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La Colmena
Los curas de Fregenal y el antídoto anticlerical
A pesar de lo que pueda parecer hoy día, entre tanto tufo a incienso y tanto meapilas metido a cronista por la muerte de un papa, hubo un tiempo en el que España dejó de ser católica o, al menos, se lo propuso. La Segunda República Española lo estableció en el artículo 3º de su constitución de 1931: “el Estado español no tiene religión oficial”.
La declaración, junto a otros artículos que molestaban, no le gustó a la Iglesia española, coadyuvante de los crímenes que se enseñorearon del país durante la Guerra Civil, la dictadura y más allá.
El siglo XIX trajo el tan sano anticlericalismo español, un viento de agitación moral y de librepensamiento heterodoxo que hicieron tambalearse la ortodoxia catolicona. La carcunda eclesial descubrió un nuevo vocabulario que definía a sus acólitos a las claras, con palabras como chupacirios, tragasantos o mojigatos. La clerigalla excomulgó no solo a quienes eran redactores y editores de periódicos que consideraba liberales, libertinos y blasfemos, sino también a quienes osaban leerlos o comentar sus noticias.
Iglesia-Estado
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José Nakens, Pepe para los amigos, quien siempre guardó buena relación y amistad con gente de Extremadura, publicó en su periódico El Motín varias denuncias sobre la Iglesia extremeña, con sus obispos al frente. Memorable fue la campaña que inició en agosto de 1882 a favor del cementerio municipal de Fregenal de la Sierra, provincia de Badajoz.
Hasta esa fecha habían existido tres cementerios parroquiales en la localidad, aledaños y dependientes de las iglesias de Santa María, Santa Catalina y Santa Ana. Los enterramientos generaban pingües beneficios a la Iglesia. La sepultura y los oficios se pagaban al párroco, a pesar de que tales cementerios carecían de medidas mínimas de higiene y de capacidad suficiente. La dejadez en general de los cementerios católicos y su carácter como foco de infección y de enfermedades era proverbial, hasta el punto de que las crónicas de la época hablan de basureros y pocilgas sacramentales. Visto que, con la construcción de un nuevo cementerio municipal los curas frexnenses dejarían de ingresar unos buenos dineros, se negaron a bendecirlo, lo que impidió que el ayuntamiento, tras edificarse a cargo del erario público, lo pudiera abrir, dado que había muchos vecinos y vecinas que se negaban a enterrar a sus familiares en el nuevo si antes no era rociado con los óleos crismales.
En el [cementerio] de Santa Catalina, por falta de sitio, extraían los cuerpos de las fosas antes de que hubieran pasado dos años, arrojándolos al osario común, de modo que los hijos podían reconocer a sus padres y madres
El alcalde de Fregenal, Guillermo Moreno, en un escrito dirigido a los curas y publicado en El Motín, denunció el lamentable estado de los cementerios parroquiales, exigiendo su cierre inmediato. En el de Santa Catalina, por falta de sitio, extraían los cuerpos de las fosas antes de que hubieran pasado dos años, arrojándolos al osario común, de modo que los hijos podían reconocer a sus padres y madres; en el de Santa Ana, rodaban por el camposanto los restos insepultos de los muertos, sin saber dónde enterrarlos; en el de Santa María unos niños se habían hecho con el cadáver de un pobre, lo habían empapado en agua y lo habían utilizado para juego y ludibrio, apedreándolo y profanándolo. A pesar de todo, los curas, con su obispo a la cabeza, se negaban a bendecir el nuevo cementerio y a cerrar los suyos propios, focos de infección, enfermedades y barbaridades. El negocio es el negocio.
Ante la cerrazón de los cuervos con sotana, el cementerio municipal se abrió sin la bendición de los curas. Como no estaba bendecido, los entierros se hacían sin que la iglesia doblara las campanas por ellos, lo que llevó a Nakens a publicar en El Motín, en septiembre de 1882, la siguiente letrilla:
“En Fregenal las campanas
no doblan ya por los muertos,
que el alcalde quitó al cura
la viña del cementerio”.
