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Sí, ya lo sabíamos: el trabajo está en crisis. Desde que Jeremy Rifkin nos lo advirtió allá por 1990 en el clásico El fin del trabajo se van cumpliendo las peores previsiones. Pero ahora lo estamos constatando: el trabajo —en rigor, el ‘empleo’ remunerado— se acaba en la cuarta Revolución industrial, gracias a la automatización digital y a la inteligencia artificial que hacen avanzar la robotización como un golem aplastando el tejido sociolaboral.
De momento sus heraldos ya van llegado: el paro estructural, el trabajo basura, las reformas laborales, la emigración, etc.. En suma, la precariedad como sistema. Ante esta situación crítica, cobran fuerza propuestas como la renta básica universal y el reparto del empleo, en la que incide la proposición pionera en Navarra de una Ley foral de reparto de trabajo en las administraciones públicas de Banatu.
“Trabajar menos para trabajar más personas y vivir mejor” ha pasado de ser una utopía a un escenario realista si, paradójicamente, el capitalismo aspira a sobrevivir sin una conflictividad insostenible. Atrapados en la santificadora “ideología del trabajo” que denunciaba Jacques Ellul y que comparten por igual capitalismo y marxismo —con la bendición del cristianismo— todavía no hemos descubierto la dignidad del postrabajador, la nueva figura del “desempleado activo” que, sustituyendo al Trabajador de Jünger, protagonizará el futuro.
Hiperdesempleo
Los think tanks más audaces ya se han puesto a imaginar fórmulas para sortear el hiperdesempleo que viene: explotación de los cuidados, mercantilización del big data, impuestos a los robots... Según un informe reciente de la OCDE, España es junto con Austria y Alemania el país europeo que corre más riesgo de verse afectado por la robotización (12% frente al 9% de media); unos por alta industrialización, otros por baja cualificación. Y no resulta muy tranquilizante que, según el informe de 2013 The Future of Employment, el puesto con menor probabilidad de automatización es el de ¡terapeuta recreativo!
El problema es que, mientras cambia el paradigma, las condiciones del precariado empeoran a ojos vista, y el sindicalismo mayoritario no da muestras de ser capaz de resetearse. Ello hace que surjan iniciativas como la Red de Autodefensa Laboral de Iruñerria, llamadas a jugar un papel en la futura conflictividad laboral; especialmente en un sector juvenil que, aunque en Nafarroa y la CAV presenta índices relativamente moderados de paro (21% y 16% respectivamente), en el conjunto del Estado se eleva hasta el 40% (solo por delante de Grecia en la Unión Europea).
La Asamblea de desempleados de Jussieu ya nos advirtió: “La mejor manera de acabar con el paro es abolir el trabajo”. Parece una boutade situacionista pero es mejor tomárselo como un koan postrabajista. Paul Lafargue, el yerno díscolo de Marx, adalid del derecho a la pereza, lo entendería perfectamente, pues quizá no está tan lejos el día en que como Bartebly, el personaje de Melville, lleguemos a decir: preferiría no trabajar... y contribuir a la sociedad desde el goce, la rebelión y la vida.
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Decir que el capitalismo y el marxismo comparten por igual la ideologia del trabajo es una muy buena columpiada de proge
https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/manuscritos/man1.htm