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Islamofobia
Tres años en aislamiento antes de ser absuelto: la historia de una familia rota por la ‘lucha antiyihadista’
3 de mayo de 2016. Varios agentes de la Guardia Civil revientan la puerta y entran a la casa a la que A.Z. se acaba de mudar en Pinto junto a su mujer A.M.R. y sus dos hijos de uno y cuatro años. Les ordenan que se tumben contra el suelo, apuntan con sus armas a los niños y uno de los agentes aplasta la cabeza de él contra el suelo aprisionándola con la rodilla. La operación antiyihadista fue publicada en primera plana en los principales medios. El caso lo tenía todo para causar expectación: A.Z, marroquí de nacimiento y musulmán, tenía un alto cargo en una empresa multinacional.
Fue el principio de casi cuatro años de pesadilla. A.Z. y A.N.R. fueron acusados de adoctrinamiento y enaltecimiento de terrorismo yihadista, condenados en 2018 y, en 2019, absueltos después de que el Tribunal Supremo ordenara repetir el juicio por no haberse respetado las garantías procesales. Tres años de prisión provisional en régimen de aislamiento y FIES-3 en el caso de él, cerca de un año en el caso de ella. Mientras, sus hijos tuvieron que ser cuidados por sus abuelos, en Marruecos. A su salida de prisión, el hospital y la Comunidad de Madrid certificaron que A.Z tenía una discapacidad del 76% fruto de su detención y del tiempo que pasó en prisión. En noviembre de 2022, la Sala de lo Contencioso-Administrativo de la Audiencia Nacional condenó a España a pagar a su familia cerca de medio millón de euros de indemnización, la mayor indemnización sentenciada por prisión indebida. Actualmente intentar rehacer su vida.
“Me tiraron al suelo, un GEO puso su rodilla en mi nuca, todo pasaba delante de mis ojos como si fueron flashes”
A.Z. y A.M.R. reciben a El Salto en su casa de Pinto. Él lleva bastón, una de las secuelas que le ha dejado la cárcel. “Me tiraron al suelo, un GEO puso su rodilla en mi nuca, todo pasaba delante de mis ojos como si fueron flashes: me esposan, un perro corría por la casa buscando algo, después entraron otros vestidos de chalecos amarillos y pasamontañas, uno gritándome, el otro enseñándome un papel que parecía ser la orden judicial, otro mostrando una foto de Hicham [amigo de A.Z. que también fue detenido en la misma operación] y preguntándome que quién era; recuerdo que tenía la garganta muy seca, un olor extraño salía de mi boca, sudaba mucho, me temblaban las rodillas y las manos, no podía hablar… No sabía qué estaba pasando”.
A.Z. recuerda cómo vivió el momento de la detención. Era de madrugada y lo primero que pensaron es que habían entrado a robar. Después pensaron que era un error de la policía, pero no era así. De hecho, antes de entrar en su casa ya habían destrozado la puerta de la vivienda de un vecino que era el único árabe que vivía en el edificio a parte de A.Z. y su familia, y no estaba en la lista de personas a detener. “A día de hoy, su hija está en tratamiento psicológico, y además luego el casero les echó”, afirma A.Z..
Querían que él se vistiera con una chilaba, pero ella se negó. “Les dije que esa ropa la utilizaba solo para rezar, que él no viste así, y que antes se lo iban a llevar desnudo”.
Los agentes registraron toda la casa y, a eso de las 9h, tras coger lo que consideraron como pruebas incriminatorias —discos duros, pendrives, teléfonos, unas katanas decorativas, libros sobre coaching y liderazgo, pañuelos, gorros y atuendos típicos árabes—. Antes de llevárselo, los agentes le pidieron a su mujer que les diera ropa para él. Les dio un chándal. “Me dijeron ‘no’, llévale esto”, recuerda A.M.R. Querían que él se vistiera con una chilaba, pero ella se negó. “Les dije que esa ropa la utilizaba solo para rezar, que él no viste así, y que antes se lo iban a llevar desnudo”.
El siguiente paso fue ir a su vivienda anterior, también en Pinto, donde aún tenían cosas que trasladar a la nueva casa. “Luego me llevaron al cuartel. No sabían por dónde ir, les tuve que guiar yo”. Todo el camino y las cerca de cinco horas que tardaron, A.Z. las pasó atado, sentado sobre sus manos.
