Literatura
Juarma: “Nos han engañado muchísimo, nos siguen engañando todos los días en todas partes”

El autor de ‘Al final siempre ganan los monstruos’ habla sobre la falta de expectativas de su generación y las sustancias y problemas que acompañan a esa certeza.
Juarma escritor - 2
Juarma, autor de 'Al final siempre ganan los monstruos' (Blackie Books, 2021). No CC. Álvaro Minguito
16 jul 2021 06:03

No se trata del libro más sofisticado de la historia —le falta mucho para serlo— pero Juarma (nacido Juan Manuel López en Deifontes, Granada, en 1981) ha escrito una novela auténtica, de esas que transportan a quien lo lee a un tiempo y un lugar que solo ha quedado plasmada en la literatura en esas páginas. La novela ha sido el fruto de un club de lectura en el que más de 60 personas participaron en lo que, unos años después, ha dado lugar a Al final siempre ganan los monstruos, que recientemente ha publicado Blackie Books.

Curtido en el cómic y en la autoedición, Juarma comenta que está cortado ante el revuelo que ha causado la novela. Durante la entrevista recuerda que él solo da opiniones personales y se cuida de no ponerse estupendo o comenzar a sacar categorías de las experiencias que han dado lugar a Al final siempre ganan los monstruos. La novela es la historia de cinco adultos que comparten infancia, afición por las drogas y falta de expectativas. Todo un antídoto contra la idealización del pasado a la que estamos asistiendo.

Últimamente se ha abierto un debate sobre la nostalgia de los tiempos pasados, en concreto de los años 90, etc. ¿Cómo has hecho en tu caso para mirar sin caer en esa tentación de idealizar?
La gente con una edad como la que tenemos nosotros podemos idealizar, por ejemplo, un disco, alguna película que viste, pero idealizar cómo era la vida hace veinte años, o veinticinco años... No sé, te pongo el ejemplo del pueblo donde me he criado: ha cambiado a un nivel que si a alguien le dices hace veinticinco años que el pueblo iba a tener esa mentalidad para muchos temas te hubiera dicho “anda ya, te lo estás inventando”. Pongo un ejemplo tonto: que una persona como yo haya podido escribir un libro, o que pueda dibujar, eso mis padres no lo podrían haber hecho en la vida. Si yo le dijera a mis padres eso de que han vivido mejor que yo, me pega mi madre en la cabeza. 

El caso es que los personajes del libro sí caen en esa añoranza generacional.
Tienen la nostalgia de un tiempo en el que ellos creen que estaban bien: de unos discos, de unos momentos que han pasado juntos, pero realmente usan esa nostalgia para no pensar en el pasado tan asqueroso que tenían, con sus padres en crisis. Idealizan una parte del pasado para darle un sentido al presente complicado que viven. Están mintiendo, están haciendo trampa, y utilizan una parte del pasado para adornarse un poco. Cada uno cuenta la misa según le va, pero no sé, para mí es la nostalgia un poco tramposa.

No te cebaste en la falta de oportunidades dentro de la gama disponible —coche, casa, curro—. Los personajes son perfectamente funcionales: han podido estudiar o han trabajado desde jóvenes, uno de ellos dirige una sucursal bancaria. ¿Querías huir de los tópicos de la miseria asociada a las adicciones?
Han tenido unas oportunidades, pero las oportunidades son limitadas. Te puedo decir de mi experiencia en ese pueblo. Entre quienes han estudiado no conozco a nadie que haya encontrado trabajo, por ejemplo, de algo de “lo suyo”. La mitad de la gente se metió en la Policía o se metió en la Guardia Civil, o se metió de militar porque no había otra cosa. Realmente, llega un momento en que tienes que pagar un alquiler, no puedes seguir estudiando, no puedes opositar, etcétera. Tienes que moverte y tener mucha suerte para que te salga algo. Entonces, sí, ellos tienen la oportunidad, pero a lo que les ha llevado la oportunidad tampoco les gusta mucho: una vida de casarse, de tener niños, que es la vida que te enseñan a tener, que es lo que tienes que hacer de mayor, pues tampoco les gusta.

