Maternidad
¿Podemos ya hablar de los dineros que les corresponden a las maternidades?

Estamos dispuestas a abrir todos los debates que sean necesarios para desarmar los consensos que tengamos que desmontar, si con ello llegan a las maternidades euros, prestaciones y muchísimas medidas más.
23 jun 2022 08:29

Algo que nos preguntamos muchas que estamos clavando rodilla sosteniendo crianzas en estos contextos hiperindividualistas, donde todo son exigencias hacia las madres y mucho macho-lío-patriarcal, es si podemos deshacernos de la matraca instalada acerca de que es problemático hablar de maternidades y capital por la naturaleza psico-afectiva implícita en las crianzas y que, según esto, hablar de poner números sería mercantilizar una actividad humana que tiene que estar fuera de lo productivo.

Pero, ¿no están las maternidades atravesadas por la exigencias del capital en nuestros contextos urbanitas-primermundistas, en las provincias y lo rural? ¿Somos conscientes de la disociación cognitiva implícita en nuestro género donde cosas sin valor eran agrandadas por el paterfamilias, por el turbo-capitalismo, y lo que era importante para nosotras era ninguneado sistemáticamente (cuantas amigas aborrecían que el cierre de una noche de fiesta triunfal fuese coito-falo-follando, frente a estar tres horas de palique en cualquier bareto)? ¿No pasa esto con las maternidades, actualmente? ¿Vamos a poder desarmar esto en algún momento? ¿Podemos exigir, ya, que pare éste desajuste histórico? ¿Estamos ya suficientemente cocidas, internamente, para desmontar esta disociación?

Igual tenemos que establecer una posición más férrea, para que el patersistema y, algunos feminismos, incorporen que somos muchas las que no tenemos ni medio problema en cuantificar lo reproductivo, como estrategia emancipatoria, no como horizonte final. Que estamos dispuestas a abrir todos los debates que sean necesarios para desarmar los consensos que tengamos que desmontar, si con ello llegan a las maternidades dineros, euros, prestaciones, traslaciones retributivas, y muchísimas medidas más que podríamos desarrollar aquí, y aburrir al persona con sus posibles implementaciones. Con ello que acabe ya el robo de la riqueza que generamos para que otros puedan seguir con sus chiringuitos de expolio y acumulación de capital —capital que no se acumula en nosotras.

Según las reglas del juego democrático tenemos total legitimidad como sujetos políticos para exigir que se traduzca en dineros el trabajo que generamos, que a su vez sostiene la continuidad de todo éste cambalache.

Lo que ves bastante claro, si te sales del lío macho-mental, es que según las reglas del juego democrático tenemos total legitimidad como sujetos políticos para exigir que se traduzca en dineros el trabajo que generamos, que a su vez sostiene la continuidad de todo éste cambalache. También entiendes, de forma muy nítida, que está todo muy armado para que sigamos eternamente enganchadas discutiendo las “problemáticas” entre los distintos feminismos y reproduciendo dinámicas violentas nauseabundas entre nosotras como continuidad de la cultura del castigo en las que hemos sido socializadas, en lugar de poner el foco en la verdadera urgencia: que son nuestros cuerpos, como madres, los que están siendo vilipendiados, y el melonazo, el que hay que revolver, sin tocar.

El patersistema, sigue acostado en una tumbona, acumulando todo lo que nos roba. Negando que depende de nosotras. Sin perder ni un milímetro de privilegio. Siendo muy consciente de que con sus contratos sexuales, sus régimen heterosexuales, su cultura salarial y sus macho-disonancias cognitivas instaladas en nuestras cabezas, tiene a las madres colocaditas fuera de la autovía de la vida, fuera de donde circula —a cascoporro— todo tipo de capital, y en su lugar nos tiene como mulas de carga, en el carril de desaceleración, con toda una ensaimada mental para que no podamos asociar una cosa con otra y atar cabos (sobre las psicodinámicas patriarcales que dificultan que podamos atar cabos —dignamente— hablaremos el próximo 27 de junio a las 17h con las compas feministas, Erika Irusta e Irati Mogollón en el debate online Psicotramas que lo posibilitan dentro de Revelar lo inasumible: lo reproductivo como devaluación).

La cosa es que los cabos están claros y ya los tenemos amarrados. Queremos dineros del estado. Queremos que el capital se vuelque en lo reproductivo fuera de ejes conservadores, según la renta de cada unidad familiar. Queremos medidas, prestaciones, planes, y estrategias públicas que impliquen reconocer en términos cuantitativos el trabajo que sostenemos.

Que lo deseable sea desmontar la falo-cultura del trabajo, por supuesto, sólo hay que echarle una lectura al estatuto de los trabajadores vigente para flipar, y entender como el constructor jurídico del paterfamilias vértebra este texto fundacional de la cultura del trabajo. Donde lo “doméstico” no tiene el rango de “centro de trabajo”, como lugar susceptible de politización, donde no es posible —por unos consensos que son totalmente ajenos a nosotras y a nuestros deseos/demandas— traducir en parámetros cuantitativos y jurídicos todo lo que sucede en ese espacio que se acerca a esa cosa espeluznante del anarkocapitalismo de estar librado a su suerte, en una negación como territorio político legítimo.

