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Literatura
Gloria Fortún: “La literatura es el único territorio de libertad completa”
De adolescente escribía cartas a Carmen Martín Gaite o a Esther Tusquets, de joven empezó su historia de amor con la literatura anglosajona en sus veranos en Estados Unidos y de adulta le dio a su hija el nombre de una de las novelas que menciona como su mayor referente. Gloria Fortún (Madrid, 1977) es escritora y traductora, dos items de su curriculum a los que ella siempre añade “y fundadora de la comunidad de escritoras peligrosas”, un grupo de mujeres que escriben en el taller que fundó hace cuatro años.
Sabe que a su escritura le preceden siempre varias etiquetas —la primera, lésbica; la segunda, feminista— y no le importa, aunque ella reinvindica otra: la de escritura del deseo, que es, dice, el tema central de sus obras. En 2021 publicó su primer poemario, Todas mis palabras son azores salvajes y en 2022 acaba de ver la luz Roja catedral, su primera novela (en ambos casos, en la editorial Dos Bigotes). En Roja catedral hay vaqueras que galopan con sus caballos por un Madrid de pos(nosesabequé)guerra, hay un enjambre formal y hay palabras en mayúscula, las que Fortún considera “sagradas”: Misterio, Alma, Poema.
“Amor a medias, nunca” es una frase que se repite varias veces en tu novela Roja catedral. ¿Por qué?
El amor es un sentimiento que hay que vivirlo en toda su intensidad o no vivirlo. Parece que hay que vivirlo de una forma mediada por lo que es el amor romántico, o los prejuicios que tenemos, o la prudencia... Creo que el amor mediado por la prudencia no sirve de nada. El amor va de la mano del deseo, que es el tema central de mi literatura, y me parece que tiene que vivirse en toda su intensidad. O al menos yo lo quiero vivir en toda mi intensidad.
Un artículo reciente de El Mundo contrapone lo que serían las “escrituras del yo, yo, yo” con lo que llaman “el retorno de la imaginación”. Como “escritora del yo” que eres, ¿crees que son conceptos que se excluyen?
Yo no hago ninguna diferencia. Me parece que todo lo que escribimos parte de lo que nos apasiona, de lo que nos interesa, de lo que nos llama... y que todo parte de lo autobiográfico. Luego, al pasar ese portal de la literatura —porque la literatura es un portal—, se convierte siempre en ficción, sea autobiográfica o no. A mí me gusta jugar con agrandarlo todo, intensificarlo todo y convertirme en un personaje. Me gusta que mis personajes hagan cosas que a mí no me han ocurrido, porque eso tiene más verdad emocional que si contase la realidad.
Todos los avances científicos son muy importantes, pero ninguno existiría sin la imaginación. Primero tienes que imaginarte otro mundo para poder cambiarlo
En Roja catedral hay una protagonista que se parece mucho a ti. Se llama Cielo Fortún y no es la única referencia autobiográfica. Pero, además, hay un escenario postapocalíptico, una sociedad secreta de vaqueras y, lo que es más increíble aún, un Madrid sin coches. ¿Es tu novela un manifiesto por la imaginación?
Sí, es un manifiesto por un mundo que esté guiado por primera vez por el deseo y, claro, por la imaginación. Todos los avances científicos son muy importantes, pero ninguno existiría sin la imaginación. Primero tienes que imaginarte otro mundo para poder cambiarlo. Todo en mi libro simboliza otra cosa, son metáforas de otra cosa. Pero claro, es un manifiesto por el amor y la poesía como lo único que puede saltárselo todo.
He dicho “manifiesto”, pero no lo digo solo yo. Tu editorial describe tu novela como un “experimento poético, manifiesto, vital y artístico”. ¿Has escrito una novela experimental?
Para empezar, me cuesta llamarlo “novela” porque casi lo veo más como un poema largo. He necesitado escribir en prosa las partes más narrativas, las partes que hacen que avance la historia. Las partes que están en verso son más de detenerse y recrearse en el sentimiento. Entonces, me cuesta llamarlo novela, aunque esto puede tener un poco que ver con el síndrome de la impostora. Me he dado millones de excusas: “no es una novela porque es muy corta”, “no es una novela porque hay poesía”. Sin embargo, hay novelas que son cortas y novelas que tienen poesía. Podría considerarse más un experimento poético en ese sentido, pero me da igual cómo llamarlo.
