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Literatura
El regreso de una literatura de clase trabajadora que se resiste a llamarse así
Cuando Alberto Prunetti estaba escribiendo su novela Amianto a ninguna editorial le interesaba. Basada en la vida de su padre, cuenta la historia de un soldador industrial del norte de Italia que tiene que jubilarse a los 57 por culpa de un cáncer de pulmón causado por… bueno, se lo pueden imaginar. Finalmente logró publicarla en 2012 (a España no llegaría hasta 2020) y la crítica de su país la considera hoy en día una de las obras literarias más importantes en italiano de lo que llevamos de siglo XXI. La interpretación del autor es que “en diez años la situación ha cambiado y hoy podemos hablar de una literatura obrera en Italia”.
Prunetti, que domina el castellano, responde a las preguntas de El Salto vía correo electrónico para valorar que “el mérito no es tanto mío como de aquellos trabajadores que se declararon en huelga, alimentaron protestas y conflictos sociales y han ayudado a reconstruir un imaginario de clase obrera”. Y pone un ejemplo: el caso de GKN Florencia, una fábrica de ejes de transmisión para la industria automovilística ocupada por antiguos empleados para impedir un despido colectivo en 2021, en la que ya es la acción de este tipo más duradera de la historia de Italia. En abril de este año, el propio Alberto Prunetti participó en el I Festival de Literatura Obrera de la fábrica ocupada.
Pero, ¿todavía existe la literatura de clase obrera? ¿Está regresando? ¿En realidad nunca se fue? En los últimos años en España hemos visto un repunte innegable de lo que podría llamarse “literatura de la precariedad”, nacida de la anterior crisis y a caballo entre la autobiografía y la novela realista. La actual oleada, además, está protagonizada en su mayoría por autoras de enfoque feminista y/o LGTBI, con ejemplos recientes que no siempre son identificados por ese análisis de clase como Verano sin vacaciones. Las hijas de la Costa del Sol (Piedra Papel Libros, 2023), de Ana Geranios; La mala costumbre (Seix Barral, 2023), de Alana S. Portero; Panza de burro (Barrett, 2020), de Andrea Abreu; Carcoma (Amor de Madre, 2021), de Layla Martínez, o El power ranger rosa (Niños Gratis, 2020), de Christo Casas.
“Sentía que no mucha gente escribía desde mi perspectiva y me impulsaba una especie de responsabilidad por narrar la desigualdad desde dentro”, dice Laura Carneros
Una de esas autoras es la periodista malagueña Laura Carneros, que en 2022 publicó en Caballo de Troya Proletaria consentida, una crónica de la vida precaria de la niñez de barrio andaluz que se convierte en vida precaria de adulta titulada universitaria, en formato diario. “Nació de la necesidad de poner por escrito mis experiencias. Sentía que no mucha gente escribía desde mi perspectiva y me impulsaba una especie de responsabilidad por narrar la desigualdad desde dentro. Es contradictorio, porque por un lado sentía que contar todo esto era necesario, pero por otro pensaba que no iba a interesar lo más mínimo”, reconoce.
En su caso, percibe el encuentro entre la evidente precariedad de varias generaciones con formación académica y la democratización del acceso a la cultura y la autoría gracias a las nuevas tecnologías. “La combinación de esos dos factores hace que haya más textos y miradas que surgen de lugares que antes eran mucho más estancos”. Para las autoras de su perfil —origen familiar obrero, acceso a la universidad y precariedad— cree que se debe a que “nos tragamos lo de la cultura del esfuerzo y solo nos queda el derecho a la pataleta”.
“Prefiero usar el término literatura de la clase trabajadora para las historias de la clase trabajadora escritas por personas de la clase trabajadora y para la clase trabajadora”, afirma Alberto Prunetti
Carneros no ha llamado en ningún momento a su novela literatura de clase obrera, aunque “no me importa que se defina como tal, y si me paro a pensarlo hasta me da cierto orgullo que se vea así”. Prunetti, por su parte, acota el término: “Prefiero usar el término literatura de la clase trabajadora para las historias de la clase trabajadora escritas por personas de la clase trabajadora y para la clase trabajadora. A menudo tenemos historias sobre los pobres escritas por personas ricas de clase media. Por esta razón, como personas de clase trabajadora que escribimos libros, todavía tenemos espacio para mejorar la situación”.