“Me sacaron para pasearme, para que todo el mundo me viera. Yo en mi vida he visto que cerraran la Castellana, ni cuando jugaba el Real Madrid, y ese día lo hicieron”
Pero la parte más espectacular de la operación estaba por llegar. Los agentes le llevaron a su oficina. A.Z. ocupaba entonces un alto cargo relacionado con el sector de recursos humanos en Adecco. Para ello cerraron buena parte del Paseo de la Castellana, en Madrid, donde estaba su oficina. “Me sacaron para pasearme, para que todo el mundo me viera. Yo en mi vida he visto que cerraran la Castellana, ni cuando jugaba el Real Madrid, y ese día lo hicieron”. Subieron a su despacho y, además de su ordenador, sacaron los de los miembros de su equipo . “Pensarían que también les estaba adoctrinando”.
La operación fue retratada en los principales medios, sobre todo en El Mundo, con un reportaje especialmente amarillista, que incluía nombre y apellidos de A.Z, bajo el título “Yo, ‘terrorista sospechoso’”, firmado por Javier Negre, entre otros. “A.Z. fallaba pocas veces. Frío, calculador, ordenado... En su faceta de cazador de talentos era el referente, el líder”, comenzaba el artículo, en el que se aseguraba que él, que aún ni siquiera había sido juzgado, reclutaba talentos para una multinacional del grupo Adecco por el día y para el Daesh por la noche. “Ya no sólo buscan captadores, que son los que hacen la aproximación real, ni suicidas que quieran inmolarse. También necesitan personas infiltradas en grandes empresas de recursos humanos para tener acceso a perfiles de profesionales cualificados”, aseguraba en el artículo un supuesto experto en antiterrorismo.
Tras el espectáculo en su oficina, A.Z. recuerda que le llevaron al calabozo de la Guardia Civil en Tres Cantos. “En el camino escuchaba como los agentes decían ‘hemos salido aquí, hemos salido aquí’ [en referencia a las noticias sobre la operación] y yo me sentía como un cordero de sacrificio”, explica. Recuerda que otro agente le preguntó extrañado cómo podía tener ese trabajo, cobrar tanto, y vivir en un barrio obrero de Pinto. “Yo no quiero casarme con ningún banco, soy economista y los conozco; podría pedir una hipoteca por 500.000 euros y comprar un coche de alta gama, pero no es la vida que quiero”, afirma que le respondió. Incluso uno, según asegura, comentó que él no tenía pinta de haber hecho nada, que sabía que A.Z. no tenía nada que ver con el terrorismo.
Y llegó a Tres Cantos, donde pasó dos días en el calabozo. “Probablemente fue lo más duro, por la incertidumbre, el miedo”. A.Z. ve que también está allí detenido su amigo Hicham, una persona más que conocía de vista y otros dos a los que no conocía de nada.
“Su narrativa [de los guardia civiles] era que saben que vas a ser terrorista antes que tú”
El interrogatorio lo hizo asistido por una abogada de oficio, ya que él no pidió abogado propio, que no recuerda que dijera nada; solo, al finalizar, le aconsejó que se buscara un abogado, que ella no sabía de esos temas. El interrogatorio duró más de seis horas. “Me preguntaron de todo, le daban la vuelta a cualquier cosa que decía, descontextualizaron todas mis palabras y, cada vez que veían que no se salían con la suya, me amenazaban diciéndome ‘si no, te mandamos a Marruecos, y ahí te inflarán a ostias’; su narrativa era que saben que vas a ser terrorista antes que tú”.
Investigado bajo la instrucción de Carmen Lamela
De Tres Cantos, a la Audiencia Nacional, donde se encontró a su amigo Hicham y a otros dos de los detenidos, uno de ellos, según recuerda, con la cara llena de hematomas. “Parecía que le habían dado una paliza”, afirma. A.Z. fue el último en declarar ante la magistrada Carmen Lamela. “Antes de entrar, los dos policías que me subían del calabozo, al preguntarles que qué iba a pasar, me dicen que entraré para ratificar o cambiar mi declaración, y luego me mandaran a Soto, ¿cómo es posible que los policías supieran lo que iba a pasar incluso antes de que la jueza me viera?”. Pero adivinaron bien. “La jueza mostró una dureza incomprensible, mi abogado pidió la libertad provisional, al tener la nacionalidad española, arraigo familiar, social y profesional, incluso tener dos hijos menores y uno de ellos con discapacidad, pero se mostró totalmente intransigente, y con un incomprensible desdén ni siquiera leyó ni prestó atención a la documentación que se le presentaba… Parecía que la decisión ya la tenía tomada”. Lamela decretó prisión provisional sin fianza alegando riesgo de fuga y destrucción de pruebas. Y finalmente, como ya le habían anunciado los dos guardias civiles, le mandaron a la cárcel de Soto del Real.
