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Literatura
“El cuestionamiento de la forma literaria es también un cuestionamiento de la forma en que pensamos”
Al escritor Simón López Trujillo (Santiago de Chile, 1994) le interesa la metáfora como herramienta para pensar y le preocupa la saturación de estímulos, que dificulta el pensamiento. Entiende que la literatura es todavía un refugio donde encontrar la calma necesaria para poder procesar el exceso de información que caracteriza el presente. Durante la escritura de su primera novela, El vasto territorio, que llega ahora al mercado español de la mano de la editorial Caja Negra, aprendió precisamente a no sobrecargar el texto, a dejar que muestre lo necesario para que la experiencia estética no quede en segundo plano ante la intención divulgativa que pueda tener una obra. Para ahondar en las variadas cuestiones esbozadas en el libro —entre otras, la violencia del extractivismo sobre la naturaleza y las comunidades locales afectadas, el distinto acercamiento al terreno de quien lo trabaja y quien lo estudia o la expansión de la enfermedad— prefiere las entrevistas.
¿Cómo influyó la pandemia de covid 19 en la creación de esta novela?
Empecé a escribir esta novela en 2018 y en 2019 firmé contrato con Alfaguara. A finales de ese año empezó todo el proceso de la revuelta popular en Chile, y luego la pandemia. Se aplazó cerca de un año el momento de la edición final del libro. Fue un proceso muy interesante porque durante ese periodo, por las circunstancias históricas tanto en Chile como en el mundo, agregué un montón de información al segundo borrador que quería trabajar con mi editora, como cien páginas más. La idea era volverla casi una novela de denuncia. Pero la editora me dijo que estaba perdiendo el tono y que era mejor volver al borrador anterior. Fue muy interesante restringirme a mí mismo, aprender cuánto de información cabe en una novela y que hay muchas cosas que tienen que quedar como pistas, detalles para algún lector que se interese en ello, pero no puedo saturar el texto de información o si no se destruye lo más importante, que es el tono, la forma, la experiencia estética de la obra, que es incluso más importante en la relación con el lector que una intención pedagógica en el mal sentido de decirle “quiero que te fijes en esto y en esto otro”. Todo eso quedó por fuera y son cosas que puedo hablar en entrevistas, conversaciones sobre el proceso de investigación o sobre que la novela esté dedicada a Rodrigo Cisterna. En vez de explicar quién era y mostrar al lector dónde tiene que mirar, me interesó más una experiencia abierta, desde un trabajo con símbolos que permite que incluso uno, como autor, no pueda agotar las interpretaciones posibles y que siempre se expanda hacia la conversación con el lector, que si empieza a escarbar va a encontrar un montón de capas en esta novela, que tienen que ver con una historia obrera, sindical, luchas que me interesaba reivindicar y repensar desde el presente, pero sin ser explícito.
La literatura, para mí, todavía es una experiencia privada profundamente poderosa que nos permite pensar en silencio y en calma asuntos urgentes, sin el apuro de la vorágine de la información y las redes sociales
Vivimos en un momento tan saturado de información que precisamente uno tiene que encontrar espacios, pequeños refugios para poder procesarla con la calma que necesita. Me interesaba que la novela fuera un poco eso. La literatura, para mí, todavía es una experiencia privada profundamente poderosa en términos de que nos permite pensar en silencio y en calma asuntos urgentes, sin el apuro de la vorágine de la información y las redes sociales.
¿Estabas de acuerdo con lo que te dijo la editora?
Me tuve que tragar el orgullo y fue un aprendizaje enorme. Estaba leyendo entonces una novela muy importante para mí, Distancia de rescate de Samanta Schweblin, que, si bien se inserta en la nueva corriente de la literatura fantástica latinoamericana, tiene directa vinculación con la experiencia de los monocultivos de soja en Argentina. Tiene una muletilla que se repite mucho, “eso no es lo importante”. Eso me ayudó mucho a fijarme en el tono, en la construcción formal, en las capas de mi novela y en la experiencia con el lenguaje. Ese barroco que emerge en los sermones de Pedro el Vasto, olvidarme de la ansiedad respecto a qué va a pensar el lector de esta obra, desautorizar un poco mi dominio sobre la novela… Si hubiera saturado de información y solo hubiera seguido mi expectativa de lo que quería que esta novela fuese, eso se hubiese perdido.
