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Italia
Cincuenta años de Piazza della Loggia: memoria de una masacre fascista, de Estado y de la OTAN
19 de mayo de 1974. Silvio Ferrari, de 21 años, cruza la ciudad de Brescia a lomos de su vespa. No se trata de un desplazamiento cotidiano. Sobre el chasis de su scooter, entre las piernas, transporta una notable cantidad de explosivo: medio kilo de TNT mezclado con medio kilo de pólvora. A su paso por Piazza Mercato, se produce una fortísima explosión. Silvio y su vespa saltan por los aires. Junto a los restos de su cuerpo desmembrado, la policía encontrará una pistola Beretta cargada y sin seguro, así como varias copias chamuscadas de Anno Zero, la revista oficial del movimiento neofascista Ordine Nuovo, disuelto judicialmente meses antes «por haber intentado reconstituir el Partido Fascista».
Dos días después, llega al periódico local una carta, escrita a mano y firmada por el autodenominado «Partido Nacional Fascista, sección de Brescia Silvio Ferrari», en la que se anuncia una venganza antes de finales de mayo. Ese mismo día se celebra el funeral por Ferrari, donde son arrestados cinco miembros de Ordine Nuovo por posesión de armas: la Beretta de rigor con el cargador lleno, 100 balas extra, una navaja automática y un piolet.
1974, revolución y reacción
La misteriosa muerte de Silvio Ferrari se produce en un contexto muy particular. Desde finales de los años 60, el boom económico y la modernidad están cambiando radicalmente la sociedad italiana. La participación en la vida pública se ha convertido en una realidad de masas. En los consejos de fábrica y de barrio se toman decisiones operativas de forma cotidiana, mientras que el «largo 68» inunda el país de colectivos feministas, estudiantiles y juveniles, así como de relevantes grupos políticos extraparlamentarios. El país se está transformando: obreros, estudiantes, mujeres, jóvenes e intelectuales se descubren capaces de transformar colectivamente su propio destino.
No solo el PCI ganaba cada vez más votos, sino que las luchas extrainstitucionales contra la explotación y la austeridad se estaban haciendo cada vez más radicales
Brescia y su provincia son un importante centro industrial. La clase obrera local es fuerte y ha obtenido importantes victorias durante las movilizaciones del 68-69. En marzo se ha celebrado un histórico referéndum sobre el divorcio (legalizado solo cuatro años antes), con una feroz campaña en contra por parte de la Democracia Cristiana y el Movimiento Social Italiano (primer partido neofascista, fundado en 1947). Finalmente ganó el sí, incluso en la muy católica Brescia. La ciudad y su provincia, cercanas a la metrópolis milanesa, se perfilan así como un nodo político estratégico.
Los privilegios seculares empiezan a tambalearse, provocando la reacción de potentes fuerzas que actúan en la sombra: se hace necesaria una estrategia, un plan subversivo que consiga mantener el statu quo, mantener el poder en manos de unos pocos. Así, aumenta progresivamente la simpatía que los grandes industriales locales —productores de varillas de acero y armas— nutren por los grupos de extrema derecha, quienes consiguen así obtener importantes financiaciones y, gracias al sindicato fascista CISNAL, colocar estratégicamente a algunos de sus militantes dentro de las fábricas.
La reacción bresciana no es un caso aislado. Solo nueve años antes, en mayo de 1965, en el Hotel Parco dei Prìncipi de Roma ha tenido lugar un evento fundacional. Representantes políticos de varios partidos italianos y de países de la OTAN, militares de todos los ejércitos, líderes neofascistas, jefes policiales, agentes de los servicios secretos y delegados del poder económico, se han reunido con un objetivo común: evitar el giro a la izquierda del país. No solo el PCI ganaba cada vez más votos, sino que las luchas extrainstitucionales contra la explotación y la austeridad se estaban haciendo cada vez más radicales. La estrategia de la alianza reaccionaria es doble: crear una base de apoyo político-económico y constituir una organización paramilitar clandestina coordinada por los servicios secretos. Ese será el espacio en que actuarán, en el papel de peones, los militantes neofascistas de los años 70.
Historia
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El 12 de diciembre de 1969, una bomba explota en la Banca Nacional de la Agricultura de Milán, causando 17 muertos y 82 heridos. Se trata del famoso atentado de Piazza Fontana, que no es el primero y tampoco será el último. El terror empieza a serpentear por el país. La masacre de Piazza della Loggia se convertirá en un episodio fundamental de aquella época y de la historia de Italia.
