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Crisis climática
Superar el marco defensivo para abordar la esperanza climática
2032. Una pala excavadora se dirige al último reducto costero puro de las islas para comenzar la construcción de Cuna del Alma VII, el séptimo complejo de lujo de la constructora homónima en el archipiélago para familias pudientes. Esta vez la ubicación es una de las playas cristalinas de arena blanca de Fuerteventura, vendida literalmente a trozos para la explotación capitalista del terreno.
Fuera de los cada vez más numerosos puntos burbuja para ricos, pegados a la Tierra sí, pero alejados a millones de kilómetros por una barrera psicológica, la población canaria ha crecido. Somos más que hace diez años, básicamente gracias a la inmigración. Aquí, solo uno de cada veinte jóvenes puede y quiere formar una familia propia. A medida que somos más, los servicios públicos básicos, como la sanidad o la dependencia, se han ‘reestructurado’ varias veces dando como resultado una administración incapaz de satisfacer las necesidades de la ciudadanía mientras se alienta la adquisición de servicios privados que la mayoría no podemos pagar, o sí pero dejando de comer. Somos más pero los de arriba actúan como si fuésemos menos. Menos y con más dinero del que nos gustaría.
El calor aprieta fuerte durante más de seis meses al año, el confort térmico se ha roto recientemente debido a la contaminación de los océanos y la subida del nivel del mar, que ha ido a más desde el 2025, año de aquellas inundaciones terribles que acabaron con la vida de más de 400 personas entre las siete islas. Las vimos durante los años previos en otros puntos del planeta: Alemania, Bélgica, Pakistán, Vietnam... Luego Japón, Reino Unido... Cuando el área metropolitana gaditana quedó reducida por el mar, nos asustamos un poco más, pero la sensación de estar cómodamente a salvo nunca nos abandonaba del todo: estábamos en Canarias, en el paraíso, ¿qué mal nos podría pasar aquí?
Hubo un año que todo se rompió, la cuerda climática se había tensado demasiado. Es el 2032, y el cataclismo climático ya está aquí. No debería sorprendernos, no estábamos haciendo nada por evitarlo, pero pensábamos que serían nuestros hijos quienes tendrían que arreglárselas en un acto de egoísmo transgeneracional; que sería en 2070 o así. Arreglárselas significa, simplemente, joderse. El cataclismo climático ya está aquí para quedarse, pero al menos en los Cunas del Alma, que ya va promocionando sus complejos VIII y IX, siempre hay espacio para el descanso, el entretenimiento y el lujo. Cuna del Alma, un lugar mágico.
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Cada día de inacción (en todas sus concepciones) que pasa este pequeño fragmento de ficción distópica va tornándose paulatinamente real. ¿Nos enfrentamos a ese cataclismo climático del que he hablado? Te puedo asegurar que sí. Los acontecimientos meteorológicos extremos que estamos padeciendo en 2022, son fruto de las emisiones de gases de efecto invernadero de hace dos décadas, y desde entonces, como ya sabemos de sobra, estas no han dejado de subir estrepitosamente. 2022 podría ser, de hecho, el año definitivo. Los datos de superficie quemada en España, las horribles cifras que arrojan las inundaciones terribles en Pakistán, las piedras de granizo de Girona, el huracán Danielle...
Las proyecciones y las obras de complejos de lujo ultra-elitistas en nuestro propio territorio arrojan una pista muy descarada de la división social que encarnará el colapso
En la reciente novela de Kim Stanley Robinson, El ministerio del futuro, se expande de manera definitiva la posibilidad de una utopía planetaria tras el cataclismo climático que ya tenemos encima. En la historia, un organismo ficticio creado por la ONU en 2025 lleva la batuta de una serie de cambios y políticas firmes que, en base a una nueva doctrina poscapitalista, revierten en un mundo transformado para una humanidad más igualitaria. La intención de explicar cómo se abre esa puerta subyace la necesidad imperiosa de hacer política ofensiva hacia los destructores que no quieren que nada cambie. Porque sí, si alguien lo dudaba, en esta historia desde luego que hay malos y buenos. Los discursos condencendientes que se quedan en la responsabilidad individual son simplemente la cortina de humo para que no nos ocupemos de señalar con nombres y apellidos a los culpables que, con sus ambiciones e iniciativas, tratan de caminar hacia dos mundos contravenidos, discrónicos y desequilibrados. El mundo de la opulencia y el de la catástrofe, el mundo de la minoría y el de las masas en llamas: en definitiva, la historia de dominación histórica pero con el factor climático que lo cambia todo.
Porque, si esta idea va de algo, es de cómo doblegar la hoja de ruta distópica que nos tienen preparada y pasar a la materialización de escenarios factibles, de abandonar de una vez las dinámicas defensivas que ocupan todo nuestro tiempo y esfuerzo, para comenzar a materializar de una vez las esperanzas de paz y justicia social y climática. Y, es más, este movimiento del que el ecologismo bebe debería potenciar su vertiente más positivista dejando a un lado los augurios catastrofistas (de los que no hay que renegar, también sea dicho, como forma discursiva). Debemos poder convencer a mayorías sociales de que hay Tierras posibles si superamos los diferentes Cunas del Alma y sus espíritus destructivos, que hay escenarios escondidos tras las máscaras de la frustración y la rabia. Que, justamente esas máscaras deben revertirse y ser la herramienta que consiga sacarnos de esas dinámicas defensivas de las que hablaba, de acabar de una vez con los Salvar (inserte nombre de cualquier paraje natural) y pasemos a Pensar y a Construir.