En el auto de procesamiento del Juzgado Central de Instrucción, al que ha tenido acceso El Salto, Lamela admite como acusaciones contra A.Z. que este ha publicado en su perfil de Facebook “videos, fotografías y manifestaciones que argumentarían su clara alineación con el islamismo radical” y que también lidera “una estructura cohesionada de personas vinculadas a las comunidades musulmanas de Pinto y Ciempozuelos con el objetivo de aglutinar bajo su liderazgo el mayor número de personas con fines de adoctrinamiento y captación cuyo último paso es la comisión de acciones terroristas en suelo europeo o zona de conflicto”. Como prueba, la magistrada señala que A.Z. había reconocido que usaba Facebook para tratar de transmitir su percepción de la religión a otras personas con mensajes en inglés, árabe y español.
Otras pruebas que sostenían la acusación eran que había creado un grupo en WhatsApp llamado “Musulmanes de Pinto” y que había asegurado a su ex mujer que se iba a zona de conflicto con la frase “estoy harto, mando todo a tomar por culo y me piro”. También que varias personas habían dicho que consideraban a A.Z. “influyente y relevante”.
Soto del Real no es un “puto hotel”
Al llegar a Soto, lo primero que pensó es que se había acabado su carrera profesional. Ya con el mono blanco, le llevaron a la celda de aislamiento. Era un preso FIES. “En la celda no había ni colchón ni almohada ni manta, el suelo estaba completamente mojado y hacía mucho frío; llamé a través del telefonillo interno para pedir algo con que poder dormir, me colgaron y vino un funcionario que comenzó a insultarme y a decir que esto no era un ‘puto hotel’ y que si seguía tendrían que ‘enseñarme modales’; usé mis zapatillas de almohada, y aguanté como pude… Era mi primera noche en una cárcel”.
“Me llevan a la que sería mi celda: las paredes estaban completamente manchadas de excrementos humanos, el colchón perforado, agua supuestamente potable que sale marrón del grifo”
En Soto estuvo tan solo dos días. Como preso terrorista, le aplicaban la política de dispersión, así que pronto fue mandado a Segovia, donde pasó dos meses. “Me llevan a la que sería mi celda: las paredes estaban completamente manchadas de excrementos humanos, el colchón perforado, agua supuestamente potable que sale marrón del grifo, unas condiciones deplorables, lo único aceptable que había en Segovia, eran los funcionarios, que no eran tan abusadores como los del Soto”, recuerda A.Z.. “Nunca había llorado tanto en tan poco tiempo, indudablemente, la injusticia es la mayor tortura”.
En julio le trasladaron a la siguiente cárcel, esta vez Zuera (Zaragoza). Ahora sí tenía abogado particular, pero ni siquiera podía hablar con él a solas al estar en régimen FIES. Para poder comunicarse con él en confidencialidad tuvo que recurrir a otro preso de la misma cárcel, y a los abogados que le visitaban. Allí pasó casi tres años en su celda, en aislamiento, de la que salía cuatro horas a un patio de 14 por seis metros un día, y al siguiente a una sala cerrada de cinco por cuatro metros. “Compré una tele, su precio era absolutamente abusivo, pero la necesitaba; nunca ha sido algo importante para mí, pero dentro de la cárcel, las dimensiones de la vida son totalmente diferentes”, explica.
A.Z. pasó casi tres años en su celda de la cárcel de Zuera, en aislamiento, de la que salía cuatro horas a un patio de 14 por seis metros un día, y al siguiente a una sala cerrada de 5 por 4 metros
Los primeros días, cada vez que recibía su comida, a través de una ranura en la puerta, vomitaba. Y para intentar que se exaltara, los funcionarios habitualmente pisaban las fotografías de su familia que había llevado consigo y tiraban al váter su libro del Corán. Explica que una vez los funcionarios incluso intentaron propiciar una pelea con “pinchos” entre él y uno de los presos más peligrosos de la cárcel. “Los funcionarios me decían que tuviera cuidado que en cualquier momento podría atacarme, y por otro lado a él le decían que yo ‘le quería cortar la cabeza por infiel’”.
