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Italia
Vajont, la construcción de una catástrofe a la italiana
El último fragmento de terreno que sostenía la ladera norte del monte Toc se desgaja. La mole de 260 millones de metros cúbicos de tierra y roca, que desde hacía años se deslizaba centímetro a centímetro, queda suspendida en el aire. Un instante después, empieza a caer, con un bosque sobre sus hombros, hacia los campos de cultivo, los establos, la lechería, las casas, las colinas, el pequeño mundo que se interpone entre ella y el enorme lago creado por la presa del torrente Vajont. Los animales enloquecen, los ganaderos intentan calmarlos, pero enseguida se dan cuenta de que es demasiado tarde. En pocos segundos la mole acelera de cero a seiscientos kilómetros por hora. El ruido es atronador. La mole desintegra todo lo que encuentra a su paso. Finalmente alcanza el fondo del valle. Los números parecen la única forma de transmitir la magnitud del desastre. Una ola de doscientos cincuenta metros de altura se alza desde el embalse. La mole sigue por su camino hacia la orilla opuesta y la inercia la empuja decenas de metros más arriba. Mientras tanto, el tsunami se ha partido en dos. La primera mitad alcanza y supera el punto más alto de la ladera donde se encuentra la pequeña aldea de Casso, sobre cuyos tejados caen auténticas bombas de agua. De forma milagrosa no hay muertos, pero el terreno alrededor del pueblo, incluida la carretera que lo conecta con el resto del mundo, deja de existir.
Allá abajo, por encima de la presa de bóveda que cierra la garganta del Vajont, se alza la segunda ola, que apunta hacia Longarone, el primer pueblo del valle ulterior. Sus habitantes oyen el estruendo. «Una tormenta», habrá dicho alguien. Se va la luz, vuelan imprecaciones en el bar donde se veía animadamente el partido de Champions entre el Ranger Glasgow y el Real Madrid. Era una de esas noches en que la gente de las aldeas cercanas acudía en masa a Longarone. «La pequeña Milán», la llamaban. Empieza a soplar el viento. «Menuda tormenta se está preparando». Pero no es un viento normal, demasiado húmedo, con demasiado polvo. Y apesta. Y no va a ráfagas. Es continuo y acelera cada vez más. Alguien se habrá dado cuenta. «¡La presa! ¡LA PRESA!». En poco más de cuatro minutos, el muro de agua alcanzará Longarone. Cuatro minutos en los que decidir qué hacer, si correr hacia las zonas altas sin mirar atrás o avisar a tu madre que duerme, «¡no te da tiempo, corre!». Gente que escapa, en moto, en bici, en coche, a pie. Cuatro minutos. Salvar a tu marido o a tu hijo.
El geólogo Giorgio Dal Piaz catedrático de la prestigiosa Universidad de Padua da su opinión sobre la ampliación de la presa: «Si el proyecto original me parecía osado, ahora lo considero una completa locura»
El viento es cada vez más fuerte, cada vez hay menos visibilidad, cada vez cuesta más respirar. Instantes antes de que llegue el muro de agua, su homólogo de aire comprimido, cuya presión es comparable a la producida por dos bombas de Hiroshima, arrasa, devasta. La ropa, la piel, el resto del cuerpo. Desintegrado en una décima de segundo. Los días siguientes, se acumularán más de mil ataúdes vacíos, con amigos y familiares que se pelearán por tener algo que meter dentro. Pero el desastre no ha terminado. Lo que no ha conseguido el viento lo hace el muro de agua, que cuando llega al centro de Longarone tiene aún una altura de setenta metros y corre aún a setenta kilómetros por hora. Mientras tanto, el resto del tsunami que había saltado por encima de la presa se divide, ascendiendo y descendiendo el valle a lo largo de kilómetros, destrozando varios pueblos y sumergiendo los escombros en el río Piave. Poco a poco el agua pierde fuerza. Tras la tormenta, llega la indescriptible calma de muerte. Solo la presa ha quedado intacta.
Son las diez y treinta y nueve de la noche del 9 de octubre de 1963. El punto final de una catástrofe construida, como explicaría años más tarde la periodista Tina Merlin en un libro que se convertiría en referencia absoluta para entender cómo se pudo producir semejante masacre.