La bomba
La muerte de Ferrari destapa el enésimo episodio de terrorismo neofascista en pocos meses. El clima es incandescente. Los periódicos prevén nuevos atentados para el mes de mayo. En los círculos populares, las asambleas estudiantiles y los colectivos de fábrica no se habla de otra cosa. El movimiento estudiantil y los grupos extraparlamentarios Lotta Continua y Avvanguardia Operaia llaman a un estado de movilización permanente. Los sindicatos y los colectivos de fábrica convocan una huelga de varias horas. Pocos días después, el Comité Unitario Permanente Antifascista (CUPA), junto con los sindicatos, anuncia una gran manifestación para el 28 de mayo en Piazza della Loggia.
Son las 10:12, la bomba escondida en la papelera explota con un fortísimo estruendo. El tiempo se detiene. Instantes después, el humo azulado se va disipando, desvelando un caos absoluto
Llega el día. Bajo un cielo plúmbeo, cientos de personas empiezan a concentrarse en la plaza. Hacia las nueve de la mañana, empiezan a caer las primeras gotas. A las diez, tras las presentaciones, sube al escenario Franco Castrezzati, sindicalista de la CISL, y empieza su discurso hablando de Ferrari y del terrorismo neofascista. El número de agentes de policía presentes en la manifestación resulta extrañamente bajo, teniendo en cuenta el contexto general. La lluvia se intensifica. Los carabinieri, que en ese tipo de situaciones suelen situarse bajo los pórticos de la plaza, dejan espacio a los manifestantes para que puedan resguardarse. Muchas personas lo hacen, sin saber que precisamente ahí, en una papelera situada bajo el gran reloj, se esconde un artefacto con un kilo de explosivo: dinamita, gelignita y, probablemente, algo de TNT.
El discurso del dirigente sindicalista sigue adelante. Habla ahora de Giorgio Almirante, exfuncionario del régimen de Mussolini durante la República Social Italiana y secretario en ese momento del Movimiento Social Italiano. Más tarde pasa a la metrópolis milanesa: «En Milán...»; pero no llega a completar la frase. Son las 10:12, la bomba escondida en la papelera explota con un fortísimo estruendo. El tiempo se detiene. Instantes después, el humo azulado se va disipando poco a poco, desvelando un caos absoluto. Hay heridos por todas partes. Antes de que las ambulancias lleguen a la plaza, se les adelantan dos furgones de la policía. De ellos bajan rápidamente sendos grupos de antidisturbios, que desenfundan amenazadoramente las porras. Han recibido la orden de desalojar la plaza lo antes posible. La tensión es altísima, la rabia de la multitud crece. Los mandos policiales deciden finalmente retirar a los antidisturbios. Algunos manifestantes proponen dirigirse en masa hacia la sede del Movimiento Social Italiano, para clausurarla con la fuerza. A todo el mundo le resulta evidente la autoría de la masacre. No obstante, la iniciativa choca frontalmente con la oposición de sindicalistas y miembros del PCI, que logran frenarla.
Una vez desalojada la plaza, el máximo responsable policial de Brescia, Aniello Damare, da la orden de limpiar inmediatamente el lugar. Así, junto con la sangre de las víctimas, las mangueras de los bomberos barrerán también los restos de las bombas, así como otras posibles pistas, antes de que cualquier juez o perito pueda llevar a cabo un análisis de la zona.
El balance final será de 102 personas heridas y seis muertes, tres de ellas en el acto y otras tres en las ambulancias de camino al hospital. Otras dos personas, gravemente heridas, fallecerán días después en el hospital. Sus nombres eran: Giulietta Banzi, Livia Bottardi, Alberto Trebeschi, Clementina Calzari, Euplo Natali, Luigi Pinto, Bartolomeo Talenti y Vittorio Zambarda.
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El día después
Tras la masacre, la edición extraordinaria del periódico de Lotta Continua habla abiertamente de «implicación de agentes estatales». En esas mismas horas, llega una carta al principal diario local con proclamas fascistas, firmada por Anno Zero y Ordine Nero. Mientras tanto, distintas fábricas de la provincia de Brescia son ocupadas y Piazza della Loggia pasa a ser temporalmente autogestionada por la ciudadanía y los sindicatos, con la formación de un «servicio de orden» activo hasta el día del funeral. El 31 de mayo, con los ocho féretros situados en el lugar de la explosión, más de medio millón de personas pasan por Piazza della Loggia: miles de obreros, de la Pirelli, la Alfa Romeo, de toda la Lombardía, Piamonte, Véneto, Emilia-Romaña; estudiantes y representantes de consejos de fábrica de toda Italia, alcaldes, sindicalistas, ciudadanos y ciudadanas. A la policía no se le permite la entrada en la plaza: la seguridad es gestionada por obreros identificables con un brazalete rojo.