Fue en esta cárcel, cuando llevaba ya ocho meses privado de libertad, cuando conoció al doctor Pau Pérez-Sales, psiquiatra que acudió a la cárcel como técnico externo del Mecanismo de Prevención de la Tortura del Defensor del Pueblo con el objetivo de visitar a los presos que vivían en peores condiciones, que en muchos casos eran los islamistas. “En esa época un tercio de los que estábamos en aislamiento éramos islamistas. Cuando me entrevistó pensé que era otro poli de turno más, ya estaba quemado, pero me dijo ‘yo te creo, en cada visita que hacemos encontramos casos como el tuyo… hay más personas en módulos especiales con historias parecidas’, fue la primera vez que escuchaba a alguien decirme ‘yo te creo’, esta frase tan potente; no lo volví a ver hasta que salí de prisión, cuando mi abogado me dijo que me tenían que hacer un protocolo de Estambul [guía para evaluar la coherencia de los testimonios de torturas reconocida por la ONU]. Entonces nos mandaron al Centro SiRa, que esta especializado en documentación de casos de malos tratos y tortura, y la sorpresa fue encontrarme que el director era el mismo psiquiatra que me había visitado aquella vez en la cárcel”. Esta prueba pericial fue una de las que más tarde le sirvió para demostrar, de nuevo ante la Audiencia Nacional pero en su sala de lo contencioso-administrativo, el daño sufrido como consecuencia de su estancia en prisión.
Hemeroteca Diagonal
Las cloacas de la lucha ‘antiyihadista’
Interior presume de cifras de detenciones, pero muchos de los casos acaban en absolución por falta de pruebas.
Mientras, en su casa en Pinto, A.M.R, de nacionalidad mexicana, hacía lo que podía para salir adelante. La empresa de A.Z. había suspendido su contrato, por lo que dejaron de recibir el único ingreso que tenían. También les cancelaron las cuentas bancarias. Por entonces A.MR. no tenía aún la nacionalidad española, y, mientras hacía las gestiones para conseguirla, estaba intentando homologar su título de Psicóloga. Tampoco recibió ayuda de Servicios Sociales ya que el año anterior la familia ingresaba una cantidad más que generosa por el puesto de trabajo de A.Z., pero su situación había dado un vuelco desde entonces.
Un mes después de la detención de su marido, la Dirección general de registros y notarios rechazó que A.M.R. accediera a la nacionalidad española en base a que no estaba suficientemente integrada en España, una decisión que la Sala de lo Contencioso-Administrativo de la Audiencia Nacional revocó un año después, en septiembre de 2017. Para conseguir pagar los 700 euros mensuales de alquiler con opción a compra de su vivienda, en la que habían invertido todos sus ahorros, y mantener a sus hijos, además de pagar abogados, se quitó el hijab para intentar ganar dinero limpiando escaleras, pero no consiguió ningún trabajo. Sobrevivió con el dinero que le mandaron sus suegros desde Marruecos y su madre desde México a través de Correos, y empezó a pensar con una amiga a la que había acogido en su casa tras quedarse viuda algún tipo de negocio conjunto con el que sobrevivir.
A.M.R., detenida también, a la puerta de la escuela infantil de su hijo pequeño
Y llegó el 23 de enero de 2017 y la detención de A.M.R.. “Fue un lunes, dejé a mi hijo mayor en su colegio, luego al pequeño en la escuela infantil y, al salir de dejar al pequeño, empezaron a aparecer policías hasta debajo de los coches. Me pusieron esposas y me llevaron detenida”.
—¿Por qué detenerte en la misma puerta de la escuela infantil, delante de todos los padres? ¿No podrían haberlo hecho en tu casa, a la vuelta?
—Es que buscan lo que más duela, luego me dijeron que tenía que dar gracias de que no lo hicieran cuando dejé poco antes a mi hijo mayor en el colegio. La vergüenza que sentí fue infinita, y después el AMPA se reunieron para expulsar a mi hijo.