Orígenes del proyecto (1929 - 43)
En 1929, el joven ingeniero Carlo Semenza y el geólogo Giorgio Dal Piaz se dirigen por primera vez al valle del Vajont —va hacia abajo, en ladino autóctono— para realizar estudios de campo. En este enclave fronterizo entre las regiones nororientales de Véneto y Friuli, la Sociedad Adriática De Electricidad (SADE), una empresa veneciana, pretende construir una central hidroeléctrica. Su propietario es Giuseppe Volpi, conde de Misurata, capitalista old style y protagonista de la política mussoliniana. Fue el creador de la Mostra del Cinema de Venecia, presidente de la potente patronal industrial italiana y gobernador de una de las colonias italianas en Libia, entre otras cosas. Su vida es una historia de éxito. En 1923, solo un año después de haberse afiliado al Partido Nacional Fascista, es nombrado ministro de Finanzas. Desde ese cargo, favorecerá la aprobación de una ley para que el Estado italiano financie al cincuenta por ciento cualquier proyecto relacionado con la energía hidroeléctrica.
Son los años 30 italianos, periodo en que el régimen fascista propugna por la autarquía en todos los ámbitos. En el energético, la apuesta por la hidroeléctrica se presenta como la más prometedora, considerando la casi inexistencia de yacimientos nacionales de carbón y petróleo. Así, llegan a construirse hasta siete centrales a lo largo del río Piave, uno de los más importantes del noreste del país. El objetivo es cubrir el 15% de las necesidades de consumo de toda Italia, pero existe un gran obstáculo: la volatilidad del cauce del Piave, un río que se hiela en invierno y se seca en verano. La necesidad de disponer de un banco de agua hace que la SADE y el régimen fascista se fijen en la estrecha garganta del Vajont, una de las más profunda de los Alpes. La idea es transportar hasta este valle el agua procedente de otros valles más altos, a través de mastodónticos sistemas de tuberías. La SADE presenta el proyecto «Gran Vajont» al ministerio competente en 1940. Un momento histórico, por así decirlo, poco oportuno. Pero Giuseppe Volpi es un hombre de recursos. En 1943, pocos días después de la firma del armisticio entre Italia y los ejércitos aliados, en un periodo en que el Estado italiano apenas si existe, el conde de Misurata consigue que su proyecto más ambicioso sea oficialmente aprobado. En los últimos tiempos, se ha reconvertido en antifascista y se ha refugiado en Suiza. Estos méritos y el empuje del espíritu de reconstrucción aceleran el proyecto «Gran Vajont». La SADE regresa al valle, esta vez para comprar al municipio de Erto el terreno necesario para dar inicio a la ejecución del proyecto.
Nacen la presa y las primeras dudas (1956 - 58)
En 1956, la SADE abre las faraónicas obras: 400 obreros en un territorio de 2000 habitantes. El trabajo para todos, en un valle de grandes dificultades económicas, genera una cierta euforia. No dura mucho. La inauguración de un nuevo cuartel de los Carabinieri trae consigo la temporada de las expropiaciones de terrenos. A quienes se niegan, se les obliga a una venta forzosa. Todo legal. «Obras de interés general», les dicen.
Al año siguiente, la SADE presenta una variación del proyecto que incrementa en más de 60 metros la altura de la presa, convirtiéndola así en la mayor del mundo. El proyectista de la octava maravilla es Carlo Semenza, aquel ingeniero que casi treinta años atrás realizara los primeros estudios de campo. Su antiguo compañero, el geólogo Giorgio Dal Piaz, es ahora catedrático de la prestigiosa Universidad de Padua. Le da su opinión sobre la ampliación de la presa: «Si el proyecto original me parecía osado, ahora lo considero una completa locura». Pero la amistad, la burocracia, el no querer entorpecer una obra de semejantes dimensiones, hacen que Dal Piaz dé el visto bueno al proyecto, que es enviado al ministerio, obteniendo una nada sorprendente aprobación en pocos días.
Dan inicio las obras. Desde este momento, procederán sin pausa, yendo más allá de las autorizaciones obtenidas, las cuales acaban llegando puntualmente desde el ministerio. Más por mantener las formas que otra cosa, el Estado nombra una Comisión de Supervisión. Sus miembros son dos de los ingenieros que aprobaron el proyecto original y un geólogo recientemente contratado por la SADE. Una máquina burocrática cuanto menos favorable a la construcción de la megapresa.