Trabajadores que escriben, trabajadores que leen
Mercedes Comellas, profesora de Literatura de la Universidad de Sevilla, entiende que literatura de clase obrera o “proletaria” son términos que “ya no se acomodan a la actualidad”. “Ya no existe una literatura proletaria como la del siglo XIX, destinada a una clase social específica llamada proletariado. Para que existiese hoy en día habría que ver a qué nos referimos exactamente con clase obrera y entonces analizar los destinatarios de lo que se publica”, explica. En ese sentido apunta que cuando se habla de esa aspiración de literatura obrera “se está entendiendo una literatura popular, que use los recursos de la novela comercial, pero tenga una ideología de izquierdas, como fue parte del folletín en el siglo XIX también”.
Así, por ejemplo, señala casos como el de En la orilla (Anagrama, 2013), de Rafael Chirbes: “Es una novela muy militante de ideas de izquierdas, pero que jamás leería, por ejemplo, una persona con una vida como la de la cuidadora que aparece en el libro”. Lo mismo vale para novelas como Lectura fácil, de Cristina Morales, o la obra de Belén Gopegui, colaboradora de El Salto, o Isaac Rosa. “Hablan de las dificultades de la vida en la sociedad neoliberal, pero las personas que ejercen esa opresión sobre otros son igualmente protagonistas, ¿encaja eso en el ideal de literatura obrera?”, se pregunta Comellas.
“La clase del emisor y del receptor en el fondo son cosas cambiantes, una persona de clase humilde puede iniciarse en la lectura con literatura popular y evolucionar a otra cosa”, advierte Mercedes Comellas
“De todas formas, es difícil establecer barreras fijas que separan un campo de otro, son líneas de separación absolutamente falsas que sirven para organizar pero son mentira. La clase del emisor y del receptor en el fondo son cosas cambiantes, una persona de clase humilde puede iniciarse en la lectura con literatura popular y evolucionar a otra cosa”, advierte Comellas.
“¿Qué significa que un autor sea de clase obrera, solo vale con que tenga ese origen, aunque no escriba sobre ello? ¿Que elija definirse como tal?”, se preguntan los miembros del colectivo Working Class History desde Gran Bretaña y vía videollamada, en una mezcla de inglés, italiano y español. “En Reino Unido tenemos el caso de George Lamming, un autor originario de Barbados que en los años 50 escribió sobre la experiencia de ser de clase obrera y racializado en el Londres de la época. Luego pasó 30 años viviendo como profesor universitario y escritor de éxito, pero escribiendo sobre lo mismo. ¿Seguía siendo clase obrera? O Toni Morrison, la tenemos por una autora poscolonial que analiza la experiencia negra y feminista en Estados Unidos, ¿por qué nunca decimos que escribe sobre ser clase trabajadora? Es evidente que ella lo relaciona todo en su obra, pero se obvia al analizarlo. ¿Es porque fue a la Universidad? Zadie Smith también fue a Cambridge y en su novela NW London, de 2012, describe perfectamente la experiencia de la clase obrera del momento en esa zona de Londres y cómo se buscan resolver problemas y contradicciones en un mundo sin acción colectiva”.
Working Class History es un colectivo británico de historiadores, escritores y activistas dedicado a la recuperación de la memoria de la clase trabajadora. Desde su web, sus redes sociales o sus podcast temáticos tratan temas tan diversos como el papel de las organizaciones obreras en las dos guerras mundiales o los productos culturales por y para los trabajadores en sus diversas oleadas (en Reino Unido: años 30 y 50 del siglo XX y años 10 del actual XXI). Destacan especialmente a Zadie Smith, autora londinense y racializada, originaria del citado North West London que da título a su novela, y que ha tratado las opresiones superpuestas de raza, clase y género en la universidad en obras como Sobre la belleza (Salamandra, 2006).
