Literatura
Rosario Villajos: “La rabia es un arma muy poderosa para escribir y espero no perderla nunca”

Una adolescente que hace autostop en los años 90 es la protagonista de ‘La educación física’, pero también una imagen que conecta con el relato de terror sexual de una generación de mujeres. De ahí parte la novela de esta escritora obsesiva que reivindica los márgenes.
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La escritora en las escaleras de la librería La Mistral, en Madrid. David F. Sabadell

Una adolescente que hace autostop en los años 90 es la protagonista de La educación física (Seix Barral, 2023), pero también una imagen que conecta con el relato de terror sexual de una generación de mujeres. De ahí parte la novela de Rosario Villajos (Córdoba, 1978), Premio Biblioteca Breve en 2023, que en marzo se publicará en Italia. Estudió Bellas Artes, empezó a escribir cuando, tras siete años en Londres, se apuntó a su regreso a un taller de escritura creativa y dice que, si ha publicado tres novelas en apenas cuatro años —Ramona (Mr. Griffin) en 2019, La muela (Aristas Martínez) en 2020y La educación física— es por ser una persona obsesiva. “Cuando me da por escribir, no paro y tiene que venir mi pareja a preguntarme que si me he duchado o he comido”.

Reivindica los márgenes —los de Córdoba y los de Madrid— porque “lo que se ve en el centro está más prefabricado” y porque ser de los márgenes te pone los pies en la tierra, dice. Al centro de Madrid viene en Cercanías y después de hablar de etiquetas editoriales, booms y mujeres que escriben aprovecha para dar un paseo por la zona noble, la que pertenece a otros. 

La protagonista de La educación física hace autostop. ¿Qué significaba para las chicas hacer autostop en los 90?
Un suicidio. Era un “te lo están buscando”. Yo he hecho autostop, no en los 90, un poco más tarde, pero todavía siendo adolescente, porque somos adolescentes hasta los 25, ¿verdad? Lo he hecho sin pensarlo, aunque yo volvía de pasármelo bien en una fiesta y a Catalina la he puesto en un aprieto diferente. Porque siempre nos están diciendo que si dónde estabas, que cómo ibas vestida... pues ella estaba supuestamente en un sitio protegida, que es con su amiga y los padres de su amiga. Y fíjate qué cerca estaba el peligro. Quería poner una protagonista que no estuviera haciendo nada malo, y que aun así para ella eso fuera su deporte de riesgo. Ella dice: “Me pongo en peligro porque después de lo que me acaba de pasar, no creo que haya nada peor”.

Para toda una generación, hacer autostop conecta directamente con el crimen de Alcásser, que analiza muy bien Nerea Barjola en Microfísica sexista del poder.
Cuando yo llevaba el primer borrador hecho, me daba como vergüenza que alguien lo leyera porque no tenía ganas de que nadie me dijera que era una locura escribir esto. Pero es que habíamos escondido bajo la alfombra un montón de recuerdos y de sensaciones que tuvimos de adolescentes. Cuando le conté a una amiga de qué estaba escribiendo, me habló del libro de Nerea Barjola. Yo había estado siete años fuera y me había perdido un montón de novedades en la literatura española. Me lo pasó, lo leí y ahí es cuando ya me atreví a presentarlo al Biblioteca Breve, porque pensé que no estaba haciendo ninguna locura. Porque mientras lo escribía me sentía exagerada.

¿Y no lo eras?
No, me he quedado corta al final.

Se habla mucho de escribir del cuerpo. ¿Tu libro es escritura del cuerpo? ¿Por qué?
Sí lo es, porque es el cuerpo el que narra la historia de Catalina. Es el cuerpo el que narra mi cuerpo. Tu cuerpo sabe más que tú. El cuerpo de Catalina sabe más que ella. Por eso se marca esos discursos metafísicos que se marca y por eso el cuerpo intenta decirle lo que tiene que hacer. Lo que pasa es que Catalina está muy desconectada de ese cuerpo, entonces no sabe ni quién es, ni lo que siente. Creo que eso nos pasa todavía. A mí me interesa muchísimo la prehistoria, cómo eran los primeros homínidos... esas personas estaban superconectadas con su cuerpo y nosotras, nada. Hasta el punto de que yo he pasado por una terapia durante dos años en relación con el cuerpo, que es de donde ha salido un poco toda esta escritura. Yo me siento bastante mejor ahora en ese sentido. También creo que hay cuerpo porque este libro lo he sudado. Igual que con el de La muela me he reído un montón escribiéndolo, he tenido sensaciones físicas... Pues este lo he sudado.