Las sospechas se convierten en hechos (1959)
En el embalse de Pontesei, uno de los que el prestigioso equipo de Carlo Semenza ha construido para alimentar al lago del Vajont —un gigante en comparación—, aparecen síntomas preocupantes: ruidos provenientes de las profundidades de la montaña en línea con los vaciados de agua, manchas amarillentas siempre en la misma orilla, inclinación de los árboles. A ojos de todos resulta evidente que una de las laderas está cediendo. Los ingenieros intentan evitarlo vaciando parcialmente el embalse, pero la ladera se desplaza rápidamente. Cuando finalmente se produce el desprendimiento, el embate de las rocas contra el agua genera una ola de veinte metros, la cual acaba con la vida de Arcangelo Tiziani, contratado para vigilar los movimientos de la montaña.
Llegados a este punto, alguien podría esperar que estallase un gran escándalo mediático. Pero el único artículo que denuncia lo que está ocurriendo lleva la firma de Tina Merlin, joven reportera local de l'Unità, el periódico fundado por Antonio Gramsci y ligado históricamente al Partido Comunista Italiano. La denuncia resulta el colmo para quien está acostumbrado a jugar y ganar siempre. El nuevo propietario de la SADE, otro conde, denuncia a la periodista y a su periódico por «incitar a la alteración del orden público».
Mientras tanto, aparecen las primeras grietas en la presa del Vajont aún en obras. Entre los habitantes del valle crece la preocupación. La SADE hace llamar a Leopold Müller, pope de la geología austriaca y europea, fundador de la Escuela de Salzburgo. Como asesor técnico de la SADE, realiza varios sondeos, encontrando una porción de tierra en deslizamiento con un frente de dos kilómetros y formada por cerca de 200 millones de metros cúbicos de roca. Giorgio Dal Piaz, el histórico geólogo amigo de la SADE, se posiciona totalmente en contra de la hipótesis de Müller. Se desencadena así una polémica entre técnicos. La constructora acaba llamando a Pietro Caloi, geofísico, que se une a la oposición contra Müller, alegando que la base de la montaña es de roca compacta y que, por tanto, no hay peligro alguno. Al poco tiempo, la Comisión de Supervisión ministerial pide los datos de los sondeos a la SADE. Los documentos que manda la empresa constructora satisfacen totalmente al ministerio, que emite la correspondiente autorización, así como la primera subvención a fondo perdido para la construcción de la gran presa del Vajont (dato del que nadie parecerá acordarse cuando años más tarde tenga lugar la nacionalización de la central). En otoño del mismo año, la Comisión regresa al valle: las obras han finalizado. La gigantesca bóveda de hormigón ha sido construida en menos de dos años. Diez obreros han perdido la vida durante este periodo.
La SADE convoca una comisión de expertos. A estas alturas, nadie expresa ningún tipo de duda: antes o después se producirá un gigantesco corrimiento de tierra desde el monte Toc
A pesar de que la construcción no se haya detenido, el debate científico sobre la peligrosidad de la presa no ha sido superado. Tras realizar un estudio de campo, Edoardo Semenza, geólogo e hijo del ingeniero jefe del proyecto, llega a las mismas conclusiones que Müller. Y esto a pesar de que la SADE le haya ocultado los resultados del geólogo austriaco. Ambos científicos están de acuerdo en que hace millones de años se produjo un enorme corrimiento de tierra que cubrió por completo el valle, y que posteriormente el torrente Vajont fue excavando su espacio, hasta llegar al presente. Ese mismo fenómeno podría repetirse, en poco tiempo o dentro de millones de años. No obstante, resulta también evidente que las subidas y bajadas del nivel del agua, inherentes al funcionamiento de un embalse, acelerarían el proceso significativamente. Tras leer el informe, el padre de Edoardo lo manda al despacho de su colega geólogo Dal Piaz, «para que revise las afirmaciones más extremistas de su estudio».
En un país en que los ingenieros civiles se han convertido, tras la reconstrucción de posguerra, en la punta de diamante de las clases dirigentes italianas, la construcción de la diga del Vajont representa en parte un clímax de ese éxito, además de un pasaporte para ganar el encargo de construir la presa de Asuán en Egipto (que se convertiría en la mayor del momento). El progreso no puede detenerse por los cálculos exasperados de un par de estudiosos.