“La literatura de clase trabajadora actual tiene como denominador… que el trabajo no es tan definitorio de si eres clase obrera o no”, comentan desde el colectivo Working Class History
“La literatura de clase trabajadora actual tiene como denominador… que el trabajo no es tan definitorio de si eres clase obrera o no”, comentan desde WCH. Les parece adecuado conectar esa idea con las ‘novelas de la precariedad’ del sur de Europa, aparentemente alejadas del obrerismo aparentemente más clásico. “En Reino Unido ahora la idea de clase obrera se asocia al barrio en que vives o la cultura popular que consumes. Lo interesante es cómo en la conversación hay muchas definiciones de ser clase trabajadora y la literatura sabe hacerlas confluir”.
Francisco Álvarez, escritor gijonés, traductor de las novelas de Prunetti al castellano y que publica en la misma editorial que él, Hoja de Lata, se ha apuntado más al relato corto o cuento sobre ese obrerismo clásico, con el mundo minero como escenario o referente, especialmente en su libro Cabeza alta, que juega con la idea del orgullo trabajador como eje temático. “En España este género, si lo podemos llamar así, tiene mucha potencialidad pero poco desarrollo aún en comparación con la literatura italiana, francesa o británica. En ensayo tenemos un corpus de publicaciones considerable, pero en narrativa sigue habiendo aún mucho carbón que picar, como diríamos en términos mineros”.
“La literatura, cierta literatura al menos, debe ejercer un poder igualitario e igualatorio entre los seres humanos”, considera Francisco Álvarez
Es un género, el de la literatura, que han trabajado otras autoras asturianas, como la langreana Aitana Castaño, con su “trilogía del carbón” (Los niños de humo, Carboneras y Rastros de ceniza). Para Álvarez, “la literatura, cierta literatura al menos, debe ejercer un poder igualitario e igualatorio entre los seres humanos. Yo milito en ella porque soy un orgulloso hijo de la clase trabajadora: mi padre era azulejista, un obrero de la construcción, y si pude ir a Madrid para estudiar Periodismo en la Complutense fue gracias a los sacrificios que él hizo y a una política de becas que conquistamos en las calles las hijas e hijos de la clase trabajadora en los años 80. Eso es algo que siempre tengo presente a la hora de escribir. Soy lo que soy, como periodista y como escritor, gracias a esa herencia de vida y de lucha, que vienen a ser lo mismo”.
Este obrerismo clásico y con memoria histórica no es incompatible con la interseccionalidad de la nueva generación de autoras españolas y que, de nuevo, el propio Prunetti defiende en la editorial italiana Alegre, una de las pocas en Europa con una colección específica de literatura obrera. “En mis libros parto de mí mismo, una persona de clase trabajadora que también es un hombre, masculino y blanco. Hay otras formas de subordinación que están entrelazadas con la de clase y no las puedo explorar desde mi masculinidad blanca. Así que busqué historias escritas por mujeres personas LGBTQ de clase trabajadora. Ahora nuestro objetivo es encontrar una gran historia que entrelace la clase y la raza escrita en italiano”.
Desde WCH destacan autores de la década de los 2000 que conectan ese obrerismo sindicalista clásico del siglo XX con las actuales luchas a través del ahora reivindicado movimiento antiglobalización, como Anthony Cartwright y su How I kill Margaret Thatcher o D.D. Johnston en Paz, amor y cócteles molotov (Hoja de Lata, 2014). Por otro lado, señalan que “estamos hablando de que la clase social ha vuelto, pero como elemento de vertebración política no existe, es más identitario. Ha vuelto antes a la literatura o a los memes de internet que a la política”.
Cuando preguntamos a Laura Carneros por la posible traducción política de su novela, reflexiona así: “Creo que el humor es la única manera de intentar colar la píldora con azúcar, como hacían Billy Wilder o Chaplin. Pero me conformaría con dar un poco de consuelo”.