A los hombres nos enseñan “¿Tienes un problema? Vete al bar, desconecta. ¿Tienes un día malo en el trabajo? Te vas al bar”

El libro habla de un grupo de amigos que crece y se socializa en los 90. Parece que todo pasó hace mil años. Es una generación...
Quemada, sí. Los personajes tienen la misma edad que yo tenía cuando estaba escribiendo. No estaba en un momento de mi vida como para tirar cohetes. Tenía la sensación de que esto no te lleva a ningún lado, de que cada vez te cuesta más encontrar trabajo porque cumples años, y cuando encontraba uno, las condiciones eran peores, había una carga de trabajo diez veces más grande que la última vez, te pagaban menos, era todos los días pelearte con tu jefe, o pelearte todos los días con la gente. Cuantas más cosas supieras hacer, te perjudicaba para encontrar otro trabajo. Es que solo puedes aspirar a empleos temporales hasta que te hartes, porque realmente te hartas tú; llega un momento en que dices “estoy hasta la polla de aguantar esto, tío, y me busco otra cosa”. Era una sensación de estar perdido completamente. Era el desasosiego y el desencanto. A ver, yo no puedo hablar por mi generación, puedo hablar por mí y por mis amigos. Sí tienes esa sensación de que nos han engañado muchísimo, de que nos siguen engañando todos los días en todas partes, y que parece que no tienes otras alternativas. Realmente no puedes hacer nada, porque vas a protestar, vas a una manifestación y enseguida llega la policía y te califican como lo que quieran. Es la sensación de que estás condenado a no salir de ahí, de no saber contra quién estás peleando porque realmente, como te llegan tantas hostias de todas partes, no sabes ni de dónde te vienen. No sé.

Y ahí está la droga. ¿Hasta qué punto lo abordas como un problema individual?
Tenía muy claro en todo momento que no quería juzgar, ni quería dar una moralina, simplemente reflejar el entorno que tenía cerca. La cocaína es diferente de, por ejemplo, la heroína porque es más invisible, por eso siempre hago la comparación con el alcohol. A los hombres nos enseñan “¿Tienes un problema? Vete al bar, desconecta. ¿Tienes un día malo en el trabajo? Te vas al bar”. Quise reflejar eso de que la droga... es un problema, sí, pero también es un sustituto de muchas cosas. Del verte perdido, de que no tengas nada en la vida y que tengas algo que por un momento te desconecte, o que por un momento te sientas parte de tus amigos.

En la novela aparece también como un problema social.
Lo de la coca salió un poco sin pensarlo. No iba buscando escribir una historia sobre la droga. Sí pensé lo de la marihuana. El tema de las plantaciones de marihuana en los pueblos me interesó. Y, sí, puede ser un problema social, puede crear muchas problemáticas, pero también se le salva el culo a mucha gente que no tiene otra cosa. Coges los sucesos, ves la tele, y siempre te ponen la parte del que maneja, el que se ha comprado el casoplón de Pablo Escobar, el que tiene los cochazos y tal, pero la gente que realmente planta lo hace por desesperación. Se la juega, tiene que criar la marihuana, tiene que cuidarla, que venderla, y hay dos partes del proceso en que se meten en la casa, te pegan una paliza y se la llevan, y no puedes ir a la policía. Es un problema social, pero también es una forma para mucha gente de tirar pa'lante, la marihuana en concreto, no la coca. La coca es otra cosa diferente. 

Si el tema de la salud mental está presente es porque yo creo que este mundo te empuja a perder la cabeza, a tener depresiones

Más que de la sustancia en sí, o de los efectos que tiene la cocaína —algunos salen en la novela— queda esta idea de que pasa a completar vidas insatisfechas.
Antes del 2008, cuando estaba la construcción a tope, llegaba un viernes a mediodía, y los bares de los pueblos se llenaban de coches. Los tíos —eran tíos los que iban— se tiraban ahí el fin de semana... Hombre, salían para ir a ducharse y cambiarse, pero era increíble: llegaba el viernes, y los veías que decían “vamos a olvidarnos de la mierda que estamos haciendo“. Que sí, que ganaban un dinero, pero también tenían unas condiciones de trabajo, que seguridad no había ninguna, que había muchos accidentes laborales. Entonces, luego llega la crisis, se pierde mucho trabajo, ya no se gana tanto, la seguridad sigue siendo malísima, y mucha gente se ha quedado en hipotecas que no pueden pagar, y otra gente se ha quedado con vicios que tampoco pueden pagar y se las tienen que buscar para pagar.