El 2 de diciembre de 1959, en la Costa Azul francesa se derrumba la recientemente construida presa de Malpasset. Cuatrocientos muertos. «Los franceses no han puesto suficientes cimientos» o «Han construido un gigante con los pies de barro» son las frases que, con un cierto tono de superioridad, se oyen en los círculos de ingenieros italianos. Aún así, Carlo Semenza se reúne con su amigo Dal Piaz para discutir sobre el Vajont «a la luz de lo ocurrido en Francia». La inercia del poder acaba superando las más que razonables dudas: se sigue adelante sin mirar hacia los lados.
Llega el agua, el futuro acelera (1960 - 61)
Mientras se están dando los últimos retoques a la presa, la SADE inicia un plan de pruebas de llenado y vaciado del embalse del Vajont. Los cálculos indican que se requiere demasiado tiempo, el enorme valle tarda días en llenarse y otros tantos en vaciarse. La empresa veneciana no tiene intención de esperar tanto para dar inicio a la producción. Consigue obtener una primera autorización ministerial para llenar el lago hasta los 660 metros sobre el nivel del mar (esto es, doscientos metros por encima del punto más bajo de la presa), sin tener que vaciarlo ni tan siquiera parcialmente. Pero cuando llegan a los 640 metros aparecen los mismos síntomas que habían aparecido a Pontesei el año anterior: ruidos dentro de la montaña, manchas amarillentas, etc. En otoño se produce un derrumbamiento. No se trata del que provocará el desastre definitivo, este corrimiento de tierra es ínfimo respecto al de tres años después. Pero ha dejado a la vista la porción de tierra en movimiento que Müller había detectado y que la SADE había desechado como hipótesis de trabajo. En una ironía del destino, la mole de roca que ha quedado a la vista tras el “salto” realizado por la montaña tiene forma de M.
La SADE convoca una comisión de expertos. A estas alturas, nadie expresa ningún tipo de duda: antes o después se producirá un gigantesco corrimiento de tierra desde el monte Toc. Müller y el hijo de Semenza tenían razón. El geólogo austriaco dice que a estas alturas es demasiado tarde para intentar frenar el fenómeno. Por su parte, la SADE considera inconcebible frenar el proyecto. Así que pone a sus ingenieros a trabajar en una solución práctica. Llegan a la conclusión de que es necesario provocar la caída de la porción de tierra deslizada, la enorme M, de la forma lo más controlada posible. El único inconveniente es que el lago que alimenta la instalación hidroeléctrica quedaría dividido en dos, pero esto puede evitarse construyendo una enorme galería subacuática que funcione como bypass. El geólogo representante del ministerio es el más optimista de todo el grupo. Durante la discusión de los técnicos, en ningún momento se habla de cómo reducir los posibles daños sobre los pueblos del valle. La SADE tampoco informa a los medios o al ministerio del peligro más que probable que han detectado.
En noviembre empieza el juicio contra Tina Merlin y l'Unità por haber difundido supuestas noticias falsas. A las seis horas son absueltos. La historia empieza a calar en la opinión pública. Las instituciones de la provincia en la que se encuentra la presa del Vajont piden explicaciones al ministerio. Los distintos niveles de la burocracia estatal se pasan la pelota, hasta llegar al ingeniero “optimista” presente en la comisión de expertos. Éste intenta tranquilizar al representante provincial ordenando la instalación de un sistema luminoso para monitorizar el movimiento de la ladera y de dos sismógrafos de alta sensibildad. No le convence. El alarmado representante provincial viaja a Roma para intentar frenar el proyecto. Vuelve derrotado. «Es difícil luchar contra la SADE». Sus palabras anticipan una expresión que será muy usada una década después, durante los años de la estrategia de la tensión: «Es como un Estado dentro del Estado».
El invierno da un alivio a las conciencias de los defensores del proyecto Gran Vajont. El hielo mantiene temporalmente bloqueada la ladera de la montaña, por lo que la SADE continúa sin freno la construcción del bypass. En febrero, Tina Merlin contraataca con un nuevo artículo: «Un derrumbamiento de 50 millones de metros cúbicos de roca amenaza la vida y los bienes de los habitantes de Erto». La pequeña localidad del valle del Vajont (que incluye la aldea de Casso) salta así, por primera vez, a la esfera mediática nacional. En el artículo, la periodista explica el cómo y el dónde del desastre, aún sin disponer de los datos obtenidos por los geólogos, que la SADE mantiene como «documentos reservados».