¿Hasta qué punto El vasto territorio es un relato metafórico sobre los efectos nocivos que tiene el monocultivo?
Me interesa mucho la metáfora como herramienta para pensar. La literatura que aprovecha el potencial metafórico —la poesía lo hace mucho— trabaja en un ámbito previo a los conceptos, que es el de las vías —la imaginación, las texturas lingüísticas— por las que uno se aproxima a los conceptos. Me interesaba mucho trabajarlo en esta novela, que si bien dialoga con discursos contemporáneos como el antropoceno y el capitaloceno, también trata de ponerlos en cuestión. Los personajes de Patricio y Catalina, los hijos de Pedro, el trabajador forestal infectado por el hongo, experimentan una naturaleza distinta a la de Giovanna, la micóloga. Hay un contraste de clase. En cierta forma, el discurso del antropoceno es la mirada de Giovanna, una defensa de la naturaleza pero, a veces, en una abstracción que la separa de toda vida humana y la separa de una historia humana. Cuando Pedro entra en coma tiene unos sueños en los que se topa con una forma del campo chileno antes de la dictadura y la imposición del modelo de las grandes forestales. Este modelo no podría existir como es sin la dictadura, por el Decreto Ley 701 que subsidió hasta el 85% de las plantaciones de monocultivo y por el despojo de tierras a los campesinos manu militari, con los milicos. En este trabajo metafórico con Pedro, bien rulfiano, muy inspirado en Pedro Páramo, aparece esta memoria como otra forma de pensar el campo. En un momento sueña que está en medio de una recuperación campesina, un montón de gente cargando bártulos, que eran básicamente las cooperativas que a principios de los años 70 lograron que muchos campesinos pudieran obtener su tierra. No es casual que al final del sueño diga “eso de allí es un mundo nuevo”, hace referencia a un fundo en Curanilahue que fue recuperado por las familias campesinas cuyas tierras fueron despojadas durante la dictadura por los militares y entregadas a la forestal Arauco. Luego de muchos años de exigirle al Estado, con documentos, sin conseguir resultados, decidieron tomarlas. Un espacio de resistencia muy interesante que permite articular toda una memoria obrera y sindical, completamente destrozada durante la dictadura, con las nuevas generaciones y nuevas formas de generar comunidad y resistencia. En lugar de explicarlo, traté de dejar pequeñas pistas en la novela, que fue una excusa para poder investigar sobre estos temas con profundidad y poder comentarlos en las entrevistas.
En la novela destacan tres temas: la lucha del pueblo mapuche contra las empresas que destruyen sus territorios, la enfermedad y la cuestión de la expansión de las sectas evangélicas, que quizá aparece de forma más sutil. ¿Es la religión evangélica en América Latina una enfermedad infecciosa que se propaga como los hongos?
Es un fenómeno muy complejo de leer. Hasta en el pueblo más remoto y pequeño del sur de Chile siempre hay una iglesia evangélica. He tratado de explorarlo sin reducir la iglesia evangélica a un discurso de ultraderecha y un trabajo hiperconservador, que es algo que tienen y existe. Bolsonaro en Brasil y la ultraderecha en Chile dependen mucho de los votos evangélicos. Hay investigadores, académicos mapuche, que han analizado el voto mapuche evangélico, que tiene una presencia y nos ayuda a pensar en la complejidad de este asunto. Los mapuches son una nación, con diferencias enormes, y hay que profundizar en sus particularidades. En ciertos espacios muy afectados por diferentes capas de violencia estructural, la iglesia evangélica es un espacio de comunidad, tremendamente conservador, sí. Me interesó explorar con el personaje de Baltasar su conciencia, su anhelo de fe, de comunión. Tiene que ver con la idea de reencantamiento del mundo de Walter Benjamin. En espacios muy precarios la iglesia evangélica cumple ese rol, desde un conservadurismo, una homofobia, un racismo.