Las plazas, sí son responsabilidad pública, lo que pasa en un hogar, espacio mal llamado “doméstico”, no. Asumimos que es algo ajeno a las responsabilidades que tiene el sistema sobre cómo generar condiciones vivibles en todos los rincones del territorio donde opera

Las plazas, sí son responsabilidad pública, lo que pasa en un hogar, espacio mal llamado “doméstico”, no. Asumimos que es algo ajeno a las responsabilidades que tiene el patersistema sobre cómo generar condiciones vivibles en todos los rincones del territorio donde opera. Porque las maternidades se asumen gratis y con líos psico-afectivos como parte del maltrato de la modernidad sobre el cuerpo-mujer. Reproduciendo situaciones de semi-esclavitud sexual, esclavitud atencional y psico-energética que se cuela en el inconsciente de nuestras unidades nucleares de crianza.

Como horizonte, desmontar la falo-cultura del trabajo, sería maravilloso, pero antes necesitamos estrategias emancipadoras feministas —aquí y ahora— y una vez conseguidas, seguiremos pensando en cómo desmontamos lo otro. Necesitamos exigir el capital que se nos debe, en lugar de darle vuelta y vuelta a un posible sistema de distribución del cuidados de menores a cargo proyectado desde estructuras pisco-afectivas que no existen. Y como consecuencia pasamos los puerperios más solas que una farola, empobrecidas. Entrando en situaciones de vulnerabilidad de todo tipo, porque la mayoría de las mujeres no comienzan los procesos reproductivos asalariadas. No están dentro de la falo-cultura del trabajo. Ya sea porque no pueden, porque no lo han conseguido, porque han luchado como jabatas ser autónomas, y al parir entran en un agujero donde no hay nada.

Porque pertenecen a contextos rurales donde las opciones de trabajo son estar de jornalera reventándote la espalda, manejando la explotación física junto a tu enfermedad auto inmune (que se disparan en las maternidades, por cierto). Porque han decidido no entrar en el salario por aquello de que querían poner en práctica emancipaciones respecto a toda lo que se nombra como normativo como feministas radicales. Porque son mujeres patriarcalizadas que sienten que armar una familia sea parte de su desarrollo vital, y en el camino se dan cuenta que se han equivocado —profundamente— al verse entrar en un túnel de nuevas esclavitudes que no sabían que existían hasta haberse transformado en madres, porque antes follaban con ganas, aunque desde un deseo colonizado, pero ahora lo que hacen es trabajo sexual normalizado, para poder mantener el chiringiuito familiar.

En la mayoría de los supuestos donde se asumen maternidades sin capital social, ni cultural, ni ficción de meritocracia, unas prestaciones, unos dineros, unas estrategias emancipatorias traducidas en euros, sacarían a estas madres de situaciones de maltrato y pobreza

Y las patriarcalizadas, también merecen la emancipación. No sólo las urbano-centristas híper atiborradas de capital cultura. Ya que en la mayoría de los supuestos donde se asumen maternidades sin capital social, ni cultural, ni ficción de meritocracia, unas prestaciones, unos dineros, unas estrategias emancipatorias traducidas en euros, sacarían a estas madres de situaciones de maltrato y pobreza. Porque las madres, tanto las patriarcalizadas como las que intentamos emanciparnos, ponemos nuestro cuerpo ante la nada. Ante la ausencia de estructuras que sostengan lo que las crianzas actuales suponen para nuestros cuerpos.

Y claro, asumes que no puedes parir sin haberte proveído de un salario. Está antes la cultura falo-salarial, que las fuerzas reproductiva que son las posibilitadoras de la continuidad como animales-humanos y que forman parte de las fuerzas nobles —esas que perseveran en la vida— esas fuerzas que empujan y buscan un hacer diario cada día más ético, más justo, más expansivo, más rico de opciones, donde se ensanchen las estructuras desde las que asimilamos la vida.

Todo está muy lejos de considerar que el sostén de una crianza sea una de las posibles sublimaciones de lo ético. Pero todo bien, al asumir como destino deseable, lo de tener la líbido proyectada en situar tu hacer diario como marca-fetiche-narcicista que acumula capital de todo tipo, utilizando, a lo loco, todo lo que se te pone por delante. ¿No es éticamente dudoso pasar por este planeta centrado únicamente en hinchar tus privilegios como parte de esa ficción individualista primermundista? ¿Es legítimo acumular a costa del trabajo de las demás? ¿Es ético pasar por aquí sin sostener a nada ni de nadie?

Ojalá se expanda cual estallido social la creencia que ya estamos suficientemente cocidas, internamente, para desmontar las disociaciones que nos han metido a sangre como verdades universales, cuando son películas para sigamos como mulas de carga de este sistema, sin rechistar.

Este texto está dedicado a Marta Busquets, Alba Schiaffino, Arantza Galiardo y Paz Francés Lecumberri, comadres feministas.
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