La detención de A.M.R. la hicieron justo después de que el hermano de A.Z., que había viajado meses antes desde Holanda para apoyar a su cuñada, volviera a Holanda. “Nosotros creemos que lo que querían era quitarnos la custodia de los niños”, afirma A.Z.. Pero, en este caos, tuvieron suerte. Pocos días antes, A.M.R. había autorizado a la amiga que tenía acogida en su casa y con la que estaba intentando montar un negocio para que pudiera recoger a los niños de la escuela cuando ella no pudiera. Fue ella la que se ocupó de los niños hasta que, tres días después, el hermano de A.Z. pudo llegar de nuevo a Madrid y llevarse a los niños a Marruecos, para que se quedaran a cargo de sus abuelos.
El recorrido de A.M.R. fue el mismo que el que su marido había hecho ocho meses antes, aunque más rápido. Empezó en Tres Cantos, donde se negó a declarar tras constatar que cada palabra que decía era manipulada por los agentes, según asegura, hasta niveles ridículos. “Les decía ‘yo no he hecho nada’ y respondían ‘ya has confesado, ya no haces nada, por lo que antes sí’, así que les dije que no me preguntaran nada más, que si hacían eso conmigo delante, a saber lo que harían cuando no estuviera”.
De ahí a la Audiencia Nacional a declarar ante Carmen Lamela, como A.Z.. “Me hizo un barrido de pies a cabeza mirándome por debajo de sus gafitas, como un escáner. Le pregunté si quería que me diera la vuelta para verme también por detrás. Me preguntó que por qué iba tanto a Madrid, pues para buscar trabajo; que por qué llamaba tanto a México, pues porque allí está mi familia”.
A diferencia de A.Z. a A.M.R. no la mandaron tan lejos, a la cárcel de Ávila, también en régimen FIES, en aislamiento. Y, sobre todo, tuvo el apoyo de la embajada de México, que pronto fue a visitarla y se interesó por su caso.
El 22 de diciembre de 2017, cuando llevaba más de once meses en prisión preventiva, la Sección 2 de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional acordó su puesta en libertad. A A.M.R. se la acusaba de un delito de enaltecimiento del terrorismo, por el que Fiscalía pedía para ella un año y medio de cárcel, por lo que, aunque fuera condenada, su entrada en prisión presumiblemente se habría suspendido al no tener antecedentes penales, y, si no, ya habría cumplido bastante más de la mitad. En su lugar le impusieron como medidas cautelares acudir al juzgado los días 1 y 15 de cada mes, que entregara su pasaporte y que no abandonara territorio español.
Para entonces, A.Z. ya había comenzado a padecer trastornos psiquiátricos. Un día, al abrir los ojos, vio que le habían trasladado a enfermería. La noche anterior, el funcionario que le tocaba hacer el recuento lo había encontrado inconsciente. Hacía días que sentía una sensación angustiosa. “Cada vez que cerraba los ojos sentía como todo giraba a mi alrededor, como si estuviese dentro de un tornado, y sentía un hormigueo en la lengua como si fuera el comienzo de una borrachera, y luego notaba cómo se iba hinchando tanto que ya no cabía en mi boca, no podía gritar, ni llamar a nadie … tenía pánico, no podía cerrar los ojos, no recuerdo cuántos días pasé en este estado, no sabía que me pasaba ni como remediarlo… ¿Cuándo se da cuenta una persona que ha perdido el juicio? ¿Un loco sabe que lo es?”.
Empezó a recibir visitas del psiquiatra que le mandó medicación y le aconsejó que encontrara formas de mantener la mente ocupada. Y comenzó a dar clases de inglés a otros presos. “Poco a poco fuimos ganando la confianza de los funcionarios, tanto que algunos venían a pasar la mañana con nosotros; ‘se respira paz en esta galería’, afirmaba alguno de ellos; qué paradójico, era la galería de los terroristas”.
Después de empezar a recibir ayuda psiquiátrica, e intentar mantener la cabeza ocupada dando clases de inglés, por consejo del psiquiatra, le llevaron a una galería donde pasó “muchos meses completamente solo” y desde la que oía las palizas que los funcionarios daban a presos en la sala de contenciones mecánicas
Pero, a raíz de un informe de uno de los funcionarios, que afirmaba que se estaba “radicalizando”, A.Z. fue trasladado a otra galería. “Me llevaron a una galería donde pasé muchos meses completamente solo”. En la misma galería había una celda con una cama de sujeción. “Era una cámara de tortura, casi siempre traían a alguien en plena noche y, una vez sujeto, le propinaban palizas, de hecho todos salían de aquella cámara con hematomas por todo el cuerpo, incluso en la cabeza”.
