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Opinión
Sobre la reforma laboral
Pues sí, voy a escribir sobre la reforma laboral. No precisamente porque crea que tenga algo nuevo que decir después de todo lo que se ha comentado estos días. Además, sé que al hacerlo, habrá quien me encuadre automáticamente del lado del sanchismo más recalcitrante, o lo que es todavía peor, del caduco reformismo constitucionalista heredero del setenta y ocho. Sin embargo, lo haré, aunque sea únicamente para levantar acta de mi estado de circunspección.
Y es que nunca deja de sorprenderme la capacidad que tienen las redes sociales para establecer de manera casi instantánea, un determinado marco de opinión. A las pocas horas de haberse aprobado la reforma por el Gobierno, antes incluso de que el decreto fuera publicado en el BOE, la magia de twitter ya se había encargado de echarle agua al vino de los entusiasmos, estableciendo un relato que básicamente venía a decir que, si bien había algunas sensibles mejoras en el texto aprobado, la reforma no era muy diferente de sus predecesoras, y por consiguiente, muy poco iba a influir en el modelo de relaciones laborales existente. A esta línea argumental, que se ha repetido machaconamente como un mantra a lo largo de estas semanas, se han apuntado opiniones a diestro y siniestro, tanto de sectores cercanos a la Patronal, como de ámbitos netamente izquierdistas, amén del independentismo catalán y vasco.
A mí, que aunque no siguiera la realidad política desde primera línea, me consideraba lo suficientemente informado de la evolución de las negociaciones como para haberme creado al respecto mi propio criterio, estas reacciones, confieso, no dejaron de inquietarme, e incluso en cierta modo, me generaron alguna duda más o menos razonable. En pocas horas, había pasado de compartir un cierto sentimiento de euforia, a sentirme moderadamente contrariado. Así que, ante ese desasosiego, decidí acudir al texto del acuerdo, con el propósito de tratar de comprobar de primera mano si se había colado a última hora algún aspecto que justificara las críticas que provenían, sobre todo, del flanco izquierdo. Sin embargo, al abrir el documento, respiré aliviado al constatar que los elementos centrales que se habían ido explicando a lo largo de los nueve meses de negociación, seguían intactos, configurando el núcleo central de la propuesta.
Y en efecto, ahí estaba la eliminación del contrato de obra y servicio, la limitación del contrato de duración determinada, el refuerzo de la negociación colectiva, la recuperación de la ultraactividad indefinida, la prevalencia del convenio del sector en las subcontrataciones, la generalización de los ERTE como instrumento estratégico o el fortalecimiento del régimen sancionador de la inspección de trabajo. No estaba, sin embargo, lo que nunca había estado en la negociación, porque no figuraba en el texto del acuerdo del Gobierno de coalición. Esto es, la recuperación de los 45 días de indemnización por despido improcedente. Mi perplejidad aumentaba, al tiempo que se confirmaba mi creciente incapacidad para comprender las coordenadas en las que se mueve el debate político en la actualidad.
Me parece extraordinariamente relevante que, en el contexto de confrontación política actual, un Gobierno haya podido ponerse de acuerdo con las dos centrales sindicales mayoritarias y con la Patronal a un mismo tiempo
Eso fue el 22 de diciembre. A lo largo de las navidades más accidentadas que recuerdo, gracias a la pandemia 6.0, he podido comprobar cómo ese marco mental se había ido imponiendo de una manera sorprendentemente generalizada, a prueba de argumentaciones y comprobaciones empíricas. Ya se sabe, en los tiempos que corren, cuando se instala un determinado relato, de nada sirve apelar a la realidad. Una muestra de ello, es que el susodicho mantra del no había para tanto se lo he oído repetir de carrerilla a algunos de los familiares y amigos más informados, que por cierto, no siempre eran los mismos que se habían molestado en dedicar unos minutos a leer el texto. De manera, que a medida que han ido pasado los días, he ido recobrando las sensaciones positivas que el acuerdo me causara en un principio, por más que resulten difíciles de entender opiniones favorables hacia el mismo como las de la FAES, si no es aludiendo a razones del más fino esgrima de salón o la metralla dirigida desde el fuego amigo.
Es posible que en la gestualización de la ministra haya habido un exceso de épica al referirse al acuerdo. En eso, tal vez podría coincidir con algunas de las críticas que se han hecho. Sin embargo, me sigue pareciendo extraordinariamente relevante que en el contexto de confrontación política actual, en la guerra de bloques sectarios en los que se ha convertido el debate parlamentario, un Gobierno haya podido ponerse de acuerdo con las dos centrales sindicales mayoritarias y con la Patronal a un mismo tiempo. Que las dos primeras hayan respaldado la reforma con la práctica unanimidad de todas sus federaciones y la segunda, lo haya hecho con una fuerte oposición de sus centrales de más peso, es un dato que no debería pasar desapercibido a los lectores más perspicaces. Que además, se trate de la primera vez que una reforma laboral recupera derechos para los trabajadores en lugar de suprimirlos, es un dato tan inapelable como histórico, como lo es el hecho de tratarse, por cierto, de la primera reforma laboral que no se topa con la respuesta de una huelga general en la calle. A la espera del trámite parlamentario, de una sola cosa estoy convencido, el tiempo y solo el tiempo quitará y concederá razones. De aquí a unos pocos meses veremos si la nueva legislación sirve al objetivo para el cual supuestamente se diseñó, que no es otro que el de reducir la temporalidad de los contratos y establecer un marco de relaciones laborales más estable y seguro, especialmente para los nuevos trabajadores que se incorporan al mercado laboral. Mientras tanto, nada me parece más constructivo que saludar, al fin, la política de la reforma, la conciliación y el diálogo entre los agentes sociales, que en tiempos de estridencias y desencuentros no me parece poca cosa. Tengo la sospecha de que a una mayoría silenciosa tampoco.