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Lo contó Ricardo Flores Magón y lo anotó Samuel Kaplan, en su libro “Peleamos contra la injusticia”. Se lo dijo Teodoro, el padre de los Flores Magón, a su amigo Adolfo Gamboa, en el año 1885, mientras compartían penurias en las comunidades indígenas de la Sierra Mazateca. Luego Emiliano Zapata, el caudillo del sur, hizo suya la frase y la revolución galopó por las tierras mexicanas, devolviendo al pueblo lo que era del pueblo.
Tiempo de revoluciones, de dignidad de clase y de certezas acerca de quién es el enemigo y quién no.
En Extremadura, como en otros lares, ya habían resonado parecidos gritos en gargantas de jornaleros y otra gente de los sintierra. Zahínos, provincia de Badajoz, cercano a Portugal y Huelva, aún guarda la huella comunal de la tierra compartida. En 1855, tras la segunda desamortización, que desposeyó a los ayuntamientos y pueblos de los bienes propios y comunes, unos cuantos sin pan se unieron para crear la Sociedad Anónima de Labradores. De entre ellos uno fue a Madrid para comprar los lotes de tierra que el Estado subastaba, logrando las tierras que pasarían a ser propiedad de la Sociedad. Tras muchos avatares, no exentos de tentativas de corrupción y codicia, aquella sociedad se convertiría, en 1902, en la Sociedad Civil El progreso de Labradores y Granjeros, con una Junta Directiva designada por elección directa de los socios y socias, propietarios ahora de las tierras. Viudas de socios y solteras de más de 30 años tenían los mismos derechos. Convertirla en Sociedad Civil suponía dotar de carácter no mercantil a la sociedad, destinada a la explotación colectiva y no al enriquecimiento personal. Los beneficios, si los hubiera, irían a la compra de nuevos terrenos que se pudieran unir a la explotación mancomunada. La experiencia de Zahínos, que aún pervive, flota como una gota de agua en un océano de aceite donde lo colectivo solidario ha sido sustituido por el egoísmo individualista. Hoy prima el lucro sin corazón y la avaricia a secas.
Solo durante el tiempo de la guerra levantada por militares y caciques entre 1936 y 1939 se repitió aquella experiencia de las colectividades agrícolas. En Extremadura también las hubo, un modelo de democracia directa y autogestión que va más allá de la concepción de quien trabaja las tierras como mero productor.
El sueño racional de una humanidad fraterna que, de vez en cuando, despierta y hace reaccionar, entre pesadillas, al capitalismo que nos acuna.
Amech Zeravla.