Una fina pared separaba a A.Z. de esa ‘cámara de tortura’. “Escuchar los llantos de dolor, gritos de alguien que está siendo humillado, insultado y tratado de forma inhumana, defecándose y orinándose encima, fue una de las experiencias más traumáticas de mi vida”.
Junio de 2018, un juicio mediático
Llegó junio de 2018 y el juicio, que se alargó durante tres días a pesar de que el resto de acusados llegaron a conformidad con fiscalía y ni siquiera testificaron como testigos. “Literalmente te obligan a aceptar la conformidad; yo me planteé aceptar también, pensando en salir cuando antes de esta situación y poder arreglar mi situación laboral, pagar la casa y volver a la normalidad, pero ella se negó”, explica A.Z. en relación a A.M.R..
“‘No hemos hecho nada’, me recordó, y la verdad es que es lo mejor que podíamos hacer, porque aceptar una condena injusta te conviertes en un zombie”, continúa. “La trampa es que cogen al morito de turno, que no tiene formación ni recursos económicos, y le obligan a aceptar la conformidad, pero nosotros rompimos con esa dinámica”, sostiene A.Z..
“La trampa es que cogen al morito de turno, que no tiene formación ni recursos económicos, y le obligan a aceptar la conformidad, pero nosotros rompimos con esa dinámica”, sostiene A.Z.
En el juicio, A.Z. respondió solo a las preguntas de su abogado. “Los jueces no entendían la mayoría de los aspectos islámicos básicos, de hecho, presencié como una magistrada le preguntaba a la magistrada ponente que qué era eso del niqab; estas ilustrísimas señorías juzgando causas islamistas, que requieren de un conocimiento profundo no tan solo en lo religioso y geopolítico, sino también en cuanto a las costumbres árabes, y sobre todo, el idioma”, lamenta. A.Z. explica que casi todas las pruebas incriminatorias que presentaron contra él eran expresiones en árabe que se descontextualizaron en el momento de ser traducidas de forma literal al español. “Los atestados policiales, con astucia, sacaron buen beneficio de este desconocimiento, idiomático, político y sociocultural”.
Salió del juicio contento. Los policías que habían investigado la causa contra el cometieron constantes errores, muchas veces no sabían qué responder al abogado de A.Z. y A.M.R., quedó patente que las pruebas con las que querían demostrar su vinculación con el Estado Islámico eran de antes de que este existiera. Pensaba que había quedado demostrado que no había nada contra él.
Pero la sentencia fue un golpe duro. Iba solo dirigida contra ellos, dejando en una sentencia distinta a las otras tres personas que aceptaron la conformidad. “Mi abogado la encontró, con mucha dificultad, porque no estaban numeradas de forma consecutiva, y resulta que las dos sentencias eran contradictorias, en la de ellos se decía que ellos me adoctrinaban a mí, en la mía que yo les adoctrinaba a ellos; como no tenían evidencias, separaban las sentencias para poder usar a unos para condenar a los otros cuando en realidad no existía nada”.
En la sentencia, con fecha 28 de junio de 2018, de la que fue ponente la magistrada María José Rodríguez Duplá, se condenaba a A.Z. a seis años de prisión por un delito de adoctrinamiento activo terrorista; a A.M.R. a un año de prisión, que ya casi había cumplido en su totalidad durante su prisión preventiva, por enaltecimiento del terrorismo.
Una de las pruebas aceptadas contra ellos es que A.Z. habría realizado una campaña de recaudación de fondos, que según aclara él era para financiar ayudas para los refugiados sirios, o un comentario en Facebook en el que se denunciaba la posible creación del Estado Islámico por parte del régimen sirio o de Estados Unidos. Un agente que relató el “duro entrenamiento físico intensivo a que se sometían el reo y sus acompañantes” —durante el juicio, A.Z. explicó que su objetivo era adelgazar—. Y, sobre todo, que el resto de encausados habían aceptado la condena.