No se puede articular un nuevo proyecto de sociedad basada en la justicia social y climática si tenemos que estar continuamente protegiéndonos de los ataques de una horda de empresarios desconectados de la Tierra con el beneplácito de los partidos políticos de siempre
Pero llevar políticamente a cabo este escenario pasa por detener fugazmente el cronómetro, derribar las prácticas que hemos aprehendido con ferocidad, y saber comprender el sendero alternativo que se plantea. Tal y como plantea la escritora y periodista Marta Peirano en su reciente obra Contra el futuro. Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático, una barrera psicológica casi infranqueable nos puede separar de dicho marco de pensar la emergencia climática como una amenaza real. Esta barrera la presenta en tres factores mentales que nos definen como raza humana. El primero: el cambio climático es un concepto amorfo, no está definido ni se puede ubicar en el tiempo y en el espacio, y que no es exactamente como una enfermedad que se manifiesta de una sola forma así como tampoco tiene una sola causa y una única solución. El segundo es que luchar contra la emergencia climática requiere asumir costes y sacrificios ahora para esquivar o mitigar pérdidas mucho más grandes en el futuro, más cuando nuestra naturaleza ha evolucionado para resolver lo urgente a costa de lo importante. Y en tercer lugar, como ocurre con todo en estos años, los detalles de la emergencia climática se ven como inciertos y rebatibles, aunque, y como cita literalmente, a un lado esté la Academia Nacional de las Ciencias, y al otro un grupo de padres antivacunas arrasando antenas de 5G.
Crisis climática
Marta Peirano “La fantasía apocalíptica es un obstáculo, necesitamos nuevos futuros”
Lo cierto es que, tanto en Canarias como en el resto de España y el resto del planeta, se esá haciendo por decreto y mal, lo que hay que hacer voluntariamente y bien. En este punto cada cual tendrá que reflexionar sobre qué está dispuesto a hacer para provocar el cambio de dirección, y las fuerzas políticas que no arrimen el hombro o permitan una dirección equivocada por más tiempo, serán directamente cómplices de la consecución de la distopía climática. Porque la Canarias que hoy se está poniendo a la venta de la forma más repugnante, es la que mañana usará esa minoría ultra-elitista que quiere su burbuja de lujo y paz mientras el mundo real está en llamas. Será ese pequeño oasis de opulencia en el antiguo puertito de Adeje mientras fuera de sus fronteras, las personas apegadas a la Tierra, las que no flotan, como simil que usa la referente Yayo Herrero en su obra Ausencias y extravíos, se consumen y se matan entre sí.
Ni siquiera el Gobierno “más progresista de la democracia” hasta la fecha, ha sido capaz de tomarse en serio el colapso climático de la forma que se merece
¿Qué Canarias habrá en cien años? ¿Queremos que nuestros descendientes solo conserven la visión de unas islas devastadas por los incendios, semihundidas por la abrupta subida del nivel del mar y golpeadas por una desertificación feroz? Ninguna de estas amenazas que ya asoman con avisos moderados y cíclicos importa. Las proyecciones y las obras de complejos de lujo ultraelitistas en nuestro propio territorio arrojan una pista muy descarada de la división social que encarnará el colapso (al compás de la miniserie de Canal+ de mismo nombre), cuando las consecuencias de un proceso global de calentamiento global golpee de manera definitiva y contundente. Este alarmismo, como he dicho, debe llegar a su fin. Ojalá así lo fuera, pero se empeñan en que sea el leitmotiv de toda una corriente que ansía desplegar la mejor versión de nosotras mismas y está condenada a ejercer de defensores. No se puede articular un nuevo proyecto de sociedad basada en la justicia social y climática si tenemos que estar continuamente protegiéndonos de los ataques de una horda de empresarios desconectados de la Tierra con el beneplácito de los partidos políticos de siempre.
Es posible, de seguir por esta travesía, que estemos viviendo las últimas décadas, por no decir años, de la Canarias que hemos conocido hasta ahora. Y vemos, con profunda decepción y notable asombro, que ni siquiera el Gobierno “más progresista de la democracia” hasta la fecha, ha sido capaz de tomarse en serio el colapso climático de la forma que se merece. Mientras en el Consejo de Gobierno sigan sentados los intereses de la patronal turística más embrollada, las presiones de los constructores y lobbistas del automóvil pidiendo más carreteras, o los placeres de Redeia, frente a la protección de la naturaleza y las personas más vulnerables, estamos condenados a pisar la misma piedra, sea el Ejecutivo del color que sea.
Transformar, darle la vuelta al torrente discursivo que difundimos, y pasar de un escenario del 'no' defensivo al 'sí 'de la esperanza y de un modelo de sociedad armónica está al alcance porque tenemos un mundo alternativo que queremos hacer realidad, y convencer de que es el único mundo posible y deseable es una tarea larga que parte de proyectar y creerse la posibilidad. Comencemos a planificar ese 'sí'.