La empresa prevé acabar la galería-bypass a finales del verano, de forma que tras una rápida visita de la Comisión de Supervisión se pueda continuar con las pruebas de llenado y vaciado. Mas no hay descanso para los paladines del mercado. En Italia empieza a cobrar cuerpo el debate sobre la nacionalización de la industria hidroeléctrica. En la SADE cunde el pánico: han de acelerar las obras y las pruebas de funcionamiento, o llegarán en una posición de enorme desventaja al momento de la venta. Retoman enseguida los llenados del embalse, yendo sistemáticamente más allá de lo indicado en las autorizaciones. En cualquier caso, éstas acaban llegando puntualmente. Incrementan la frecuencia de los ciclos de llenado-vaciado para intentar que caigan fragmentos de la ladera en deslizamiento. No lo consiguen. Tras semanas de pruebas, es la montaña al completo la que empieza a moverse lentamente, no solo vertical, sino también horizontalmente. Continúan impertérritos con las pruebas de llenado. Las autorizaciones del ministerio siguen fluyendo.
El principio del fin (1962 - 9 de octubre de 1963)
Durante el invierno, mueren Carlo Semenza y Giorgio Dal Piaz sin llegar a ver concluido el proyecto de una vida. Semenza es sustituido por un joven ingeniero, que permanecerá en su puesto hasta el momento del desastre. Más tarde declarará: «Yo solo era el supervisor». Y su jefe de obras: «Yo solo era el ejecutor». Aromas de Nuremberg.
A los pocos días, los operarios de la presa informan al nuevo ingeniero jefe que los sismógrafos han detectado movimientos de tierra en correspondencia con las pruebas de llenado. Da la orden de borrar los registros. «Son sacudidas menores, no hace falta informar al ministerio». Cada semana que pasa, aumenta la magnitud de las sacudidas. En Erto y Casso aparecen grietas en todas las casas. Lo mismo ocurre en el cuartel de los carabinieri, que informan al ministerio. Desde arriba les dicen que los informes que les están llegando no son preocupantes. Estamos a principios de octubre. Finaliza la segunda prueba de llenado, coincidiendo con el registro de los seísmos de mayor magnitud hasta el momento.
Mientras tanto, en la Universidad de Padua, bajo encargo de la SADE, un laboratorio está utilizando un modelo hidráulico de la presa del Vajont para entender qué ocurriría en caso de un gran desprendimiento. Los resultados indican que las olas resultantes podrían dañar la central y, parcialmente, los pueblos al otro lado del lago. Nada especialmente preocupante. Pero hay un pequeño problema: el modelo ha sido realizado utilizando grava para simular las rocas compactas en caída desde la montaña. «Nos han dicho que lo hagamos así». A pesar de este detalle técnico, que claramente subestima la previsión de los daños, el laboratorio indica en su informe que, de haberse llenado el embalse por encima de los 700 metros sobre el nivel del mar (rozando su capacidad máxima), el agua acumulada podría generar olas que llegarían a dañar no solo los pueblos cercanos al lago, sino también los del otro lado de la presa. Aparece así, por primera vez en los cálculos de los ingenieros, Longarone. Éstos preguntan a la SADE si necesitan otro modelo para ver cuáles serían los daños producidos a esa población. «No, gracias». El informe realizado por el laboratorio de Padua quedará olvidado en un cajón, hasta que, tras la masacre del 9 de octubre del 1963, un profesor asistente lo robará y lo entregará al juez instructor. Cuando éste buscará un laboratorio voluntario para realizar de nuevo el modelo, no encontrará ni uno solo en toda Italia. La omertà reinará en el mundo académico italiano, a pesar de los cientos de muertos sobre la mesa. Finalmente será un grupo francés el que realizará el modelo, utilizando el material adecuado y obteniendo resultados muy similares a lo ocurrido realmente.