Quería conectarme con el cuerpo femenino, dejar constancia de todo lo que hemos pasado nosotras, nuestras madres, nuestras abuelas y cómo a pesar de todo eso estamos aquí

¿Qué educación física recibe la protagonista?
Una muy específica en la que ella tiene que asumir un rol que es muy distinto al de los chavales. Enseguida se da cuenta que las niñas carecen de infancia, tienen que estar preparadas para lo peor todo el rato. Quería conectarme con el cuerpo femenino en ese sentido, dejar constancia de todo lo que hemos pasado nosotras, nuestras madres, nuestras abuelas y cómo a pesar de todo eso estamos aquí.

¿Qué es lo que hemos pasado?
Pues humillaciones varias. No tener las mismas posibilidades para hacer cualquier cosa que ellos. Tener que oír comentarios constantemente sobre el cuerpo, no solo que nos lo hicieran los chicos y los hombres adultos, sino la madre, las abuelas. Porque la misoginia está incorporada en las cabezas de todos los géneros. Hemos pasado mucho y hemos llegado hasta aquí. Yo pienso a veces pienso: ¿Sería astronauta si no hubiera recibido ese tipo de comentarios sobre mi cuerpo, si no hubiera tenido que estar tan pendiente de mi cuerpo, de que me pusieran la mano encima en tal sitio, si no hubiera tenido un jefe asqueroso por el que hubiera tenido que irme antes a mi casa aunque no me apeteciera porque no quería bailar con el?

La tuya es una escritura desde la rabia.
Creo que la rabia, el cabreo y el rencor es un arma muy poderosa para escribir y yo espero no perderla nunca. Antes quería escribir sin rabia, pero ahora tengo asumido que el mundo sigue siendo bastante asqueroso y que hay muchas cosas por las que seguir sintiendo mucha rabia. La muela es un agujero negro, con mucho humor también, pero es terrible. Y los libros con los que yo más disfruto, como los de Ottessa Moshfegh, por ejemplo, son muy, muy oscuros. Dan cuenta del mundo en el que vivimos. Hay muchas cosas por las que estar muy cabreada.

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Cuando se habla de escribir del cuerpo, al final se acaba escribiendo de los traumas sobre el cuerpo. Sin embargo, hay otro tema latente cuando habla de cuerpo, que es el deseo. ¿El deseo está presente en la educación física?
Es curioso que me lo preguntes porque en aquellos tiempos no, pero hoy día se diría que Catalina podría ser incluso una niña Asperger. No sabe qué le gusta, no siente deseo. Creo que que hay deseo, pero que ella no sabe. Hay un momento en el que pongo como ejemplo de lo que le ha producido deseo el acariciarle la cabeza un pájaro. Su deseo está por explorar, y cada persona tendrá cosas que le que le provoque un placer de una manera muy distinta a otra.

¿De dónde surge? ¿Por qué empezaste a escribirlo?
Fue por accidente. Acababa de publicar La muela y me puse a escribir una historia que no tenía nada que ver con esto, que era de una madre y su hija. Y a la vez como estaba con la terapia esta que empecé durante la pandemia, así como un ejercicio terapéutico dije: voy a escribir un diario adolescente. Este diario tiene que ver con el fondo de la novela, no es la trama de la novela. Pero sí que me di cuenta con los recuerdos del autobús, de cómo te llegaban los mensajes del profesor asqueroso de Educación Física... de que tenía un material literario importante. Y ahí es cuando empecé a sentir que no quería que nadie leyera esto porque pensaba que estaba siendo muy exagerada. Pero recuerdo decirle a una amiga: “Necesito dejar esto por escrito; esto pasó, esto no me lo he inventado, no no es una locura”. Lo que es una locura colectiva el que un hombre te haya puesto la mano encima en el autobús o te haya tocado el culo y que eso sea normal. Porque a una niña de diez años nadie debería ponerle la mano encima.

