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Memoria histórica
Mi abuelo fue ejecutado sin juicio en 1936

Ricardo Herreros Pérez era mi abuelo, era padre de mi madre Carmen, de mi tía Elvira y de mi tío Roberto.
Hijo de labradores que trabajaban su tierra, estudió, mientras trabajaba cuidando cabras y se afilió al PSOE porque creía que el mundo podía mejorarse. Era una persona a la que no le gustaba la violencia viniera de donde viniera y por eso, desde su cargo de secretario del Ayuntamiento de Anguiano y su ideología marxista, no consintió que se quemara la iglesia del pueblo ni que se atacaran a monjas o curas.
Los recuerdos se van perdiendo con las generaciones. Mi madre Carmen, hija de Ricardo, me cuenta que su madre, Carmina, mujer de Ricardo, se quedó con el día y la noche por compañera, con tres hijos pequeños que cuidar: Elvira, Carmen y Roberto.
Ricardo fue ejecutado tres días después de ser detenido, un mes después del golpe de estado de julio de 1936. Ejecutado sin juicio. Esto es un hecho, un crimen de guerra y todo crimen debería tener un castigo
Mi abuela Carmina iba a visitar a su marido Ricardo a la cárcel y llevaba siempre a su hijo Roberto, que entonces tenía 2 años. “Siempre” , no fueron muchas veces pues Ricardo fue ejecutado tres días después de ser detenido, un mes después del golpe de estado de julio de 1936. Ejecutado sin juicio. Esto es un hecho, un crimen de guerra y todo crimen debería tener un castigo. Hubo muchos más, seguro que los hubo, pero que cada cual denuncie el que tenga más cerca. Este crimen es el mío.
Mi tío Roberto cuenta que cuando fueron a trasladar los restos de su padre, Ricardo, de La Rioja a Alicante, pudo ver sus huesos y vio claramente el orificio de bala en su cráneo. También cuenta que cuando fue estudiante, a mi tío Roberto, como era alto y fuerte, le ofrecieron jugar al baloncesto pero, en aquella época, los que jugaban al baloncesto también militaban en la Falange y declinó la invitación porque no tenía interés en la militancia política. Tal vez, sin ni siquiera ser consciente de ello, quedó recuerdo en él de la gente que retenía a su padre, Ricardo, cuando con solo dos años de edad iba a visitarlo a la cárcel.
Sus dos hermanas, Elvira y Carmen, si que militaron. Era casi algo a lo que te veías arrastrado para no destacar. Puede que en ellas no quedó ese recuerdo de la cárcel, que nunca visitaron. Esos tres días no dieron para mucho, (los cuarenta años siguientes si que les cundieron).
Mi tía Elvira participó en una manifestación en la que pegaban a un muñeco que representaba a Stalin. Seguramente a mi abuelo Ricardo no le hubiera gustado nada ver a su hija mayor haciendo esas cosas, aunque seguramente, como buen marxista que mi abuelo Ricardo era, tampoco le gustaría mucho Stalin.
La ejecución de mi abuelo Ricardo, no sólo fue un asesinato de él mismo, también le negó la posibilidad de educar a su hijo e hijas con su ejemplo de buena persona. Como decía Machado, “en el buen sentido de la palabra, bueno”. No sólo mataron su cuerpo, también mataron su recuerdo y su herencia cultural.
El cuarto día fue mi abuela Carmina a visitar a su marido Ricardo a la cárcel con su hijo Roberto y con chocolate con churros para desayunar. Entonces es cuando le dijeron que ya no estaba allí, que ya había sido ejecutado, que sólo una persona podía ir a identificarlo. Mi abuela cedió esa “gracia” en favor de María, hermana de Ricardo. En cierto modo, mi abuelo Ricardo fue un privilegiado al ser enterrado en una tumba con su nombre.
Este es el crimen de guerra que denuncio. Mi abuelo Ricardo Herreros Pérez fue ejecutado sin juicio el 27 de Agosto de 1936. Los crímenes de guerra no prescriben.
Ramón Ricardo Verdú Herreros, su nieto.