea deconstruir una infraestructura tan potente como un puerto?”
Para Escrivà, la solución pasa por avanzar hacia “infraestructuras blandas y permeables”, como cambiar los paseos marítimos de hormigón por otros de madera, que permitan reconstruir los ecosistemas dunares. El ejemplo paradigmático es el de la Devesa del Saler, la valiosa franja de tierra entre la Albufera y el mar. Ahí la movilización popular al final del franquismo frenó un proyecto de urbanización ya iniciado e impulsó el derribo del paseo marítimo y la regeneración de las dunas.
“Un paseo marítimo de hormigón es del todo menos sostenible”. En Bellreguard la idea de desmontar la estructura, que planteó su alcalde a principios de año, motivó las críticas de comerciantes y hoteleros de primera línea. Ruiz entiende su indignación, pero defiende que “hay que hacer compatibles esos comercios con el medio natural”. Este verano se han desmontado dos salientes del paseo, un total de 360 metros cuadrados que han vuelto a formar parte de la playa. A largo plazo, han puesto en marcha un laboratorio de innovación ciudadana que busca una solución definitiva al problema acuciante del frente marítimo.
Además de los paseos marítimos, Escrivà se muestra contundente: “Hay que retirar también las casas. Estamos gastando muchísimo dinero en defender, casi a nivel militar, posiciones que van a caer”. El técnico en cambio climático apuesta por “conversar con empatía, convencer a la gente de que esto no es una cuestión coyuntural sino estructural”. Huir de culpabilizar a los vecinos que viven en el frente marítimo, pero avanzar en la deconstrucción “porque no queda otra: o hacemos infraestructuras basadas en la naturaleza que nos protejan o lo perderemos todo”.
Desde los restos de su terraza, Beatriz contempla pensativa el mar que embiste directamente contra su casa. La tormenta ha vuelto a azotar su vivienda de Dénia en los últimos días de agosto, lo que presagia otro invierno duro. “Esta es la casa de mi abuela, era una casa de pescadores de 1909”. Ya no hay dunas delante, como las que enseña en fotos de los años 80, y la terraza se ha reducido a una tercera parte, pero ella y su marido aseguran que no se van a ir. Denuncian el abandono de todas las administraciones, que frente a un mar que se ve cada vez más cerca se han limitado a poner arena.
“Aquí saltabas la valla y tenías que andar 100 metros antes de llegar al agua. Solo con el último temporal la altura de la arena bajó un metro y medio”. Remedios y Amador muestran el estado de su jardín ocho meses después de Gloria. Ahora su piscina, que antes estaba a nivel de la playa, sobresale varios metros por encima de los bañistas y de los escombros que siguen sin retirar, porque aseguran que el Gobierno no se lo permite.
Aunque Escrivà critica la “gran inercia de las administraciones a funcionar a base de parches”, sí que ha observado cómo después de Gloria se ha empezado a pensar más en la costa teniendo en cuenta el cambio climático.
El borrador del Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático 2021-2030, publicado el pasado mes de abril, incluye la adaptación a la crisis climática en la planificación territorial costera y pide tener en cuenta “las capacidades de carga ambiental y los condicionantes climáticos de los destinos turísticos”. A nivel autonómico, la Generalitat aprobó en 2018 el Plan de Acción Territorial de la Infraestructura Verde del Litoral de la Comunitat Valenciana (PATIVEL), que pretendía la protección de miles de hectáreas todavía sin urbanizar en la costa, pero que grupos ecologistas como GECEN califican de “tomadura de pelo” por permitir la construcción de hoteles y complejos turísticos en primera línea.
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A pesar de la movilización social para detener la concesión, una empresa de restauración ha ganado el concurso que supone un primer paso para construir un restaurante en el faro del Cabo de la Huerta (Alicante). La adjudicataria ya posee un complejo en una torre de la zona que fue declarada Bien de Interés Cultural (BIC).
La costa valenciana vive en un precario equilibrio entre seguir alimentando la locomotora del turismo de sol y playa o tomar medidas drásticas para adaptar un territorio tan vulnerable a la emergencia climática. Los veranos cada vez más tórridos, la destrucción de viviendas e infraestructuras con los temporales y la regresión de las playas dibujan un futuro en el que el turismo puede ir dejando la costa mediterránea para virar hacia otros destinos, como la montaña o el norte de España. La crisis del coronavirus y el desplome del turismo han ofrecido una visión de uno de los futuros posibles, pero también pueden servir para “replantearse” un modelo poco sostenible, como dice Andreu Escrivà, para quien las decisiones se tienen que tomar inmediatamente: “Ya se ha acabado el tiempo de improvisar”.