A pesar de que procedes del mundo del cómic y por el lenguaje se destila el humor, no has querido hacer un libro de humor en torno a estos temas.
Si los personajes hubiesen tenido veinte años, o diecinueve, pues la historia sería de otra manera, pero unas personas que tienen ya treinta y tantos, había momentos en que no podías contarlo de otra manera. Había momentos en que me hubiese gustado dejar algo de esperanza, pero no era justo para lo que estaba contando. Puede quedar la esperanza de bueno, todo va mal, todo se les derrumba, pero ahí tienen algunas personas que se preocupan por ellos pese a todo, tienen a sus familias...

Los personajes femeninos no están en esa espiral de destrucción.
El tema de los personajes femeninos fue complicado. La historia es sobre un grupo de amigos porque, bueno, me siento más cómodo escribiendo sobre cosas que he vivido, que he sentido, que he visto. Entonces, al meter los personajes femeninos, decidí que no están para cuidarles, no hay una idea de que “el amor te salva” porque a la vista está que ahí no se salva nadie. Pero creo que si me hubiese ceñido más a la realidad, y lo hubiera contado tal como puede ser, los personajes de mujeres no serían así, los personajes de mujeres serían más víctimas todavía, más manipuladas, más engañadas..., y no me apetecía eso.

Les das una posibilidad de escapar, ¿al contrario que a los protagonistas, no?
Claro, porque no tienen esa nostalgia tonta de ellos de “somos amigos porque nos conocemos desde chicos y hemos hecho muchas cosas”. No, son amigos porque les sale más barato para consumir y les sale más cómodo seguir siendo amigos.

¿Eras consciente de que estabas escribiendo sobre salud mental?
Realmente todo esto salió en un club de lectura. Fueron textos que se iban escribiendo sobre la marcha. En ningún momento, por ejemplo, me dije “voy a escribir una historia sobre la coca”, sino que iba saliendo. Con el tema de la salud mental, pues prácticamente lo mismo, simplemente aparecía cuando ibas contando historias, cuando ibas describiendo los personajes. Si está presente es porque yo creo que este mundo te empuja a perder la cabeza, a tener depresiones. Hace poco leía a Mark Fisher, que empezaba el libro [K-Punk] con la pregunta esta de si podías imaginar un futuro. Lo lees, está guay, te aporta fuerza, pero luego el tío se suicidó. Tío, que estamos hechos polvo. Aunque no quieras meter el tema, te va a salir.

Pensamiento
Mark Fisher “Tenemos que inventar el futuro”
El Salto publica en exclusiva una entrevista al crítico cultural Mark Fisher, uno de los textos incluidos en el tercer volumen de K-Punk que la editorial Caja Negra pone a la venta el 10 de junio.


Aparece la violencia, y sabemos que la violencia también puede ser descrita de muchas maneras, incluso divertidas. Pero, de nuevo, el libro es muy dramático en ese sentido.
Aunque luego se fueron quitando partes en el libro con la revisión del texto, había algún tema, como que te pegaran los maestros en la escuela, que se lo cuento ahora a mis sobrinos y dicen “anda ya”. Y yo recuerdo a maestros que te pegaban una hostia en la escuela y te ponían del revés; que hacías algo por la calle y cualquier desconocido te pegaba una hostia, y te callabas porque si lo sabían tus padres... Existía toda esa violencia, que nunca te lleva a cosas buenas y era vista como algo muy normal. Hace poco hablaba con una amiga y estábamos intercambiando opiniones sobre el pueblo de cuando éramos chavales, y ella me comentaba eso, que estábamos en la escuela y que llegaba alguna o alguno con un ojo morado y allí nadie le preguntaba “¿qué te ha pasado en el ojo?”. Ni había un asistente social, ni sé si existiría. Mi idea era reflejar esa violencia, reflejar ese cansancio.