Durante la conmemoración se evidencia la fractura existente entre el antifascismo institucional y el antifascismo militante. Las iras se dirigen principalmente contra la Democracia Cristiana. Su secretario nacional, Amintore Fanfani, ni siquiera ha acudido al acto. Cuando llegan el presidente de la República Giovanni Leone y el presidente del Gobierno Mariano Rumor, la multitud los acoge con furiosos gritos y silbidos, impidiendo que suban al escenario para el discurso de rigor. «Había dolor, pero también rabia. […] Los representantes del Estado no habían sido capaces, o no habían querido, una vez más, impedir la masacre», contaba en una reciente entrevista para Il Post Manlio Milani, presidente de la Casa de la Memoria de Brescia.
Sube al escenario y toma la palabra, en un mar de aplausos, Franco Castrezzati. El sindicalista cuyo discurso había sido interrumpido por la explosión intenta explicar que a los fascistas no hay que combatirlos únicamente donde están y se les ve, sino también allí donde se infiltran: en las instituciones del Estado. Y añade: «Tengo la sensación de que la historia se repite y que, una vez más, no se excava a fondo, no se hunde el bisturí sanador hasta la raíz del mal».
El clamor cesa con la llegada de la manifestación de Avvanguardia Operaia: la multitud la recibe con un respetuoso silencio y miles de puños se levantan. La masiva concentración se va disolviendo poco a poco. Por la noche, varios locales famosos por ser lugar de reunión de neofascistas serán atacados.
A los pocos días mueren en el hospital las últimas víctimas de la masacre: Luigi Pinto, profesor de 25 años de Foggia, y Vittorio Zambarda, de 60 años, que se acababa de jubilar. Miles de personas y una huelga reivindicativa acompañarán sus funerales.
La memoria y la verdad judicial
La bomba de Piazza della Loggia explota en un momento en que algunos jueces están empezando a investigar a los ambientes de extrema derecha, desvelándose la punta de un iceberg inquietantemente escondido. No obstante, las actividades de los grupos neofascistas no resultan realmente obstaculizadas, a pesar de que las investigaciones empiecen a delinear una auténtica galaxia de grupos y grupúsculos afines activos en toda Italia.
La masacre de Piazza della Loggia da un impulso a ese interés judicial. Durante las semanas posteriores a la masacre de Piazza della Loggia se producirá una oleada de arrestos aunque, una vez más, la persecución será solo de fachada: la mayor parte de ellos se concluyen rápidamente con la liberación sin cargos de los arrestados. Evidentemente, la judicatura no puede o no quiere llegar a las tramas que gobiernan la violencia neofascista, ni a los elementos implicados: agentes secretos, funcionarios de policía, oficiales de los carabinieri, políticos y militares. La vieja alianza del Hotel Parco dei Prìncipi.
En 2015, Maurizio Tramonte, agente de los servicios secretos italianos, y Carlo Maria Maggi, jefe de Ordine Nuovo en el noreste del país, son condenados a cadena perpetua por haber entregado la bomba a los autores materiales de la masacre
A pesar de todo, las investigaciones continúan. En los primeros momentos, la principal tesis es que el atentado de Piazza della Loggia ha sido la respuesta de los neofascistas locales a la muerte de Silvio Ferrari, tal y como habían anunciado con la carta anónima. No obstante, las primeras pruebas materiales indican otra dirección. Un militante neofascista es asesinado no lejos de Brescia, y en sus bolsillos se encuentran distintas fotos de carnet. Estas acabarán revelando importantes relaciones entre el crimen organizado bresciano y grupos de jóvenes neofascistas de la alta burguesía local, entre los que se encontraba el mismo Ferrari. A pesar de los muchos intentos de obstaculización de las investigaciones, se acaba consiguiendo detallar la nueva tesis: Silvio Ferrari había sido el autor material de distintos atentados a pequeña escala perpetrados en la provincia bresciana. Eso es precisamente lo que estaría haciendo el día de su muerte, dirigiéndose hacia un famoso local de la comunidad LGBT local. Una llamada en el último momento lo habría hecho cambiar destino, y así la cuenta atrás del explosivo le pilló a medio camino de la sede local del sindicato CISL.
El primer proceso judicial relativo a la masacre de Piazza della Loggia tuvo lugar en 1979, concluyéndose con la condena de varios miembros de la extrema derecha bresciana. Dos años después, uno de ellos, Ermanno Buzzi, es asesinado en la cárcel por estrangulamiento a manos de dos militantes neofascistas, Pierluigi Concutelli y Mario Tuti. En 1982, el recurso presentado por la defensa de los acusados es acogido y todos los imputados son absueltos. Un par de años después, tras las revelaciones de varios «arrepentidos», se reabre el caso, pero el resultado final será el mismo: todos los imputados acabarán siendo nuevamente absueltos.