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Negar el cambio climático y la acción descontrolada del ser humano sobre el medio, es incuestionable, pero, tenemos que solucionar el problema de lo que ya tenemos . NO podemos consentir que nos expropien nuestras casas . Si los espigones no son la solución, sino el problema, veamos técnicamente que se puede hacer. Hay que unirse TODOS y solicitar a COSTAS una solución urgente.
La propuesta de "deconstruir" me parece absurda.. cuantos bloques sin licencia hemos visto decadas desmoronándose por el costo y complejidad de la demolucion?
Se pretende exorpiiar y demoler toda la primera linea del levante ?
No es una opcion. No a nuevos paseos marítimos hormigonados.. no a nuevas costrucciones a pie de costa. Pero hay que apoyarse en la tecnologia y la imaginación para dar una solución sostenible. Nos jugamos mucho !
Todo se puede ver según se quiera pero hay playas que además han quedado afectadas por intervenciones en las playas colindantes como en el caso de la Playa Morro de Gos de Oropesa del Mar más afectada por las intervenciones en Marina d'Or .
No se puede intervenir y perjudicar con efectos negativos tan claros en la playa de Morro de Gos .
Algo habrá que hacer , como se hace en Benicasim.
Me parece bien no seguir construyendo en primera linea, pero lo que ya está construido, habrá que mantenerlo. Los propietarios no tenemos la culpa de la mala actuación de los anteriores politicos. En licalidades en las que viven del IBI de los que solo vamos en verano y no gastamos nada del pueblo salvo dos meses. Y encima sin derecho a voto al no estar empadronados. Nosotros tenemos nuestros derechos. Y hay más soluciones que tirar las casas. Lo que hay que tener es intención de solucionarlo e invertir dinero en ello. Es más fácil tirarlo todo y echarnos para atrás. Les aseguro que los propietarios no vamos a dejar que nos tiren los edificios.
¿¿Por qué le llaman País Valencià?? No existe un país llamado así, es una comunidad autónoma llamada COMUNITAT VALENCIANA. Ya que le cambian el nombre póngale Regne de València, porque reino sí fue y ahi también la bandera que es la "Senyera" la única bandera del mundo real (de rey).
Interesante... pero ¿por qué llama un señor a La Comunidad Valenciana "País Valencià"? Ya puestos a saltarse el nombre oficial de dicha comunidad autónoma.. ¿ por qué no la llama Regne de València ? Más apropiado sería....porque fue reino pero nunca ha sido país. .
Muchas gracias por esta apremiante lectura. Efectivamente, nos encontramos en un momento crucial en el desarrollo turístico del País Valencià. Personalmente, creo que debemos fijar la vista en regiones o ciudades altamente turistificadas como Barcelona, Venecia o las Islas Baleares, donde la presencia del turismo masificado ha degenerado en una total privatización y privación del espacio público, en una fractura insalvable entre la economía turística y la local, en una absoluta precarización laboral y habitacional, en una especulación inmobiliaria avasalladora, (amén de un largo etcétera), para desmontar cuanto antes el viejo mito del crecimiento económico al que se aferra la industria turística.
En efecto, la pandemia nos está ofreciendo un triste pero claro ejemplo de la dependencia económica al sector turístico. Por ello se nos abre la posibilidad de repensar, deconstruir y reconstruir el concepto del turismo desde una mirada crítica para proponer una contingencia activa a este modelo. Por todo ello, resultan esperanzadoras figuras políticas como la de Àlex Ruiz, que proponen medidas a contracorriente para afrontar cuanto antes esa convergencia que señala el autor de este artículo entre turismo, cambio climático y pandemia.
Con la intención de ofrecer cierta continuidad a estas líneas y de dinamizar una discusión que nos ayude pensar alternativas, propongo un par de preguntas que apelan a nuestro campo de acción personal:
1- ¿De qué manera podemos contribuir como habitantes de regiones turistificadas a la conciliación de un modelo turístico y económico respetuoso con la sociedad local y el medio ambiente?
2- ¿Hasta qué punto somos también responsables de favorecer un desarrollo agresivo de la industria turística cuando viajamos a otros lugares? Y, en ese caso, ¿qué alternativas de viaje podemos plantearnos para los próximos desplazamientos?
Un abrazo,