No creo en la autoficción, ni creo en la ficción tampoco, ni creo en las memorias. Hasta cuando dice alguien esto es mi memoria, es mentira. La memoria es mentirosa

Hay un concepto que yo creo que está muy manoseado, que es el de autoficción, y que además se utiliza a veces para denostar ciertas escrituras de mujeres. Poniendo esto en la mesa para decirte que entiendo esa connotación de la autoficción. ¿Crees que tu libro es un libro de autoficción?
No creo en la autoficción, ni creo en la ficción tampoco, ni creo en las memorias. Hasta cuando dice alguien esto es mi memoria, es mentira. La memoria es mentirosa.

Pero eso es como decir que todo es autoficción...
Todo es autoficción y todo es ficción, las dos cosas. O sea, incluso alguien que te va a contar una historia sobre el Holocausto y nunca ha estado allí, va a partir de una sensación verdadera. Cuando he dado alguna ponencia, algún taller sobre esto, porque es verdad que me invitan a hablar de autoficción bastante, a pesar de que yo no creo en nada de eso, siempre pongo de ejemplo a Billie Holiday. Ella es la representante absoluta del tema Strange fruit, que es una canción que es Patrimonio Nacional de los Estados Unidos. Ella no escribió esa canción, no compuso esa canción, pero cantada por ella es Patrimonio Nacional y es porque ella se lo llevó a su terreno, a sus sensaciones cuando la está cantando, porque sabe de lo que está hablando. Sabe de los esclavos colgando de los árboles. Entonces creo que. Creo que lo importante para hacer buena autoficción o buena ficción, llevarte cualquier tema a tu propio terreno, a tus propias sensaciones, si quieres contar algo con honestidad.

¿Creer en la autoficción es un acto de fe?
Es que la escritura es un acto de fe, también la literatura. Tú cuando lees cualquier cosa decides creerte lo que vas a leer para pasarlo bien, o para pasarlo mal, para sentir algo.

Presentaste esta novela al premio Biblioteca Breve pero hablas de La educación física como si no creyeras al principio mucho en el libro.
Para escribir una tiene que saber lo que está escribiendo y creer. Y, sí, yo creo en él, yo escribo lo que quiero yo leer. Lo que no sabía es si a alguien le iba a interesar. Pero uno tiene que escribir lo que lo que siente que tiene que escribir. En cuanto te pones a escribir para los demás, ahí viene ya lo que viene siendo un trabajo. Yo por eso no quiero dejar mi trabajo de cada día por la escritura, porque tengo mucho miedo de ponerme a escribir cosas que no me interesan nada. Pero que te den un premio no es indicativo de nada. Para mí el premio era publicar ahí.

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¿A quién crees que le interesa La educación física?
A quién le interesa no lo sé. Pero a quién me gustaría que le interesara sería a los hombres. Hay un montón de mujeres diciendo a otras mujeres: te lo tienes que leer. Y yo digo: ¿Por qué a vosotras? A vosotras no os estoy contando nada nuevo. Lo único que estoy haciendo es escarbar en vuestros sentimientos, remover o haceros pasar un mal rato. A mí me gustaría decir de este libro que es el libro sobre las mujeres que todos los hombres deberían leer.

¿Eso es lo que pondrías en la faja del libro?
Sí: “El libro sobre las mujeres que los hombres deberían”. Porque ellos se han salvado de todo esto.

¿De qué tienen que hacerse cargo?
De cómo fue nuestra adolescencia, de cómo es nuestra adolescencia. Alguien se lo tenía que decir. El feedback masculino que me ha llegado ha sido de hombres que dicen que han aprendido de este libro, que no sabían que nosotras volvíamos a casa con las llaves en la mano. Que no tenían ni idea, por ejemplo, de que una niña pequeña tuviera que sufrir a un tío. Pensaban que eso era como dos o tres degenerados y no: era una cosa totalmente normalizada que un tío te tocara en un autobús. Y me temo que a las adolescentes de hoy también les pasa, porque me ha llegado feedback de chicas que aún son adolescentes o que acaban de abandonar la adolescencia y me han dicho que se han sentido acompañadas por el libro.

