We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Opinión
Sonará tu nombre cuando nazca el mío

Desde que puedo recordar, me ha costado lidiar con grandes conceptos contenidos en pequeñas palabras. El amor no es la excepción. Había entendido el amor como algo extraño y foráneo, algo que probablemente no sería una experiencia natural que me tocaría vivir, como veía suceder a mi alrededor.
En realidad, he percibido mucho más el amor desde sus malestares como sistema, desde sus fallas, desde su incompetencia. Siempre desde un lente cis, heterosexual y binario, con una narrativa encogida y un mapa de posibilidad del cuerpo y del deseo paranoico, como un mapa delimitado es paranoico de sus destinos desconocidos.
No fue hasta que empecé a habitar mi propio cuerpo y mi propia vida que entendí que los matices existen, que los grandes conceptos se tuercen, que el centro no se sostiene. Y que yo podía contar mi historia desde mi propio centro: uno que no hace más que reencontrarse en la elasticidad de sus formas frente a la norma, la elasticidad de su nombre, de su cuerpo, de cómo se orienta, cómo se expresa, cómo habita el mundo que es suyo al ser del mundo suyo, el mundo.
Una de mis partes favoritas en Los Argonautas es cuando Maggie Nelson explica el título del libro. Ella cita a Roland Barthes, quien escribió que el sujeto que dice “te quiero” es semejante al argonauta que renueva su nave durante su viaje sin cambiarle el nombre. La nave, llamada “Argo”, llegará a reemplazar cada una de sus partes durante su viaje: un objeto sin ninguna otra causa que su nombre. ¿Qué es decir “te quiero” sino un conjunto que nunca podrá referirse a lo mismo, sin ninguna otra causa que su nombre? Siempre tendrá una nueva inflexión, un nuevo significado.
Quizás esa sea la forma más romántica de entender el amor: como objeto mutable, nunca delineado entre límites, nunca absoluto
Quizás esa sea la forma más romántica de entender el amor: como objeto mutable, nunca delineado entre límites, nunca absoluto. Lidiar con formas sin límites muchas veces nos lleva a encerrarlas en ellos por miedo a que se nos escapen, a que se desprendan de nuestro control, y terminamos llamando a esas cosas que por miedo delimitamos por los nombres que nos definen.
Pero no para vos ni para mí, que encontramos nuevos nombres. No tuve ningún reparo en decirte que te quería al poco tiempo de conocerte. Nunca vi la posibilidad de quererte como un juego con sus respectivas reglas prescritas, ni como una fantasía, a pesar de lo fantasiosa que puedo ser, ni como una prueba o un ensayo de alguna otra cosa, ni como algo que tuviera que empezar para llegar a ser. No me hacía falta entender que te quería para sentir que te quería, y que la forma en que te quería era nada más y nada menos que la de dos cuerpos a los que la vida les había puesto muy difícil encontrarse, tocarse y quererse, imaginarse. Por eso lloré aquella vez en mi cama cuando te tuve al lado, en carne y hueso, y me di cuenta de que, a pesar de todos los esfuerzos, ahí estábamos: la una junto a la otra.
Entendí que el amor travesti podría ser algo que nunca habíamos conocido ni nos habían contado, y que seguramente iba a ser como esa frase que se renueva con cada uso, que deviene y se transforma cada vez en otra cosa
Ahí estábamos, como dos cuerpos, dos naves, dos Argos, dispuestas a cambiar todas sus partes sin miedo, sin miedo a verse tocadas por sí mismas y por la otra. Sin miedo a verte cambiar y verme reflejada en el cambio, y encontrar precisamente ese nuevo amor con cada sigiloso cambio, a verte y volverme a enamorar de lo que ya conozco y de lo que aún no, y comprender el gran amor que significa el tiempo. Sin miedo a parecernos la una a la otra cada vez más, alimentando esa obsesión romántica que tengo con las mellizas, posiblemente porque representan ese afán erótico de borrar los límites.
Porque con vos comprendí que, para entender nuestro vínculo, habría que despojarse de los límites y aceptar que has sido y eres mi amiga, mi madre, mi hermana, mi amante. Entender que el amor travesti podría ser algo que nunca habíamos conocido ni nos habían contado, y que seguramente iba a ser como esa frase que se renueva con cada uso, que deviene y se transforma cada vez en otra cosa, y que deja la lista abierta. Una lista paciente, con la virtud de una esperanza despreocupada que llama a todo lo que le atraviesa un aprender a notar, un regocijarse en el placer de no saber, un mantener el deseo amorfo, un enredo de por vida.
Madrid
Deporte Un espacio seguro para las personas trans en el deporte: “Estoy disfrutando por primera vez en mi vida”
Es en estos días que saldré del clóset con mi jefe y mis compañeras de trabajo como persona trans no binaria. No estoy nerviosa. En este pequeño intervalo donde, por alguna razón, las cosas son así, siento mi perineo. Allí todos mis nervios. Ayer follamos. Llevo cuatro meses en estrógeno, tú muchos más. Me siento unida a ti en nuestro encuentro, en ese momento que perdura y nunca culmina. Si somos dos trannies, ¿qué ha de esperarse más que esa elongación del orgasmo pre-orgásmico, ese momento de apego infinito en un momento, sin inicio ni fin, sintiéndote?
Me excita reconfigurar mi cuerpo y mis deseos. Me excita pensar en sentir aquello que aún no siento, en no saber aquello que creía conocer, en encontrar una ruta alterna en ese mapa que me dijeron que era el mío
Sé que nuestra relación se va transformando como te vas transformando tú y como me transformo yo. Esa transformación del amor es la verdadera historia de amor, porque te veo y me siento infinita dentro de un cuerpo, de la misma forma en que yo te veo a ti. Me excita reconfigurar mi cuerpo y mis deseos. Me excita pensar en sentir aquello que aún no siento, en no saber aquello que creía conocer, en encontrar una ruta alterna en ese mapa que me dijeron que era el mío. Porque a tu lado ya pude descubrir que había otros mapas, que yo podía dibujarme el mío propio a partir del asombro, la ilusión, la magia, la intuición, a partir del vivir, del experimentar, del tocar. Que, a partir de todo esto, el mundo que tengo enfrente también cambiaría, como si bajara todo de una nube insolente a dejar que la percepción de las cosas se moldeara a las cosas cambiadas, sin saber ni cómo ni cuándo la percepción admite tanta facultad al objeto mismo, que se relame en su suerte. Hoy no me siento Andrea desde la nube que baja. Soy Andrea.
Creo que no hay nada más valiente y, por ende romántico en el amor —como en la vida con la muerte— que considerar su final. Porque todo lo que no es inerte transmuta tanto hasta dejar de ser una esencia perceptible dentro de cierto reino. Si la materia de nuestro vínculo o nuestra materia misma llegara a esta transmutación final llamada fin, como ya te lo dije una vez, siempre estarás vos, siempre estará tu nombre, inalterado y eterno: Sonora.