En diciembre de 1962 se aprueba la ley que instituye el Ente Nacional para la Energía Eléctrica (ENEL). La compra forzosa de la presa del Vajont por parte del Estado es ya un hecho, pero el cambio de propiedad requiere tiempo. El gobierno encarga a la SADE la «custodia temporal» del embalse, hasta que se produzca la efectiva nacionalización. La ENEL no está al corriente de los últimos informes sobre la ladera en movimiento, ya que la SADE los mantiene en secreto. En el contrato que el Estado firmará con la SADE en 1963 se dice que la ENEL se apropiará de la central «plenamente funcional». Un requisito para alcanzar esa calificación es la realización de una tercera prueba de llenado —que está por hacerse—, pero la SADE está convencida de llegar a tiempo.
El agua baja rápidamente, la montaña aún más. Se da la orden de desalojar la aldea de Casso, situada enfrente de la ladera en movimiento, pero no se transmite ningún mensaje a las poblaciones de Erto y Longarone
Aún teniendo a disposición el informe de la Universidad de Padua que aconseja vivamente no superar la cuota de 700 metros por encima del nivel del mar, la SADE pide la autorización al ministerio —y la obtiene— para llegar a los 715 metros. Quince metros que se convertirán en millones de metros cúbicos de agua, la diferencia entre un beneficio económico y una pérdida, más aún teniendo en cuenta la enorme inversión realizada para la construcción de la galería-bypass. A la SADE le basta realizar un llenado completo una sola vez, luego podrá vender y olvidarse del asunto. Además, en cualquier caso, la responsabilidad penal a estas alturas es exclusivamente del ENEL.
La última prueba de llenado se realiza a lo largo del verano del 63, en medio de los ruidos que cada vez con mayor frecuencia llegan desde las entrañas de la montaña. La tierra se mueve cada vez más a menudo, los árboles aumentan su inclinación. Los pozos se quedan sin agua, las puertas de las casas no se abren o no se cierran. En estos días de tensión contenida, la SADE entrega al alcalde de Erto las llaves de una nueva escuela, que desde hacía años no se inauguraba por el riesgo de desprendimientos.
En julio se completa el cambio de propiedad de la central hidroeléctrica del Vajont. La prueba de llenado está aún en curso, para finales de agosto faltan solo tres metros. Se produce entonces una fortísima sacudida de tierra, de séptimo grado en la escala Mercalli (correspondiente a un nivel 6-7 en la escala Richter). La presa permanece intacta —no por nada es producto de la ingeniería más excelente—, pero los pueblos de Erto y Casso, no. Los daños obligan al alcalde a mandar una carta al ministerio. La respuesta tardará varios días en llegar, a menos de un mes del desastre final: «No se preocupe, todo está bajo control».
Durante una noche, el sistema de luces instalados en la ladera móvil del monte Toc permiten ver cómo ésta al completo se está desplazando. Los ingenieros intentan solucionarlo deteniendo el llenado del embalse, pero el Toc no se frena. El agua está aún a una cuota de 712, por lo que teóricamente bastaría quitar otros 12 metros de agua para llegar al nivel de seguridad. Pero los tubos piezométricos instalados en la montaña indican que su falda acuífera ha alcanzado el mismo nivel que el agua del lago: la montaña es un coladero, llegados a este punto, es el lago el que sostiene la montaña. Aún así, la orden se ejecuta: seguir vaciando el embalse hasta llegar a la cuota de 700 metros. El agua baja rápidamente, la montaña aún más. Se da la orden de desalojar la aldea de Casso, situada enfrente de la ladera en movimiento, pero no se transmite ningún mensaje a las poblaciones de Erto y Longarone. Sus habitantes saben que está ocurriendo algo, pero están tranquilos. «Si no avisan, será que no es grave».
El 9 de octubre amanece soleado. El teléfono de la central hidroeléctrica del Vajont arde, pero las llamadas a la calma imperan. A las seis de la tarde, el jefe de obras cierra la jornada, dejando en la central únicamente a un aparejador junto con su equipo de operarios. Durante las horas siguientes, el agua del embalse alcanzará la cuota de seguridad de 700 metros. Pero es demasiado tarde, la montaña camina, los pinos se inclinan a ojos vistas. El aparejador hace los cálculos y prevé las dimensiones del tsunami que está por llegar. Se sigue sin dar la alarma a Longarone. Quedan pocos minutos para que el reloj marque las 22:39, un territorio quede devastado y casi dos mil personas pierdan la vida.