Una de las principales pruebas contra A.Z. y A.M.R. es que el resto de acusados habían aceptado la conformidad
“Los hechos probados eran mi forma de vestir, de pensar, de relacionarme, de como gestionar mi economía, mi familia, de que entrenar y con quien, de con quien debería tener amistad; un SMS enviado para apoyar a los refugiados sirios se usó como prueba de colaboración con banda terrorista; conversar de geopolítica, de la guerra de Irak o de la Primavera Arabe se usó como prueba de adoctrinamiento terrorista, hablar de la atrocidad que sufre la minoría rohingya era victimismo islamista”, denuncia A.Z..
Según afirma, la sentencia promulgada por Rodríguez Duplá comete varias irregularidades, como tergiversar los mensajes publicados por él en redes sociales. También la Guardia Civil, que afirma que no incluyó en el sumario algunas declaraciones de un testigo contradecía el relato de que él era un captador yihadista. Y, la más importante de todas: dividió la causa en dos sentencias, una para los acusados que aceptaron condena por conformidad y otra para él y su mujer.
La pesadilla empieza a terminar: el Supremo ordena la repetición del juicio y A.Z. sale en libertad provisional
Pero recurrieron la condena ante el Tribunal Supremo, y el alto tribunal les dio la razón. El 19 de Febrero del 2019, declaraba el juicio anterior nulo y ordenaba Audiencia Nacional celebrar un nuevo juicio. En marzo de 2019, a la espera de que se celebre por segunda vez el juicio, la Audiencia Nacional ordena la puesta en libertad provisional de A.Z.. La tendencia había cambiado: hacía pocos meses el alto tribunal denegaba la puesta en libertad y ampliaba por dos años más la prisión preventiva, señalando que el arraigo de A.Z. no era suficiente, y ahora sí lo era.
A.Z. salió de la prisión el 13 de marzo de 2019. Desde la cárcel no avisaron a nadie, por lo que se encontró solo en la entrada de la prisión. Llamó a su mujer y ella insistió en ir a Zuera a recogerle. “Decliné esta opción, pues podía viajar solo, ¡Es pan comido … sobrevaloré mis capacidades”. Llamó a un taxi para que le llevara a Zaragoza para coger un AVE. “Experimentaba una sensación desagradable al mirar al exterior, aquellos campos abiertos me inquietaban, el coche parecía que iba muy veloz, los ojos del conductor en el retrovisor parecían que me acosaban, me sentí intimidado. Cerré los ojos, era lo único que podía hacer para aliviarme”. Las tres horas que duró el viaje en tren fueron también agónicas. “Las pocas, tensas y traumáticas horas que viví fuera de la cárcel apuntaban a que aquellas reacciones anómalas eran síntomas de una transformación profunda en mi personalidad”, lamenta.
Tres meses después se celebraba el segundo juicio, esta vez con la presencia de miembros de la embajada de México como observadores. “La preparación de este segundo juicio la hice junto con mi abogado en un despacho a solas, la fiscal ya no nos podía escuchar. La estrategia era la misma que en el juicio anterior”.
A.Z. y su abogado comenzaron a reunir testigos, incluso un vecino que era militante de Vox. “¿Quién podría imaginar que un militante de Vox está dispuesto a testificar a favor de un musulmán acusado de terrorismo?”, se pregunta. Pero la sala no aceptó ese testigo. El otro testigo no musulmán, que la sala tampoco aceptó, era el dueño del gimnasio donde supuestamente A.Z. se entrenaba para posteriormente ser terrorista.
A diferencia del primer juicio, lleno de público, la sala esta vez estaba casi vacía. Ya no interesaba a los medios. Esta vez A.Z. y A.M.R. sí respondieron a las preguntas de todos, también a las del fiscal, ya no tenían miedo.
“Durante el juicio, se recogieron muchas declaraciones de los detectives, que repitieron los mismos errores. El juez no se creía lo que escuchaba, su cara era una fiel descripción de lo que realmente pensaba, interrumpía continuamente a los investigadores ya que jugaban a ser jueces dando juicios de valor en vez de relatar los hechos”, recuerda A.Z. “‘Estamos investigando delitos abstractos ¿Qué podemos hacer?’ llegó a reconocer uno de ellos”, añade.