¿Es más peligrosa la religión evangélica o las empresas que extraen los recursos del territorio?
No sabría decirlo. Quizá es más peligroso tener una postura ingenua en la que uno las asume como espacios cerrados. Es más peligroso el binarismo, pensar que la iglesia evangélica es mala, la gran empresa forestal es el malo, y que los buenos somos los intelectuales de izquierda que escribimos sobre estos temas.
Las empresas forestales tienen todo un trabajo de lavado de imagen y de defensa de la naturaleza en abstracto que es muy complejo. Con el personaje de Giovanna ironizo sobre esto. Forestal Arauco, una de las dos grandes forestales en Chile, ejerce una violencia sistémica no solo sobre el pueblo mapuche sino sobre sus propios trabajadores, naturaliza condiciones de tremenda precarización. Rodrigo Cisterna es un gran ejemplo de esto. Pero muchos científicos y académicos trabajan para ella y hacen esa especie de lavado de imagen. Me interesaba cuestionar, por un lado, la defensa de la naturaleza que se hace solo desde el conservacionismo, que despoja esos territorios de historia humana e incluso hace cómplice al paisaje de la historia, las matanzas que ha habido ahí para que ese territorio sea lo que es. Y devolviendo esa crítica a nosotros mismos, también quería que el asunto no fuera repetir esos binarismos, forestal o pueblo mapuche. Uno de los protagonistas de la novela, Pedro, es un trabajador forestal que es crítico con todo esto pero no le queda otra opción que trabajar ahí.
Una de las lecciones que nos dejó el proceso constituyente en Chile es que las cosas son mucho más difíciles de cómo las estamos conceptualizando, no solo desde Santiago sino desde una teoría y una política a la que le faltó mucha base social y mucha discusión en los territorios para ver cómo se expresaba esa complejidad in situ.
¿De qué manera afecta formalmente a la novela la propagación de la enfermedad?
Me interesaba mucho reivindicar la idea de contagio en el texto, la escritura como algo que siempre se hace contagiado por otros, por otras voces. Uno escribe porque ha leído un montón de cosas. En esta novela me interesaba una escritura que reflejara todas esas influencias, textos y conversaciones que la hacen posible. Muy inspirado por lo que propone la escritura mexicana Cristina Rivera Garza en su ensayo Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación sobre la idea de desposeerse del dominio de lo propio, incluso de la autoridad de uno como autor sobre su propio texto. El hongo, en esta novela, es una metáfora de la intertextualidad. Las notas a pie de página, que son un poco también el hongo, tienen que ver con eso: el texto final es el resultado de una serie de conexiones subterráneas, invisibles, que hacen que el texto sea lo que es.
Todo ese discurso de que las forestales dan trabajo, dan un poco de dinero, es falso. En general, empobrecen a los territorios, que acaban volviéndose zonas de sacrificio
El vasto territorio está dedicado a Rodrigo Cisterna, sindicalista asesinado por la policía en 2007 en una protesta obrera en el sur de Chile.
Se lo dedico porque me interesaba ver cómo la violencia estructural de las forestales se expresa incluso sobre sus propios trabajadores. Rodrigo Cisterna fue un líder sindical asesinado el 3 de mayo de 2007 en el contexto de la toma de una planta de Copec en la que se pedía el reajuste salarial anual mínimo y el final de los subcontratos en la planta, algo que ha empeorado con los años. A principios de la pandemia ocurrió una toma similar porque los trabajadores de esa misma planta no tenían condiciones sanitarias. Todo ese discurso de que las forestales dan trabajo, dan un poco de dinero, es falso. En general, empobrecen a los territorios, que acaban volviéndose zonas de sacrificio.
¿Sirven de algo la poesía o la literatura contra la policía?