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Juarma durante la entrevista con El Salto. No CC. Álvaro Minguito


Cuando comencé el libro, me dije “bueno, yo conozco este mundo”, pero luego me fui dando cuenta de que no he leído tantas cosas en castellano sobre esto, y que si me tengo que remontar a una referencia igual me voy al cine quinqui, que no es exactamente lo mismo. ¿Con qué referencias contaste tú?
A ver, yo llevo escribiendo mucho. Escribía siempre, pero bueno, era como un plan secreto, porque no iba a ninguna parte, me daba mucha vergüenza, de hecho todavía me da mucho miedo escénico, no estoy acostumbrado. Lo que pasa es que siempre he escrito y tenía la ilusión de escribir un libro. Entonces, cuando empecé a escribir esto, dije “voy a hacer un libro como me dé a mí la gana; voy a hacer una estructura que me divierta; voy a hacer que los personajes hablen como habla la gente que tengo cerca”. Tenía muy claro que no quería poner citas literarias; la idea era “voy a escribir un libro para mí y para mis amigos, y que las referencias que haya sean referencias que todo el mundo pueda conocer”.

A eso me refería con el tema de que, aunque parezca lo contrario, este tipo de contextos no es material habitual en la literatura o el cine español.
A ver, no es porque haya descubierto la pólvora, igual hay un millón de cosas. Pero estos temas se ven de una manera muy absurda, muy paternalista y a veces muy pretenciosa. A mí me están comparando el libro con todas las películas que hay de drogas, con todos los libros que salen de drogas. Me han llegado a decir “ostras, como El Lobo de Wall Street” o no sé qué. Ya me da un poco igual. Dices “bueno, me comparan con esto, pues bueno; si me comparan con Trainspotting, pues, dentro de lo que me están comparando, pues bueno, mira, tiene un pase”. Pero es lo que digo yo, macho, aunque no hayas vivido en un entorno parecido, ni ná, pero ¿no ves las noticias de sucesos del periódico? Tú te vas a las noticias y es que están hablando de esto todos los putos días. ¿Qué pasa? Que luego las personas que viven eso no pueden hablar, no pueden contar, no va a salir nada de ahí. Y cuando salga va a salir de una manera prejuiciosa, a salir con etiquetas como “el nuevo cine quinqui”, cuando a lo mejor no se trata de eso. 

¿De qué se trata?
Han cambiado los tiempos y, simplemente, va de cómo está sobreviviendo mucha gente ahora. Mucha gente lo va a leer con muchos prejuicios, te van a poner quinientas mil millones de etiquetas; cuando luego, realmente, la gente de mi pueblo que empezó a leerlo me dijo que había cosas que no les llamaban tanto la atención, el tema de la droga, por ejemplo; algunos me decían que los personajes “son demasiao buena gente”. Y, retomando lo del principio, dije “voy a intentar reflejar mi mundo, mi vida, mi entorno, y que la gente que lo lea, que son mis amigos o mi familia o tal, se identifiquen con todo lo que estoy contando y no lo vean como El Lobo de Wall Street”.

El hecho es que no son buena gente pero tampoco son sicarios o jerarcas nazis.
Realmente son unos panolis que se meten en unos follones porque no saben. ¿Qué coño de referencias tienen? ¿Pablo Escobar o...?

O Charles Bronson.
O el tío este de Breaking Bad... Y no, es otra cosa mucho más absurda, mucho más triste, mucho más ridícula, y con muchos menos medios. Todo es cuestión de pobreza y de miseria, no es cuestión de “ah, voy a hacer esto por...”. ¿Qué coño haces? ¿Qué alternativa tienes? ¿Te vas a echar currículums para que en ningún lado te cojan porque te falta esto, o porque es que has trabajado mucho?

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Tunigu
16/7/2021 12:18

Una entrevista imprescindible. Nací en el 68 y me impacta comprobar lo poco que pueden distar las experiencias vividas por un ochentero y las mías. En verdad llevan mucho tiempo ganando los monstruos, son el estiércol de este sistema de valores, del liberalismo. En efecto, no se puede ni se debe hacer una distinción entre sufrimiento mental y sociedad. La depresión en el estado lógico inducido por el momento evolutivo del capitalismo. No es algo externo a nosotros, es nuestra subjetividad, nuestro pensamiento, lo que nos orienta y da sentido, esto es, un artefacto que nos deja desorientados, vacíos y al albur de los peores. Citando a Mark Fisher, tenemos que exteriorizar el resentimiento de no haber sido nunca suficiente, de haber llegado tarde a todo, de haber mirado siempre hacia arriba con la mirada gacha.
Ayuda mutua. Un abrazo de clase.

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