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Madres protectoras
Escúchalas
Qué tal, querida,
Aquí, con tu pregunta, me quedé dándole vueltas sobre cuál será la mejor manera de contar todo esto. Estamos acostumbradas a que no nos crean, y no hablo únicamente de los juzgados: nuestros entornos, nuestras familias y a veces hasta las amigas. Venimos hablando de esto hace ya unos años, y sigue costando creer que sucede, aquí, a nuestro lado, y mucho más a menudo de lo que se puede suponer. Si un niño o niña le cuenta a su madre que su padre le toca y esta le cree y lo apoya, lo más probable es que al cabo de unos años ella acabe perdiendo a su hijo, y puede que entrando en la cárcel. Se las castiga a ellas, pero no perdamos de vista que las víctimas son niños y niñas.
Hay un número indeterminado de mujeres, madres, en este país, que enfrentan castigos como la quita de custodia, los regímenes de visitas en Puntos de Encuentro Familiar, la pérdida de patria potestad, multas astronómicas de la justicia e internación en centros penitenciarios. Sí, hay varias en la cárcel. Cuando llegan a este punto, en prensa suelen contarse como casos de malas madres que “impidieron el contacto de sus hijos con el padre durante años” y otros pecados. En general, los medios omiten todo lo que sucedió hasta ese momento o cuentan solo un lado de la historia.
Pero el daño, el verdadero daño, sucede mucho antes de que haya “prensa” para cubrir una detención, una sentencia o un arrancamiento a una madre de las que te hablo. Sucede, sigilosamente, en las instituciones que deberían proteger a los niños que se atreven a contar lo que hace su padre con ellos cuando se quedan a solas. Sucede en los juzgados, en las evaluaciones de los equipos psicosociales, en los Centros de Atención a la Infancia y en los Puntos de Encuentro Familiar, a los que criaturas y madres llegan siempre después de obtener informes de hospitales o centros de salud que acreditan la violencia sexual que los niños apenas balbucean o muestran en sus cuerpos. A veces denuncian de oficio lo profesionales implicados, como marca la ley en caso de tener conocimiento, etcétera, etcétera, y eso no cambia el resultado de lo que te quiero contar. La madre, cargando con la ofuscación y el desconcierto de sus hijos, cargando con su terror y su daño, espera que llegue para ellos alguna medida de protección.
Va a tener que insistir mucho en que sus hijos sean escuchados, y cuanto más insista en ello, peor se le va a poner el panorama.
A veces tendrá que escuchar: “mejor no denuncies”, “es peor para tus hijos”, “van a perder a su padre”... Nos sonreímos con tristeza cuando escuchamos algo así, porque es infinitamente más probable que terminen perdiendo a su madre en un arrancamiento.
La cosa va así: se denuncia en lo Penal, se realizan evaluaciones las pruebas recabadas no se dan por concluyentes y los casos se archivan
Digo que hay un “número indeterminado” de mujeres porque nadie nos está contando. Lo pedimos y reclamamos desde hace años, pero 1) todo sucede en los pasillos asépticos de los Juzgados y 2) no les interesa contarnos, encarar la enormidad de este problema que se trata como un asunto de “malas madres”. La cosa va así: se denuncia en lo Penal. Se realizan evaluaciones psicosociales, normalmente a la madre y los hijos. Las pruebas recabadas (verbalizaciones de los niños a veces de muy corta edad, entrevistas realizadas en entornos hostiles llevadas a cabo por profesionales sin preparación en la infancia, preguntas que incluyen la respuesta, manipulación de facto de los testimonios de los niños que tienen que hablar contra su figura paterna de protección...) no se dan por concluyentes y los casos se archivan.
¿Esto pasa todo el tiempo? La ONG Save The Children dice que un niño de cada cinco sufre violencia sexual paterna, y que solo llegan a denunciarse el 15% de los abusos sexuales en la infancia. De ese quince, se archiva sin juicio más de un 70% o de los casos que llegan a los juzgados. Solo uno de cada cuatro niños es escuchado en sede judicial, de la pequeña porción que logró encontrar a alguien que denunciara su caso.
El resto de madres y criaturas quedan... como estaban. Me detengo aquí un momento: han de seguir viviendo en la misma casa del padre al que han denunciado, o están divorciados y los niños deben cumplir el régimen de visitas estipulado, con visitas de fines de semana alternos y vacaciones. Ese niño o niña va cada quince días a esa casa, con el hombre que les ha agredido, y regresa pidiendo que le ayuden otra vez. Y esa madre vuelve a intentarlo. Y busca a profesionales que vean lo que ella ve, y prueba a denunciar de nuevo.
Es más o menos en estos momentos —puede ser un poco antes o un poco después— cuando es ella la que se convierte en foco de atención. Además, aquí sucede otro giro: los padres suelen solicitar, con el consejo de sus abogados, la modificación del régimen de custodia en el Juzgado de Familia, y estos juzgados van a actuar sin tener en cuenta lo que esté tramitándose en Penal, o precisamente teniéndolo en cuenta. Si la causa en Penal se ha archivado, dan por hecho que “se lo debe de estar inventando”.