Es una gran pregunta. Durante el Estallido participé en un colectivo llamado Frank Ocean, un grupo de poetas chilenos y chilenas que partimos de la premisa de que si algo puede hacer la traducción de poemas contra la violencia policial escritos en otros territorios para denunciar la violación de derechos, era hacer carteles de esas traducciones y pegarlos por las calles. Era la única forma que se nos ocurría de hacer algo directamente con la realidad para denunciar la violencia policial desde la literatura. Tuvo una repercusión muy interesante.
En la literatura lo que se puede hacer, desde lo solitario como es la escritura de una novela, es cuestionar en cada obra las bases sobre las que planteas tu propia escritura, cómo planteas la relación entre ética y escritura en cada caso. Es una pregunta fundamental, no algo que se resuelve en el discurso ni a priori. Tiene que ver con la forma, con cómo en la escritura literaria, mediante el trabajo de la imaginación y otras facultades, uno alcanza formas de pensar distintas que, en cierta forma, desarticulan la relación de cómo el poder se cuela en la sintaxis de nuestra propia obra. Me influye mucho en esto la escritura de Mauricio Wacquez, tremendo escritor chileno que hizo su carrera en España. Le interesaba desarticular la forma en que el poder ordena nuestras oraciones. La literatura trabaja desde ahí, no en pensar que por escribir un libro sobre las forestales estoy haciendo algo político. Si hay una forma en que la literatura todavía nos ayuda a pensar es cuestionando las bases de cómo escribimos. Ese cuestionamiento formal es una máxima que trato de seguir, que me ayuda a avanzar hacia una suerte de ética.
Me parece peligroso que toda la escritura literaria hoy en día se reduzca a discurso, a identidades establecidas ‘a priori’
Recuerda a lo que dijo Barthes de que la lengua es fascista.
Sí, o la escritora norteamericana Kathy Acker, toda pregunta por la forma narrativa es un cuestionamiento al poder. Construir una forma independiente, anómala, que genera una fisura, a la forma en que el Estado construye relato es, por supuesto, un trabajo político, una resistencia no tan evidente como salir a la calle pero que debería tener un valor. Me parece peligroso que toda la escritura literaria hoy en día se reduzca a discurso, a identidades establecidas a priori. Precisamente la escritura, el trabajo artístico, es el momento para explorar una cierta identidad, un cierto discurso, durante ese transcurso de la escritura. Eso va a contrapelo de la velocidad contemporánea y me parece fundamental rescatarlo, algo que admiro en algunas de mis autoras favoritas. El cuestionamiento de la forma literaria es también un cuestionamiento de la forma en que pensamos, de la forma cómo se articulan nuestros discursos. Es algo fundamental porque se hace con lenguaje y este es un tiempo en el que la mayoría de nuestros discursos circulan a través de imágenes. Yo me pregunto si esto realmente es un espacio en el que podemos pensar colectivamente porque la imagen, tal como la muestran, difunden y replican las redes sociales, separa. Y necesitamos el lenguaje más que nunca, para que pueda generar comunidad. El primer paso para una comunidad es establecer un lenguaje común y para mí, como escritor, la literatura es el espacio para repensar ese lenguaje propio personal y cómo es profundamente dependiente del lenguaje de otras personas, contagiado por otras voces.
¿Adónde te gustaría que te llevara la escritura?
A una amplitud de pensamiento, a un espacio para poder procesar con calma las cosas, a una desaceleración. Mi escritora favorita, Guadalupe Santa Cruz, una escritora y artista visual muy poco leída y tremendamente lúcida, tiene un ensayo precioso, No toda velocidad, donde critica la forma en que la aceleración del capitalismo contemporáneo afecta a cómo escribimos y pensamos porque no alcanzamos a llegar a ese ritmo. La escritura debería ayudar a avanzar hacia ese otro espacio, otra velocidad. Ella tiene una frase muy linda, “yo no escribo, hago jardines”, porque la escritura es mucho más ese trabajo orgánico que nos obliga a mirar y prestar atención. A mí me gustaría que la literatura nos llevara a prestar atención.