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La Colmena
Extremadura saqueada: de Segismundo Moret a nuestros días
Los mejores piratas de la historia no llevan ni parche ni pata de palo. Suelen usar levita o chaqué, reloj de bolsillo con leontina de oro a la vista y sombrero de copa para las ocasiones especiales.
Segismundo Moret y Prendergast fue un político avispado, con patente de corso. Supo ver el negocio donde solo había miseria. Hoy día es uno de los próceres señalados de Extremadura. En Cáceres toda una barriada lleva su nombre, Aldea Moret. También es reconocido por el callejero de varios municipios extremeños. En la misma Cáceres, en su calle homónima, hay una placa que recuerda que es hijo adoptivo de la ciudad desde 1881, cuando el borbón restaurado visitó la que entonces era villa y durmió en una cama que se metió en el ayuntamiento para alojar a tan significada persona. El orinal que utilizó entonces Alfonso XII para hacer aguas menores y tal vez otra cosa que también hacen los reyes, se guarda hoy día como pieza de museo, para admiración de visitantes que lo confunden con un bonito florero.
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La Colmena El carnaval de los pobres
En el centenario de su muerte, en 2013, su figura fue halagada por la alcaldesa cacereña de entonces, del Partido Popular, quien realizó un panegírico de este político que comenzó su carrera a la sombra de Prim y la continuó como ministro de Amadeo I, “el rey espagueti”. Presidente de Gobierno en 1906, dimitió cuando Mateo Morral hizo su regalo florido, marca Orsini, a la comitiva regia en la calle Mayor de Madrid, el día de las nupcias de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg. Repitió en el cargo presidencial en 1909, tras los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona, empleándose también a fondo como ministro de la Gobernación, hoy día ministro de Interior, para acabar sus días como presidente del Congreso de los Diputados tras el asesinato de Canalejas a manos de Manuel Pardiñas, frente a la Librería San Martín, en la Puerta del Sol, justo donde hoy día una multinacional vende ropa tejida con los salarios del hambre en las maquilas de las costas asiáticas.
Entre medias de todo este ajetreo como “hombre de Estado”, supo bandear intrigas, al mismo tiempo que las orquestó, con la vista siempre puesta en su fortuna.
Se las daba de liberal, aunque la prensa ácrata hablaba de su liberalismo hipócrita. En sus memorias, Federico Urales, que era cabal y anarquista, dijo de él que era hombre simpático y elegante; quizá demasiado elegante como hombre. También dijo que fue el ministro de la monarquía que más gente de izquierda corrompió con su protección. De luenga barba y hablar atildado, decía Urales, no tenía apóstrofes ni agudezas.
Propietario de numerosas tierras en la provincia de Badajoz y en Navalmoral de la Mata, colocó a familiares y amigos en puestos señalados de gobierno como senadores y diputados. Entre ellos al presidente de la Real Audiencia de Extremadura.
Moret dio el pelotazo cuando se hizo con la explotación de las minas del Calerizo en Cáceres, en 1876, al sur del cerro de Cabeza Rubia. Se las compró por cuatro perras y media a la sociedad de vecinos “La Fraternidad”, usufructuaria hasta la fecha, y creó la Sociedad General de Fosfatos de Cáceres, de alcance internacional. En poco tiempo logró que el ferrocarril Madrid-Lisboa, a su paso por Cáceres, desviara un ramal hasta su propiedad, con el fin de dar salida al mineral al puerto de la capital lusa, y de ahí al ancho mundo transatlántico. La locomotora que hacía el trayecto, una Hartman 207, lucía unas relucientes iniciales en bronce MCP en su delantera. Eran las siglas de la sociedad de ferrocarriles Madrid a Cáceres y Portugal. Moret era uno de sus consejeros. La prensa de la época (El Estremeño, 04-02-1883), denunció el tráfico de influencias de Moret y sus “ferros-carriles hilvanados”, en los que obtenía subvenciones directas de las diputaciones provinciales. Sus negocios, decía el periódico en su página 3, no eran más que “redondos para él y perjudiciales para los puntos en que se fija para explotarlos”.
Como ministro de la Gobernación que fue, puso y depuso a su antojo a los gobernadores civiles, correa de transmisión del caciquismo secular y de campanario
Lo que hoy es Aldea Moret fue, en su día, “el pueblino”. A las minas acudieron muertos de hambre con sus familias, famélica legión que venía de lugares cercanos, como Arroyo del Puerco, Malpartida, Torremocha… Otras huían de zonas de minería donde se les trataba peor, como Zarza la Mayor, Ceclavín e, incluso, Sierra Morena. El sueño higienista del plutócrata Moret, que se creía urbanista, hizo que en poco tiempo se levantara para los obreros y sus familias un damero de casas de planta baja. Para no mezclar las clases, las viviendas de los ingenieros estaban al otro lado de la vía. Estas sí, contaban con dos plantas habitables y un amplio jardín.