Cuatro meses más tarde salió la sentencia, esta vez absolutoria. “De la prueba practicada en la vista oral no hay ningún dato objetivo que acredite o permita afirmar la existencia de acto o actos de colaboración del acusado con organización terrorista ni tampoco de enaltecimiento”, reza la resolución. La pesadilla había acabado pero sus consecuencias no, como ha corroborado la Sala de lo Contencioso-Administrativo de la Audiencia Nacional, que ha reconocido que la prisión que sufrieron A.Z. y A.M.R. fue injustificada y ha tenido consecuencias irreversibles, y condena a España a indemnizarles con cerca de medio millón de euros por lucro cesante pero, sobre todo por los daños morales, especialmente los sufrido por A.Z., quien salió de prisión con un 76% de discapacidad.
Terrorismo
Justicia Indemnizan con medio millón de euros a un matrimonio que pasó uno y tres años en FIES antes de ser absueltos
—Esta mañana hemos recibido el comunicado del Ministerio de Justicia firmado por la ministra de Justicia y el secretario de Estado de Justicia —anuncia A.Z. durante la entrevista con El Salto—.
—¿Se disculpan por lo que has tenido que sufrir?
—No, simplemente dice que se ejecuta la sentencia del Contencioso-Administrativo. Aquí no se va a disculpar nadie. Es más fácil pagar con dinero de los contribuyentes que los autores de esta injusticia asuman su error; es más, la mayoría de ellos han sido promocionados—responde—.
—Y, ¿cómo estáis ahora que ha pasado ya todo? ¿Qué tal están vuestros hijos?
—Pues es muy difícil porque los niños están creciendo. A veces escuchan comentarios. Incluso el mayor, que ahora ya tiene 11 años, en una ocasión nos preguntó: “¿A mí también me van a detener?”. Tiene miedo de decir que es musulmán —lamenta A.M.R.—.
—Esto realmente no ha acabado, nosotros vivimos en una cárcel, aunque hayamos salido. Ni siquiera me quieren quitar de Sirene [registro de información entre países sobre determinadas personas a las que se considera peligrosas] pese a que han sido cancelados todos los antecedentes penales y policiales, siendo absuelto de todas las acusaciones con sentencia firme. Sales de una cárcel para entrar a otra con muros invisibles. A día de hoy sigo sin comprender quiénes son realmente los beneficiarios del derecho de la “presunción de inocencia” ¿La prisión preventiva como forma de una condena anticipada? ¿Los juicios paralelos de la mayoría de los medios de comunicación? ¿El pacto antiyihadista, que es un pacto de vergüenza? ¿La persecución y vigilancia de ciudadanos solo por tener otra fe?... Supongo que a eso es a lo que llaman islamofobia institucional. Lo que nos ha pasado a nosotros no es un caso excepcional, ha sido algo sistemático entre los años 2014 y 2018, y no solo en España, aunque en otros países han intentado camuflar un poco estas violaciones de derechos.
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Ni aunque hubieran sido culpables y los mayores criminales. Es aterrador el reportaje de todo su recorrido, desde la detención, la indiferencia ante las irregularidades de quienes imparten justicia y el régimen carcelario atendido por quienes más que personas parecen psicópatas. No quiero imaginarme cómo pueden ser en países como en Filipinas que van a saco o en nuestro país como se afiance también una deriva reaccionaria y populista en próximas legislaturas
Estáis todos muy equivocados, puesto que lo importante es que se respete el "principio de autoridad" al estilo de la época del TERRORISMO Y GENOCIDIO DE ESTADO QUE ES EL FRANQUISMO, según nos cuentan aquellos que hacen apología, enaltecimiento, banalización, negacionismo o revisionismo de dicho TERRORISMO Y GENOCIDIO DE ESTADO QUE FUE, ES Y SIEMPRE SERÁ EL FRANQUISMO Y OTROS CONGÉNERES.
En fin, lo dicho, que lo importante es que sea respetado dicho "principio de autoridad" con esos métodos, según nos cuentas esos dichos personajes.
Espantoso.
Y más espantoso aún que los responsables de toda esa injusticia y maltrato premeditados no paguen por ello. Y que la sociedad asienta y calle.
¿Hasta cuándo?
¿Es algo nuevo que en el sistema penitenciario españistaní se tortura a los reos con el fin de extirpar todo rasgo de humanidad que pueda haber en ellos antes de entrar?