Habrá que esperar hasta 2008 para que se produzca una nueva búsqueda de responsabilidades. En esta ocasión, los imputados son seis: Delfo Zorzi, Carlo Maria Maggi, Maurizio Tramonte, Pino Rauti, Francesco Delfino y Giovanni Maifredi. En 1974, los tres primeros eran militantes de Ordine Nuovo, mientras que Francesco Delfino tenía el grado de capitán de los Carabinieri (posteriormente será ascendido a general). Por su parte, Giovanni Manfredi era en aquella época colaborador del ministro de Interior Paolo Emilio Taviani. De nuevo el proceso judicial finaliza con la absolución de todos los implicados por «falta de pruebas».
A pesar de no haberse descubierto aún los nombres de los autores materiales del atentado, algunos elementos de su contexto salen a la luz: se descubre que sus planificadores habían identificado Brescia como objetivo solo pocos días antes de la masacre, cuando los periódicos anunciaron una huelga general.
Los miembros de Ordine Nuovo estaban protegidos por importantes oficiales de los Carabinieri y la Policía
En 2015, el Tribunal de Apelación revoca la absolución de dos de los absueltos en el juicio anterior. Así, Maurizio Tramonte, agente de los servicios secretos italianos, y Carlo Maria Maggi, jefe de Ordine Nuovo en el noreste del país, son condenados a cadena perpetua por haber entregado físicamente la bomba a los autores materiales de la masacre. Han sido necesarios 41 años para alcanzar esta pequeña parcela de verdad judicial. En las motivaciones de la sentencia, los jueces destacarán «las muchas tramas que connotaron la criminalidad organizada, incluida aquella institucional, en la época de las bombas», y cómo ese fue el contexto en el que se perpetraron los atentados neofascistas. Los magistrados reconocerán además una serie de «operaciones subterráneas» llevadas a cabo por un «conjunto de fuerzas» que, de facto, «han hecho imposible la reconstrucción de todos los elementos de la red de responsabilidades».
Queda aún un enigma por resolver: ¿Quién colocó la bomba dentro de la papelera? Las investigaciones han continuado, descubriendo que el artefacto fue ensamblado en algún lugar del Véneto y posteriormente transportado hasta Brescia por un militante neofascista con contactos tanto entre la extrema derecha subversiva de Lombardía como con el comando de la OTAN presente en Brescia.
La investigación actualmente en curso ha concluido que, tras los arrestos de varios militantes neofascistas brescianos durante el funeral de Silvio Ferrari, los autores intelectuales decidieron encargarle el atentado a alguien menos conocido. Serán elegidos Roberto Zorzi, que en aquella época tenía 21 años y pertenecía a una secta ultracatólica y anticomunista, y el joven de 16 años Marco Toffaloni.
Esta última rama investigativa ha contado con el importante testimonio de una antigua amiga del círculo de Ferarri, Ombretta Giacomazzi, que ha confirmado lo que muchos sospechaban: los miembros de Ordine Nuovo estaban protegidos por importantes oficiales de los Carabinieri y la Policía. Giacomazzi ha revelado también que las reuniones en las que se preparon muchos de los atentados contaban con representantes de grupos neofascistas, aparatos estatales y servicios secretos, además de con oficiales de la OTAN. Los lugares donde se celebraron aquellas reuniones también son reveladores: un cuartel de los Carabinieri al norte de Verona, la sede secreta del SID y la sede de las Fuerzas Terrestres Aliadas para el Sur de Europa (FTASE), un comando militar de la OTAN dirigido por el ejército italiano.
Quienes en estos días, fuera del espacio institucional, pretenden elaborar la memoria de aquellos eventos, hablan de «una masacre fascista, de Estado y de la OTAN». En su especial 50 aniversario sobre el tema, la redacción de Radio Onda D’Urto —radio libre fundada en Brescia en 1985— explica el porqué de ese eslogan. Fascista, porque quienes colocaron la bomba en aquella papelera, los autores materiales de la masacre, fueron miembros de Ordine Nuovo. De Estado, porque los militantes fascistas fueron reclutados, coordinados y encubiertos por miembros de los Carabinieri, el Ejército y los servicios secretos italianos, especialmente el SID. Finalmente, de la OTAN, por el fundamental papel de su comando italiano en la organización de la trama.
Una memoria colectiva que, como declaran los micrófonos de Radio Onda D’Urto, pretende ir más allá de la tragedia: «Aquella época son años de atentados reivindicados por siglas neofascistas, de hasta tres intentos de golpe de Estado, del ápice de la subversión de extrema derecha; pero son también los años en que la fuerza de la movilización desde abajo consigue hacerse imparable, en que las luchas obreras y populares se hacen cada vez más radicales, en que los y las jóvenes de la izquierda extraparlamentaria entienden qué significa practicar el antifascismo militantes, son los años del movimiento estudiantil y del movimiento feminista, los cuales inauguraron una época de conquistas. Los años gracias a los cuales esta, y no otra, es nuestra historia».
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