Al alba una sirena llamaba a la faena. Los obreros salían con una lámpara de carburo y su herramienta en dirección a las minas que tenían nombres como La Estrella, San Salvador, María Estuardo… Entibadores, encofradores, zapadores, bajaban hasta 60 u 80 metros bajo tierra, colgados en los primeros tiempos de una cuerda sujeta a la polea de una viga o un torno, hasta que se habilitaron montacargas y ascensores. Se empleaba la pólvora y la dinamita, y los derrumbes eran frecuentes. Cuando no era la muerte, las fracturas dejaban secuela de por vida, en espera de que apareciera la silicosis o la bronquitis. Solo un pañuelo anudado protegía sus cabezas. Las mujeres y los niños también trabajaban, encargadas de separar el fosfato de las demás piedras.
La Revista Social, Eco del Proletariado, informó el 22 de marzo de 1883 del despido de cuatro trabajadores de la mina. Según las condiciones pactadas, debían trabajar de sol a sol, pero el capataz les quiso obligar a trabajar de luz a luz, obligándoles a entrar en la mina 40 minutos antes de que el sol saliera. Moret ha pasado a la historia por contribuir a la abolición de la esclavitud en las colonias. Lo que poca gente sabe es que seguía manteniendo esta esclavitud en sus pingües negocios.
Como ministro de la Gobernación que fue, puso y depuso a su antojo a los gobernadores civiles, correa de transmisión del caciquismo secular y de campanario. Pedro Vallina, médico anarquista que anduvo preso por Extremadura, contó en sus memorias sobre Fermín Salvochea cómo se las gastaba Moret, a quien conoció. En 1906, en vísperas de la proclamación como monarca de Alfonso XIII, siendo Moret ministro de la Gobernación, dio 6.000 duros a cada uno de los republicanos residentes en Madrid susceptibles de amargar la fiesta coronadora. Como sabía que a Vallina no le podría comprar, le metió antes de la fecha en la cárcel, donde estuvo más de seis meses. Para dar escarmiento entre los anarquistas, acusó a otro de los compañeros de Vallina, Federico Suárez, de un complot para asesinar al rey. Federico Suárez -ojos negros, nariz aguileña, frente despejada y larga barba gris- fue asesinado por la Guardia Civil a culatazos en la carretera de Pinto, cuando era trasladado a pie al penal de Ocaña. Quienes le asesinaron dieron como causa de la muerte un golpe de calor, al amanecer.
Hoy como ayer, Extremadura sigue siendo tierra de saqueo para quienes son tenidos como benefactores de la patria, grande o chica
Como buen perro cancerbero de los valores patrios y castrenses, dictó a inicios de 1906, durante su mandato como presidente del Gobierno, la Ley de Jurisdicciones, una ley mordaza de la época que castigaba severamente los delitos de obra o pensamiento contra el ejército y la patria. Belén Sárraga, librepensadora y feminista adelantada, publicó un maravilloso artículo en La Región Extremeña el 22 de febrero de 1906, que comenzaba:
“¿Es delito no amar las fronteras? Me declaro delincuente.
¿Es crimen no amar las armas de destrucción? Soy criminal”.
Esta ley no fue abolida hasta 1931, con la llegada de la República.
Uno de los asistentes a los actos orquestados en 2013 en Cáceres, en loor y gloria de Segismundo Moret, fue el director de comunicación de MaxanCorp Holding SL. Marxan es hoy día lo que ayer fue la Unión Española de Explosivos (UEE), que se haría con las minas de Aldea Moret en 1945. Sin embargo, esta compañía armamentista llevaba aprovechándose de los fosfatos que le facilitó Moret desde 1897, cundo formaba parte del gobierno de Sagasta, que le dio a la Unión Española el monopolio de la producción y distribución de explosivos en España. Todo queda en familia.
Hoy como ayer, Extremadura sigue siendo tierra de saqueo para quienes son tenidos como benefactores de la patria, grande o chica. Políticos corruptos, prensa canalla y otras lacras del Capital, con mayúsculas, recurren al sempiterno argumentario del beneficio para el empleo, el desarrollismo obligado y la oportunidad de saldo. Frente al lustroso retrato de piratas y bucaneros con traje de chaqueta y dispensa judicial, presente en la antesala de ayuntamientos y parlamentos, se difumina el oculto dibujo de una Extremadura saqueada por nucleares, minas y fábricas de armamento, prácticas devastadoras en lo social y en lo natural que poco preocupa a quienes dicen defender los derechos y bienestar de la gente del pueblo extremeño. En su bolsillo está la razón de tanto infortunio.
Amech Zeravla.