El alcalde solicitó amparo al nuncio apostólico, sin obtener respuesta. El obispo de Badajoz se negó a bendecir el nuevo cementerio el Día de Difuntos, mientras no se hiciera el traspaso formal de la finca, es decir, no se pusiera la propiedad a nombre de su empresa espiritual. Erre que erre, no renunciaban al negocio. Los curas de Fregenal impidieron, incluso, que miembros de la hermandad de la Caridad fueran enterrados con sus signos religiosos en el nuevo lugar. El culmen del despropósito llegó cuando un canónigo de Badajoz, que se encontraba ocasionalmente en Fregenal, cayó gravemente enfermo, con vistas a reunirse en poco con su creador. Los curas del pueblo, ante el temor de que muriese y fuera enterrado en el dichoso cementerio, lo montaron en un carro y se lo llevaron —como zarandillo de bruja, en palabras de Nakens—, por difíciles caminos hasta el pueblo de al lado, Higuera la Real, que contaba con camposanto católico. Las malas lenguas dijeron que el traqueteo del camino mató al cura y que ya llegó cadáver a Higuera. Un juez, en aplicación de una orden dada poco antes por el Ministerio de Gobernación para que todos los fallecidos en Fregenal fueran enterrados en el nuevo cementerio, bendecido o no, ordenó el regreso del cadáver. A pesar de la queja de los alzacuellos, cadáver va cadáver viene, el canónigo fue enterrado, sin pompa ni boato eclesial, en la necrópolis a estrenar.
Finalmente, el 28 de julio de 1883, tras un acuerdo entre la autoridad civil y eclesiástica, los lacayos con sotana bendijeron el cementerio, convirtiéndolo en católico, al repique de campanas y con presencia del Gobernador de la provincia, don Liborio García, un comerciante calvo y con bigote que acabaría siendo alcalde de Málaga. Mediante convenio firmado ante notario, el señor obispo se hacía dueño de la propiedad de la finca, cediendo al Ayuntamiento su uso y administración, comprometiéndose este último, además, a indemnizar a las parroquias de la población con una suma de 4.000 reales anuales, sacados de las arcas municipales por trimestres vencidos. Como se ve, la muerte y lo que venía después ya era un negocio redondo para los sicarios del Señor. Hoy se hace mediante la sustracción del IRPF, el pago directo a la Iglesia a través de los impuestos de la renta.
La Iglesia y prensa ultratramontana extremeña se retrató en campañas como la llevada a cabo, por aquellas mismas fechas, por el canónigo de Badajoz Ramiro Fernández Valbuena contra el catedrático de Física y Química y director del instituto de Badajoz Máximo Fuertes Acevedo, quien en 1883 publicó un libro titulado “El darwinismo. Sus adversarios y sus defensores”. Los embates del curato creacionista hicieron que en 1884 el ministro de Fomento destituyera de su cargo a Fuertes Acevedo, acusándole de delitos como la retirada de los crucifijos de las aulas o el emplazamiento, en la torre del instituto, de una veleta coronada por un triángulo y una escuadra, símbolos masónicos. Tras un pliego de descargo en su defensa, el catedrático volvió a su plaza.
La Iglesia de hoy se distingue en poco de la de ayer. Si acaso ha cambiado algo, es en su narrativa, que nos quiere hacer creer en una Iglesia abierta, progre, liberal. Nada más lejos de la realidad. El dogma se mantiene incólume, sus ritos continúan subyugando a una población aborregada por el miedo a la muerte mientras sus jerarquías disfrutan de la riqueza y la veneración de los súbditos. El anticlericalismo que nos enseñó Nakens sigue siendo el mejor antídoto contra semejante veneno… espiritual y terrenal.
Amech Zeravla.