Y luego me parece que el hecho de contar cosas que no se han contado mucho, como es el deseo en mujeres de determinada edad, con determinado cuerpo, eso me ha dado vía libre. Para mí, la literatura es el único territorio de libertad completa. Entonces, tener vía libre, no tener miedo, seguir mi deseo, son cosas que hacen que surjan nuevas formas en un libro tan chiquitito. Es un libro que tiene cien páginas en el que he metido una carta, poemas, narración, un manifiesto… lo que me iba pidiendo el cuerpo en cada momento.
No aparece ninguna vez la palabra “pandemia”, aunque sí hay un contexto de una posguerra que parece ser hijo de la situación que estamos viviendo…
Sí, sin duda. Roja catedral es una especie de continuación del universo de mi poemario Todas mis palabras son azores salvajes, en el que había una parte que es la pandemia y ahí había todo un universo que empecé a explorar. En mi cabeza —luego ya cada lectora que piense lo que quiera— los personajes de mi novela habrían nacido ahora. Es como si se hubiera ido todo a la mierda y la acción transcurriera en el 2050: ahí el mundo está empezando, se está recuperando la electricidad, se están reconstruyendo las cosas. El miedo que hay es a volver a lo de antes y ahí está la propuesta de Mundo Deseo. Es una cosa que a veces deseo secretamente: ¡que todo se vaya a la mierda y empecemos todo el mundo de cero, por favor!
En tus fotos se te suele ver con chaleco y con sombrero y a lo mejor hasta tienes botas con espuelas. ¿Qué es lo que te gusta tanto de las vaqueras como para hacerlas protagonistas de tus historias?
Hay una parte muy sensual, muy sexy y muy de fantasía, que me gusta. En el territorio Far West todavía está todo por hacer, todavía está Estados Unidos por construir, la gente es pionera. En esos poblados del Oeste todo está por pasar y hay una libertad inusual en ir por ahí con tu caballo. Es lo que quería trasladar a este libro, estas mujeres forajidas que no atienden a leyes y que van en su caballo como si todo estuviera por pasar. Quería trasladar esa América por construir a este mundo de Madrid postapocalíptico.
Literatura
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Por tus estudios de filología y tu experiencia de joven, cuando pasabas los veranos en EE UU, tienes una conexión con su cultura y con su literatura. ¿Tiene que ver también con eso esa fascinación por lo vaquero?
Sin duda. Soy filóloga inglesa, estudié en EE UU y soy bastante anglófila. Tiene que ver también con mis traducciones: traduje un libro que se llama La nueva mujer, donde seleccioné relatos de mujeres del siglo XIX, entre ellas una vaquera que se llama Mary Austin y una india sioux, Zitkala-Ša, de la que luego traduje sus obras completas. Y eso me hizo conectar con ese mundo, no solo con el de vaquera, sino también con el de las nativoamericanas, de una manera muy especial. Me inspiró muchísimo y dio lugar tanto al poemario como a esta novela.
Tus dos obras, Todas mis palabras son azores salvajes y Roja catedral, dialogan entre ellas. ¿Cómo hablan y por qué?
Todas mis palabras son azores salvajes es un poemario. Eso es lo diferente. Y aunque tiene cierta narrativa, obviamente cada poema puede leerse por separado e incluso los poemas tienen destinatarias distintas. Pero todas ellas son una especie de mujer mítica, ya sea una vaquera, una diosa, una amazona. Esta cosa de las mujeres míticas es la que luego exploro en Roja la catedral, donde todas las mujeres somos muy míticas: Indiardiente, Juanita Barbaridad… Esa es una de las conexiones. La otra es que ciertas frases que digo en las azores, como “amor a medias, nunca”, se repiten en Roja catedral. Creo que lo que dije con la boca pequeña en Todas mis palabras son azores salvajes lo digo a lo grande en Roja catedral. He cogido más seguridad y me he atrevido a hacer más cosas.
¿Qué ha pasado para que te sientas más segura?
Pues, sobre todo, lo que más ha pasado es que he seguido escribiendo y explorando mi voz poética. Y es que cuando sigues escribiendo vas creciendo, quieras o no. También ayuda la recepción, y la recepción de las azores fue bastante potente. Me escribían mujeres diciendo que nunca había leído nada que hablase de ellas, que expresase esto así. Y eso para mí fue muy importante también.