Me va a quedar una carta muy larga. Ellas no se han inventado nada. Nadie tiene necesidad de inventarse que su hijo está siendo abusado. Pero, en este punto, todos los ojos se vuelven hacia ellas. Que está haciendo demasiadas denuncias. Que está llevando al niño demasiadas veces al pediatra o a Urgencias. Que está... probablemente histérica, resentida, vengativa... Ellas ven cómo, en las salas de juzgado y otras instancias, comienzan a deslizarse las sospechas sobre sus intenciones, sobre su probidad y motivos. Y son mucho más que sospechas: docenas de profesionales las señalan y culpabilizan. Ese relato, el de que la madre denuncia por algún tipo de ganancia secundaria, es bien aceptado y acogido en sede judicial. Esto es aplicación pura y cristalina del Síndrome de Alienación Parental, inventado en los años ochenta por un psiquiatra estadounidense, pedófilo confeso, que está profundamente desacreditado a nivel internacional pero juega un papel central en los procesos de violencia sexual paterna en este país, y en muchos otros.
Abusos a la infancia
Un estudio detalla cómo el sistema judicial castiga a las madres que denuncian abusos sexuales a sus hijos
A partir del momento en que se desliza el SAP en evaluaciones y sentencias, y lo hace abiertamente aunque no lo invoquen, ellas van a ver cada vez más complicado proteger a sus hijos, y las criaturas pasan a ser invisibles. Ponte en ese lugar, aunque cueste pensarlo: el juzgado Penal no ve delito en lo que los niños han contado o en los informes médicos probatorios, el Juzgado de Familia te obliga a seguir como estabas, dejando a tus hijos en casa de él cada quince días. Tú no puedes permitir que sigan siendo víctimas de violación, llamemos a las cosas por su nombre. Es mucho más sencillo pensar en una madre manipuladora que admitir que un padre viola a sus hijos.
Lo que decimos desde hace más de diez años es que no se sistematizan los datos. Pero los pocos que hay producen escalofríos: en el informe Violencia institucional contra las madres. Aplicación del falso síndrome de alienación parental se recoge un análisis sobre sentencias emitidas en el Estado español. Después de archivos y absoluciones, los periplos judiciales posteriores han dejado la custodia a los padres en el 78% de los casos (exclusiva o compartida); hasta el 65% de las madres han perdido la custodia en favor del padre; en un 10% de casos ella pierde incluso la patria potestad. Esto habla de la enorme impunidad con la que salen bendecidos los progenitores violentos.
Esto es el SAP en su aplicación plena: se culpa a las madres y se les aplica la “terapia de la amenaza”. Cuanto más insistan en protegerlos, más cerca están de perderlos. Si la madre quiere evitar mayores daños a niñas y niños, tiene que incumplir resoluciones judiciales; es denunciada por estos incumplimientos, una y otra vez; sufre juicios; se le arranca la custodia, se arranca a los niños de su madre a menudo con intervención policial y con violencia.
Intenta mirar al principio de todo esto. Esos niños dicen “tengo miedo”, “no quiero ir con él”, “me hace daño” y ven a sus familias desmoronarse desde que se atrevieron a hablar
Los niños, niñas y adolescentes son los que están siendo castigados. Intenta mirar al principio de todo esto. Esos niños dicen “tengo miedo”, “no quiero ir con él”, “me hace daño”, dicen y muestran cosas. Dicen o no dicen, su sufrimiento es visible y no se quiere atender. Los niños son los que aquí están viendo cómo, esperando una legítima protección de los adultos en los que han confiado, sufren consecuencias desastrosas y ven a sus familias desmoronarse desde que se atrevieron a hablar.
“Pero es que están impidiendo el contacto...”: ¿Quién va a escuchar a esos niños, una vez que los obligan a vivir sin su figura de protección y en casa del hombre que les ha hecho daño? “Pero es que son inocentes...”: la justicia los absuelve por no poder determinar el delito, por encontrar insuficientes las palabras torpes de un niño de corta edad, por el sesgo exculpador de la figura del padre... Este es el meollo del asunto, que no se escucha a los niños y niñas, en primer lugar. Nada corre en favor de la protección de los niñas y niños, y todo corre en contra de las madres que les creen.
Pero ellos crecen. Y se hacen mayores. Y recuerdan. Y atan cabos. Y algunos están clamando que se les escuche ahora. Esa campaña que se lanza en el marco del III Encuentro sobre Violencia Vicaria y Violencia de Género Institucional atina, por eso. Personas reales, supervivientes de violencia sexual y de padres violentos contra sus madres, les dicen a los jueces y agentes judiciales que aún no han tomado nota de su sufrimiento. Que aún no les han escuchado de verdad.
Teatro
Teatro Cabeza, corazón y vientre para contar la historia de las madres protectoras
Aunque cueste tomar la dimensión de todo este asunto, a día de hoy el Estado español ha recibido hasta cinco comunicaciones de las relatorías especiales de la ONU en las que exige explicaciones sobre la aplicación del falso SAP en el sistema judicial sobre las madres y sus hijos, incluyendo en ellas a la Relatora sobre la salud mental y física y a la Relatora sobre la tortura, porque en esta violencia institucional contra madres y niños se está ejerciendo tortura. Se están dando pasos en la dirección correcta, hay cierta disposición institucional para enfrentar el problema... La pregunta que nos hacemos muchas es hasta cuándo se va a consentir este despropósito: una justicia que exonera a los padres, hace caso omiso del dolor y el terror de las niñas, niños y adolescentes, y castiga a las madres.
Espero que no te encuentres nunca en esta situación, que ninguna mujer o criatura que te importe se encuentre nunca en esta situación.
Pero mira a tu alrededor, porque es posible que alguna de tus conocidas esté a punto de vivir algo como esto. Y no sepa a quién acudir, a quién contárselo, dónde encontrar apoyos. Algunas, muchas de estas madres, no encontraron alianzas para luchar en solitario. Lo primero será escucharlas. Pero sobre todo escuchar a las niñas, niños y adolescentes que claman ayuda. Solo eso te pido.