¿Qué tiene en común la educación física con tu obra anterior?
Que son historias de mujeres contadas por mujeres. Lo voy a decir: tengo la sensación de que estoy escribiendo una y otra vez la misma historia. Que es la precariedad mental a la que nos exponemos nosotras. Porque no es solo que estemos pendientes de tener un trabajo o de tener hijos, sino de muchísimas cosas más.

Estudiaste Bellas Artes. ¿En qué momento entra en tu vida la escritura?
Supertarde. En Bellas Artes siempre cogía asignaturas relacionadas con la escritura o con la crítica de arte. Luego hice un máster de curaduría y había que escribir muchísimo. Había escrito algún poema malísimo en 2003, malísimo, poemas terribles, que tenían mucha relación con la escritura de canciones, porque yo me dedicaba a la música. Empecé a escribir cuando regresé a España después de siete años en Londres y me apunté a un taller de escritura para recuperar el español, porque allí me obsesioné con aprender inglés, como modo de supervivencia, por la precariedad. Cuando vuelvo, empiezo a leer novedades y empiezo a leer a mujeres, muchas más jóvenes que yo, y me gusta tanto que empiezan a darme ganas de escribir. Entonces hice un perfil falso en Facebook que se llamaba Ramona Eucelae y empecé a colgar barbaridades... Y Ramona empezó a causar sensación. Junté todo eso y lo presenté a un par de editoriales, así publiqué Ramona, mi primer libro, en 2019. Ahora lo miro con cariño, pero digo... ¡madre mía! Aunque también echo de menos escribir con ese arrojo.

No es que haya más mujeres escribiendo, es que de repente el marketing se ha dado cuenta de que es un filón, porque los hombres ya nos lo han contado todo

Decías que al volver de Londres viste las librerías llenas de novedades escritas por mujeres. ¿Hay un boom de mujeres escritoras? ¿Por qué hay esa potencia ahora mismo? 

No hay boom, hay marketing. Siempre ha habido mujeres escribiendo. Yo escribía relatos en 2008, que mandaba a concursos, y nadie me contestaba: la temática era exactamente la misma que la de ahora pero no le interesaba a nadie. Simplemente ahora estoy en el lugar adecuado, en el momento adecuado. Pero no es que haya más mujeres escribiendo, es que de repente el marketing se ha dado cuenta de que es un filón, porque los hombres ya nos lo han contado todo y no sabemos nada de ellas.

S tú miras las cifras, al final siguen publicándose más hombres. Y yo creo que la razón que hay detrás son los cuidados. Yo lo que veo en los talleres de escritura a los que yo iba es que éramos ocho mujeres y uno o dos hombres, y ellos terminaban las tareas y ellas no, porque tenían que cuidar de su madre o de sus hijos, o tenían que hacer nosequé y nosecuánto. Yo tengo mucha suerte: tengo una persona que me cuida mogollón, no tengo hijos, trabajo cuatro días en semana. Tengo mucha menos precariedad mental que cuando vivía en Londres.

¿Cuánto tiene que el feminismo con este interés por las mujeres escritoras? ¿Crees que el feminismo ha impulsado que se esté leyendo a un montón autoras y también ciertas temáticas como violencia sexual, cuerpo o deseo? 
Sí. Además, quienes consumen cultura son mujeres. Que es verdad que luego dicen quiénes hacen las críticas o quiénes ocupan la Real Academia son en su mayoría hombres. Pero quienes compran libros son mujeres, quienes van a los talleres de escritura son mujeres, quienes quieren aprender son mujeres.

Estamos en una librería. Si hubieras venido a comprar libros y no a hacer esta entrevista, ¿qué te llevarías?
¡Pues es que me lo han mandado casi todos! Tengo esperándome en casa Mala estrella, de Julia Viejo. Estoy leyendo en digital, que me odio a mí misma, Tengo miedo, torero, de Pedro Lemebel. Y Seix Barral se ha enterado que estoy interesada en Manuel Puig, y me lo ha mandado todo. Sí que me quiero pillar un cómic, La espera, de Reservoir Books. 

¿Con qué andas?
Pues acabo de mandar un relato a la revista Turia que espero que salga pronto. Y llevo unos días mandándome audios a mí misma con una idea que me ronda, simplemente tomando nota. Yo digo que hay un año de recolecta y otro de siembra. A lo mejor este toca barbecho.

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