Quien ha intentado acabar con mi escritura quizá sea lo normativo o el pensar que estás en un espacio que no te corresponde. Pero ha sido mucho menos potente eso que el leer a escritoras increíbles que me han abierto puertas
Has mencionado tu trabajo como traductora especializada en obras feministas. Entre las obras que has traducido está Cómo acabar con la escritura de las mujeres, de Joana Russ. ¿Quién y cómo ha tratado de acabar con tu escritura?
Yo he tenido muchísima suerte porque ha creído en mí gente que para mí es muy importante, como los editores de Dos Bigotes. Quien ha intentado acabar con mi escritura quizá sea lo normativo. No una persona en concreto, sino la falta de imaginación en el colegio, el que me dijeran en un sitio que se escribe o no se escribe así, o no escribas sobre esto, que no es importante. El pensar que estás en un espacio que no te corresponde, porque entonces te apartas y no te atreves, y piensas que lo que escribes es una tontería, o no encuentras gente que escribe sobre lo que a ti te interesa. Pero ha sido mucho menos potente eso que el leer a escritoras increíbles que me han abierto puertas y el conocer a gente y atreverme a proponer cosas.
Has traducido Mi historia, de Emmeline Pankhurst, y Sister outsider, de Audre Lorde. ¿Cuál es el reto cuando traduces a mujeres que forman parte de la historia del feminismo?
El reto de traducir cualquier cosa es desaparecer tú, intentar lograr que aparezca la autora y su esencia, lo cual siendo escritora a veces es difícil. Pero se adquiere con la práctica. Traducir es renunciar, muchas veces tienes que renunciar a la literalidad para captar el sentido. Y mucha reverencia, porque yo estoy especializada en eso, en literatura feminista, y tengo mucho orgullo y mucha mucha reverencia. Traduciendo además a Audre Lorde te enfrentas a que el vocabulario ha sido actualizado, porque ya había una traducción de Sister outsider que se llamaba La hermana extranjera —ahora se va a titular Hermana otra—. Y, claro, había cosas que en aquel momento, cuando se tradujeron, no existían, como la palabra “racializada”. Es un poco intentar olvidarte de ti, actualizar tu vocabulario y olvidarte también de tus privilegios de traductora blanca. Es muy difícil. En la editorial que lo va a sacar, que es Horas y horas, nos estamos demorando tanto porque estamos intentando hacerlo lo mejor posible.
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Las bajas tarifas y los plazos de entrega imposibles presiden el día a día de quienes se dedican profesionalmente a la traducción literaria. Su trabajo, esencial para disfrutar de la lectura y parada fundamental en el viaje de una novela, es poco conocido y aún menos reconocido. Pero se trata de mucho más que pasar palabras de una lengua a otra.
¿Qué etiquetas se le ponen a tu escritura?
La primera es lésbica o LGTB, y me parece muy bien, porque es verdad que mis protagonistas son lesbianas y creo que siempre lo serán. Pero, vamos, que aunque la novela no tuviera que ver con eso, la etiqueta la ponen igual. De hecho la siguiente que tengo en la cabeza tiene que ver con el duelo, pero la protagonista es lesbiana también, y siempre estará clasificada como lésbica. No me importa.
¿Y la siguiente etiqueta cuál es?
Feminista, y estoy orgullosísima. Miré una entrada que hay sobre mí en Wikipedia y vi que entre las categorías que me habían puesto estaba “escritoras españolas”. Y, mira, me gustó, porque siempre me encuentro en las redes como “escritora lesbiana”.
¿Otra es “erótica”?
Erótica creo que sí es, hay partes que están bastante cargaditas. Me apetecía visibilizar esa parte de sexo entre mujeres y también entre cuerpos más disidentes o edades en las que parece que no sientes esas cosas, y me apetecía visibilizarlo de una forma poética, pero también erótica.
¿No es una técnica de borrado de escritura de las mujeres el meterla en un saco aparte con tanta etiqueta?
Yo creo que sí. Creo que a las mujeres se nos mete siempre en sacos. Los escritores hacen “la literatura” mientras que las novelas escritas por nosotras siempre se clasifican, esto les pasa tanto a las mujeres como a las minorías. Si un escritor o una escritora racializada escribe, siempre será escritura racializada.
¿Hay alguna de las etiquetas que creas que te limita?
Las etiquetas siempre limitan, pero al mismo tiempo visibilizan. Yo no creo en la neutralidad. O sea que en el fondo pensar “escritora española”... Pues sí, claro. Obviamente soy una escritora española, pero eso es súper neutro y no me lo creo. Siempre estamos implicadas en algo. No tengo el control de lo que vayan a decir de mí, sobre lo único que tengo el control es sobre lo que escribo.
Entonces amor a medias nunca y literatura neutral jamás.
¡Jamás, jamás, jamás!
Cuando estoy escribiendo algo que me gusta, lo noto en el cuerpo y mi cuerpo también influye muchísimo en lo que cuento. Yo escribo con el cuerpo, escribir es algo muy orgánico
Dices: “Sin que el cuerpo nos hable, no podremos trazar un camino de escritura”.
Cuando escribes estás en un momento de que no utilizas la razón, que estás guiándote un poco por la inspiración y, para mí, por el cuerpo. Cuando estoy escribiendo algo que me gusta, lo noto. Lo noto en el cuerpo y mi cuerpo también influye muchísimo en lo que cuento. Vivimos en un cuerpo que siente deseo, que siente vergüenza, que siente vulnerabilidad. El cuerpo es muy importante y lo hablamos poco. Yo escribo con el cuerpo, escribir es algo muy orgánico.
La comunidad de escritoras peligrosas, ¿es un precedente de las comensales de tu novela?
¡Sí, claro! Te cuento cómo sucede lo de las comensales: soñé que todas las mujeres con las que había estado estaban en una mesa, sentadas, comiéndose mi corazón. De ahí surgió la dedicatoria de mi poemario: “A las comensales”. Y de ahí surge el nombre de la banda de mi novela, pero está inspirado totalmente en lo que yo siento que son las peligrosas.
Las escritoras peligrosas son una banda de poetas y de escritoras. Surge como un taller no mixto porque empieza en una fundación de mujeres, pero entonces me doy cuenta de la potencia que hay en que mujeres se reúnan a escribir
¿Y qué son?
Pues una banda de poetas y de escritoras. Surge como un taller hace cuatro años y, de repente, me doy cuenta de la potencia que hay en que mujeres se reúnan a escribir. Al principio lo empiezo como un taller de mujeres simplemente porque estamos en Entredós, que es una fundación de mujeres. Y me doy cuenta de que hay algo totalmente distinto a otros talleres en los que yo he estado, de que son mujeres que cuando leen y otras las escuchan se sorprenden un montón. Muchas de ellas son mujeres a las que nunca nadie les había escuchado o tomado en serio su escritura y se crea un espacio seguro que a lo mejor no se hubiera creado estando en un taller mixto. Eso fue creciendo, se han unido mujeres de Chile, México, Londres o Berlín, y hay una unión y una intimidad brutal.
Uno de los hitos de tu anecdotario de escritura es que te escribías cartas con Carmen Martín Gaite…
Mi madre siempre me aconsejaba que escribiera a las escritoras. Para mí una escritora era un ser mítico que no existía en el plano terrestre. Y entonces me leí Caperucita en Manhattan con 12 o 13 años y le mandé una carta y además le hice un dibujo, creo que de un gato, y le puse: “Te mando un gatito para que no te encuentres sola”. Me respondió una carta preciosa con una pegatina de una mariposa. De vez en cuando nos escribíamos. Y yo crecí y seguí escribiendo y cuando estaba en COU le mandé unos cuentos y un día de repente sonó el teléfono fijo, porque no existían los móviles ni nada. Y oigo: “¿Gloria Fortún?”. Y digo: “Sí, soy yo”. Y entonces dice: “Hola, soy Carmen Martín Gaite”. Me estuvo comentando mis cuentos. Me dio un montonazo de consejos increíbles. Más tarde la conocí en la Feria del Libro.
¿Has mantenido correspondencia con otras escritoras?
Pues también escribí a Esther Tusquets, que creo que es la escritora que más me impactó, porque en ella vi que se podía escribir de otra manera, ella desafía todas las normas de la escritura. Yo había leído escritura mucho más normativa. Además, fueron los primeros libros que yo leí sobre relaciones lésbicas, pero siempre acababan fatal. Le escribí una carta y le pregunté si todas las relaciones lésbicas acababan así. Y me contestó con una tarjeta: “No, no creo que todas las relaciones entre mujeres estén abocadas al fracaso”.
Tu hija se llama Eyre por la novela de Charlotte Brönte, una de tus referentes. Si hubieras tenido otro hijo o hija, ¿cómo se hubiera llamado?
Pues a mí me hubiera encantado Carson, por Carson McCullers. Y, en realidad, a mi hija la quería llamar Brönte, pero su otra madre no me dejó.